Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 27
AGOSTO, 1997

15 de Agosto. LA ASUNCIÓN

Vivimos una época de tránsito -por no decir confusión- en múltiples materias, sobre todo morales y de costumbres, en las cuales es difícil guiarse por principios y hemos de recurrir constantemente a actos prudenciales para saber qué hacer. No tenemos claro cómo educar a nuestros hijos, cómo enfrentar las rupturas matrimoniales y situaciones irregulares de los nuestros, cómo proceder rectamente en los negocios, cómo distinguir "lo que hace todo el mundo" y lo que está realmente bien o mal frente a Dios y mi conciencia, cómo adecuarnos a ciertas modas sin caer ni en la procacidad ni en la mojigatería, cómo enjuiciar los actos sin faltar a la caridad respecto a las personas... No quisiéramos ser ni intolerantes ni laxos, ni rígidos ni permisivos, ni condenar intemperantemente ni ser bobamente indulgentes. Pero no llegamos a discernir siempre de que modo deberíamos proceder.

Y hay ciertas materias en donde el desconcierto toca zonas muy profundas y graves, no solo de la sociedad, sino también de la psique humana. Por ejemplo, ¿cuáles han de ser los respectivos papeles del varón y de la mujer en la sociedad? Modelos que eran válidos hace una o dos generaciones parece que hoy ya no caben. La mujer, columna del hogar, educadora de sus hijos, señora de ese pequeño mundo que era la casa de antes -no los minidepartamentos modernos- pareciera que tiende a desaparecer. El varón, dueño exclusivo de la oficina, de la fábrica, de la política -y ahora ni siquiera del ejército-, se ha eclipsado. Esto es tan así que parte del problema de la desocupación actual proviene del vuelco masivo de la mujer al mundo del trabajo e, incluso, la preferencia que encuentra en la opción de ciertos empleos. La informatización y automatización de la industria y la economía en general hace, que cada vez menos, la superior fuerza física del varón pese en la aptitud para los cargos y, -en lo que respecta a su intelecto, su capacidad de trabajo y sus cualidades de relación pública- la mujer no cede en nada al varón e, incluso, muchas veces lo supera

Nadie dirá que esto representa un retroceso. Y, además de la igualdad de los derechos, ¿quién no aplaudirá que, p. ej., en el mundo algo grosero de la economía se introduzcan la sensibilidad femenina y los instintos maternales de la mujer? Pero ¿se podrá decir lo mismo de otros mundos: el ejército -en papeles de combate-; o ciertos deportes como el box o el rugby...? ¿O es que, todavía en eso, los que reaccionan son nuestros ya caducos patrones de conducta...?

Ciertamente que hay muchas costumbres y hábitos atribuidos al sexo femenino que dependen de deformaciones culturales: piénsese en la poligamia, en la reducción de las mujeres al gineceo, en ciertos modos de actuar y de vestirse que imponen algunos fundamentalismos, en la circuncisión femenina en ciertos pueblos islámicos, en algunas costumbres africanas de hacer trabajar solo a la mujer... ¿Quién diría que esas son pautas naturales, surgidas de la misma esencia del varón o de la mujer? ¡Son aberraciones inhumanas impuestas, por ignorancia, al mal llamado sexo débil!

Pero tampoco parecería ser cierto el que todos los comportamientos dependen de la cultura. Si es verdad que nuestra educación forja en gran parte nuestra personalidad, todos sabemos cuánto de genético, de heredado, influye en nuestras idiosincrasias. Es evidente que toda la fisiología de la mujer -preparada desde las programaciones de nuestros antecesores los primates para tarea tan especializada como la gestación y el amamantamiento de la prole- ha de tener consecuencias -también heredadas- en su psicología. Los mismos neurólogos hablan del distinto desarrollo en el varón y la mujer de sus hemisferios cerebrales izquierdo y derecho. Y los fisiólogos apuntan que hasta la última célula de nuestro cuerpo lleva la marca, en sus cromosomas x e y, de nuestra masculinidad o femineidad.

En este orden de los sexos el confín estricto entre lo genético y lo adquirido es algo que todavía la ciencia no ha podido determinar. Pero ciertamente no podemos aceptar la concepción que quiere imponer, con intereses antinatalistas, en la sociedad actual, que los roles son cuestión de pura opción y, por ello, ya no habría que hablar de sexos sino de géneros . Cada cual -sea cual fuere su aspecto anatómico y su código genético- podría elegir entre distintos roles: heterosexuales, homosexuales o transexuales y, en cada uno de estos, el modo activo o pasivo de realizarlos, de tal manera que ya el sexo sería un concepto pasado de moda, pura 'construcción social', y habría que sustituirlo por la noción de género y la opción libre de "estilos de vida".

Pero en esto, además del sentido común y de las opiniones verdaderamente científicas, el cristiano no puede tener grandes dudas. No solo porque " varón y mujer Dios lo creó " (Gn 1, 27) sino porque varón y mujer seguirá siendo, y no otra cosa, en el Reino definitivo. De hecho eso es lo que nos dice el dogma que celebraremos en Agosto de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen. La plenitud de la Salvación se alcanza no solo cuando el varón, Jesús, logra la Resurrección y Ascensión, sino cuando lo consigue también la mujer, en María. Y así como Jesús lo hace como varón jugado y entregado a Dios y a los demás, María lo hace en esa misma entrega pero, específicamente, en su función de mujer y de madre.

La mujer podrá asumir, de acuerdo a su naturaleza, muchos papeles que antes estaban reservados al hombre -¡hasta los más inauditos, clonación de por medio!- e intercambiar con éste muchas funciones que también se reservaban antes a la sola mujer, empero habrá algo que el varón nunca podrá hacer: gestar y llevar en simbiosis vital durante nueve meses una nueva vida. Esa su función de madre le pertenece a la mujer en exclusiva, y aún cuando no la ejerza de hecho biológicamente, lo materno constituirá siempre en ella el hondón de su personalidad.

En todo caso, lo que ha sido asumido por la Ascensión y la Asunción es solamente lo viril y lo femenino, de ninguna manera cualquier deformación lastimosa de la naturaleza humana. Pero no solamente lo femenino y lo materno: ha sido asumida la dama, la señora, la mujer digna, proba, al servicio de Dios y de los demás.

Por eso, mujer, en cualquier puesto, profesión, papel o estado quieras asumir tu papel femenino, no te olvides nunca de tu condición de señora y de dama, hija de María, hermana y 'madre' (Mc 3, 35) del Señor.

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