Sermones de LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996.Ciclo A

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ   

Evangelio según san Mateo Mt 2,13-15. 19-23 
Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo.

SERMÓN

A comienzos del siglo primero, el geógrafo griego Estrabón exclama: "La nación judía ha invadido casi todas las ciudades, hasta el punto de que es difícil encontrar un sitio en todo el universo en donde no haya judíos".

En efecto, al menos desde el siglo sexto antes de Cristo a causa de la deportación babilónica, cientos de miles de judíos habían quedado asentados en la Mesopotamia. Habiendo allí prosperado, nunca volvieron a su país.

Lo mismo había pasado en las sucesivas invasiones persas, griegas, romana. En realidad Palestina, geográficamente, era casi un lugar de tránsito de los grandes imperios y en ese tráfico, entre deportaciones, esclavitud forzada, levas, comercio, sus habitantes eran continuamente dispersos por todas partes. Sin embargo, gracias a la sagrada Escritura y a sus leyes, gran parte de ellos conservaba fuertemente su identidad y no se mimetizaban o perdían en los ambientes en donde se asentaban.

Pero tampoco se consideraban exiliados o añoraban volver a su tierra. Al tiempo, o a la primera generación, ya estaban perfectamente asentados en los lugares donde se habían instalado y, con su tierra -si se puede hablar de ese concepto-, mantenían solo relaciones de tipo espiritual. Algo así como Roma para los católicos, que no les impide, sino al contrario, sentirse identificados con la nación a la cual pertenecen.

Piénsese que en el siglo primero, en toda la extensión del imperio romano, en donde uno de cada nueve habitantes era judío, menos de un millón de ellos vivía en Palestina, el resto unos cinco millones vivía en lo que se llamaba la diáspora, la dispersión.

En Egipto, desde muy antiguo, existieron fuertes comunidades judías. Aún en puestos tan fronterizos al sur como en la isla de Elefantina en el Nilo. Una guarnición de mercenarios judíos allí tenía, incluso, desde el siglo V antes de Cristo, su propio templo. Sitio excavado por los arqueólogos a comienzos de este siglo y en donde se ha encontrado valiosa correspondencia de la época.

En realidad ese fué, durante bastante tiempo, uno de los principales empleos de los judíos de la diáspora: el de soldados mercenarios. Recién los romanos les prohibieron formar parte del ejército, porque como no podían pelear en sábado ni rendir culto al emperador, traían problemas disciplinarios. Desde entonces tendrán que dedicarse exclusivamente a los oficios o al comercio.

Pero era Alejandría, en Egipto, donde más judíos había. Habían llegado allí desde la época de las persecuciones de Antíoco Epífanes, siendo recibidos con agrado por Ptolomeo VI Filomator. Vivían en el barrio del Delta, cerca del mar, administrando ellos mismos su vida comunitaria, con un etnarca especial que dirigía al pueblo, hacía justicia y velaba porque las obligaciones rituales y las leyes mosaicas fuesen cumplidas. Alejandría tenía una sinagoga magnífica. Era tan amplia que durante el servicio religioso no se percibía, en los rincones distantes, la voz del cantor; para que los fieles supieran cuándo debían responder con el "amén" en los momentos correspondientes un servidor levantaba una bandera como señal.

Pero no se contentaron con esta magnífica sinagoga. Cuando el hijo del sumo sacerdote Onías III, depuesto por Antíoco, Onías IV, se refugió en Alejandría, con la ayuda de Ptolomeo, construyó en la zona de Galípoli un templo instalado según el modelo del de Jerusalén. Tenía tantos servidores que para ellos se fundó un pueblo particular, llamado Onían, en honor al sumo sacerdote. Más de dos siglos subsistió este templo en Egipto.

Estos judíos desarrollaron en Egipto una gran labor cultural. Entre otras cosas traduciendo la biblia del hebreo al griego -la llamada versión de los LXX, que luego usaron los cristianos- y produjeron una serie de filósofos y poetas que escribieron sus trabajos en lengua griega.

Es decir que, cuando José decide huir a Egipto, no se va realmente a tierra extranjera, ni podemos hacer con el la teología del migrante, simplemente escapa de la jurisdicción peligrosa de Herodes y la cambia por otra. Pero lo mismo se encontrará entre los suyos.

La ida a Egipto de la familia de José está bien atestiguada, no solo por nuestro relato evangélico, sino por tradiciones talmúdicas que, tratando de desprestigiar a Jesús, afirman que éste en su niñez había aprendido artes mágicas en Egipto. Incluso se habla de un segundo viaje de Jesús a Egipto antes de comenzar su vida pública.

Nuestro relato es sumamente sobrio: no dice, por ejemplo, cuántos años estuvo la sagrada Familia en Egipto. La tradición posterior nos habla de entre uno y ocho años. Tampoco se refiere exactamente el lugar donde habitaron; y muchos sitios se disputan ese honor: Alejandría, Hermópolis, Menfis, Matarea . En El Cairo existe una iglesia "Abu Sergis" que dice estar construía sobre la misma casa en que vivieron.

La leyenda posterior, en los llamados evangelios apócrifos de la infancia, como el Evangelio del Pseudo-Mateo o el de Santo Tomás , o los evangelios árabe y armenio de la Infancia , adornan sus relatos de la huida con hechos portentosos, como la adoración del niño por animales salvajes " los leones y los leopardos lo adoraban, y los acompañaban en el desierto, señalaban la ruta, e, inclinando sus cabezas, reverenciaban a Jesús" , cuenta el Pseudo-Mateo. O el suceso de una palmera que se dobla para ofrecer su fruto al niño sediento, o el de los ídolos que, al paso de la familia, caen al suelo haciéndose pedazos.

Ante semejantes piadosos relatos contrasta la sobriedad con la cual, en pocas palabras, nuestro Mateo, presenta los hechos. Despojados, sin ningún adorno portentoso. La providencia de Dios respecto de su Hijo se manifiesta no en milagros sino, sencillamente, en la decisión prudente de José como buen padre de familia y en su trabajo honrado, junto con el de María, para llevar adelante la vida común. Al mismo tiempo, mediante sucesos políticos: Herodes y sus enjuagues de poder, Arquelao, Dios va guiando a su hijo y llevando a cabo su obra salvadora. Ocupándose aún de detalles aparentemente tan nimios como que Jesús termine finalmente en Nazareth para que pueda ser llamado nazareno. Referencia que interesaba a Mateo puesto que los cristianos para los cuales escribe en Siria, antes de ser llamados finalmente cristianos, en la época del evangelista eran llamados 'nazarenos'.

En todo esto no hay nada aparentemente extraordinario, una familia normal. Atípica solamente -en aquella época tan prolífera- por tener un solo hijo. Nosotros sabemos el por qué. De todos modos el ser hijo único no era tan grave psicológicamente en aquella época como lo es ahora porque la convivencia cercana de las familias en las aldeas hacía que primos y amigos suplieran muy bien a los hermanos.

Pero ¡qué interesante que Dios para criar a su Hijo, el Rey del Universo, el Verbo hecho hombre, no se haya valido de un descenso mágico o de iluminaciones prodigiosas, sino que haya querido usar una familia! Y una familia común, de la cual no sabemos con precisión ni la posición económica, ni la cultura, ni lo que tenía o no tenía. En ella solo se destacan las personas: el padre, José; y María, la madre, como si todo lo demás no tuviera importancia. Raro para nosotros, para quiénes todo cuenta: dinero, status, bienes, pinta, excelencia, menos la persona en si.

Dios, que ha querido hacerse realmente hombre, y al mismo tiempo enseñarnos cómo ser verdaderamente hombres, lo ha hecho no mediante el milagro, con una varita mágica, sino mediante una familia, y ha querido que la idiosincrasia humana de Cristo fuera forjada por ella. Porque tampoco la psicología humana de Jesús es milagrosa, es sencillamente lo que le han dado sus genes y, en educación y ejemplo, principalmente su padre y su madre, en esa interacción masculina-femenina que los psicólogos de hoy conocen muy bien.

La reciedumbre del carácter de Jesús le ha venido de Dios no por milagro sino mediante el expediente natural de su familia. Como si Dios quisiera insistir que es en la familia y no en cualquier otro lugar donde el ser humano se hace realmente humano, y aún divino.

Es una tragedia que cuánto más las estadísticas, la sociología y la psicología descubren que los grandes problemas psicológicos de la gente provienen de su trato con el padre y la madre, y que la mayor parte de drogadictos, criminales, afeminados, pervertidos y neuróticos lo son a consecuencia de malas relaciones con los padres, o por provenir de familias disueltas o mal avenidas, esos mismos psicólogos y sociólogos, junto con políticos irresponsables y autoridades permisivas, siguen favoreciendo leyes, enseñanzas, espectáculos y situaciones que atacan la estabilidad familiar y el verdadero amor del hombre y la mujer y de los hijos.

Que en esta fiesta de la Sagrada Familia, el Dios que ha querido nacer y educarse en una familia humana, proteja a las familias argentinas cristianas que aún quedan, las haga seguir orgullosas de los valores que aún defienden, y que, sabiendo ver -como José y María- en todos los acontecimientos la mano amorosa de la providencia, aún en las difíciles circunstancias que atravesamos, las ayude a seguir formando, en verdadera alegría, hermanos de Jesús.

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