Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 69
JUNIO, 2001

EL ESPÍRITU SANTO Y LA MISIÓN

Que la Santa Sede haya tenido que recordarnos a los católicos que la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica ( Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración "Dominus Iesus", Sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia , 6 de Agosto de 2000); que sólo es y se llama con verdad “Iglesia” aquella que -en los diversos ritos: romano y orientales- conserva los sacramentos del Orden Sagrado y la Eucaristía válidamente constituidos, sin interrupción de la tradición apostólica (1); que sólo ella es Sacramento de Salvación, pues toda gracia desciende del Padre mediante Jesucristo en Su Iglesia, que es su Cuerpo Místico y que, por lo tanto, sigue siendo urgente y primario predicar el Evangelio, como Buena Nueva de la redención operada en y por Cristo, es algo que debería dejarnos perplejos: ¿acaso no es lo que siempre se ha dicho, lo que nos transmitieron los apóstoles, lo que enseñaron los Padres de la Iglesia, los santos y los doctores de todos los tiempos y el Magisterio auténtico?.

No obstante, muchos son los que han considerado “duro” e, incluso, algo “intolerante” este documento, pues fieles a su religión democrática, postulan la libertad de conciencia y de convicción como uno de los derechos humanos básicos; libertad que entienden como una absoluta indiferencia tanto ante la verdad como ante el error, de modo que no se trata de estar obligado a buscar la verdad -como reafirma el Concilio Vaticano II - y, una vez hallada, adherirse a ella, sino que cada uno puede elegir según le plazca creer o no creer, creer ésto o aquello, y aun, optar por una posición antirreligiosa.

Baste referirnos al absurdo conflicto surgido en Catamarca respecto del derecho a la educación católica en las escuelas.

En este contexto, un malentendido “ecumenismo” ha ido minando las bases de la catolicidad (esto es, de la universalidad del mensaje salvífico y de la Iglesia); una tolerancia que en realidad es falta de caridad, ha acallado las voces de los misioneros y predicadores y, en nombre de una pacífica convivencia, nos hemos olvidado de confesar a Cristo, el único Mediador entre Dios y los hombres . En estos términos lo lamentaba en su Encíclica sobre las misiones, " Redemptoris missio ", Juan Pablo II .

Verdad es que “ Dios quiere que todos los hombres se salven...” , según el designio primero de su acto creador. Pero, ni puede cercenarse el texto (que agrega: “... y lleguen al conocimiento de la Verdad. ”, con lo cual, la adhesión a la Verdad es condición para la salvación; I Tm 2, 3), ni sacarlo del contexto más amplio de toda la Revelación. Así resulta claro que, si bien Dios nos ha creado para hacernos partícipes de Su misma Vida Divina, no podemos afirmar alegremente que, de hecho, todos los hombres se salvarán (recordemos que también fue motivo de escándalo para muchos el que el Santo Padre hablara, el año pasado, de la condenación eterna).

Ya pasaron los tiempos antiguos, en los que Dios “ permitió que todas las naciones siguieran su camino ”, para que Lo buscasen y, siquiera a tientas, Lo encontrasen (cf. Hch 14, 16; 17, 27). En la plenitud de los tiempos se ha manifestado el designio salvífico de Dios en Cristo, en Quien “ nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuéramos santos e irreprochables ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo” (Ef 1, 4-5). Esta es la razón del mandato postrero del Señor: “ Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... el que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará ” (cf. Mt 28,19-20 y Mc 16,16).

Id : es la misión , el envío. Como Él fue enviado por el Padre, así ahora nos envía a nosotros quienes, por el bautismo participamos de su misión profética. Por el bautismo , no sólo por el Orden Sagrado; por eso, el mandato del Señor se dirige a todos los fieles cristianos y no solamente a sacerdotes y consagrados.

Enseñad y bautizad: es el contenido de la misión . Predicar, anunciar a Jesucristo y bautizar a quienes deseen adherirse a Él. Para eso hemos recibido el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, que da testimonio de Él: para ser sus testigos por toda la tierra.

El que crea y se bautice se salvará: ¡si tomáramos conciencia de lo que ésto significa!. Dios quiere que todos los hombres se salven, pero no de cualquier modo, no por cualquier camino, no invocando a cualquiera, sino adhiriéndose a Aquel que es la Verdad. Tendríamos que preguntarnos con San Pablo: “ pero, ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído?. Y, ¿cómo creerán si no han oído hablar de Él?. Y, ¿cómo oirán si nadie les predica?... ” (Rm 10, 14-15).

Quiera Dios que recibamos con corazón dispuesto al Espíritu Santo, que nos constituye en misioneros y nos envía a predicar, y que experimentemos como Pablo cómo la caridad nos apremia a anunciar al Señor, a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella, vencidos falsos respetos humanos, para que sean muchos los que lleguen al conocimiento de la Verdad y a ella se adhieran. Nuestra Madre Admirable impetre para nosotros esta gracia en Pentecostés .

1. - En la línea de la enseñanza tradicional de la Iglesia, la Declaración reconoce también el nombre de “Iglesia” a las ortodoxas orientales que han conservado la fe de los primeros siete Concilios Ecuménicos y los sacramentos válidos, aun cuando no admitan el Primado del Romano Pontífice. Todo lo demás (luteranos, anglicanos, evangelistas, metodistas, etc.) es “comunidad eclesial”, no “iglesia”.

 

Menú ...... Inicio