Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número:99 CUARESMA
Febrero se lleva los últimos vestigios de vacaciones, obligándonos a retomar de lleno las actividades cotidianas; y nos deja como tarea para este mes de marzo la conversión, propia del tiempo de Cuaresma . El morado vuelve a cubrir sacerdote, cáliz y ambón, recordándonos el carácter penitencial de este tiempo. Las cenizas que nos fueron impuestas el pasado miércoles iban acompañadas de la antigua admonición: "Recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás". Recuerda, hombre, nos dice, que por tu sola naturaleza no eres más que carne mortal y la muerte es tu final. Mas, esta advertencia no se nos hace para infundirnos temor, sino para liberar nuestro corazón que está pegado al polvo (Salmo 119, 25). El espíritu de la Cuaresma no es ni pesimista ni negativo; por el contrario, la auténtica penitencia nos infunde un ánimo recio, sereno y esperanzado, firmemente fundado en la misericordia infinita del Padre Eterno. Él es quien nos invita a cambiar nuestra mente ( metánoia es la voz griega que traducimos por "conversión" y que literalmente significa "mudar de pensamiento " ), nuestro modo carnal, mortal, mundano, "cegatón", de ver las cosas y a nosotros mismos, para recibir de Él " ojos que vean, oídos que escuchen y un corazón que entienda" (Deut 23, 3). Por eso, el llamado de la Cuaresma suele hacerse con otra exhortación -también empleada en el rito de la imposición de las cenizas-: "Conviértete y cree en el Evangelio". Acogiendo en nosotros la Buena Nueva de la Salvación -el Evangelio- recibiendo la Palabra de Dios, nos es dado el participar de su Vida y, de este modo, trascender nuestra condición natural destinada a la muerte. ¿Cómo, con qué disposición, recibir el anuncio evangélico? ¿De qué modo disponernos a escuchar la Palabra de Dios -que es Dios- para que eche raíces en nosotros y de frutos de vida eterna? Contemplemos largamente a María Santísima y conoceremos la respuesta. El primer vitral de la derecha de nuestro templo de Madre Admirable nos la muestra recibiendo el mensaje divino de la Encarnación. A modo de un icono, esa ventana nos invita a hacernos espectadores-orantes del instante supremo en el que el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros. La palabra llega a la Virgen desde los Cielos, "Alégrate, Llena de Gracia, el Señor es contigo", y la arrebata. También para nosotros el llamado a la conversión debe estar lleno de resonancias de alegría: se nos invita a morir a nosotros mismos, a cuanto hay de perecedero y oscuro en nosotros, a fin de disponer de "espacio" para albergar la Vida que se nos quiere comunicar, toda ella luz. La solemnidad de la Anunciación a María , que celebramos el 25 de marzo, es una pequeña Navidad en el corazón de la Cuaresma , un resplandor de gozo en el corazón del tiempo penitencial. Volvamos nuestros ojos a María. Ella no necesita vaciarse de sí misma: todo su ser está consciente y libremente puesto y entregado en la Manos del Altísimo. Pensada desde toda la eternidad, preparada desde el instante mismo de su concepción, la Virgen es ya "llena de Gracia", y lo será aún más desde el momento en que el Verbo tome posesión de su seno. La vemos toda blanca, luminosa, resplandeciente, trasfigurada, permitiéndonos contemplar como en un espejo la Gloria de Dios que alborea sobre ella y la hace suya. Su cuerpo recogido y sus brazos extendidos nos hablan de su disposición interior: "He aquí la esclava del Señor; que se cumpla en mí tu palabra" . La servidora, la pequeña doncella de Nazareth, presta su cuerpo y su sangre al misterio incomprensible de la Unión Hipostática : Dios asume nuestra naturaleza humana, uniéndola a su naturaleza divina en la Persona del Verbo. La Palabra desciende y la Virgen asciende. El Verbo se anonada y, en su abajamiento, eleva a su Madre más allá de lo que ninguna creatura puede siquiera imaginar. El Hijo del Padre eterno, engendrado antes de los siglos, se hace hijo de Adán, hijo de Abrahán, hijo de David , en las entrañas de María; y la doncella nacida en el tiempo, comienza a ser Madre de Dios. Más abajo, en colores contrastantes, San José trabaja sumido en sus pensamientos. La "noche oscura" hace su tarea de purificación en el corazón del varón elegido -también desde toda la eternidad- para ser esposo y padre de la Virgen y de su Hijo. No sabe, no entiende, no ha recibido aún ninguna luz, ninguna palabra. Aún así, persevera en la fe en medio de tanta duda y Dios hace su labor en él. Todo aquel que quiera vivir en gracia y por la gracia, tendrá que pasar, tarde o temprano, estas purificaciones -las llamadas "noches"- del sentido y de la inteligencia. No podemos crecer en nuestra condición de hijos de Dios, también nosotros "en sabiduría, edad y gracia", si no aprendemos a perseverar en la fe cuando todo nos plantea dudas; a vivir en la esperanza, cuando todo conspira contra ella; a cultivar la caridad cuanto menos amable se nos antojen nuestros prójimos. Con José y nuestra Madre Admirable recorramos, esta Cuaresma de 2004, este camino de purificación y conversión, que es muerte con Cristo, a fin de que con Él resucitemos en Pascua. |