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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

Día del Maestro
7 Septiembre 1972
Mt 23, 1-12

Si bien es cierto que el hombre trabaja para vivir, también es verdad que hay trabajos que merecen que el hombre viva para realizarlos.

Porque no es verdad que el trabajo sea pura consecuencia del pecado. ¿Recuerdan?: “ ganarás el pan con el sudor de tu frente”; “maldito el suelo por tu causa”; “con fatiga sacarás de él el alimento dodos los días de tu vida ”.

Sí, son consecuencia del pecado, en todo caso, la fatiga, el dolor, la angustia, la pobreza, la monotonía, la dependencia en el trabajo; pero no el trabajo como ‘creador', como proyección del hombre sobre las cosas, como fecundidad del espíritu humano en su entorno. Así concebido, el trabajo hubiera existido aún en la hipótesis de la escena edénica, no como dura necesidad, sino como actividad propia de lo humano.

Decía a este propósito San Agustín que Dios no solo nos da la gracia inmensa del ser, de la existencia creada, de participar de la existencia de Dios, sino la gracia más exquisita aún de poder, a nuestra vez, ‘causar' -parecidamente a como Él crea-, por medio, justamente, del trabajo y del arte. No solamente ‘creados', sino, hablando impropiamente, ‘creadores'.

Por eso ningún trabajo es puramente maldición, castigo. Y, como ya no estamos en el paraíso, tampoco ninguno es solo creatividad, arte, desborde de personalidad. Buenas y malas, las cosas vienen entreveradas.

Claro que las proporciones varían. Hay tareas que tienen más de castigo que de plenitud. Otras más de gozo creador que de fatiga.

De ahí la antigua división que clasificaba a las tareas en ‘serviles' –las fatigosas- y ‘liberales' –las creativas-. De allí también que la Iglesia los domingos, el día ‘humano-divino' por excelencia, prohibía solo los trabajos serviles, no los liberales. Y de allí, también, que uno se pague con ‘sueldo' y otro se agradezca con ‘honorarios' –sutil y honrosa distinción que hacía la antigüedad.

Y, hoy, justamente, nos hemos reunido en este templo, para pedir a Dios por los miembros de una de las funciones más nobles dentro de las tareas ‘liberales', creativas, de la sociedad: la que desempeñan los maestros.

Ellos forman parte, en efecto, de ese grupo de ‘trabajadores' que no merece aumento de sueldos –y no es una broma pesada- sino aumento de honorarios.

La tarea del maestro no podrá jamás estrictamente pagarse, porque no es medible con la basta mensura del dinero. Su dignidad proviene no de la cantidad de sudor vertido o de fatiga o de desvelos y sacrificios -¿y quién no sabe que estos suelen ser abundantes?- sino de su preeminencia intrínseca.

Por eso, para Santo Tomás de Aquino, la enseñanza es, justamente, una de esas actividades que se hubieran desarrollado aún en el paraíso original. Por supuesto sin necesidad de luchar con alumnos burros e indisciplinados ni de gabinetes psicopedagógicos.

Porque si plasmar una obra de arte o un maravilloso artefacto de la técnica es reflejo de la actividad creadora de Dios ¡cuánto más lo será plasmar a un hombre para quien técnica y obras de arte están al servicio!

Y si transmitir la vida en el dar a luz de la carne confieren al hombre la dignidad de padre y de madre ¿qué dignidad no conferirá el transmitir la vida de la razón y la inteligencia?

Crear al hombre, formar al hombre –no al hombre animal sino al hombre que piensa y es libre- esa es la meta de todo magisterio..¡Y qué difícil es hoy ser maestro!

Porque el magisterio era antes compartido. También formaba la sociedad a través de costumbres, de leyes, de tradiciones; también la familia, en la autoridad vigilante y ejemplar de los padres; también la Iglesia con sus superiores normas de vida. Hoy, en cambio, el maestro ha quedado prácticamente solo. La familia ha casi y en su mayoría abdicado su derecho y deber de enseñar. Las ocupaciones, las distracciones y -¿por qué no decirlo?- la poca capacidad ejemplar, los aleja cada vez más de la formación de sus hijos. La sociedad anárquica y pluralista no ofrece ya más patrones de vida. La Iglesia ha sido desertada.

Sobre las pobres espaldas del maestro recae hoy casi toda la tarea de formación. Labor doblemente difícil, no solo porque ha quedado como decíamos- casi solo, sino porque debe combatir –si es consciente de su tarea- contra la competencia perversa del magisterio de los medios de comunicación social, ‘informativos' no ‘formativos', cuando no ‘deformativos', y la descolocación en que lo ubican ciertas modernas teorías pedagógicas.

Solo el 20 % de la información de los alumnos proviene de la escuela - decía recientemente, con cierto desprecio hacia ella, una revista- “ El 80 % restante los recibe de la televisión, del cine, de la radio ”.

Y el desprecio cabría si educar a un hombre consistiera solamente en informarlo, en embutirle datos y nociones. Pero es, justamente, tarea del maestro no informar, sino formar. En el auténtico conocimiento y sabiduría capaz de manejar y dominar la caótica información de los mas media; y en la virtud, fruto de la disciplina y del ejemplo, e instrumento de libertad.

Y así, también, prepararán a sus alumnos, no solo a ser dignos ciudadanos, sino también a ser buenos hijos de Dios. Porque la predicación del evangelio solo puede hallar eco entre verdaderos hombres y no en individuos gregarios, esclavizados por sus pasiones, enceguecidos por la estupidez disfrazada de erudición, o degradados a la búsqueda pedestre de meras metas materiales.

Hoy vamos, pues, a rezar por los maestros. Pero, en esta Misa, no solo por su pesada función, para que el Señor los ilumine en la tarea; ni solo tampoco por los problemas docentes o sus luchas gremiales; sino, especialmente, por sus problemas personales, por sus tristezas y alegrías, por sus sueños y esperanzas.

Rezaremos, también, para que ellos, que son maestros, sepan también ser discípulos del Maestro por antonomasia.

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