13 de mayo

“Por fin Mi Inmaculado Corazón triunfará”

En este artículo, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira pasa revista a las apariciones de la Virgen en Fátima (Portugal, 1917) con el propósito de ayudar al lector a comprender la profundidad y la raíz de la crisis contemporánea, como también a encontrarle el único remedio eficaz: la oración y la penitencia

Al cumplirse en este mes de octubre un nuevo aniversario de las apariciones de Fátima ¿quién no ha oído hablar de los mensajes de Nuestra Señora? Sin embargo, con frecuencia no tenemos presente el significado exacto de lo que María Santísima vino a decir a los hombres y cuál es su alcance para el mundo de hoy.
Es imposible, claro está, agotar en el artículo de una revista materia tan extensa e importante sobre la cual ya existe una voluminosa bibliografía en todos los países católicos. Nos proponemos hoy hacer una narración sucinta de algunos aspectos de los mensajes de María Santísima a los que en general no se les da la importancia debida. Los videntes: tres pastorcitos
Lucía, Francisco y Jacinta son los tres niños favorecidos por las visiones de Fátima. Lucía había nacido en 1907, Francisco en 1908 y Jacinta en 1910. Francisco y Jacinta eran hermanos, y Lucía su prima. Los tres provenían de muy modestas familias de Aljustrel, pequeña población próxima al lugar de las apariciones. Analfabetos, se ocupaban de hacer pastar los animales de sus padres. Gran parte del día estaban fuera de sus casas y, en la medida en que el trabajo se los permitía, ocupaban el tiempo jugando y rezando. Sus almas conservaban, en esa vida inocente, una candidez angelical e iban adquiriendo una piedad y una fuerza de la que posteriormente darían pruebas admirables. El lugar de las apariciones, Cova de Iría, era yermo y pertenecía a los padres de Lucía. Las visiones entre 1915 y 1917
Las visiones de Fátima se dividen en tres grupos diferentes. Las primeras no ocurrieron  en Cova de Iría sino en un lugar muy próximo denominado Lapa do Cabeco, entre 1915 y 1916. Fueron las apariciones de un Ángel que se presentó como el Ángel de Portugal. Las otras se dieron en Cova de Iría, en 1917. Siempre se apareció Nuestra Señora y una vez toda la Sagrada Familia. Resulta evidente, tanto por la cronología de los sucesos y la calidad de las personas que se manifestaron, como por el contenido de los mensajes, que las apariciones de 1915 y 1916 fueron una preparación para las de 1917. Estas últimas constituyen la parte central de toda la serie de visiones.
Finalmente, hay todo otro conjunto de apariciones a los videntes –ocurridas en fechas diversas y a cada uno de los pastorcitos por separado– que constituyen un complemento esencial de las anteriores.
El Ángel de Portugal prepara la venida de la Virgen Santísima
La primera manifestación sobrenatural fue entre abril y octubre de 1915. Lucía guardaba el rebaño con otras tres niñas cuando “comenzaron a ver sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente, de una gran belleza”. En esa ocasión no estaban Francisco y Jacinta. En otros días esta aparición se repitió dos veces. En 1916 hubo una nueva aparición a Lucía, Jacinta y Francisco. No había otros niños. El Ángel se manifestaba bajo la forma de un joven resplandeciente, con una consistencia y un brillo como el de un cristal atravesado por los rayos del sol. Les enseñó a rezar, con la frente inclinada hasta el suelo, la siguiente oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Y agregó: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Les recomendó que ofrecieran “todo lo que pudieran” en reparación por los pecados y por la conversión de los pecadores. Les dijo que era el Ángel de Portugal y que debían orar por su patria. En la tercera aparición, el Ángel traía un cáliz en la mano, y sobre él una Hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Se postró en tierra, dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, y repitió tres veces la siguiente oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, dio la Hostia a Lucía; el cáliz lo dio a beber a Francisco y Jacinta diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. Hasta aquí hemos reproducido tan solo lo esencial. Omitimos, por exigencias de espacio, la profunda impresión que las palabras del Ángel produjeron en los tres niños, los numerosos sacrificios con que a partir de ese momento comenzaron a expiar por los pecadores, la oración casi incesante en que se transformó su vida. Se prepararon así para las revelaciones de María Santísima. La Santísima Virgen pide la conversión de los pecadores
Fueron seis las apariciones de Nuestra Señora, del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917. La aparición del mes de agosto ocurrió el día 15 y no el 13. Los tres pastorcitos estuvieron en todas. En la primera solo ellos estaban en Cova de Iría. En las otras, el número de personas presentes fue aumentando progresivamente hasta que en la de octubre se reunió una multitud calculada en 70.000 personas.
En la primera aparición, Nuestra Señora anunció que vendría otras cinco veces en cada uno de los meses siguientes y que, más tarde, volvería una séptima vez. Digamos al pasar que esta última promesa aún no se realizó. ¿Cuándo será?
La Virgen prometió el Cielo a los pastorcitos y les pidió que recibieran los sufrimientos que Dios quisiera enviarles para reparación de los pecados y conversión de los pecadores. Los tres lo aceptaron. Nuestra Señora les predijo que sufrirían mucho, pero que la gracia de Dios no los abandonaría. Además, en todas las apariciones les recomendó que diariamente rezaran el Rosario para alcanzar el fin de la guerra y la paz del mundo. Devoción al Rosario y al Inmaculado Corazón de María
En la segunda aparición la Santísima Virgen insistió sobre el Rosario diario y recomendó a los tres niños que aprendieran a leer. En esta ocasión, Nuestra Señora prometió que, en breve, llevaría al cielo a Francisco y Jacinta, y anunció que Lucía viviría más tiempo para cumplir en la tierra una misión providencial: “Jesús quiere servirse de tí para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón” . Al percibir que Lucía estaba aprensiva, Nuestra Señora la confortó diciéndole:  “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. En esa aparición, María Santísima mostró a los pastorcitos un corazón cercado de espinas que se le clavaban por todas partes, ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía reparación. En una revelación posterior a la Hermana Lucía, en 1925, la Virgen María prometió asistir en la hora de la muerte, con todas las gracias necesarias para la salvación, a quienes durante cinco meses, en el primer sábado, recibieran la Sagrada Comunión, rezaran el Rosario y la acompañaran quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarla. Nuestra Señora se apareció por tercera vez el 13 de julio. Después de haber recomendando una vez más el rezo diario del Rosario, enseñó a los pastorcitos una nueva jaculatoria para ser rezada con frecuencia, y especialmente cuando hicieran algún sacrificio: “Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María” . La visión del infierno
María Santísima mostró entonces el infierno a los tres pastorcitos: “vimos como un gran mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa”. Asustados, y como pidiendo socorro, los videntes levantaron los ojos hacia Nuestra Señora, que les dijo con bondad y tristeza: — “Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, vendrá otra peor”.
Y la Virgen continuó: — “Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin Mi Inmaculado Corazón triunfará”. Les enseñó además una jaculatoria para ser rezada entre misterio y misterio del Rosario: “Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, llevad todas las almas al cielo y socorred especialmente a las más necesitadas”.
El milagro del sol y el secreto de Fátima
El 13 de agosto no hubo aparición: los pequeños habían sido secuestrados y puestos a disposición del Administrador de Ourém que por la fuerza quiso arrancarles el secreto. Sin embargo, de forma inesperada, la Virgen apareció el día 15 del mismo mes, ocasión en que prometió un insigne milagro para el mes de octubre, comunicó sus instrucciones relativas al empleo del dinero que los fieles dejaban en el local de las apariciones y una vez más recomendó oraciones y penitencias : “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”. El 13 de septiembre, la Virgen María insistió también en el rezo diario del Rosario para alcanzar el fin de la guerra, elogió la fidelidad de los pastorcitos, la vida de mortificación que les había pedido y recomendó que se moderasen un tanto en ese punto. Les confirmó la promesa de un milagro en octubre. También les prometió obrar algunas curas que le habían pedido. El 13 de octubre Nuestra Señora les dijo: “Soy la Señora del Rosario”. Anunció que la guerra terminaría a la brevedad y les recomendó : “No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido” . Lucía le pidió la cura de algunas personas. Nuestra Señora respondió que curaría  “a unos sí, a otros no”. Y agregó: “Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados”. En ese momento Lucía exclamó: “Miren hacia el sol”. Desaparecida María Santísima en la inmensidad del firmamento, se desarrollaron ante los ojos de los videntes tres cuadros sucesivos, simbolizando primero los misterios gozosos del rosario, después los dolorosos y finalmente los gloriosos. Aparecieron, al lado del sol, San José con el Niño Jesús y Nuestra Señora del Rosario. Era la Sagrada Familia. San José bendijo a la multitud, haciendo tres veces la señal de la cruz. El Niño Jesús hizo lo mismo. Siguió la visión de Nuestra Señora de los Dolores y después la de Nuestra Señora del Carmen, con el Niño Jesús en los brazos.
En esta aparición ocurrieron las señales prometidas –el milagro del sol y las ropas mojadas por la lluvia que se secaron súbitamente– para autenticar lo que narraban los pastorcitos.
En la visión de julio, la Santísima Virgen comunicó su famoso secreto que es de la mayor importancia. Pidió que la humanidad se convirtiera, se enmendara de sus pecados y que el Santo Padre, con todos los obispos, consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. De lo contrario, sobrevendría una nueva guerra, muchas naciones serían aniquiladas, Rusia esparciría sus errores por el mundo y el Santo Padre tendría mucho que sufrir. Y prometió “ Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará . El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.