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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

9ª sinfonía de Beethoven

12-XI-80

Aniversario Escuela Hogar San Benito

Todos Vds. han venido, ciertamente, con el fin principal de escuchar la estupenda Sinfonía número 9 de Beethoven. Mi intervención, pues, ahora, les sonará como una enojosa intrusión y hasta pérdida de tiempo. Sin embargo reivindico mi derecho a hacerme oír, yo también, por dos razones. Primera, porque, si Vds. observan atentamente el programa que ha sido distribuido a la entada, allí figuro, en letras chiquititas, como tomando la palabra. Segundo, porque este acto se realiza precisamente para rendir homenaje a la labor del “Instituto Hogar San Benito” que, en este mes, cumple sus cincuenta años de ininterrumpido trabajo y que yo ahora debo, justamente, ensalzar.

Pienso que el mismo Beethoven, quien había querido terminar con la música mero acompañamiento de reuniones cortesanas –“ música para pelucas empolvadas ”, como él la llamaba-, él mismo hijo de un tenor de segunda y de una cocinera y que amaba profundamente a la gente sencilla, al pueblo, y para él quería componer, pienso –digo- que el mismo Beethoven no desdeñará, desde el cielo, que se ejecute su 9ª Sinfonía en ocasión de este cincuentenario de una pequeña escuela para gente sencilla.

Porque eso comenzó siendo, hace cincuenta años, el “Hogar Obrero San Benito”, grandioso en el espíritu interior de sus creadores, pero humilde en sus medios y sus destinatarios. También Beethoven pensaba que lo grandioso no debía ser privilegio de unos pocos y quiso escribir grandiosamente para todos.

Pero, para que Vds. entiendan a qué grandezas me refiero, he de contar una historia, larga en el acumularse de tantos esfuerzos de días y años, pero que haré, por supuesto, breve para no cansarlos y empezar cuanto antes el concierto.

Todo nace hace cincuenta años en un barrio cercano, más o menos limitado por las avenidas Luis Ma. Campos y Vértiz, entre Dorrego y Santos Dumont, que, en aquel entonces se apodaba “Cañitas”. Por cierto que hoy nadie lo reconocería con sus edificios modernos, su asfalto más o menos impecable, sus negocios. Actualmente, barrio residencial y, hasta diría yo, un barrio fino.

Pero, en aquel entonces no era así. Casi todo giraba en torno a la vida del hipódromo y de las fábricas que luego fueron expulsadas a otras zonas actualmente fabriles. Caballerizas, modestas viviendas de obreros, empleados y peones.

“Cañitas” era, más o menos, como un manchón de pobreza entre el Palermo aristocrático y el Belgrano residencial. Y gente humilde, laboriosa y desamparada viviendo de esas magras fuentes de trabajo.

No tenían escuela, ni iglesia, ni club, ni sindicato, ni posibilidades de cultura. El típico problema de las poblaciones desarraigadas, trasplantadas a los bordes de una gran ciudad y que se encuentra lejos de sus lugares de origen, en búsqueda de trabajo y de pan.

Hacia aquella época, la benemérita Orden Benedictina, que se había instalado en la “Capilla del Santo Cristo” –subsistente aún al lado del nuevo templo de “San Benito Abad” que todos conocemos, aquí cerca, en Luis María Campos y Maure- recibe la misión de hacerse cargo de las tareas parroquiales de una amplia zona de Belgrano. Una de las porciones que le toca, en los límites de su territorio, es justamente este virgen barrio de Cañitas.

Hacia allí apunta el celo apostólico del que luego fue Abad del Monasterio, el Reverendo Padre Andrés Azcárate, que aún vive en España, en luminosa y serena ancianidad y a quien hoy dedicamos emocionado recuerdo. El llamado de Cristo “Id a evangelizar a los pobres” resuena potente en su alma de hijo de San Benito.

Y encuentra, providencialmente, en una mujer excepcional, del cuño de las mujeres fuertes alabadas por la Escritura, Doña Julia Benedit de Suárez la apóstol y organizadora incansable que, con un puñado de soldados de Cristo, llevará la palabra y el amor del Evangelio a esa población, necesitada de instrucción y de Gracia.

Porque no estamos hablando de la fundación de una simple escuela. Se trata de mucho más. Del trabajo y rescate para lo humano y para Cristo de cientos de criaturas de Dios, hombres y mujeres, ancianos y pequeños, que, conmovidos por la palabra y la acción de este grupo abnegado, van formando poco a poco una comunidad de intereses e ideales cristianos.

Este grupo –belicosamente cristiano- se mueve incansablemente por las casas y los conventillos, entran en las ´fabricas y en los establos y van despertando paulatinamente y atizando esa chispa de dignidad y de grandeza que Dios ha puesto como semilla en el corazón de todo hombre, aún el más aparentemente degradado.

Con enorme esfuerzo y desinteresada generosidad consiguen un local en la calle Báez al 500. Exigidos por el número cada vez más cuantioso de los que acudían se trasladan, poco tiempo después, a la calle Arce al 200. Excedidos nuevamente pasan al local de Arévalo, hasta que, finalmente, pudieron contar con el amplio emplazamiento actual.

Y porque esos grupos de familias obreras encontraron allí no solo el evangelio e instrucción, no solo ayuda material y sano esparcimiento, sino cariño, afecto, amistad, por eso, la señora de Suárez quiso bautizarlo “Hogar”. Hogar obrero, Iglesia, escuela, club, fraternidad. Todo eso a la vez fue ese primer “Hogar Obrero San Benito”.

En el año 37 ya funcionaba allí una escuela de adultos y de artes y oficios. También un jardín de infantes, de los primeros en Buenos Aires en su género, que permitía a las madres obreras no dejar a sus niños desamparados cuando habían de salir a ganarse el sustento. Todos los maestros y maestras, hasta el 1947 -fecha en que la fundadora consiguió aporte estatal para un grupo de ellos-, trabajaban ‘ad honorem' y otros siguieron trabajando así, después de ese año, durante mucho tiempo.

Allí conocieron a Cristo y se capacitaron miles de jóvenes obreros y obreras. Allí aprendieron a sentir el orgullo de saberse hombres y cristianos. Allí redescubrieron su dignidad y, por lo tanto, sus deberes y también sus derechos.

El éxito de este Hogar hizo que la señora de Suarez extendiera su labor a otras zonas y se crearan otros hogares en distintos puntos de Buenos Aires. Aquí mismo, en Belgrano, mientras subsistieron las fábricas, funcionaron un par de ellos. En una época en que se comenzaba a declamar mucho sobre la justicia social y ésta fue entendida como llamado a la rebeldía y a la subversión de los valores, estos ‘hogares' entendieron que había otra manera más definitiva y más plena de luchar por la verdadera justicia y por la promoción del hombre en sus valores humanos y en su vocación sobrenatural.

Y continúan todavía su labor en Buenos Aires, además del San Benito, el pujante “Hogar San Rafael”, en el barrio de Villa Real, y el “Hogar San Andrés”.

Las condiciones de nuestro barrio “Cañitas” han cambiado tanto que, hasta su nombre ha sido olvidado. Hoy es un hermoso barrio residencial. Pero el “Hogar San Benito” continúa cumpliendo su misión. Porque entiende que el Buenos Aires moderno ha creado pobrezas del alma que, a veces, son mucho más terribles que las pobrezas del bolsillo. Que, en medio de la abundancia, lo mismo se puede ser mendigo del espíritu.

Por ello, hoy más que nunca, quiere proseguir su labor de promoción evangélica. En la escuela nocturna, que mantiene el primitivo fin de escuela de adultos y de artes y oficios. En sus turnos mañana y tarde de escuela primara, donde directoras y maestras actuales han asumido con entusiasmo los ideales fundantes.

Todo esto, insisto, fue hecho con garra, con enormes sacrificios, con la grandeza oculta de aquello que, más allá de las acciones notorias y periodísticas, exige el heroísmo de la perseverancia cotidiana, del trabajo prolongado a través del tiempo, de la abnegación que no se consume en llama perecedera sino que calienta uniforme, pertinaz, honda y prolongadamente.

Por eso pensamos que el sonar heroico de la orquesta beethoveniana no será desproporcionado homenaje a esta labor.

Es verdad que Beethoven la escribió, por encargo de Federico Guillermo III de Prusia, para conmemorar la victoria de Wellington sobre Napoleón en Waterloo. Ese Napoleón en cuyo homenaje había escrito años atrás su 3ª Sinfonía , la “Heroica”, creyendo que el Corso encarnaba los ideales de la verdadera libertad. Pero que lo había decepcionado enormemente cuando se transformó en Emperador y en tirano. Por eso había corregido su título con tristeza: “ Sinfonía Heroica, para celebrar el recuerdo de un grande hombre ”.

En la Novena, quiere resucitar las esperanzas -que también apuntan en su ópera “Fidelio”- de una nueva libertad y redención.

Por eso pensamos que ese ‘primer movimiento' de la Novena -en donde Beethoven, en su maravilloso lenguaje musical, describe el enfrentarse de las fuerzas de Napoleón y de Wellington- ha querido simbolizar la lucha entre la luz y las tinieblas, entre la libertad y .a esclavitud, entre la verdad y la mentira.

Esa lucha que nosotros sabemos se plantea más en el corazón de los seres humanos que en los campos de batalla. Que se decide más definitivamente a la luz de la verdad y del evangelio que en el entrechocar de los sables. Beethoven, estoy seguro, estará de acuerdo en llevar la significación de este primer movimiento también a la humilde, pero no por ello menos heroica, labor de los apóstoles y maestros que lucharon durante estos años, por la verdad y el bien, desde el Hogar San Benito.

Y también querrá aplicar a ellos la exaltación del triunfo del ‘segundo movimiento', ‘allegro vivace', y la plegaria, la meditación serena, del ‘tercero', -‘adagio'- que levanta el espíritu hacia la paz y serenidad que solo Cristo puede dar.

Para terminar con el “Himno” exultante“ a la Alegría, del cuarto movimiento, en donde resuenan poderosas las estrofas de Schiller. Fe y esperanza en un mundo mejor. Mundo mejor que conseguiremos, apuntando a la eternidad, con la luz del evangelio predicado con la palabra y el ejemplo, tal cual lo viene haciendo desde hace cincuenta años el Instituto Hogar San Benito.

Beethoven, como Vds. saben, no pudo escuchar nunca en esta tierra, su Novena Sinfonía. Ya había quedado, hacía muchos años, casi completamente sordo y, paradójicamente, la mayoría de sus obras nacen del silencio casi absoluto en que vivía. Esta Novena, además, que canta a la alegría, la compone en una época de su vida especialmente dolorosa y sufriente. También la labor de gestar argentinos y cristianos ha nacido en el silencio obligado de la humildad del trabajo sin estridencias y tantas veces sufriente, pero siempre alegre en lo hondo, del “Hogar San Benito”.

Que esta sinfonía que escucharemos gracias a la generosidad de la ‘Secretaría de Estado de Cultura', de los integrantes de la ‘Orquesta Sinfónica Nacional' con su Director, el Maestro Juan Carlos Zorzi, del ‘Coro Polifónico Nacional' y su Director, el Maestro Roberto Saccente, de los solistas y, finalmente, de las reverendas Hermanas de la Misericordia, que nos han cedido este local, que esta Novena Sinfonía –digo- surgida de la fertilidad interior del silencio de Beethoven, sirva también para rendir homenaje a la silenciosa labor de los que han llevado y siguen llevando adelante al Hogar San Benito.

Alegraos” –termina Beethoven desde los labios de Schiller- “Alegraos multitudes”, “sobre la bóveda estrellada mora un Padre Omnipotente”, “llenaos de la alegría que surge como fúlgido destello de Dios”.

Que ella colme, en este cincuentenario del Hogar San Benito, nuestros corazones liberados por Cristo Nuestro Señor.

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