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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

9 de Julio 1971, Te Deum en Flores

Dios ha querido que el hombre no fuera un espíritu puro, desencarnado, etéreo, fuera del tiempo y del espacio. Le ha dotado de un cuerpo; le ha hecho, a través del cuerpo, recibir el instinto y el sentimiento de la carne. Carne que se ubica. Carne que vive, no en cualquier parte, sino en determinado tiempo y determinado lugar. A través de su cuerpo el hombre tiene raíces y no es indiferente al lugar en donde nace y muere. Su personalidad se conforma al medio en el cual su cuerpo lo ubica. Sufre un intercambio vital con sus llanuras o montañas, con sus mares o sus pampas, con las nieblas o con los cielos llenos de luz. Como dicen los existencialistas: el ser humano no es un aerolito aislado en un espacio hostil e indiferente, “el hombre es su yo y sus circunstancias”, el hombre es su yo y su tierra. ¡Ay del desarraigado, ay del que habiendo dejado su terruño ya no sabe echar raíces en ninguna parte!

Pero el hombre no es solo: ha nacido de otros hombres, es educado por otros varones y mujeres, compartirá su vida con otra, se relacionará con otros. “El solo” –decía Aristóteles- “o es una bestia o es un dios”. Por eso vivimos en sociedad, vivimos en familia. Bien sabe aquel a quien la desgracia ha arrebatado la vida de los suyos el peso insoportable de la soledad.

El hombre es yo y sus circunstancias, es yo y su familia. Brutal e irreal pretensión racionalista la de pretender que el hombre sea igual naciendo de cualquier familia. ¿Quién no sabe la importancia del ejemplo de un buen padre o una buena madre? ¿Quién no ha sentido, en los momentos de tentación la fuerza que da para resistirla el orgullo de llevar el apellido de un padre honorable o de un abuelo íntegro? El que desprecia la importancia de las tradiciones familiares no sabe nada de la naturaleza del ser humano.

Pero tampoco la familia es sola: convive con otras familias, habita en una sociedad, tiene una nación, una patria. Y, nuevamente: el hombre es su yo y sus circunstancias; el hombre es su yo su patria. Y por eso nosotros no nos llamamos, apodamos, adjetivamos, ‘argentinos'; somos argentinos.

Y hoy nos hemos reunido en este templo, delante de Dios, para darle gracias porque somos argentinos. Como también le damos gracias porque nos ha dado una familia, porque nos ha dado un suelo, porque, simplemente, nos ha hecho existir.

Y agradecemos aunque en nuestra existencia no todo haya sido bueno y hayamos tenido que sufrir muchas penas o aún tengamos que pulir muchas imperfecciones.

Y agradecemos aunque nuestra familia no sea perfecta, ni siempre el modelo que hubiéramos soñado y hubiera podido ser mejor.

Agradecemos porque sabemos que Dios, nuestro Padre, siempre nos pone en el lugar que mejor nos conviene. Es en mi familia, es con mi personalidad y no con otra como Dios ha dispuesto que nos hagamos hombres, que nos hagamos santos. Y aunque aparentemente otra familia, otras circunstancias, pudieran parecer absolutamente mejor, Dios, en su arcana providencia, ha querido que este mi ser, esta mi familia, fuera la mejor para mí. La que en mi concretísimo y personal caso me da las mayores posibilidades de realizarme en mi ser cristiano.

Y por eso hoy -9 de julio de 1971- en la parroquia de San José de Flores en esta ciudad de Santa María de los Buenos Aires, a pesar de los tiempos difíciles que nuestra patria está atravesando, damos también gracias a Dios porque somos argentinos. Es siendo argentinos que Dios ha dispuesto que lográramos la santidad.

Pero ¿qué es ser argentinos en estos momentos de confusión en donde cada argentino piensa destino de los demás? ¿Escuchar en la radio el 75 % de tangos y chacareras como se impone por ley? ¿Llevar la escarapela en la solapa? ¿Cómo los colores de River o de Boca?

Fuerzas antiargentinas pugnan hoy por destruir y disolver el ser nacional. La conspiración que intenta aniquilar y esclavizar al hombre a la vez que quiere pervertir a la familia, quiere también terminar con el auténtico concepto de patria.

Pero el hombre necesita de su familia y de su patria. Y por eso la Iglesia siempre ha defendido a la familia, siempre ha defendido a la patria.

Debemos redescubrir –hoy ocultas por la propaganda del error y del engaño- las auténticas tradiciones argentinas. Aquellas que nos han dado nuestra personalidad y fuera de la cual no seremos sino una pieza más de un perverso engranaje internacional pintado espuriamente con los colores azul y blanco. Debemos volver a la fe de nuestros antepasados, la esperanza de los inmigrantes, las ideas que cruzaron los Andes con nuestros ejércitos victoriosos, la espada y la cruz que colonizaron América, las tacuaras cristianas que se opusieron al fusil impío del masón. Debemos mirar más allá del océano y beber en las fuentes de los Habsburgo, bañarnos en la sangre de Lepanto, contagiarnos con las corazas de los cruzados y los caballeros y en la disciplina de las corporaciones.

Debemos otear más atrás aún y armarnos de valor en el ejemplo de los mártires, en el testimonio de los apóstoles, en la sabiduría de los griegos, en la fortaleza de los romanos.

Debemos mirar atrás, adelante y arriba y seguir a Cristo.

En Cristo se forjó Occidente. En Cristo nació la Argentina. En Cristo vivirá o, fuera de Él, perecerá para siempre.

¡Viva la Patria!

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