Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número:115
AGOSTO, 2005

QUINTA Morada del Castillo interior

Hemos ya recorrido, durante este año, cuatro moradas del Castillo de la Vida Interior que nos describe Santa Teresas de Ávila. Llegados a Agosto, comenzamos la lectura de la quinta. A lo largo de tres capítulos, nuestra Maestra de Ávila nos enseñará cómo es la oración del alma que se une a Dios, a fin de que podamos reconocerla.

Hay en esta moradas tal gozo y deleite (Cf. V Cap. 1, 1) que bien puede parangonarse con la fiesta del Señor que marca el inicio del mes en curso: la Transfiguración. En efecto, tras el esfuerzo del ascenso al alto monte -a modo de imagen de la vía de purificación que se presenta en las moradas primeras y segundas-, la modorra se abate sobre los tres apóstoles y los adormece -bien podemos comparar este estado con aquellas sequedades que asaltan al alma en las terceras moradas-. Pero súbitamente, sin ruido y sin que nada hagan ellos, llega la iluminación que los sacude: Jesús, su Jesús, su Maestro, revestido de luz, resplandeciente, recibiendo el testimonio del Padre. Y los tres se postran en adoración -la oración contemplativa de la cuarta morada-. Entonces, Pedro exclama: "Señor, qué bien estamos aquí ." Y expresa su deseo de quedarse.

Sí, el gozo es inmenso. Pero Simón no sabe lo que dice: aún es necesario descender, encaminarse hacia la arena del combate, disponerse al despojo radical. Sólo entonces se estará en condiciones de ingresar definitivamente en el Seno amoroso de la Trinidad Santísima, ¡la séptima morada! no ya incoada, sino alcanzada para siempre.

Pero, vayamos a nuestra lectura de Santa Teresa. Buena cosa es para nosotros el que la Santa Doctora nos anime, diciendo que tiene bien sabido que a la mayoría de las almas que Lo buscan sinceramente y perseveran en la oración, en la docilidad a la gracia y el desapego de sí mismas, el Señor las conduce hasta estas quintas moradas (Cf. V Cap. 1, 1-2). Mas, tan grande intimidad, si bien es gracia (=don, regalo) no la da Dios si uno no pone de sí lo mejor, ".que para llegar aquí, hemos menester mucho mucho y no descuidarnos ni poco ni mucho; por eso .a pedir al Señor, que pues en alguna manera podemos gozar del Cielo en la tierra, que nos de su favor para que no quede por nuestra culpa, y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotros mismos." (V Cap. 1, 2)

"Fuerzas en el alma", esto es: buena voluntad, firme querer, perseverante intención. No hace falta otra cosa: ni salud ni demasiado tiempo, ni buena posición económica ni grande instrucción, ni juventud ni años de experiencia, ni tampoco, un estado de vida específico (como si se tratara de algo reservado a las monjitas de clausura). Cualquier bautizado puede y debe aspirar a esta intimidad con el Señor, pues no es otra cosa sino el resultado de su propia transfiguración en Cristo, a través del crecimiento y desenvolvimiento de la vida de la gracia que recibió en el Bautismo.

Pues bien, Dios da, a quien ha introducido en esta santa morada, sin que el propio sujeto lo sepa ni entienda cómo puede ser ni pueda por sí mismo procurarlo, una primera experiencia de los que será el éxtasis, la unión trasfiguradora con Él. Se trata, nos explica la Santa, de una oración de arrobamiento que deja las potencias como suspendidas, de modo que mal pueden ocuparse de las cosas de este mundo (entiéndase: no de continuo pues de lo contrario mal podría decirse que tal estado es para todo bautizado). ". como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios, que así es una muerte sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener." (V, Cap 1, 3) Es un redimensionar y poner en su justo lugar frente a Dios los deberes que debemos cumplir con amor en este mundo respecto de los nuestros.

Precisamente por esto, quien recién comienza a caminar estas quintas moradas, cuando recibe tal gracia de oración de unión, ". queda dudosa de qué fue aquello, si se le antojó, si estaba dormida, si fue dado por Dios, si se transfiguró el demonio en ángel de luz. Queda con mil sospechas y es bien que las tenga, porque aún el mismo natural nos puede engañar allí alguna vez " (Cap. 1, 5). De donde resulta que la primera gran lección para quien hasta aquí a llegado (y que nos viene bien a todos) es la desconfianza de nosotros mismo y la confianza en el buen Dios.

Porque en todo esto puede haber engaño. De allí que nos avisa nuestra Doctora que, allí donde se ama mucho hay unión del amante y el amado, y tal unión trae consigo deleite y gozo grande; por lo tanto, bien podemos experimentar un transporte en oración que no proviene de Dios , sino de otra unión, cuando es en nosotros mismos y en nuestras obras en lo que tenemos puesta nuestra complacencia (Cf. Cap 1, 6). Por eso, a fin de que podamos distinguir si nuestra oración es o no aquella de las quintas moradas, nos da Teresa una regla tradicional del discernimiento de espíritus , a saber: que gozo y "gozo" pueden distinguirse si se atiende al modo en que llega y a los efectos que deja en el corazón. Así, el que procede de Dios llega sin ruido y sin que podamos nosotros manejarlo, produce en un primer momento alguna turbación (pensemos en las palabras del evangelio de Lucas que nos dicen que María se turbó al oír 'esas palabras') y luego inflaman el alma con un deleite amoroso que permanece como paz y docilidad a la gracia y contento grande, cuando el momento pasa. Por el contrario, aquel viene del amor a lo que no es Dios (cuando no es amor de caridad, se entiende). Generalmente llega con ruido y aplauso y puede ser manejado por nosotros, y no causa temor ninguno, porque es a la medida de nuestra naturaleza, y pasado el momento, como mucho deja un buen recuerdo, mas también suele dejar el corazón vacío, cuando no, una amarga sensación.

Por lo demás, quienes han sido elevados a este grado de intimidad con Dios, quedan a salvo de las intrigas del enemigo, no por mérito propio sino por pura bondad del Señor. Teresa nos avisa que ". aquí, por agudas (menudas) que sean las lagartijas (o alimañas), no pueden entrar en esta morada; porque ni hay imaginación ni memoria, ni entendimiento que pueda impedir este bien, y osaré afirmar, si verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer daño " (Cap. 1, 5).

Podemos extraer de aquí otras reglas de discernimiento de espíritus: ¿tengo oración con deleite pero fallo a menudo en la caridad?. No estamos en las quintas moradas. ¿Nos sentimos transportados cuando estamos en la adoración al Santísimo Sacramento, pero la presencia de otro feligrés por quien no tenemos ninguna simpatía nos turba y nos saca de la oración? No nos engañemos, la nuestra no es oración de unión con Dios. ¿Prolongamos nuestras acciones de gracias pero somos incapaces de dominar nuestra lengua, siempre presta a decir algo en contra de alguien?. La nuestra no es oración dada por el Señor.

Puesto que nuestra esperanza es alcanzar aquella unión a la que ha sido elevada María, aprovechemos este mes de agosto con la Solemnidad de su Asunción para examinarnos y hacernos cada día más dóciles a la gracia de Dios, que quiere llevarnos a su Santa Morada.

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