Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número:117
OCTUBRE, 2005

SEXTA Morada del Castillo interior

Octubre. El año ya casi llega a su fin. Tanto al fin del año litúrgico, mediado Noviembre, con Cristo Rey, como al del año civil. Apenas un par de suspiros y estaremos despidiendo el 2005.

Pero, en nuestra parroquia, octubre tiene un sabor muy especial: siendo como es el mes de nuestras fiestas patronales, el mes de Madre Admirable. Entre nosotros algo así como la culminación de nuestras actividades parroquiales. Es en este mes cuando muchos de los esfuerzos realizados a lo largo del año, tanto por los sacerdotes, como los misioneros, los catequistas, los docentes de nuestra escuela, las familias vinculadas a la parroquia, alcanzan su fin -esto es, su coronamiento-. Porque como parroquia, como comunidad de fieles, nuestra vida específicamente cristiana se manifiesta y enriquece en los sacramentos y, en estos días, un nuevo grupo de hijos de Dios se acercarán por primera vez a recibir al Señor Jesús en la Eucaristía. Y también otros, que se han venido preparando para ello, recibirán, en la Confirmación, la fortaleza que viene de lo Alto y que los confirma en la Fe y en la Gracia recibidas en el Bautismo. Así como muchos tendrán su día de impulso y envión de últimas etapas a la santidad, en el sacramento de la Unción.

Octubre es, entonces, para nuestra comunidad parroquial, el mes del logro de metas casi últimas. Ya que la última, última, es la de llegar a la Visión de Dios, a la Vida imperecedera. Por eso, resulta sumamente adecuado que, en este mes, culminemos nuestro camino espiritual bajo la guía de Santa Teresa, escuchando lo que ella nos enseña acerca de las sextas moradas, las penúltimas, la antesala de la cámara del Rey, desde donde Él toma a quien hasta allí se ha dejado conducir, para introducirlo en Su intimidad.

Si difícil cosa fue hablar de las quintas moradas, ¡cuánto más de las presentes, desconocidas para la inmensa mayoría de los buenos católicos! Porque no llegan todos hasta tal grado de intimidad y docilidad a la gracia, sino sólo unos pocos, si bien a todos llama el Señor. Por eso, pocas serán las palabras del párroco en esta ocasión, y muchas las de Teresa, una de esas valientes mujeres que se animó a abandonarse al Amor que todo lo exige.

Inicia su descripción con las siguientes palabras, que nos dan la clave para descubrirla: "Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sextas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que (.), conforme a su estado, la pueda estorbar de esta soledad. Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar" (Cap 1, 1).

Prestemos atención a su aclaración: "cada uno conforme a su estado" , porque a esta unión con Dios está llamado todo bautizado, como dijimos. Y no es exclusiva de religiosos o de monjas de clausura. Bien puede tenerla un empresario o un estibador, una profesora de gimnasia o una ama de casa, un médico, un abogado, un plomero, una docente o una empleada doméstica. Tampoco importa la edad. De hecho, como claramente señala la carta a los Hebreos, es preciso procurar "la santidad, sin la cual nadie verá a Dios"; y esta unión con Dios, que hace que el alma queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que la pueda estorbar de esta soledad no es sino manifestación de ese estado que llamamos 'santidad'.

En segundo lugar, véase que tal estado es de profundo deseo: constantemente anhela 'tornar' a aquella visión sin vista que ligeramente brilló en su corazón en la morada anterior y que sólo resplandecerá en toda su belleza cuando finalmente ingrese en la séptima y última morada.

Porque, a pesar de los 'toques divinos', las 'heridas de amor', los 'ímpetus', los 'raptos y vuelos del espíritu', que habrá en esta sexta morada, ahora, muchos más serán "los trabajos interiores y exteriores que padece hasta que entre en la séptima" (Cap. 1,2). Entre otros, "las persecuciones e incomprensiones de los buenos" -mucho más dolorosas que las de los malos- y, sobre todo, "las ausencias de Dios". Que de todo ha de despojarse el corazón humano, aún de los consuelos divinos, si ha de volar en éxtasis hacia Él. Pero, para el alma animosa, todo ésto poco pesa en comparación con la esperanza de Gloria que alienta a quien hasta aquí ha llegado.

¿Cuántas veces, leyendo vidas de santos, nos amilanamos y pensamos que, si tanto hay que padecer, mejor es no ser santo? Pues sí, estas moradas sextas sumergen al hombre en la última y más profunda purificación, sin la cual no será posible la identificación total con Cristo, el ser 'semejantes a Él cuando lo veamos tal cual es'. De modo que muchas y variadas serán las penas y dificultades de este última estancia. Algunos místicos llaman a ésta "la noche del espíritu", porque la prueba es mucho más profunda: " porque la gracia -aunque no debe estar sin ella, pues con toda esta tormenta no ofende a Dios, ni le ofendería por cosa de la tierra- está tan escondida que ni aun una centella muy pequeña le parece no ve de que tiene amor de Dios, ni que le tuvo jamás ; porque si ha hecho algún bien (.), todo le parece cosa soñada y que fue su antojo: los pecados ve cierto que los hizo" (Cap 1, 11). Ésta es la razón más profunda del dolor que atormenta a quien se ha dejado introducir en la sexta morada, en la noche del espíritu: le parece que no ama a Dios, incluso, le puede parecer que no tiene fe -como se atormentaba Teresa del Niño Jesús en los últimos días de su enfermedad-. Los pecados ve cierto que los hizo : esto es también fuente de humildad y de mayor abandono en el Amor de Dios, a pesar de parecerle que está abandonado de su mano.

Mas no deja el Buen Dios del todo abandonado a quien así lucha y resiste, perseverando en la fe y en la gracia a pesar de tanta sequedad y desasosiego: ". que muchas veces estando la misma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto (.). Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina como ni quién la hirió; más bien conoce ser cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida . y es harta pena, aunque sabrosa y dulce." (Cap 2, 1).

Todos podríamos llegar a estas alturas si nos dispusiéramos convenientemente. "Oh, hermanos míos!, que no es nada lo que dejamos, ni es nada cuanto hacemos, ni cuanto pudiéramos hacer por un Dios que así se quiere comunicar a un gusano" (¿recuerdan el gusano de la quinta morada?). "Es burlería todo lo del mundo si no nos llega y ayuda a esto " (a hacernos santos) (Cap 4, 9). "Porque, aunque es verdad que son cosas que las da el Señor a quien quiere, si quisiéramos a Su Majestad como El nos quiere, a todos las daría. No está deseando otra cosa sino tener a quién dar " (Cap 4, 12).

En este mes de nuestra Madre Admirable, que sea Ella quien interceda por nosotros ante Su Hijo. Ella, que todo lo dio en la patena de su regazo, abrazando a su hijo muerto bajado de la cruz. "Dénosle -tal estado- la divina Majestad para que sólo pongamos los ojos en contentarle y nos olvidemos de nosotros mismos, como he dicho. Amén. Plega a Él que haya acertado a dar a entender lo que en esto he pretendido, y que sea de algún aviso para quien lo tuviere" .

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