Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 30
NOVIEMBRE, 1997

Mes de MARÍA

El mes de Noviembre es el mes de las flores, el centro de la primavera. Ahora sí comenzamos a enterrar el frío del invierno y las lluvias. Nuestras plazas y jardines, verdes y coloridos, anuncian al sol del verano y a esas vacaciones que se aproximan y que tanto necesitamos, ¡y también a las fiestas navideñas y findeañeras que ya vemos cercanas!

Mes pues de esperanzas, como Mayo en el hemisferio septentrional.

Como la Iglesia ha asociado siempre con la Esperanza a la santísima Virgen María, el mes de Mayo, plena primavera, la estación de las flores, fue dedicado a Ella, ya desde Alfonso X, rey de España (1239-1284), en sus preciosas Cantigas de Sancta María. "Mes de Mayo", se llama una de las bellas encíclicas de Pablo VI dedicadas a la Madre de Dios.

Usar, para celebrar a María, el mes de Mayo, en el sur, pleno otoño, sería un despropósito. Por eso, en Latinoamérica, celebramos el "mes de María" en Noviembre, su correspondiente meridional. Lo aprovechamos para prepararnos a esa gran Fiesta de la Virgen que es la Solemnidad de la Inmaculada Concepción ; de tal modo que, estrictamente, el mes de María va del 8 de Noviembre al 7 de Diciembre.

En Noviembre conmemoramos, también, a "María, como Medianera de la Gracia" -el siete- y "La Presentación" -el veintiuno-.

Es sabido que todas las gracias sobrenaturales capaces de llevar a la salvación y a la santidad a todos los hombres del mundo fluyen del Cristo Resucitado, nacido de la santísima Virgen María. Y todos sabemos que, si esas gracias las mereció el Señor en su libre aceptación de la voluntad del Padre llevada al extremo de la cruz, ellas jamás hubieran podido llegar a nosotros de no mediar la aceptación previa, plenamente libre, de la maternidad divina por parte de María. Absolutamente todas y cada una de las gracias que Cristo dona a los cristianos han pasado por el " " de María, el maravilloso " hágase en mi según tu Palabra ", ya asumido desde su Presentación, que pronuncia llena de amor a Dios y a nosotros en el denso instante de la Anunciación, prolongado en la aceptación de su maternidad espiritual al pie de la Cruz.

Ni una solo gracia deja de pasar por el "sí" de María. Como no hay ningún fruto que no haya sido antes flor. Ni sol radiante del verano que no haya sido preanunciado por la primavera.

María es nuestra primavera, ella es la flor más perfecta del jardín de Dios, el alba que anuncia el día. Aún en los momentos más duros de la vida, cuando parece que no hay respuesta de Dios, cuando nuestra fe tambalea, o cuando sumidos en el pecado no nos atrevemos a alzar los ojos al Señor, si nos queda un resto de fe, un esbozo de arrepentimiento o de dolor por nuestros extravíos, la presencia de María, de nuestra dulce Madre, es capaz de abrirnos el atisbo de esperanza, de confianza, de consuelo, capaz de hender finalmente nuestros corazones para Dios.

Lo último que pierden los pueblos descristianizados, aunque ya no crean en los curas, o en la Iglesia, o aún en Dios, es ese instinto de ternura, de respeto al menos, hacia María. Y mientras eso todavía permanezca, aún hay esperanzas; porque toda la gloria de María, su sublime misión, es conducirnos al Corazón sagrado de su divino Hijo, Jesús y, si nos tomamos aunque más no sea del borde de su manto, a Él nos llevará.

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