Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1991. Ciclo c

4º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 1991)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     1, 39-45
En aquellos días: María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»

SERMÓN

          El hombre contemporáneo tiende a despojar a las palabras de otro valor que el de significar realidades. Signos convencionales, cuya única función es servir de vehículo a ideas, deseos, órdenes, pero, en si mismas, puro sonido, aire, vibración. Para el hombre primitivo, la palabra es mucho más: ella misma está cargada de poder. No se puede nombrar cualquier cosa, porque, de alguna manera, algo de ésta está atada a la palabra y puede despertarse, molestarse, aparecer. Hay términos que es necesario no pronunciar, han de ser evitados, sustituidos por un eufemismo, - como Méndez -, para no caer en el ámbito de su poder maléfico.

Para el primitivo el insulto, más allá de ser vehículo de una enemistad, de una intención puramente interior de herir, produce, de alguna manera, efecto; por eso debe hacerse retirar, propiciar, no solo por el honor dolido.

Peor la maldición. La maldición -en esta mentalidad- es algo terrible, capaz de producir efectos mortíferos en el maldecido. ¡Cuántas maldiciones se han transformado en el eje de estupendas tragedias y óperas: la maldición de la casa de Edipo, la de Orestes, la del comendador a Don Giovanni, la del conde de Monterone a Rigoletto, la del hermano de Margarita en Fausto, la del padre de Elvira en La Forza del Destino!

Pero, así como la palabra puede ser maligna, ejercer maléfico influjo, también puede ser benéfica, influir en bien. En este caso, en vez de maldición se transforma en bendición, en "eulogio".

Nuestros criollos nombres Eulogio y Eulogia, precisamente en griego quieren decir eso: buena palabra, buen decir, bien decir, ben-dición.

En la Biblia eulogio o bendición traduce al hebreo barak , cuyo lejano origen etimológico habla de curar, de sanar. Bendecir, en aquella lejana época es tratar de curar, aliviar el mal, por medio de la palabra; es así que se opone al poder destructivo de la maldición. Por medio de la palabra, a veces acompañada por un gesto -poner la mano derecha sobre la cabeza del bendecido o extender los brazos sobre él o abrazarlo-, se transmite una fuerza benéfica que ejerce un efecto real. Tan real que una vez dado no se puede retirar. Cuando Jacob en-gaña a Isaac y recibe en vez de Esaú la bendición, una vez descubierto el engaño, Isaac no puede quitársela, y alcanzará a perpetuidad a sus descendientes. Esaú tendrá que contentarse, para si y para los suyos, con obtener una bendición menor.

Generalmente -siempre en esta mentalidad- la bendición es algo que se da en el seno de la familia y la amistad. Precisamente todo saludo es una especie de bendición. "Salud" o "shalom", "paz", "paz contigo", "Dios contigo", es el saludo mutuo de dos hebreos que se encuentran. Pero, sobre todo en la familia, no solo al encontrarse y al despedirse, sino en los momentos decisivos de la vida: nacimientos, bodas, partir a la guerra; allí se imparte la bendición. Y, aunque cualquiera puede hacerlo, es especialmente el padre quien tiene mayor facultad para ello.

Pero, estando todos capacitados para impartir una bendición -o maldición- existen personas especialmente dotadas, provistas de fuerza, de poder, para hacerlo. Así la Biblia nos habla del vidente Balaam, o de Josué, caudillo carismático, o de los reyes y, luego, de los profetas y sacerdotes.

En realidad, a medida que la fe de Israel se aleja de la superstición y de la magia, se va dando cuenta de que el único capaz de pronunciar palabras realmente eficaces de bendición es Jahvé, Dios. De allí que solo pueda bendecir eficazmente aquel que lo hace en nombre de Dios. La sagrada Escritura exorciza el poder mágico de la palabra: la palabra no puede crear ni bien ni mal por la sola fuerza del humano deseo. Nadie, desde entonces, ha de temer ninguna maldición de hombre o mujer que sea, aliento y sonido, ineficaces de por si, tanto para el bien como para el mal.

Y es así, de hecho la única palabra que realiza infaliblemente lo que expresa es la del Creador. Justamente el poema de la creación del capítulo primero del Génesis estructura toda la realidad creada como fruto de bendiciones divinas. "Dijo Dios 'Que haya astros en el firmamento..." "y así sucedió" "y Dios vio que esto era bueno". Este es el eulogio, el buen decir, la bendición de Dios, que funda en sus raíces mismas absolutamente toda la realidad. Esta realidad sobre la que des-cansan mis pies y que sostiene mi existencia no es sino la concreción efectiva del bien decir, del eulogio divino, en su constante creación. Mi vida es fruto de esta bendición.

Y precisamente, que todo se encamina a la vida -y a mi vida-, lo hace notar el autor del poema de la creación cuando precisamente al aparecer de la vida, al surgir los animales mediante la buena palabra creadora, además del decir divino bueno que los sostiene como a toda creatura, añade reduplicativamente un buen decir, un bendecir, un barak especial: "Entonces los bendijo, diciendo: 'Sean fecundos y multiplíquense..'" Cosa que nuevamente, y ahora con más amplitud, hace cuando nos crea a nosotros: " Dios dijo 'Hagamos al hombre a nuestra imagen...''y los crea varón y mujer' y los bendijo diciéndoles: sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla' "y todo lo que sigue que es parte constitutiva de esa bendición fundante y termina" y Dios vio que esto era muy bueno ".

En esta bendición está encerrado el sentido de nuestra existen-cia, ya que es precisamente esta bendición -que resuena permanenteme n te en el interior de cada hombre y de todos los hombres de todos los tiempos y todos los lugares- lo que nos mantiene en la existencia sobre la nada. Dios nos crea para la Vida ; este es el objetivo de la bendición creadora que funda y mantiene nuestra existencia.

Siempre que en la Sagrada Escritura Dios o el hombre bendicen, el objeto de esa bendición es promover la vida, hacerla más plena, ayudarla a crecer, darle el shalom -o la paz, como se suele traducir pobremente esta palabra hebrea que en realidad es mucho más: es el con-junto de todos los bienes necesarios para la vida, incluida la paz. La maldición, contrariamente, es un desmedrarla, un enfermarla, un provocarla a la muerte.

Pero la existencia humana, la vida, es algo que se da al hombre no solo como don, sino como tarea: es el mismo hombre quien tiene en sus manos el poder aumentar su vitalidad o empobrecerla. Para eso Dios le señala el camino, le da las reglas de la salud y de la paz, del shalom , que son los mandamientos: si sigue los mandamientos será cada vez más bendito; si se extravía y busca cualquier huella, cualquier camino, a pesar del Dios que quiere su bien, será maldito. Por eso la bendición de Dios, para que sea plenamente eficaz, exige la respuesta del hombre. También los mandamientos son un buen decir, una bendición divina; pero es el ser humano, mediante su libertad, quien tiene que efectivizarla.

El hombre, pues, ha de actualizar y prolongar la bendición divina cumpliendo sus mandamientos y, a su vez, bendiciendo a Dios. Por supuesto que, en este caso, la bendición no produce en Dios ningún efecto; nosotros no podemos beneficiar a Dios con nuestras palabras. Nuestro bendecir a Dios es puro eulogio, puro elogio, pura alabanza. Pero es precisamente en esta alabanza o bendición -"¡bendito sea Dios!"-, unida al cumplimiento de sus preceptos, donde la bendición, que de Dios viene a nosotros, se hace plenamente eficaz.

Cuando el hombre deja de bendecir a Dios y obedecerlo es como si se rompiera el diálogo y la bendición divina no pudiera realizar su efecto vitalizador en nosotros. La bendición se troca, a pesar de Dios, en maldición: "Al entrar en una casa salúdenla, bendíganla, invocando la paz sobre ella....si no os quieren recibir, si es indigna que esa paz, vuelva a Vds., sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ella"

Pero el antiguo Testamento quedaba solamente en una bendición divina que terminaba en esta tierra. Por eso la bendición divina se centraba en la fecundidad y en la descendencia. La vida que se prolongaba en los hijos era como el modo de seguir viviendo. Magro con-suelo. En realidad la muerte, tanto de justos como de injustos, planteaba un grave problema para los pensadores hebreos ¿cómo salvar la sinceridad de la bendición divina si todo terminaba en la muerte?

Curiosamente, el mismo poema de la creación habla de que Dios, además de bendecir al hombre y a los animales, bendice una cosa, un día: "Dios bendijo el séptimo día y lo consagró", como abriendo en ese día al hombre la posibilidad de encontrarse con algo más allá de la vida puramente humana, con algo divino y pleno. En ese séptimo día bendecido queda latente, como una promesa de algo que será capaz de dar todavía más vida, todavía más paz, al ser humano.

Pero la cosa no se entiende aún. La mujer, Eva, seguirá entregando a sus hijos la bendición limitada de la vitalidad humana. Los hijos de Eva, en esta bendición primera, solo y con mucho esfuerzo, y mientras no medie el pecado del hombre con su carga de maldición, solo recibirán, como máximo, esta vida precaria destinada a la muerte.

Pero ya los profetas del Antiguo Testamento avizoran una maternidad más plena, una dación de vida y de paz duradera y definitiva.

En medio de la bendición precaria bordada de dolores y maldiciones de esta vida, el hombre podrá sentirse abandonado por Dios, pero, como hemos escuchado a Miqueas en la primera lectura: "el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre. De ella nacerá el que debe gobernar....El se mantendrá de pie y los apacentará con la majestad del nombre de Jahvé, del Señor, su Dios. ¡Y el mismo será la paz!" .

Él mismo será el shalom , él mismo, pues, será la plenitud de los bienes que hacen a la vida; esa vida que ahora no es la meramente humana sino la plena e indestructible e imperecedera de Dios.

Eso es lo que viene a traernos la navidad, el sábado pleno transformado en domingo, en día del Señor, el definitivo saludo, bendición, shalom , paz, de Dios. Esto es lo que nos trae la que había de ser madre, María , y que Lucas escenifica teológicamente en su encuentro con Isabel.

Isabel es cada uno de nosotros que se encuentra con María. Entró en la casa y saludó a Isabel, le deseó la paz, le llevó la paz que era el Jesús que llevaba adentro. Y apenas ella oyó este saludo, todo lo que llevaba adentro de deseo de vida, ese hijo que en su vejez precisamente era el ansia de seguir viviendo, el resumen de todos sus de-seos, se siente de pronto colmado: " el niño saltó de alegría en su seno ".

Y allí entonces reconoce a la definitiva bendición, al buen decir divino, a la buena palabra hecha carne en el seno de María, en el verbo bueno, en el eulogio celeste, que termina con todas las maldiciones, tristezas y frustraciones de la humanidad: "¡ Tu eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre !"

Ha llegado el verdadero séptimo día, la bendición, la paz, y lo trae María en su seno virginal.

Ya está María en su asno, cabalgando hacia Belén. Una mano se aferra al fuste de su albarda, la otra se apoya como caricia en su vientre virgen. Siente moverse a su hijo no nacido. No encontrará posada para él. Los comerciantes, los turistas, los viajantes y los que van a empadronarse, todo lo han ocupado y todos están sumamente ocupados. Y se quedarán sin la paz. Y sin la bendición. Y sin Jesús.

Tu cristiano, desocúpate, desocupa tu casa, desocupa tu mente, desocupa tu corazón, vístete de humildad, vístete de arrepentimiento, cúbrete de silencio, vela en oración, únete a los pastores.

O, partí a la búsqueda, pedí la luz de Dios, suplicá la fe, unite a los reyes que ya han montado, también ellos, sus camellos en oriente.

Y Ella, la que ha de ser madre, la bendita entre todas las mujeres, pasado mañana se alojará en tu casa, te llevará la paz, te dará a Jesús, te bendecirá.

Menú