Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número:113 CUARTA Morada del castillo interior
"Para comenzar a hablar de las cuartas moradas, bien he menester lo que he hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle de aquí adelante hable por mí para decir algo de las que quedan, de manera que lo entendáis, porque comienzan a ser cosas sobrenaturales, y es dificultosísimo de dar a entender si Su Majestad no lo hace ." (Moradas IV, cap. 1, 1). Así introduce santa Teresa las cuartas moradas. Si tal hace ella, ¡cuánto más nosotros! Lo cierto es que nos hemos fijado una ardua tarea al intentar acercar la sublime doctrina espiritual de la Doctora de Ávila -que nosotros mismos apenas entendemos- a los feligreses de Madre Admirable. La dificultad radica en que se trata aquí de cosas tan luminosas, que nuestros ojos miopes no pueden verlas: se encandilan. Sólo quien ha sido elevado a las cuartas moradas -afirma Teresa- tiene ya ojos potentes, aptos para ver más claramente. El paralelo es inmejorable: quien ha permanecido mucho tiempo en un lugar tenebroso, no puede ver cuando sale a pleno día. La luz del sol lo ciega y todo lo ve negro. Análogamente, quien vive inmerso en las cosas de este mundo -su atención y deseos puestos en bienes efímeros- está a oscuras. Las realidades consistentes y divinas, siendo máximamente claras, le parecen sombrías. No las ve. En fin, que con la gracia de Dios y aprovechándonos de su infinita misericordia, en este mes dedicado justamente al Sagrado Corazón, intentaremos decir algo de algún provecho. Y aquí va lo primero, una buena noticia: que para llegar a estas moradas, si bien usualmente es necesario haber pasado un buen tiempo en las anteriores, "no es regla cierta, . porque da el Señor cuando quiere y como quiere y a quien quiere, como bienes suyos, que no hace agravio a nadie" (IV, cap. 1, 2) Explica nuestra Doctora que en estas moradas pocas veces hay faltas y no graves, aunque siempre haya tentaciones; que por nuestro bien y para preservarnos del orgullo, las permite el Señor. Pero, lo que caracteriza a estas moradas es que en ellas comienza el alma a gustar más de las cosas de Dios y experimenta "consuelos y ternuras en la oración o gustos" (IV, cap. 1, 4). Mas, como éstos bien pueden proceder de nuestro natural y no de Dios, Teresa nos enseña a "discernir espíritus", para saber cuándo un contento es de Dios y cuándo no lo es. Llama "contentos" a ese gozo que nace en nosotros cuando hemos alcanzado algo que deseábamos. Es un deleite connatural a la obtención de un bien, cualquiera que éste sea. Podemos experimentarlos a raíz de bienes puramente terrenales (ganar el bingo, recibir la visita de un viejo amigo, obtener un puesto, comprar un auto), más o menos nobles, o bien a raíz de una obra virtuosa (hacer justicia, realizar un acto valiente, rechazar un soborno). Son "contentos en la oración . los que nosotros adquirimos con nuestra meditación y peticiones a nuestro Señor, . nacen de la misma obra virtuosa que hacemos y parece a nuestro trabajo lo hemos ganado, y con razón nos da contento habernos empleado en cosas semejantes" (IV, cap. 1, 4). Estos contentos, dice nuestra santa, "ordinariamente parece aprietan un poco " el corazón. Por un lado, llegan como con batifondo, alborotando el ánimo, porque " los traemos con los pensamientos " en la oración (Cf. IV, cap. 2, 4); "algunas veces van envueltos con nuestras pasiones " y nos causan risas o llantos, o cosas semejantes (Cf. IV, cap. 2, 1 y 3). Por lo demás, pasan pronto y a menudo no dejan rastro. Los consuelos que da Dios, en cambio, se distinguen porque dilatan el corazón con una felicidad diferente, que sólo quien la ha experimentado puede entender (Cf. IV, cap. 1, 5 y 6). Llegan sin ruido y, sin embargo, son mucho más intensos. Como agua que brota de la tierra, "de su mismo nacimiento, que es Dios; y así. produce con grandísima paz y quietud y suavidad, de lo muy interior de nosotros mismos ." un deleite que no tiene parangón en este mundo (cap. 2, 4). Y es tal que, pasado el instante, no desaparece una como tibieza que inunda el alma, moviéndonos a amar más y más al Señor. Porque, en las moradas anteriores, bien nos está emplearnos en meditar y emplear pensamiento, memoria e imaginación para orar. Más, para quienes llegan a las cuartas moradas y comienza a transitar el tramo final, mucho más les rinde el amor. Estemos, pues advertidos que, "para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced " (IV, cap. 1, 7). No es tonta esta buena monja. Que, a renglón seguido, advierte a sus lectores que amar "no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéremos no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia católica" (IV, cap. 1, 7). Bien claro tiene esta Teresa, con verdad llamada "la Grande", que no puede decir que ama a Dios quien no ama a Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor, por Quien tenemos acceso al Padre, y a la Iglesia católica, verdadera Puerta del Cielo. Bien viene aquí recordar a Pablo, otro grande, quien decía sentirse urgido por la caridad a predicar a Cristo, para que no hubiese quien no lo conociese y, por ello mismo, no pudiese amarlo. La oración del que está en la cuarta morada es un estarse todo muy junto al Amado, amando y sabiéndose amado. Y por momentos, queda como suspendido de las cosas de este mundo, como ocurre a los enamorados cuando están juntos. Pero, de esto hablaremos en otra ocasión. Comenzamos a transitar ya el sexto mes del año. ¡Ya estamos en Junio! ¡Si al menos hubiera aprovechado en serio estos seis meses, 180 días! Quien advierta que sí lo hizo, que aproveche para dar gracias a Dios. Quienes no lo hicimos, no desesperemos, que en lo tocante a los bienes de arriba , nunca es tarde. ¡Ánimo, pues, que la misericordia del Señor permanece para siempre ! En Él confiemos, en Él pongamos nuestras esperanzas, en su Sagrado Corazón. |