Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 80 JUNIO El mes de Junio está consagrado al “Sagrado Corazón de Jesús”. Algunas de sus imágenes, de dudoso buen gusto –enruladas, de rasgos casi femeninos, dulzones, poco artísticas...- no ayudan a determinar el significado exacto de esta devoción. Se la asocia a un vago sentimiento amoroso que, en el mejor de los casos, puede entenderse como bonhomía; pero, difícilmente, se lo relacione con lo que en verdad simboliza: el Ágape (en su significado original griego) de Dios, su Xáris (Cáritas / Gratia) que es Su mismo Ser y Vida Intratrinitaria, misteriosa, y de la cual Él, gratuitamente, hace partícipe al bautizado que vive en comunión plena con la Iglesia. Hoy más que nunca es preciso repetir una y otra vez la sana doctrina en este punto: no todo hombre, no cualquier ‘bautizado' recibe o posee esta participación real de la vida Divina que llamamos gracia santificante. La infusión de esta nueva vida obtenida gratuitamente ( por pura gracia , como dice el Apóstol), vida sobrenatural (esto es, por encima de la naturaleza humana) más allá de lo que el hombre puede alcanzar por sus propias fuerzas, hace al hombre una nueva creatura , a semejanza de Jesucristo. Lo constituye en un nuevo orden del ser como hijo de Dios, llamado a alcanzar la Visión Beatífica, e.d., el “Cielo” (Cf. Rm 6, 3; 8,17;Col 3,9). Pero, recibir este don supone, de una manera u otra, necesariamente y en primer lugar, el bautismo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Cf. Mt 28,19; Mc 16,16) pero también, en segundo lugar, normalmente, a menos que medie ignorancia invencible, la comunión plena con la Iglesia que implica la confesión íntegra de la Fe Católica, unida a la recepción de los sacramentos y a la relación jerárquica . Este don o regalo que es la Gracia, Dios lo da a quien quiere y porque quiere, sin que nada lo obligue a ello, sin que haya por parte del hombre nada que lo exija ni que, por lo tanto, lo ubique en el plano de la justicia. Este don es la manifestación más excelente del Amor de Dios, de su Cáritas , que es Él mismo, el cual se comunica y difunde porque así Él lo desea. Claramente lo vio San Pablo, quien escribe a los romanos que Dios justifica a quien elige, sin que esta elección implique injusticia de su parte, porque “ no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia ” (Rom 9, 16). Así, por pura gracia hemos sido salvados por la fe, y esto no viene de nosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe ; no obstante, exige que obremos y vivamos conforme con esa nueva vida, pues somos creados en Cristo para hacer buenas obras (Cf. Ef 2, 8-10). Quien vive en gracia, como se suele decir, posee en sí una vida distinta y superior a aquella meramente biológica. Sin dejar de ser él, una persona concreta y singular, pasa a ser miembro del “ Viviente ” (Ap 1, 18), de su Cuerpo Místico que es la Iglesia (Cf. I Cor 12, 13.14.27). En el pasado mayo, durante el tiempo pascual, hemos centrado nuestra atención precisamente en esta realidad mistérica de la Iglesia, a la vez humano-natural y divino-sobrenatural. Y porque la Iglesia no es una mera institución sino el Cuerpo (Místico) del mismo Jesucristo, es algo que vive y obra, manifestando su naturaleza y vitalidad en su modo de obrar. Esto cabe no sólo respecto de la Jerarquía eclesiástica o de otras instituciones (colegios, organismos parroquiales, congregaciones religiosas, etc.), sino de cada bautizado, sea clérigo, religioso o laico, soltero, casado, viudo o separado, niño, adolescente, adulto o anciano. Recordemos que “ No hay distinción entre judío o griego, varón o mujer, libre o esclavo, sino que todos somos UNO en Cristo Jesús (cf. Gal 3, 26-28) y, por lo tanto, desde esa unidad misteriosa pero real, nuestro obrar personal debe ser e identificarse con el de Jesucristo. Si reflexionamos unos instantes, nos daremos cuenta de que percibimos que una cosa vive cuando observamos en ella algún tipo de movimiento, procedente de algún principio intrínseco de la cosa. De una piedra que cae no decimos que “vive” aunque la veamos moverse, puesto que sabemos que la mueven principios extrínsecos, como la ley de la gravedad; en cambio, podemos distinguir entre un animal dormido y uno recién muerto porque vemos u oímos que el primero respira (y la respiración no es causada por algo externo, sino que procede del mismo sujeto que respira). Así, la vida se conoce por el movimiento , como afirmó el viejo Aristóteles. Pues bien, también la vida de la Iglesia se conoce por su obrar (que es cierto movimiento), el cual debe ser específicamente distinto de aquel de cualquier otro tipo de organismo, puesto que se trata de una realidad completamente divina. No existe nada, fuera de Jesucristo, nuestro Señor, que sea a la vez divino y humano. Y la Iglesia no es algo “fuera” de Cristo, sino el mismo Cristo Total, Cabeza y Cuerpo Místico. Por ello, necesariamente su obrar debe ser el de Jesús, de modo que viéndola obrar, podamos conocer su realidad. Esto nos lleva necesariamente a hablar de la Caridad, del amor teologal infundido por Dios en los bautizados y que es participación de Su propio Ser, puesto que Dios es amor (I Jn 4, 8b). De allí que el cristiano deba distinguirse del que no lo es por su vida, por su conducta, que implica pensamiento y querer ordenados por Dios, en Dios y hacia Dios. De nosotros debe poder decirse con verdad aquello de a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor (II Cor 3, 18), de modo que también podamos afirmar que quien nos ve, ve al Padre (Cf. Jn 14,9b). Porque, eso y no otra cosa hace la gracia en nosotros: nos hace semejantes al Padre por Jesucristo y en Jesucristo. Y, si semejantes ( santos como Él es Santo ), también transfigurados por el Amor. No se cansaba el Discípulo Amado de repetir esta exhortación a sus feligreses: El que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo (Cf. I Jn 2, 5.6; nada mejor, durante este mes del Sagrado Corazón que leer atentamente la primera Carta de San Juan). También San Pablo pone de relieve que en esto –en el amar- está el meollo de la vida cristiana y su originalidad, pues no se trata simplemente de una virtud, sino que es la expresión por antonomasia de nuestro nuevo ser, recreado en Cristo como hijos de Dios. (Cf. I Cor 13). Sólo una última aclaración; la palabra griega xáris, empleada para designar a la gracia -raíz, también, de la palabra “caridad”- significa etimológicamente “ luz, brillo, esplendor”, y se asocia precisamente por eso con la alegría (que, en griego, tiene la misma raíz xar ). Así, la gracia-caridad es algo que embellece , que da un brillo particular, a quien lo recibe. Y, lo recibe gratuitamente (continúa presente la misma raíz), siendo para él causa de alegría. Hoy, cuando al gris propio del invierno se suma toda la gama de grises de la realidad sociopolítica, cultural y económica, argentina y mundial, sea la gracia recibida gratuitamente y actualizada en nuestra vida por la caridad, el motivo de la verdadera alegría y de la paz que nos regala Jesucristo, el Sagrado Corazón, asociado al Inmaculado Corazón de nuestra Admirable Madre.
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