Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1981- Ciclo A

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él, sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo".

SERMÓN

El domingo pasado observábamos la inadecuación de las categorías filosóficas griegas para expresar la naturaleza humana tal cual nos la presenta la Revelación cristiana y decíamos que el hombre no se puede definir como quería hacerlo Aristóteles, justamente porque su ser todavía está indefinido, inacabado, abierto a la transformación final que lo definirá para siempre como hombre en el Cielo.

Pero, esta misma filosofía griega es la que vuelve a confundirnos en la comprensión de la Pascua y de la Ascensión. ¿Por qué?

Porque la filosofía griega, en cuanto a explicación del ser humano, contrariamente a la metafísica hebrea, es dualista. Al menos en la gran tradición platónica, en la del primer Aristóteles y en el neoplatonismo, se sostuvo que el hombre estaba formado, constituido por 'dos' cosas: por un lado, el 'cuerpo' animal; por el otro, el 'alma' espiritual.

El hombre sería, según esta concepción, una alianza de dos substancias heterogéneas. Se nacía cuando un 'alma' espiritual empezaba a habitar en un 'cuerpo' animal. Se moría cuando esa alma se separaba de su cuerpo y entraba a volar hacia el mundo de los puros espíritus.


Morillo , (Perú, 1856 - 1932): La muerte de Sócrates

  En realidad, para los griegos -junto con la gran tradición oriental persa e hindú-, el alma no adquiría ninguna ventaja al habitar un cuerpo. Al contrario, este espíritu, inmortal, perteneciente al mundo de lo divino, al ser encerrado en la materia, era como aprisionado, se le hacía sufrir el vaivén de las cosas mutables de este mundo, se le exponía a los sufrimientos de lo corpóreo, a sus pasiones, a sus ignorancias. El gran deseo del alma, sería pues liberarse de este cuerpo sujeto a tantas calamidades y regresar, mediante la muerte, al mundo de lo espiritual. Para el filosofar griego, entonces, resucitar, hacer que el alma volviera a su cuerpo, era algo que no podía verse sino con espanto. ¡Cómo! ¿Dejar el estado de pureza espiritual adquirido por la muerte y volver a ser encerrado en un cuerpo?

Si Vds. recuerdan el famoso discurso de San Pablo a los griegos, en Atenas, en el areópago, verán cómo, al comienzo, todos los escuchan con gran atención, pero, en cuanto a Pablo se le ocurre mencionar el tema de la resurrección, lo cortan y lo dejan; " Te escucharemos en otra ocasión ", le dicen. Y se van (Hech 17, 32).

¿Ven? Si el alma es inmortal por naturaleza, la resurrección no añade sino volver a asumir las molestias de la materia y del cuerpo, que para los griegos es el origen de todos los males, dolores y desórdenes.

La Biblia, los hebreos, no trabajan con estas categorías. Para los judíos no existen dos cosas que se 'juntan' -alma y cuerpo-; lo que existe es el 'ser humano', el 'hombre', distinto de los animales, no porque tenga un espíritu habitándolo, sino porque ha sido llamado, por un lado, a dominar sobre todo el resto del mundo material -mundo material bueno, no malo como pensaban los griegos, los persas y los hindúes- y, por el otro, a entablar relaciones de amistad con Dios y con su prójimo.

En esto el viejo Aristóteles -no el joven, todavía demasiado apegado a la doctrina platónica- se había acercado muchísimo a la verdad, porque dejó de ver al hombre constituido por 'dos' entidades, 'una' espiritual, 'otra' material.

Todas las cosas -afirmaba- están constituidas por dos 'principios'; pero estos principios no pueden existir separados, sino que forman una sola 'substancia'. Uno -decía- es el principio 'formal'; otro, el 'material' (1).

Veamos una estatua -expone-. ¿Qué es lo que nos muestra el análisis? ¿Qué es lo que la hace ser estatua? Por un lado, la 'materia', el mármol. Por el otro, la 'forma' que imprimió en ella el escultor. ¿Hay dos cosas? No: una sola. Pero hay dos 'co-principios': la 'materia' y la 'forma'.

Lo mismo en la planta o el animal. Por un lado tenemos la materia : carbono, hidrógeno, nitrógeno, formando proteínas, aminoácidos -'carne', 'huesos', decía Aristóteles- y, por el otro lado, una 'organización' de esa materia, una 'estructuración', 'disposición', 'plan' o forma que, de esos elementos -exactamente los mismos que quedan una vez que el organismo muere- hacen de ellos un ser vivo. Es decir, otra vez nos encontramos con lo mismo: un solo ser -esta planta, aquel animal-, pero en el cual podemos descubrir dos principios: la 'materia' y la 'forma' que la integra, la estructura, la organiza. Los constitutivos de la materia pueden cambiar. De hecho cambian. Hoy sabemos que cada cinco años se renueva totalmente el caudal molecular de un cuerpo vivo. La organización, empero, la 'forma', permanece y hace que la planta o el animal, aún cuando recambien totalmente su materia, sigan siendo los mismos.

Siguiendo el uso de su tiempo, a la forma, Aristóteles la sigue llamando 'alma'; y podemos seguir nosotros llamándola alma, mientras no la entendamos como algo naturalmente separado de la materia.


Catedral de Vienne donde se reunió el Concilio XV ecuménico

Por eso, cuando la Iglesia quiere traducir en categorías filosóficas el mensaje cristiano, adopta esta nomenclatura del viejo Aristóteles y, en el concilio de Vienne , Francia, del año 1311 define, contra los neoplatónicos, que " el alma humana es la forma del cuerpo " (cf. D. H. 902).

Quede claro pues: no existe el cuerpo separado del alma. El cuerpo de un muerto ya dejó de ser un cuerpo humano: es un montón de materia que conserva durante unos días la apariencia del hombre, pero que ya dejó de ser un cuerpo humano.

No puedo decir: "éste es el cuerpo del pobre Juan". Como mucho, puedo afirmar, "aquí se hallan las moléculas que pasaron los tres o cuatro últimos años por el cuerpo de Juan". El cuerpo de Juan ha desaparecido con su muerte.

Lo malo del caso es que esta concepción de la unidad substancial del ser humano hoy no es tan fácil de entender, porque la tentación platónica de concebir al alma y al cuerpo como dos cosas distintas se hizo popular a partir de Descartes (2) que volvió al antiguo dualismo. Concepción muy metida en la mentalidad de muchos cristianos y extendida activamente en Occidente por las religiones orientales.

En realidad, los materialista que sostienen, por ejemplo: "el que piensa es el cerebro, no el alma", tendrían más razón que los que les contestaran que la que piensa es el alma.

Lo que hay que afirmar, en verdad, es que "el que piensa es el hombre", ya que un cerebro muerto no piensa, porque lo que le hace pensar es la organización vital y psíquica que lo estructura y lo organiza como vivo. Ni el alma es un espíritu que piensa por su cuenta, ni un cerebro muerto pude pensar. Lo que piensa es la unidad orgánica y psíquica de una materia organizada cerebralmente por su forma.

Esto es lo que sostiene el antiguo y el nuevo testamento interpretado por los cristianos. De allí que el hebreo educado en las categorías del Antiguo Testamento no puede pensar en la inmortalidad del 'alma'. Si, en todo caso, a algo aspira, es a la inmortalidad del 'hombre'.

La muerte para los hebreos era terrible porque morir no significaba que un 'alma' se fuera al cielo, sino que terminaba lisa y llanamente la vida humana.

Por eso, cuando, en los últimos años antes de Cristo, los judíos comienzan a reflexionar sobre el destino individual y se plantean el absurdo que significa la muerte en la perspectiva de un Dios que, según la Biblia, es pura bondad y ha creado al hombre para la vida, no podían concebir otra figura sino la de que Dios volvería a crearlos.

Entiéndase: no que el alma iba a volver a tener cuerpo, sino que Dios, de nuevo, haría surgir creadoramente del polvo -figura de la nada- a los hombres que habían sido fieles a la Alianza.

Nada más lejos del dualismo platónico o cualquier otra forma de espiritismo o espiritualismo.

¿Ven? Ese es el significado más bajo de la resurrección de Cristo: Jesús de Nazaret ha vencido a la muerte; ha vuelto a vivir para siempre.

Eso no tendría ninguna gracia o no sería ninguna novedad para un platónico, para el cual el alma es inmortal y vive mejor separada que unida, encadenada a un cuerpo. Pero sí para un judío o un cristiano que saben que lo que existe no es un 'alma' más un 'cuerpo', sino el hombre, el ser humano, uno, persona, materia informada, forma plasmada en materia.

Pero la Resurrección significa, para el cristianismo, mucho más. No es suficiente vencer a la muerte, volver a la vida, para instalarse -como creían los judíos- en un reino perpetuo en este mundo. A la larga esa vida interminable sería un hastío permanente, un infierno -y a lo mejor eso es precisamente el infierno-.

Lo que Cristo conquista con su muerte no es solamente 'el regreso' a una vida interminable, sino la divinización de su humanidad. Cristo renace, pero ya no para una vida puramente humana, sino para la Vida divina.

La Resurrección de Jesús no es solamente un volver a la existencia terrena, sino una promoción a la vida de la Trinidad.

Eso es lo que afirman el evangelio de San Juan -para quien la 'Hora' es al mismo tiempo la Cruz, la Resurrección y la Gloria- y, hoy, el de Mateo: "se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra".

Para explicarlo mejor, Pablo, en la epístola que hemos escuchado, utiliza el lenguaje de las imágenes. No solo Dios lo resucitó de entre los muertos -dice-, sino que " lo sentó a Su derecha, en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro ".

Lo mismo que expresan Marcos y Lucas dividiendo esta metamorfosis en dos etapas, Resurrección y Asunción. No solo Cristo vuelve a la vida -afirman- sino que es 'promovido', 'ascendido', a la plenitud de la condición divina.


John Singleton Copley. Ascension. 1775

¿Ven? Esto no tiene nada que ver con la inmortalidad del alma. La segunda Persona de la Trinidad, al asumir a Jesús de Nazaret, no solo le da, después de la muerte, la inmortalidad, sino que lo eleva, asciende, al ámbito de la Trinidad.

Y así Jesús es el primero de una nueva raza o especie: la definitiva, la de los hombres divinizados. No la de 'los inmortales', sino la de los que pueden gozar y participar de la Vida plena del mismo Dios.

Y, porque "se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". por eso, Él puede fundar esa nueva casta: la de aquellos que, bautizados en el poder del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a través de la muerte, podrán asumir un día, siempre hombres -materia y forma, cuerpo y alma- la estupenda y embriagante Vida de Dios.

1- Es lo que luego se llamará doctrina hilemórfica o hilemorfismo (del griego ? ??, materia y µ??f?, forma).

2- El alma es para Descartes una substancia indépendiente, 'res cogitans', distinta a la substancia del cuerpo o la materia, 'res extensa'. En el hombre se unen a través de la glándula pineal.

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