Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 6
SEPTIEMBRE, 1995

SEPTIEMBRE. MES DE LA BIBLIA

San Jerónimo, el patrono de los estudios bíblicos, cierra este mes con su conmemoración del 30 de Septiembre.

Nacido hacia los años 340 en Dalmacia -donde hoy croatas y servios dirimen cruelmente sus diferendos religiosos y territoriales- marchó a estudiar a Roma, donde se convirtió al cristianismo. Su deseo de conocer e imitar a Cristo lo llevó a establecerse, luego, en Belén, donde quiso nutrirse hasta del mismo paisaje de Jesús. Allí le llegó la terrible noticia de la caída de Roma en manos de Alarico y sus hordas. Mientras tanto, él había realizado la titánica tarea de verter los textos de la Sagrada Escritura desde sus lenguas originales -hebreo, arameo y griego- al idioma usual de su época, el latín.

Esa su traducción -llamada luego la Vulgata - presidió no solo la liturgia de Occidente, sino, como lectura privilegiada, la civilización que habría de surgir de las ruinas del imperio romano, de la sangre jóven de los pueblos bárbaros y del cristianismo. Su lengua, su mensaje y su poesía estructuraron hondamente el modo de pensar de nuestros pueblos.

Curiosamente, la Biblia , como si fuera solo un documento confesional, ya no tiene cabida en los ámbitos educativos de un Occidente que ha apostatado de Cristo y olvidado sus orígenes. En las universidades estatales de Europa y América hay cátedras dedicadas a la Ilíada , la Eneida , el Martín Fierro, el Corán, Borges, la literatura Védica, etc., pero la Biblia -prescindiendo de su significado religioso- uno de los monumentos literarios e históricos más extraordinarios de la humanidad y que ha configurado nuestras raíces culturales, es la única obra que está prohibido mencionar en nuestra educación oficial.

En la liturgia profana, Septiembre es el mes donde se festeja el día del Maestro y el día del estudiante.

Tristeza de los maestros de nuestra escuela laica oficial que no pueden hacer oir a sus alumnos las palabras más importantes y más decisivas que se hayan nunca escrito y pronunciado en la tierra.

Tristeza de una juventud desorientada, huérfana de esas palabras capaces de despertarlos a lo bello, a lo puro, a lo arduo, a lo heroico, a lo bueno, a Dios.

Hasta allí donde alcance nuestro influjo, sepamos ser, cada uno de nosotros, portadores resonantes de esa palabra leída, estudiada, meditada, vivida.

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