Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 29
OCTUBRE, 1997

Mes de Madre Admirable

Hacia principios de Agosto tuve la gracia de poder celebrar la santa Misa, en Roma, en Trinità dei Monti, frente al fresco original de Madre Admirable, acompañado por la comunidad religiosa de las Esclavas del Sagrado Corazón en ese convento.

Todo allí es acorde aún con la simplicidad original del bellísimo retrato de nuestra Madre. Solo que lo que era un corredor abierto al gran patio central de la casa ha sido tapiado para formar una especie de alargada capilla. El altar, una sencilla mesa, está colocado de forma perpendicular al retrato de la Virgen de modo que el celebrante puede verlo delante, sobre la pared izquierda, y los asistentes lo miren a su derecha entre el altar y el primer banco.

Algunas lámparas que adornar el fresco apenas rompen la llaneza y simplicidad que emanan de la imagen, algo más reducida que la reproducción en óleo que veneramos a la entrada de nuestro templo.

La imagen es difícil de valorar desde el punto de vista artístico; sin embargo, nadie que la observe pude dejar de quedar prendado por la religiosidad que emana toda la figura. No es extraño: quien la dibujó no era estrictamente una profesional de la pintura sino una religiosa de fe profunda y de cándido amor a la santísima Virgen. Su obra trasunta esa fe y ese amor, y eso la hace enormemente valiosa, más allá de sus méritos artísticos. Hoy, que estamos acostumbrados a un arte que, por desligarse de la inspiración religiosa y de la ética, cae a veces en lo desagradable y en lo sórdido, es notable verificar como lo auténticamente religioso y bueno no puede dejar al mismo tiempo de ser bello. Esa atracción incluso estética que despertaba en quien la miraba el rostro ajado y lleno de arrugas de la Madre Teresa de Calcuta.

Ningún cosmético, ninguna cirugía estética, puede transformar la cara de un vicioso, de un perverso, de un envidioso, más allá de los cánones de la belleza fría de los dictadores de la moda. Siempre habrá algo allende la tersura de la piel o el dibujo en rímel de los ojos que delate la deformidad interior, el vacío del alma.

Y, al contrario, no hay arruga, ni quemadura, ni deformidad externa que sea capaz de ocultar la dulzura de un alma buena, la grandeza de un espíritu superior, la simpatía atractiva del santo.

Con el arte sucede algo parecido. Difícilmente la obra del artista no refleje de alguna manera, -en el tema, en el estilo, en la forma- las turbulencias o la paz de su interior, la desesperación o la esperanza, la fe o el escepticismo, la integridad del alma o su corruptela. Los fascinantes y a la vez simples y candorosos frescos de Fra Angélico en el convento de San Marcos de Florencia, hechos para edificación de sus hermanos frailes dominicos en lo oculto de sus celdas, hoy son visitados por miles y miles de turistas deseosos de apreciar su arte, pero nadie puede quedarse, después de verlos, frío en su análisis estético, porque son el reflejo de una belleza superior que mana de fuentes mucho más profundas que las del mero talento para el dibujo.

La Niña, hija de Joaquín y de Ana, que como estudiante en el Templo, al mismo tiempo que asume sus labores, ora, estudia y conserva su candor y su pureza -representado todo en el huso, el libro abierto sobre su costurero y el lirio-, refleja, en su ojos y sonrisa pensativos, el mundo interior sereno y rico que prepara en su alma el nacimiento de Jesús.

No por nada a Madre Admirable la consideramos sobre todo como la gran maestra de la vida interior. Esa vida interior que funda las auténticas personalidades y la verdadera libertad y que no es fácil hallar en medio del ruido, la falta de reflexión, el atolondramiento, la diversión, la masiva presencia en nuestras vidas de la propaganda, de la televisión, del ajetreo de los negocios, de la incitación a lo fácil, a lo puramente material, cuando no a lo grosero, a lo procaz, a lo indigno.

Mientras cada vez más el mundo de los medios y de lo 'social' nos impele a lo exterior y allí pone sus esfuerzos de lucimiento -lo cual es especialmente mordiente en el mundo de las mujeres- Madre Admirable nos llama a trabajar -en el silencio, la oración y el aprecio por las cosas verdaderamente valiosas- nuestro yo profundo, nuestro hombre interior, en libertad de pensamiento, en altura de miras, en espíritu de magnanimidad y de servicio, en decoro del alma, para que la estética de nuestro rostro no sea fruto del maquillaje artificial y la cirugía, sino trasunto de la belleza y serenidad de nuestro corazón, de la firmeza de nuestro ánimo, de la gracia de Dios que nos embarga, del optimismo siempre intrépido de nuestra Esperanza.

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