Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1989. Ciclo C

3º DOMINGO DE ADVIENTO 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 10-18
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?» El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les respondió: «No exijan más de lo estipulado» A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo» Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible» Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

SERMÓN

           Una de las ciudades más extraordinarias de la antigüedad fue Dur-Sarruykin , la actual Jorsabad , en Irak, cerca de Mosul, construida por Sargón II , rey de Asiria, allá por los años 713 antes de Cristo, con muros de 2,4 metros de espesor y 23 de alto, a cuyo interior se ingresaba por siete puerta y, en el lugar más importante, el palacio, sobre una altura, circundado también de muros. Recientemente excavado, en uno de sus pavimentos, en medio de dibujos y bajorrelieves, se ha encontrado esta inscripción: “ Al principio de mi reinado, yo, Sargón, conquisté las ciudades de Israel, me llevé prisioneros 27.290 habitantes y establecí, en esos territorios gentes de otros países que había conquistado

Causa emoción reconocer, en esas desgastadas lozas, esta noticia escueta de uno de los más dramáticos episodios de la historia judía: la desaparición, bajo el aullante y sangriento paso de las tropas asirias, del Reino del Norte, de Israel, y la pérdida definitiva de la mayoría de las doce tribus de Israel, deportadas sin luego dejar rastros.

Solo quedará al sur el pequeño reino de Judá , con la tribu del mismo nombre, la de Benjamín y algunos miembros de la de Leví, con su provinciana capital, Jerusalén .

Sin embargo, del Norte, algunos consiguen huir, con sus viejos libros, tradiciones, leyes, escritos de profetas y, sobre todo, con una profunda religiosidad y adhesión al Señor, a Yahvé, aumentada por las desdichadas circunstancias, puesto que atribuyen la desaparición del reino a los pecados de sus dirigentes y de su pueblo y ponen, entonces, la esperanza de una restauración, no en ningún principio racista o partidario, sino en el cumplimiento fiel de sus deberes morales y religiosos.

Ya en tiempos antiguos, cuando se fundaba una ciudad o colonia dependiente de una ciudad más importante se la llamaba, entre los judíos, ‘hija de tal ciudad'. Pues bien, cuando estos piadosos israelitas, huyendo de la desolación asiria, encuentran refugio en la capital del Sur, Jerusalén, edificada sobre el monte Sion, se nuclean en un nuevo barrio, al norte de la entonces pequeña ciudad de David, sobre la colina del templo y protegidos por su muro. A este barrio o ciudad nueva se le llamó, pues, ‘hija de Sión' y es a este ‘resto de Israel', ‘pueblo humilde y humillado, piadoso y cumplidor de la Ley', a quien Sofonías , el profeta, hoy ha alentado a la esperanza, en la primera lectura que hemos escuchado (3, 14-18): “ Grita de alegría hija de Sión; alégrate hija de Jerusalén ”, anunciándole la próxima salvación y el perdón de Dios y la inminente presencia del verdadero Rey de Israel: el Señor.

Pero, unos cuantos años después, cuando en el 586 también cae Judá, ahora bajo la espada de Nabucodonosor y, con Judá, Jerusalén y el pequeño barrio israelita, la ‘hija de Sión, Jeremías se lamenta por ella (4, 31): “pobre hija de Sion, desolada” –dice-. Y, poco a poco, Jerusalén, Sión e'hija de Sión' se confunden y pasan a ser el símbolo del resto fiel de Israel que preparará, en los últimos tiempos, la definitiva venida del Día del Señor y la liberación verdadera de Israel.

Finalmente el nombre de, en su origen, esta pequeña barriada israelita, la ‘hija de Sion', pasa a ser el símbolo de esa minúscula porción del pueblo de Dios que se apresta con su fidelidad y con su fe a la llegada del Reino, en medio de la alegría de la esperanza.

Nuestra traducción del ‘Ave María', ‘Dios te salve María', oculta el que, en el griego original, el ángel saludó a María con las mismas palabras de Sofonías: “Alégrate, llena de gracia”; personificando en María, justamente, a la ‘hija de Sión'.

Ella es la representante, la concentración plena, de toda la esperanza de Israel. Ella es la oyente fiel de la palabra sobre la cual –como decíamos en la fiesta de la Inmaculada Concepción- desciende la nube, la sombra, que la transforma en nuevo templo de Jerusalén. Lucas, en aquella escena de la Anunciación, presentaba a María como el ‘resto de Israel', la porción fiel del pueblo que cumple y espera, la ‘hija de Sion' en la cual, a la postre, se llevan a cumplimiento todas las palabras de promesa de Dios para los últimos tiempos.

Y, si ahora mucho más que símbolo del verdadero Israel, en Ella se encarna personalmente la Palabra de Dios, Jesucristo, el Rey y Salvador, con la efusión de Vida divina que eso supone, superando toda esperanza mesiánica humana, toda utopía terrena, la intercesión de María y su actitud ejemplar, modélica, serán datos permanentes en la existencia de todo cristiano, para encarnar en la propia vida ese existir divino que se nos regala a todos los creyentes en Jesús.

Intercediendo María, pues, que, en su amor de madre, nos contagia con su propio modo de ser y de engendrar a Jesús, y tratando de adquirir en nosotros su actitud de ‘hija de Sion', de resto de Israel, alejándonos de los pecados y la soberbia que provocaron la ruina de Israel y nuestra propia ruina, en humildad y espera, en confianza no en mostros mismos sino en Dios, podrá nacer o renacer o renovarse en estas navidades Cristo en nostros, de modo que podamos vivir en serio ese júbilo, esa alegría que tanto Sofonías como Pablo a los Filipenses (4,4) tratan de imbuir a los creyentes: “Alegraos, vuelvo a insistir, alegraos”, “Grita de alegría, hija de Sion.”

Y Lucas , en este evangelio que él escribe por los años 80, cuando ya la Iglesia se ha dado cuenta de que la segunda venida de Cristo no será inmediata y que, sin falsas místicas, hay que vivir la espera, permaneciendo y trabajando en este mundo, con todo realismo nos señala una de las condiciones de esa espera y de esa fidelidad. “¿Qué debemos hacer?”, le preguntan al Juan Bautista que da ‘la buena noticia', ‘la alegre noticia'. Y él responde dando un par de ejemplos bien concretos de cómo ha de procederse. Por lo pronto, siendo fieles y justos en aquello en lo cual está cada uno, sea recaudador de impuestos, soldado, estudiante, profesional o trabajador o ama de casa.

Y cualquiera que viva en este mundo sabe bien que, aunque de palabra esto parece poco, bien difícil es hacerlo hoy en cualquier ámbito del quehacer nacional. Ser honesto en nuestros días no da réditos y hasta resulta difícil a veces reconocer la medida de lo deshonesto.

Pero, en fin, cada cual haga lo mejor que pueda y, aunque seamos pocos los que lo intentemos ya,pequeño resto, último barrio en pie de la vieja cristiandad, invadida, saqueada, asolada, alegrémonos lo mismo, ‘hija de Sion', con María, la Virgen. “El Señor, tu Dios ya está en medio de ti, guerrero victorioso, él te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría”. “El tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero”. El nos renovará “con Espíritu Santo y con fuego”.

Menú