Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1991. Ciclo C

3º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 1991)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 10-18
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?» El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les respondió: «No exijan más de lo estipulado» A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo» Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible» Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

SERMÓN

            Cuando chico uno de los paseos habituales de mi familia era, los domingos de invierno dar una vuelta por los lagos de Palermo o por el rosedal. Y uno de las momentos importantes y obligados del paseo era cuando el viejo Dodge de papá se paraba detrás del carrito a pedales del viejo Antonio, a quien siempre buscábamos como nuestro preferido y comprábamos un palito con cinco higos secos ensartados y acaramelados y con unos cuantos pochoclos pegados. He comido más tarde higos frescos, recién sacados de la higuera, pero nunca me parecieron tan ricos como aquellos de los cuales para saborearlos había primero que romper la capa de caramelo y despojarlos de sus pochoclos.

Desde muy antiguo el higo fue comido por el hombre y muy pronto fue plantado y cultivado. Junto con el olivo era uno de los árboles más preciados de la antigua Grecia y tan valorado en toda la cuenca mediterránea que, en el siglo VII antes de Cristo, cuando una ley prohibió la exportación de productos alimenticios del Atica, era un gran negocio el burlar esa ley y contrabandear higos al exterior. Tanto es así que los arcontes montaron cuidadosamente el control, ofreciendo recompensas a los que denunciaran a los contrabandistas. A estos denunciantes se los llamó "sicofantes" -sicofantas, en castellano-. Término formado de la palabra griega súkon , que quiere decir higo y fantes del verbo faino , que quiere decir manifestar, delatar. El apelativo "sicofante" fue luego derivando él designar simplemente a cualquier delator y .finalmente quedó en eso, con el matiz, más peyorativo aún, de "calumniador" o impostor.

El término es bien conocido por cualquier lector de Aristófanes, que lo usa como uno de los grandes insultos y, al mismo tiempo, lo considera como una de las grandes pestes de la democracia corrupta del tiempo de Cleón, y que él abominaba.

En realidad la gran democracia ateniense había nacido doscientos años antes de Aristófanes, con Solón, en el siglo VI AC, que, abolidas las severas leyes de Dracon, había organizado igualitariamente a la sociedad de Atenas. Igualdad proporcional se entiende porque no todos podían acceder a cualquier cargo. Todos podían sí votar en la Asamblea, pero solo los que contribuían al fisco más allá de determinada cantidad u podían armarse como hoplitas para el ejército tenían derecho a acceder a los puestos públicos, sabio recurso que garantizaba así una idoneidad mínima para el ejercicio del cargo.

Por otra parte es precisamente en la peculiar formación del ejército griego donde nace el verdadero sentido igualitario, con la creación de la "falange". Las batallas no se ganan desde entonces por multitud de combates individuales entre campeones o guerreros diferentes, sino que las gana el cuerpo macizo e integrado de hombres iguales que componen la falange. Y allí todos son verdaderamente iguales, de cualquier origen fueran, y así justamente se llamaban entre si los hoplitas, la infantería pesada formada por una determinada categoría de contribuyentes que podían costearse el necesario armamento: los 'hómoioi' , los semejantes o iguales y a quienes corresponde la isonomía, la igualdad de normas.

Con las reformas de Clistenes y luego de Pericles la isonomía y la posibilidad de acceder a los puestos públicos se extiende a todos y eso señala, después de la tiranía ilustrada de Pericles, el fin de la democracia. Todos se sienten homoioi iguales sin serlo, todos opinan sobre cualquier cosa, todos creen tener derecho a los derechos sin ningún tipo de deberes. Y esto lleva finalmente a la insolidaridad social y a la disolución de la comunidad: cuando mejores y peores, dignos e indignos, aptos e ineptos, son todos tratados igual y, peor aún, se obliga a los primeros coactivamente a igualarse a los segundos, aquellos, que por otra parte son más inteligentes, tienden a cerrarse, a defender lo suyo y a no ayudar a éstos. Cada cual se ocupa de si mismo. Y así el estado ateniense es invadido por la corrupción y los que acceden al poder lo usan para extraer de él beneficios y sobornos. Para garantizar su reelección multiplican los puestos inútiles para sus electores y emprenden costosas obras demagógicas. La multiplicación de los puestos con diversos poderes permite la exacción de los ciudadanos honestos. Todo se hace a base de coimas. Y para coaccionarlos se recurre a acusaciones falsas de incumplimiento de normas o de pagos al estado o a groseras calumnias. Es allí donde hace su Agosto el informador, el sicofanta, el delator, el coimero, el chantajista, es decir el sicofanta, según el significado que había adquirido el término en la época de Aristófanes, cuando Cleón, demagogo sin escrúpulos, sucesor de Pericles, muerto en la gran peste de Atenas del año 429 AC , lleva finalmente a la ruina a su nación.

Y precisamente es en su comedia "Los caballeros", que recomiendo a todos que la lean, donde en una colorida descripción de la pseudodemocracia, de la falsa igualdad e isonomía sin deberes y sin control de idoneidad, es en esta comedia donde Aristófanes arroja toda la hiel de su indignado patriotismo contra Cleón, cuando después de llamarlo insolente, adulador, concusionario, venal, impudente, cobarde, calumniador, canalla, bribón, proxeneta, infame, recaudador sin conciencia, mina de latrocinios, abismo de perversidad, avieso, embaucador, le arroja como el adjetivo más peyorativo e infamante el de sicofanta.

Precisamente es este término el que Lucas, en el evangelio de hoy, con su griego clásico, pone en boca de Juan el Bautizador, al responder a los funcionarios policiales -aquí denominados "soldados"- que le preguntan qué deben hacer para portarse bien: les dice: me sukofantésete, es decir no hagáis de sicofantes, que nuestra traducción desvaídamente traduce lino hagáis falsas denuncias".

Vean qua este término nos da la clave para entender el ambiente al cual Juan Bautista se dirige y cuales son los males que denuncia. Precisamente los de una sociedad corrupta tipo ateniense, en donde prima la intervención estatal, tanto herodiana como romana, con sus consecuencias de insolidaridad, voracidad fiscal para beneficio de unos pocos funcionarios aristócratas y su multitud de clientes inútiles y parásitos, y toda la corrupción, prepotencia, chantaje y final inigualitarismo que este dominio del estado sobre las libertades individuales a la postre provoca y que en última instancia se puede calificar como sicofantismo.

Contra la insolidaridad Juan habla de la obligación que tiene todo aquel que tiene más, de ayudar al que no tiene, no debiendo de ninguna manera delegar a la beneficencia pública y corrupta del Estado este deber para tranquilizar su conciencia. Contra los otros males las diversas respuestas que hemos escuchado.

Pero en realidad la moral que propone el bautista, a pesar de su contraste con las costumbres corruptas de su época, a los que después seguimos leyendo el evangelio, nos aparecen como pobres, como limitadas. Quien quisiera construir una moral personal y social desde la predicación del Bautista, a pesar de su rectitud básica, ciertamente no seria todavía cristiano. Uno empieza a entender lo que es verdaderamente ser cristiano en el Sermón de la montaña, en las bienaventuranzas, en el precepto príncipe de la Caridad, en el ejemplo de Jesús entregado hasta la cruz.

Si hoy lo de Juan Bautista aparece como exquisita moral es por la corrupción pública y privada en que vivimos, pero la intención de Lucas no es la de proponerlo como el paradigma de la norma, sino al revés, el contrastar su moral casi burguesa con la enseñanza y la reforma total de vida de Jesús. Aquí aparecen los ecos casi de una polémica de los cristianos de la época lucana con subsistentes discípulos de Juan que no querían reconocer a Jesús. Y en realidad esto es exactamente lo que señala Lucas a través de las propias palabras del Bautizador cuando le hace asimilar sus normas al agua, comparado con el fuego y el Espíritu que viene a traer Jesús.

En esta época en que cualquiera puede, con el más mínimo sentido ético, calificar de corrupta en todos les órdenes de la vida a la sociedad actual, -aún cuando en esto habría que matizar bastante, porque una cosa es la imagen de la clase dirigente y de lo que nos presentan la cultura y los mass media y otra las reservas de moral auténtica que subsisten en amplios sectores de nuestro pueblo- pero concedamos lo de la corrupción general, en este ambiente es fácil que siguiendo más o menos la moral mínima de Juan -yo no maté a nadie, yo no traicioné a mi mujer, yo no cobré de más, yo aporté a la colecta anual de Cáritas- tendamos a creernos supercristianos. Es bueno escuchar, pues, en este tiempo de Adviento que eso para Cristo no es más que agua y que el misterio de la encarnación de Dios que nos aprestamos a celebrar desborda totalmente las exigencias y los logros de todo comportamiento puramente humano y nos invita ni más ni menos que a la santidad.

Pero hay otra cosa. Es posible que el sicofantismo, la corrupción al menos en lo económico, se vayan atemperando, por las exigencias mismas de la economía, en la medida en que el estado corruptor deje de intervenir artificialmente en ella con sus puestos de influencia y de sobornos. En la medida en que se implante la economía de mercado -si es que se hace- es posible que por la necesidad de eficiencia del sistema la corrupción burocrática vaya desapareciendo y aparezcan como valores económicos, la veracidad, el cumplimiento de los compromisos, la justicia en el pago de los impuestos; etc. Aparecerá una especie de moral liberal, parcial, económica, que muchos ilusos tenderán a confundir con la ética. Y daría la impresión que el Nuevo Orden Mundial avanza en general hacia una nueva moral de este tipo: honestidad en los contratos, eficiencia en cada puesto de trabajo, puntual pago de las contribuciones y, para no dar a la cosa un cariz puramente crematístico, otro tipo de normas pseudoéticas: el respeto a la ecología, el tirar los papelitos en los cestos de manliba, el no fumar en los lugares públicos y si es posible no fumar para nada, el no conducir habiendo bebido, el cuidado eugenésico de la descendencia y el evitar eutanásicamente el dolor de viejos y enfermos, el tener contemplaciones profilácticas en las relaciones sexuales, el evitar el exceso de colesterol y muchas normas más que serian dignas de buscarse y enumerar, como para engendrar una pseudomoral y una falsa suplencia de las exigencias éticas que se esconden en el corazón del hombre creado para Dios. El ideal pues de nuevo mundo de hombres pues, más o menos deportistas, más o menos bien vestidos y bañados, higiénicos, eficientes, computados y con computadoras, sin traumas ni represiones sexuales, como mucho una nueva era de Pericles, con igualdad para los iguales y algunos, como se dice, más iguales que otros.

Es posible que este Nuevo Orden Mundial fracase estrepitosamente como todo intento babélico y prometeico de construir al hombre y a la sociedad prescindiendo de Dios y de su Cristo; pero es posible que no y si se construye y si dura y mientras dure será un terrible narcótica para las verdaderas ansias y vocación trascendente del hombre al amor a Dios y a los demás y el degüello de su única posibilidad de realizarse plenamente que es la de acceder al cielo.

Esta nueva sociedad que se intenta construir puede ser "más alienante y castrante que la del sicofantismo y la corrupción manifiestas. Puede llegar a ser precisamente el agua inodora e incolora que apague definitivamente en nosotros el fuego y el Espíritu de Jesús.

Adviento es tiempo de espera y reflexión, de alerta y conversión, cambio de mentalidad, implantación en nuestra mentes de las ideas de Cristo no las del mundo, ¡cuidado de dejarnos tragar no solo por la corrupción, sino por la falsa moralidad liberal y burguesa, por la ética, ¿qué digo? ¡Por la etologia, por la sociobióloga desteñida -que no ética-! de lo meramente humano despojado de lo heroico y de lo divino. Jesús está por venir, cuidemos de que su mensaje sea verdaderamente escuchado por nosotros, no nos creamos Justos con la justicia bautista, que Jesús no puede buscar a los que se creen Justos sino a los que se reconocen pecadores. No vaya a ser que estas navidades su mensaje pase otra vez despercibido de largo debajo de les arbolitos adornados, de los regalos y de las garrapiñadas y otra vez sin tocarnos llegue como en la época de Cristo solo a los publicanos y a los pecadores. No vaya a ser que el fuego encendido en nuestro pecho por el bautismo de Jesús, se apague en el agua chirle de Juan y no nos incendie en el Espíritu Santo y fuego de Jesús, en auténtico amor y entrega, en arrojo y santidad.

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