Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 112
MAYO, 2005

Las moradas terceras

 En mayo toca a su fin el esplendoroso tiempo pascual. Dos bellas solemnidades cierran el ciclo de Gloria, la Ascensión del Señor y Pentecostés, los domingos 8 y 15, respectivamente.

Pentecostés bien puede ser llamada "Fiesta de la Fortaleza ". Leemos en las Escrituras que el Señor recomendó a sus discípulos permanecer juntos hasta tanto recibieran " la fuerza de lo Alto " (Lc 24, 49). No solo la virtud cardinal de la fortaleza, hábito adquirido a fuerza de ejercicio y de esfuerzos personales, sino el Don del Espíritu Santo, uno de los siete: la Fortaleza, que viene de Dios, más allá de nuestras debilidades humanas, y que es fuerza propia de los hijos de Dios.

De este Don hemos menester si queremos vencer las batallas que se nos ofrecen en las moradas segundas, condición ineludible para ingresar en las terceras y seguir nuestro camino hacia las cuartas moradas. De los que encaran esta ascensión dice nuestra querida Teresa de Ávila, parafraseando al salmo " bienaventurado el varón que teme al Señor (S 127, 1)." . pues si no torna atrás, ... lleva camino seguro de su salvación " (3° moradas cap. 1, 1).

Se trata, entonces, de no volver grupas, de no acobardarse, de no retroceder, en el camino emprendido, munido de la divina Fuerza. Más aun, se trata de apurar el paso para transitar pronto hacia las moradas siguientes. Vale aquí recordar la advertencia de San Agustín: " en la vida espiritual quien no adelanta, retrocede ".

Se preguntará alguno por qué habríamos de tornar atrás si, firmemente decididos, emprendimos nuestra marcha. Pues bien, por la sencilla razón que, alcanzadas las terceras moradas, las luchas interiores no cesan; muy por el contrario, se intensifican. Puede entonces, faltarnos fortaleza, no tanto la necesaria para luchar, cuanto la que se precisa para resistir largo tiempo. Hasta en la guerra se necesita a veces más fuerza para perseverar, soportar, apuntalar, aguantar que lanzar un ataque fulminante. Por lo demás, mientras permanecemos en esta condición mortal, cualquiera de nosotros, hasta el más santo, puede defeccionar y caer. ¡Perseverancia!

La Doctora de Ávila introduce su disertación sobre la tercera morada, proclamando que el gran ayudante de la Fortaleza es el santo T emor de Dios : " Bienaventurado el varón que teme al Señor ", porque ese es el que " sigue sus caminos ", esto es, camina y obra como hijo de Dios. No se trata de miedo a Dios (que nos apartaría de Él), sino del temor, la delicadeza, la vergüenza que nos da el tan siquiera pensar que podemos ofenderlo en su Amor por nosotros. Ese Amor que, a pesar de la conciencia de nuestra propia indignidad, nos hace saber quede quiere que subamos (y lo hace) a su intimidad, a su Mesa, a su trono. Él nos llama de continuo para que avancemos confiados, desde nuestra pequeñez, al estrecho abrazo de la comunión. Este Santo Temor -santa Vergüenza- se manifiesta en que, quienes han ingresado en las moradas terceras, " son muy deseosas de no ofender a Su Majestad, y aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia (son) amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, (son) muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de la casa las que las tienen " (III, cap. 1, 5).

Breve y claro perfil de quien va adelantado en su camino espiritual y es movido por la Fortaleza y el Santo Temor: pocas y sopesadas palabras, buen gobierno de la casa (esto es, no solamente del hogar, sino principalmente de sí mismo), discreción en el vestir y en el obrar, hechos materiales y espirituales de caridad, y sobre todo, mirada constante al corazón (de donde procede todo bien y todo mal del hombre), aborrecimiento de todo pecado, espíritu de penitencia, oración, recogimiento, deseoso como está de que se le abra " la puerta para entrar adonde está nuestro Rey por cuyos vasallos se tienen y lo son " (III, cap. 1, 6).

Pero las cosas no son sencillas para quienes buscan tener amistad con el Señor. No por nada se quejaba la santa con su gracejo español, reprochándole el modo de tratar a sus amigos -"¡ Si así tratas a tus amigos, con razón tienes tan pocos !"-. Y es que, en estas terceras moradas, quiere el buen Dios probar el acero, el temple de nuestro corazón, y no deja de hacerlo.

Tres son las pruebas más corrientes a las que son sometidos quienes han llegado hasta aquí. La primera, sequedad y aridez grande en la oración ; que parece que no podemos rezar, ni gusto ninguno hallamos en ello, no encontramos palabras. La segunda, recaída en alguna falta que creíamos haber superado ya . Nos explica Teresa que así pasa " porque muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria y aparta un poco su favor. ", de modo que cayendo en alguna falta pequeña podamos conocer mejor nuestra poquedad y Su misericordia, que en esto, "... aunque es falta, (es) muy gananciosa para la humildad " (III, cap. 2, 1). La tercera, no tolerar la humillación que Dios permite precisamente para que podamos hacernos más semejantes a su Hijo Jesucristo, que fue humillado hasta la muerte de Cruz.

Teniendo esto presente, durante este mes, intentemos practicar el consejo con que cierra Teresa las Terceras moradas, a saber: " Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas ", sin dejar de suplicar al Señor nos dé la gracia de verlas y de convertirnos de ellas cada día. ¡Con Perseverancia! ¡Con Fuerza y Santo Temor de Dios!

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