Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 90 ¡AlÉgrate Reina del Cielo! Durante el tiempo pascual, la Iglesia recita varias veces al día una antífona en honor de María: "Regina Coeli" . Breve oración, casi una letanía, en la que la Madre de Dios es honrada con el título de "Reina de los Cielos" y reemplaza a aquella del Angelus , que se reza el resto del año. En ambas plegarias, el nombre de la oración está tomado de sus primeras palabras. Así, la propia de este tiempo dice: Reina del Cielo, alégrate, aleluya ) . El Á ngelus comienza, en cambio, recordando la buena nueva que El Ángel del Señor anunció a María ( Angelus Domini nuntiavit Maria ). De antigua data es esta catoliquísima costumbre de saludar a Santa María tres veces al día, deteniendo brevemente toda actividad. Su recitación jalonaba el día del cristiano al compás de las campanas de iglesias y capillas, que, todas al mismo tiempo, recordaban a los creyentes el momento de la pausa, de abrir sus pensamientos y su corazón a Dios, mediante la Virgen. El primer repique, al despuntar el sol, indicaba la hora de comenzar la jornada; el segundo, la pausa indispensable del mediodía y, al caer de la tarde, el último, el término del trabajo cotidiano, la hora de dejar las labores para recogerse en casa. A lo largo del año, y de sus días, repitiendo esas palabras, el cristiano evocaba que, por Cristo, el Hijo bendito de la Virgen , había llegado a nosotros la verdadera alegría. No la pasajera que pueda, no tan frecuentemente, vivir el hombre en este mundo perecedero. Nada puede construir el hombre, librado a sí mismo, que sea permanente. Y, aún sin tener en cuenta el tiempo que todo lo barre, más bien, parece crónicamente inclinado a destruir sus propios logros. El mundo, privado de Dios y de Su Gracia, no es sino un "valle de lágrimas" o, al menos, un "valle que siempre termina en lágrimas". (O, peor aún, a veces, en infierno). De ese estado nos rescató Cristo con su Pasión, Muerte y Resurrección. Eso es lo que se actualiza místicamente en la alegría de la Pascua , la Fiesta por excelencia, el culmen gozoso de nuestra Fe católica. Eso es lo que celebramos en cada Domingo , en cada Misa . Aquella alegría que nos fuera anunciada en la Encarnación y reiterada con mayor fuerza en la Natividad , toma cuerpo en el Resucitado. No es simplemente un deseo. Es una realidad. No es sólo un ideal. Es una Persona: el Señor glorificado, resplandeciente en su humanidad transfigurada. "¡No es un fantasma!" Es el Hombre nuevo, el verdadero Adán " hecho como uno de Nosotros " (cf. Gn 1, 22), que se presenta en medio de la reunión de los apóstoles, tendiéndoles las manos y mostrándoles su costado traspasado, tomando asiento entre ellos y compartiendo con ellos la comida. Para que 'vean y crean'; para que 'creyendo, den testimonio', y dando testimonio, prediquen a los cuatro vientos que " Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos dio vida por Cristo, y nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús " (Ef 2, 4-6), ya desde ahora, en esperanza. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha hecho suyas las palabras de los primeros testigos: " Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de vida ... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos a vosotros... "(I Jn 1, 1.3a) ¿Para qué este anuncio? ¿Para qué esta Buena Nueva? ¡" para que vuestro gozo sea colmado "(I Jn 1, 4)! He aquí una piedra de toque, una regla para medir cómo es nuestra Fe: el gozo, la alegría perfecta, la beatitud iniciada, aun en medio de las dificultades de esta vida. Uno de los signos característicos del auténtico cristiano es su alegría. Puede estar sujeto a multitud de pruebas; sin embargo, el fondo de su corazón está sereno, pacificado por la presencia salvífica del Señor, que lo colma de júbilo, inmerso en la misericordia de Dios. Desde ese remanso interior puede pilotear toda su vida, dirigir sus actos, señorear sobre las circunstancias, tanto las adversas como las benéficas, gobernar sus apetitos, encauzar sus pasiones ... y, si los comete, pedir perdón por sus pecados. María, "causa de nuestra alegría", la apoda, entre tantas otras invocaciones, la Iglesia. En este mes que comenzamos, la Iglesia nos regala con varias fiestas de nuestra Admirable Madre. Aprovechémoslas para reavivar nuestro amor hacia Ella recuperando la antigua oración - "Regina coeli", "Angelus"-que nos pone en Su presencia a lo largo del día y, también, en comunión con tantos hermanos nuestros que la rezan al mismo tiempo, tres veces por día. Y pidámosle que nos alcance del Señor, Hijo suyo y Hermano nuestro, ese gozo perfecto que brota del sabernos hijos de Dios, herederos del Cielo, rescatados por la Sangre redentora del Cordero, para que esta alegría nuestra -la única que el mundo no nos puede arrebatar- sea testimonio de que Cristo ha resucitado. |