Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1995. Ciclo A

4º DOMINGO DE ADVIENTO 

Lectura del santo Evangelio según san Mateo   1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»   Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, -que traducido significa: «Dios con nosotros»-. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

SERMÓN

Estas épocas invariablemente, a los mayores, nos recuerdan, y a veces con nostalgia, remembrando ausencias, las épocas felices, que seguramente aún viven los más jóvenes, del fin de las clases, de la proximidad de las vacaciones, de las fiestas que llegan con sus reuniones de familia y sus regalos.

A mi me despiertan viejas imágenes de mamá, ajetreada preparando en el living, durante días, enormes baules que se llenaban de sábanas, de toallas, de ropa de verano de mis padres y de mis hermanos que debíamos usar hasta Marzo en la casa que alquilábamos en Miramar... El día que llegaba Villalonga y se los llevaba, bajándolos por la escalera de servicio, mamá quedaba agotada, y siempre aparecía, después, alguna cosa que se había olvidado de meter en los baules... ¡Quién sabe en que sótano, o en manos de que gitanos o ropavejeros habrán terminado esos viejos queridos arcones de mi infancia...!

Todo lo hacía por supuesto mi madre. Pero papá -vaya a saber porqué- se reservaba el embalar personalmente, en una arquita más pequeña, una por una envueltas en papel de seda, las figuras de nuestro pesebre familiar. Y eso no se lo llevaba Villalonga, iría en el viejo Dodge; y el mismo papá lo armaría nuevamente en la chimenea del comedor de la casa donde íbamos...

Yo no sabía en esa época, que de alguna manera, ese trato privilegiado de las imágenes sagradas, reeditaba costumbres ancestrales, hundidas en el remoto pasado de la historia del hombre...

Porque es sabido que, en todos los pueblos nómadas de los que se tengan noticias ciertas, sus imágenes u objetos sagrados, sus amuletos, sus emblemas totémicos, recibían en los traslados especiales cuidados. Es el más anciano, o la más joven de las doncellas, o el jeque, o el brujo, o el sacerdote el portador, en las trashumancias, de los objetos cultuales, de lo sacro, en una bolsa de cuero o un arca especialmente pulcros y adornados... Cuando los romanos se mudaban, era el paterfamilias el que trasladaba los penates.

Bajorrelieves cartagineses, terracotas sirias, mosaicos de Palmira, nos muestran representaciones de caravanas encabezadas por literas o camellos especialmente enjaezados llevando su caja sagrada con los fetiches de sus divinidades...

Aún hasta mediados de este siglo, las tribus beduinas se desplazaban siempre, portando, en el mejor camello conducido por la más hermosa de las hijas del Sheik, un palanquín con sus ídolos sagrados y, si estrictamente musulmanes, a veces con un ejemplar del Corán... Ese camello con su preciosa carga los acompañaba siempre en sus batallas y, cuando detenían su marcha, el arcón se instalaba en una engalanada tienda de cuero, en el lugar más importante del campamento.

También los lejanos antecesores del pueblo de Israel, nómadas como sus parientes árabes, tenían costumbres semejantes.

Es verdad que los relatos bíblicos están muy corregidos y escritos muchos siglos después de los hechos, pero las sagas del desierto hablan de la tienda del encuentro -donde Moisés dialogaba con Dios- y la famosa arca de la alianza que allí se instalaba y que supuestamente contenía las tablas de la ley y hacía de simulacro del estar de Dios entre su gente...

El asunto es que, ya en el templo levantado por Salomón mucho tiempo después, el arca estaba guardada en el sitio más sagrado de la construcción: el Santo de los Santos, allí donde el sumo sacerdote entraba solo una vez al año. Y se describe como una caja de un metro treinta por cuarenta centímetros, de madera de acacia enchapada en oro, y con cuatro anillas del mismo metal que se suponía servían para su transporte mediante parihuelas... La tradición decía que dentro de la caja, del arca, no solo se conservaban las tablas de la ley, sino la vara de Aarón y restos de maná.

Y la teología bíblica la menciona como el lugar donde Dios se sentaba: su trono; o como el escabel de sus pies. En todo caso, el arca representaba la presencia del Señor entre su pueblo aunque no contuviera estrictamente ninguna imagen.

Todo ello es algo oscuro, porque los relatos y descripciones fueron escritos, de hecho, bastantes siglos luego, cuando el templo había ya sido destruido por Nabucodonosor en el 587 AC y el arca definitivamente desaparecida... En realidad, después del exilio en Babilonia, en el modesto templo que se reconstruyó, el santo de los santos es ocupado por un altar de oro ornado con dos figuras teromórficas, monstruosas, llamadas querubines, y que también luego desaparece, robado por los griegos... Ya en el fastuoso templo construido por Herodes, el Santo de los Santos está completamente vacío... Y muchos piadosos judíos de hecho afirmaban que Dios había abandonado el templo de Jerusalén y todavía no había regresado.

Alguna tradición afirmaba que el profeta Jeremías había logrado, antes de la toma de Jerusalén, salvar el arca y enterrarla en una cueva del monte Nebó y que ella volvería a aparecer en el tiempo del Mesías.

El arca ha adquirido ya, pues, resonancias puramente simbólicas: es precisamente la figura, el signo, de esa presencia de Dios definitiva prometida a su pueblo, cuando Dios vuelva a plantar su tienda del encuentro entre los hombres.

A ese simbolismo se refiere el prólogo de San Juan cuando afirma "y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros": que en el griego original dice "y plantó su tienda entre nosotros".

Y vean, esto explica el episodio que escuchamos en nuestro evangelio de hoy. Porque ¿cómo podía interesar a la historia de Jesús esta insignificante visita de una mujer -por más María que fuera- a su prima si no pudiera revestirse de significación teológica?

Pero a san Lucas le interesa este episodio, que él elabora hacia los años 80 o 90 después de Cristo, porque está pensando en sus lectores de entonces: una comunidad cristiana extendida ya por todas partes pero que todavía ha de desarrollar una esforzada actividad misionera. Y precisamente a Lucas le importa proponer a María como el modelo por excelencia del misionero y predicador del evangelio, es decir, simplemente del cristiano; porque todos los cristianos han de ser misioneros que lleven la buena noticia de Jesús, más aún la misma presencia de Jesús, produciendo en sus ambientes alegría y salvación...

Por eso Lucas usa la alegoría del arca: esa arca que cuando es introducida por David en Jerusalén, hace que éste salte y baile de alegría frente a ella, como hoy salta Juan el Bautista...

María -afirma nuestro evangelio en todo este capítulo- es la verdadera arca de la alianza. Y así seguimos llamándola nosotros en las letanías: arca de la alianza, causa de nuestra alegría, puerta del cielo...

En ella vuelve a aparecer el arca escondida por Jeremías, en ella otra vez Dios planta su tienda entre nosotros, en María ya late desde hace nueve meses la sangre de la nueva alianza, las definitivas tablas de la ley, en ella viene protegido el maná que será nuestro alimento definitivo, en ella el poder de Dios que surge como fuego de la vara de Aarón...

Pero María no es solo el recipiente, la caja, el baúl, el cofre, el arca inerte que conserva a Dios. Ella es la que verdaderamente lo engendra en su seno por la fe: "Feliz de ti por haber creído", le dice Isabel. Es la fe de María quien la ha preñado de Jesús, quien lo ha hecho crecer como hombre en su purísimo vientre: ni recipiente ciego y sordo -como un copón en el cual se guardan la hostias- ni tampoco madre por obra de los hombres: madre de Jesús a la vez por obra y gracia del Espíritu Santo y por su fe. Y por ello capaz de llevar a Cristo a los demás y llenarlos de su presencia y de su alegría, como hace con Isabel y con Juan.

Y así Lucas la presenta como el verdadero modelo de misionero, de cristiano, de aquel que, para llevar a Jesús a los demás, no le da solo una estampita o una imagen o una buena palabra -ni siquiera el sacerdote o el ministro que entrega mecánica, físicamente, la hostia a los demás- sino modelo del que ha encendido a Jesús, en fe y oración, en su interior, en su corazón y en el testimonio de su cristiana vida, y por eso es capaz de llevarlo -en ejemplo, contagio y entusiasmo- a todos aquellos con quienes se encuentra, con quien vive, a quienes va a visitar... en esa paz y alegría que emana del santo, del verdadero católico...

Por eso el adviento es, a fin de año, cansados y estresados como estamos, habiéndonos distraído todos estos meses en tantas cosas urgentes y a la vez inútiles, como una nueva oportunidad de reavivar nuestra fe, de intentar meditar y escuchar la palabra de Dios, de intensificar nuestra oración, para que Dios embarace nuestros corazones, preñe nuestro espíritu, y haga que, más allá de la fiesta y los regalos y el árbol y el pesebre, Jesús verdaderamente renazca en nosotros y nos ayude a enfrentar el nuevo año en fe y esperanza, en fuerza y coraje, en compromiso con su código de honor y en cristiana alegría.

Arca de la alianza, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

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