Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 73
Octubre, 2001

OCTUBRE

Un antiguo poeta escribía: Si quieres ser amado, sé amable. Dejando de lado el contexto y la intención de Ovidio, es verdad que en esta vida, quien desee ser objeto del buen amor de los otros (y no hay uno sólo que no lo quiera), debe comenzar por hacerse pasible de tal afecto, esto es, ser amable -en el sentido estricto del término-. No obstante, muchos en su afán de conseguir amor e incluso de darlo (a su manera), con sus reclamos interminables, sus actitudes de víctima, sus pretensiones, sus exigencias, terminan haciéndose objeto de compasión, cuando no, lisa y llanamente de aborrecimiento. Agobian con su “amor” pegajoso, celoso, quisquilloso, devorador... “ Need love ”, al decir de C. S. Lewis. Porque, todo amor humano, por puro que crea ser, librado a sí mismo, a las débiles fuerzas de nuestra naturaleza herida, termina muriendo o convirtiéndose en un demonio, un “mal espíritu”.

Tendríamos que corregir la frase de Ovidio, dándole otro sentido al término “amor,” con aquella de San Francisco: Señor, ... que no busque tanto ser amado, como amar ... , sabiendo que, en el lenguaje del santo de Asís, amor es caridad , y caridad es la participación del hombre en el Amor increado que es Dios mismo , ya que “ Dios es Amor” (I Jn 4, 8b) . El secreto para ser amado, entonces, estaría no tanto en “hacerse amable” como en “hacerse amor”, esto es, donación, entrega – “gift love”, al decir del mismo Lewis-, aceptación del otro, me guste o me disguste, sea mi amigo o mi enemigo, inteligente o tonto, rico o pobre, culto o inculto, “ sin hacer acepción de personas” (Rm 2, 11) como no la hace Dios. Porque, como sabiamente dice la Escritura Santa: “ lo que cada uno siembre, eso cosechará” (Gal 6, 7b) ; o la sabiduría popular: “ El que siembra vientos, recoge tempestades”.

Claro que un amor así no es humano. No es tampoco “anti” ni “inhumano”, sino simplemente sobrehumano, sobrenatural . Y nadie puede alcanzarlo por sí mismo, ni con su pobre esfuerzo, porque “ no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia” (Rm 9, 16).

Volvamos al principio. Si alguien quiere ser amado, que se haga amable, y el mejor modo de hacerse amable, es hacerse amor, entrega generosa e incondicionada, sin reclamos ni espera de reconocimiento. Vale. Pero, ¿y frente a Dios?. ¿También para ser amado por Él tengo necesidad de hacerme amable?, más aún, ¿de hacerme amor que da sin esperar recibir?. Parecería que sí; mas, ¿qué puedo darle a Él que de Él no lo haya recibido?. Si soy de esas personas que gustan decir que “no le deben nada a nadie, que se han hecho solas, que nadie les ha dado nunca una mano, que lo que tienen lo han obtenido con su sólo esfuerzo y mérito, etc.”, quizás pueda engañarme por un tiempo y pensar que tampoco a Dios debo nada. Pero, basta que piense un instante y con sinceridad, para darme cuenta de que todo, tanto en el orden natural -la vida, la salud mejor o peor, los pocos o muchos talentos, las oportunidades...- como en el sobrenatural -la gracia, la fe, la posibilidad de la salvación, la perseverancia en el bien, los buenos propósitos, ...- lo he recibido de Él, gratuitamente (cf. I Cor 4, 7).

Porque, “ cuando aún éramos pecadores, envió Dios a su Hijo” (cf. Rm 5, 6-8; I Jn 4, 9) , para rescatarnos del pecado y de la muerte eterna. No nos amó porque nosotros lo hayamos amado primero, sino que Él nos amó primero (I Jn 4, 18) -es decir, antes que existiera ningún derecho o mérito de nuestra parte- y nos dio la vida y con ella, una puerta abierta a incontables bienes. Y, ni siquiera se quedó en eso, sino que además nos dio a Su Hijo (cf Rm 8, 32) , en quien hemos sido hechos hijos adoptivos Suyos por el amor, partícipes de Su misma Vida divina (cf. Rm 6, 4b; I Jn 4, 11).

Pues bien, todo esto quiso hacerlo por mediación de María Santísima .

El mes de Octubre, que tanto significado tiene para nuestra parroquia -pues el 20 celebramos a María bajo la advocación de Madre Admirable- ha sido tradicionalmente en la Iglesia, durante siglos, un tiempo dedicado a recordar a la Virgen precisamente en su Maternidad Divina , ya que el 11 de Octubre del año 431, se declaró solemnemente en Éfeso este dogma de nuestra Fe: “María es verdaderamente Madre de Dios”; o como llaman en Méjico a la Guadalupana: “ Madre del Verdadero Dios, por quien se vive”.

Su Hijo y Ella, al que está inseparablemente unida, son el rostro visible de ese Amor infinito que es Dios; Amor que nos ama no porque nosotros seamos amables, ni buenos, ni merecedores, sino sólo porque Él es el único Bueno y la fuente de todo bien. Así lo ha visto y comprendido el pueblo cristiano a lo largo de los siglos, acudiendo a María con una confianza inmensa. Sólo en Octubre la veneramos bajo tres advocaciones que nos hablan de esa fe y de esa confianza: Ntra. Sra. del Rosario (7): la Virgen de las Victorias, la Vencedora del Islam en Lepanto; Ntra. Sra. del Pilar (12): la Reina de España, la Señora de la Reconquista contra los moros; y Ntra. Sra. de Fátima , en su última aparición (13), la Abanderada de la lucha contra el comunismo ateo.

Podríamos tomar para nosotros el consejo que Pemán pone en boca de San Ignacio de Loyola: Cada mañana tendrás con la Señora, algún tierno coloquio, donde le digas esos dolores secretos que a la Madre se le dicen, que no al Padre, que por ser Padre, da más respeto (“El Divino Impaciente”). ¿No sabemos, acaso, que no necesitamos presentarnos ante Ella con la pulcritud que la dignidad del Padre exigiría? Acudamos, entonces, con la seguridad del niño que sabe que su madre puede estrecharlo contra su corazón, curar sus heridas, lavarlo, ponerle ropa limpia y, cuando esté suficientemente recuperado... reconvenirlo tiernamente. Porque también eso es para el bien del hijo. Que no ama bien ni educa el que no sabe corregir con mansedumbre, firmeza y suavidad.

Aquí está nuestra Madre Admirable, tan nuestra como de Jesús. Lleguémonos a Ella en éste, su mes, con la sencillez del niño y la confianza del publicano.

 

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