Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2000. Ciclo C

2º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 10-12-00)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 1-6
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea , siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

SERMÓN

            A pesar de la nube de turistas que la invade, Capri sigue siendo uno de los lugares más lindos del mundo. No es un descubrimiento moderno. Ya los romanos habían alabado -y, los que podían, aprovechado, sus panoramas, su clima templado, su frescas grutas sobre el mar y sus empinados farallones. Los mismos emperadores Augusto y, particularmente, Tiberio habían vivido largos años en ese lugar paradisíaco, lejos del bullicio de Roma. Es en recuerdo a este último que la cima más alta de la Punta del Capo es llamada aún hoy Monte Tiberio. Allí vivió Tiberio durante los diez últimos años de su vida, en su lujoso palacio, la Villa Jovis, cuyos restos espléndidos pueden hoy visitarse reacondicionados por los arqueólogos. Allí también, a pico sobre el mar, quien se atreva a asomarse, puede observar el impresionante Salto de Tiberio desde donde, se cuenta, el emperador acostumbraba precipitar a sus víctimas.

            Mala fama tiene Tiberio, sucesor de Augusto, a pesar de haber sido un administrador correcto y dejado al imperio más próspero que nunca, por haber tenido la mala suerte de que los únicos datos que se conservan de su gestión provienen de dos de sus enemigos, los historiadores Suetonio y Dion Casio.

            Es verdad que estos romanos no se andaban con chiquitas. Dicen que los juegos de circo, las luchas de gladiadores y el enfrentamiento en la arena con bestias feroces eran un recurso para acostumbrar al romano, dueño del mundo, a la crueldad y la sangre, para así poder gobernar sin débiles compasiones. Y Tiberio no era una excepción a la regla; aunque hay que decir a su favor que, hasta muy entrado en años, abominaba de estos espectáculos. Lo cierto es que, obligado a asociarse al poder imperial en los últimos años de Augusto y, a su muerte, obligado por el Senado a aceptar el cargo de emperador, lo ejerció al comienzo con mucha moderación y prudencia. Pero, poco a poco, líos de mujeres, chismes de cortesanos, jueguitos de poder, manejos de quienes querían quitarle el trono lo fueron cansando, hasta que advertido en cierta ocasión por el jefe de la guardia pretoriana Elio Seyano de una inminente conspiración, algo cambió en él: mandó apresar a todos los implicados, entre ellos varios parientes y ordenó ajusticiarlos a casi todos. Después de estos acontecimiento Tiberio no confió más en nadie, solo en Seyano, lamentablemente hombre sin escrúpulos que de allí en más comenzó a adquirir siniestro poder y, mucho más, cuando Tiberio decidió abandonar Roma e instalarse en Capri. Roma, bajo Seyano, se convirtió entonces, en un mundo saturado de corrupción y de terror.

            Pero también a él le llega la hora, ya que sus ambiciones crecen de tal modo que aspira a llegar a ser emperador y siente que se le va el tiempo, porque Tiberio, que ha pasado ampliamente los 70 años, no tiene ninguna gana de morir. Alertada Antonia, cuñada de Tiberio, le denuncia, en una carta enviada a Capri, los planes de Seyano y, a vuelta de correo, Tiberio envía la orden de prender a Seyano y toda su familia y liquidarla cruelmente. Una de las hijitas jóvenes de éste, ya que la ley prohibía ajusticiar a las vírgenes, es violada antes de morir. Otra implicada, una tal Livilla, hija de Antonia, mientras espera el juicio muere en la cárcel después de veinte días de no querer comer, de huelga de hambre. (A propósito: sorprende la resistencia de los asesinos de La Tablada que quiere liberar el Presidente, quienes, luego de casi cuatro meses de declarado ayuno, todavía tienen que hacer esfuerzos para meter la panza adentro y poder sacarse fotos ante el periodismo.)

            Lo cierto es que, desde entonces y hasta el año 37 cuando muere a los 78 años, Tiberio se dedicó a liquidar a sus adversarios ante la más mínima sospecha de complot. Finalmente muere porque, recuperándose de un infarto, dos de sus cortesanos, hartos, le pusieron un almohadón en la cara y lo asfixiaron. Duro el viejo.

            Pero hay que saber que, mientras tuvo poder, era Seyano quien digitaba los nombramientos para los distintos cargo del imperio. Y no era este el menor de sus ingresos ya que los candidatos, para obtener los puestos, debían pagarle gruesas sumas de dinero, de acuerdo a la categoría de lo que aspiraban. El joven Poncio Pilato, apenas de la clase de los caballeros, no de los senadores, con poca fortuna personal, no podía ciertamente pretender de Seyano nombramiento demasiado importante. Solo logra el puestito de gobernador de la empobrecida y adusta provincia de Judea, ya esquilmada por cinco sucesivos gobernadores anteriores, quienes, a su regreso a Roma, hablaban pestes del lugar. Hasta hace poco se dudaba de si el título obtenido por Pilato fue el de 'procurador' o el de 'prefecto'. Los evangelios los traen distintos, en griego: 'hegemón', 'eparca' ... Pero la duda se disipó en 1961 cuando, entre las ruinas de Cesarea del Mar, residencia del gobierno romano de Judea, se encontró una inscripción que recoge la dedicación de un monumento erigido por Pilato en honor de Tiberio y en la cual se le atribuye expresamente el título específico de 'prefecto', es decir 'gobernador de Judea'. Mucho menos pues que 'procurador' y, no se diga nada, que 'legado', 'procónsul' o 'propretor'. Se ve que Pilato no tuvo plata para sacarle más a Seyano. Pero sea cual fuere su título, del protagonista ya conocemos la trayectoria.

            El tercer personaje que menciona nuestro evangelio de hoy es Herodes, pero no Herodes el Grande, el de la infancia de Jesús, el rey de Judea, sino su heredero venido a menos, Herodes Antipas, hijo de aquel y de la samaritana Maltake, la cuarta de sus 10 mujeres. Gobernó su territorio, Galilea, a partir del año 4 antes de Cristo y hasta el 39 después, cuando el emperador Calígula, molesto con él, lo depuso y desterró a Lyon, en el sur de Francia. Es el Herodes que aparece constantemente en nuestros evangelios.

            El título 'tetrarca' -de 'tetra', cuatro en griego y 'arjo', mandar-, quería decir originariamente que el que lo llevaba reinaba sobre la 'cuarta parte' de un determinado territorio. Pero en tiempos de la tradición evangélica ya se había convertido en un formulismo para referirse a un príncipe de poco rango. Justamente parece que el enojo de Calígula provino de que Herodes, poco satisfecho con su nominación de tetrarca había comenzado a utilizar el título de 'rey', 'basileus',.

            También Felipe, hoy mencionado por Lucas, era hijo de Herodes el Grande, pero esta vez de su quinta mujer, Cleopatra de Jerusalén. Gobernó con buena fama una franja de territorio al este del Jordán que llegaba hasta el sur de Damasco. Murió en Betsaida el año 34, sin dejar descendencia y, a pesar del reclamo de sus hermanos, su territorio pasó a formar parte de la provincia romana de Siria.

            Curiosamente de Lisanias tetrarca de Abilene no sabemos nada. El territorio de Abilene se extendía por el noroeste de Damasco, en torno a la ciudad de Abila, en la falda sur de la cordillera del Antilíbano, hoy plena Siria, muy lejos de los territorios bíblicos, así que no sabemos porqué se trae aquí a colación. Es sorprendente pues la mención de un tetrarca desconocido, de un territorio insignificante, alejado de la historia de la cual va a hablar Lucas, a menos que -como algunos afirman-, este gobernante ignoto fuera importante para Lucas mismo. De hecho, por muchos indicios, los biblistas sostienen que nuestro evangelista era de origen sirio. ¿Habrá nacido justamente en Abilene y por eso lo menciona? No hay manera de saberlo.

            Sí son conocidos y pertinentes a nuestra historia Anás y Caifás. Anás o Anano, hijo de Set, fue nombrado sumo sacerdote por el gobernador romano Publio Sulpicio Quirino en el año 6 después de Cristo y depuesto en el año 15. Sus sucesores fueron Ismael, Eleazar, Simón, y finalmente José, yerno del mismo Anás, apellidado Caifás, de triste memoria, y del cual recientemente se ha encontrado la tumba en Jerusalén. Ejerció el sumo sacerdocio durante los años que van del 18 al 36.

            He aquí, pues, perfectamente ubicados en la historia, los estupendos acontecimientos del evangelio y sobre todo de esos tres años cruciales del otoño del 27 a la pascua del 30, en donde, precedido por el de Juan, estalla el mensaje y el acontecimiento de Jesús. Es lo que quiere resaltar Lucas al mencionar a tantos personajes de carne y hueso: que se trata ante todo de un acontecimiento: el hecho histórico, fidedigno, ubicado en tiempo y espacio, de la irrupción de la vitalidad divina en el devenir de la historia, en la vida tangible y pulsante de Jesucristo. Bien lejos de toda mitología, de toda leyenda, de toda aparición, de toda fábula moral, como las que narraban las antiguas religiones: personajes atemporales como Prometeo, como Baco, como Apolo, como Buda, figuras casi metafóricas de concepciones falsas de lo humano y lo divino, más propias de las interioridades confusas, supersticiones y ensoñaciones del hombre que de la concreta realidad. Lo de Jesús, viene a decir Lucas, cuando sitúa su relato entre tanto personaje contundente de su época, no es un hecho puramente religioso, místico, extático, espiritual, esotérico ni, mucho menos, un mito: es un advenimiento, un suceso que pertenece al mundo de los hombres, al mundo de la vida, al mundo de todos los días. No se trata de algo que debamos mirar como ajeno a lo cotidiano, a lo político, a lo económico, rezando al pie de nuestra cama o cuando entramos a una capilla o vamos a Misa, sino imbricado en nuestro existir, preñando nuestras alegrías y nuestras angustias, dando sentido a nuestro humano vivir y capaz de transformar incluso nuestras enfermedades y pobrezas, nuestras soledades y fracasos en camino de realización y crecimiento.

            Es allí concretamente, no en las alienaciones y arrobamientos de las falsas místicas, donde resuena la buena nueva de Cristo iniciada por el bautismo de Juan.

            Es llamativo que el pasaje de Isaías que aplica Lucas a Juan sea el que utilizaban los esenios para llamar a sus adeptos a separarse del mundo e ingresar en su famoso convento de Qum Ram situado en el desierto. Hay un pasaje en su Manual de Disciplina que dice así: "Al convertirse en miembros de esta comunidad dentro de Israel (...) deberán apartarse de la convivencia con el pueblo depravado, retirándose al desierto para preparar allí el camino de 'El', como está escrito: 'Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos'".

            Es muy probable, dicen hoy los exégetas, que Juan haya sido miembro de esa comunidad durante varios años y de allí saque alguna de sus prácticas y doctrina, pero, como vemos, Lucas lo hace 'salir' de ese desierto, de ese monasterio y lo envía a predicar al mundo. "Dios dirigió la palabra a Juan, que estaba en el desierto" y éste salió y "comenzó a recorrer toda la región del río Jordán". Más aún: contra una salvación que los esenios reservaban solo a una porción elegida de los judíos, una salvación racista, sectaria, elitista, de sacristía, nuestro texto afirma una oferta de salvación universal: "entonces, todos los hombres, verán la salvación de Dios." Por eso también la mención no solo de las autoridades de los judíos sino de Tiberio, emperador de toda la tierra.

            Juan sale del desierto, sale del encierro orgulloso de los monjes de Qum Ram, aparta sus viejos pergaminos de ajadas escrituras y sus visiones místicas apartadas del mundo y aún de la realidad, para ir con todas las fuerzas del Espíritu, con lo mejor de la revelación del viejo testamento, a anunciar a todos, a la gente común, a los pobres hombres metidos en sus problemas y en sus cosas, la nueva de que Dios está por actuar. También Jesús irá al desierto, pasará muchos años de ocultamiento y preparación, pero finalmente él también, precedido por Juan, saldrá a actuar y predicar por los caminos polvorientos de su tierra.

            Hemos comenzado el Adviento, la preparación al advenimiento de Jesús, y ya la Iglesia nos reubica en el plano de la realidad. No quiere una piedad que se limite a consolar o excitar los recovecos de nuestra interioridad, a lo mejor de nuestro ego. No quiere excitar nuestras lágrimas ni nuestros fervores. Quiere una preparación al encuentro con el Señor que toque nuestro comportamiento y nuestro celo por los demás. El bautismo de conversión que pide Juan no es solo un esfuerzo de ascesis personal, es una renovación de nuestra convivencia -con nuestros amigos, con nuestros hijos, con nuestra mujer, con nuestros hermanos-. La vida en Cristo, así como lo fue en relación a Tiberio, a Herodes, a Pilato, a Caifás, situada en su época y circunstancias, también debe ser en tiempos de Clinton, de De La Rua, con Storani, con Machinea, con Bergoglio, es decir con la marcha del mundo, con nuestros problemas económicos, con la moral pública, con nuestro trabajo, con nuestros estudios, con nuestro noviazgo, con nuestros esfuerzos por crecer como cristianos y hacer bien a los nuestros. Escuchar el mensaje de Cristo, preparar su adviento, no es solamente dedicar más tiempo a la oración y a la Biblia y a la Misa -cosas que ciertamente hay que hacer-, sino mudar nuestra conducta, vigilar nuestra lengua, dominar nuestros miedos, superar nuestros desánimos, enderezar nuestras empresas, morigerar nuestras envidias, dar buen ejemplo a nuestros socios, a nuestros condiscípulos, a nuestros camaradas, verter evangelio en el trato con los nuestros, dar con nuestra conducta testimonio de Jesús, en el combate de todos los días, en cada momento, preparando aquí en la historia, aquí donde pisan nuestros pies, el camino del Señor.

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