Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1996. Ciclo B

4º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 1996)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 1,26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios» María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»Y el Ángel se alejó.

SERMÓN

          Quién sabe porqué, la escena de la anunciación hecha a José y relatada por Mateo prácticamente no ha sido conservada por el arte, a diferencia de la de María, que figura en el evangelio de Lucas, mil veces reproducida por pintores, escultores y poetas.

El cuadro de un hombre dormido ciertamente no inspira pensamientos estéticos, ni tiernos, a diferencia del de un niño que duerme o una doncella atenta en oración a las iniciativas del Espíritu.

Pero el sueño, a pesar de ser tan poco digno, sobre todo cuando roncamos, es un recurso bíblico para figurar esa actitud de plena entrega al querer de Dios en donde para nada intervienen las interferencias de la atenta pero falible y rebelde voluntad humana.

Cuando sumergido en el sopor del descanso, es cuando está más inerme el ser humano, cuando más rendido, menos dueño de si, sin resistencias.

Y como para sus grandes obras Dios no necesita de las cortas miras humanas, no precisa consultarnos ni pedirnos opinión, el escenario del sueño ha sido el símbolo véterotestamentario por antonomasia de las grandes intervenciones o revelaciones de Dios.

Así -como para obrar más a su guisa- envía un "profundo sueño" a Adán que se halla solo para "modelarle" una mujer; o, a Abraham, inquieto, para sellar con él su alianza. En sueños revela a Jacob su presencia; como también al José del viejo testamento -que sirve de modelo a Mateo para componer la figura del José esposo de María- También la apocalíptica usa el sueño como lugar preferido de revelación.

Pero el dormir no se asocia solo con la palabra que revela; también tiene su connotación negativa. Porque la noche que lo provoca es tiempo de alarmas, de poderes maléficos, de peligros nocturnos. Y porque también existe el sueño de la pereza, el de la embriaguez, el que resulta del amor de las mujeres; así en el sueño, entrega su fuerza Sansón a Dalila. O el sueño de la incomprensión, como cuando los discípulos se duermen mientras Jesús vela en el huerto de los Olivos. De allí que incluso finalmente pueda significar el extravío y la necedad del pecado. "Despertad", "Velad", dice Jesús a sus discípulos dormidos. "¡Despierta! ¡Arriba Jerusalén!", clama Isaías. Y Pablo a los efesios: "¡Levántate, tú que duermes, surge de entre los muertos y te iluminará Cristo Jesús!" El cristiano es el que está en vela, aguardando sin dormir el retorno del Maestro, y, si tardando el Esposo, se duerme, como las vírgenes prudentes tiene por lo menos su lámpara provista de aceite.

Pero el sueño de José, no es ciertamente el sueño del pecado, es el sueño reposado del justo que repone fuerzas para volver a la lucha y tan pronto despierte hacer lo que le ha anunciado el ángel, por ello, ese sueño se transforma en signo de su entrega confiada al Señor, y donde Dios es capaz de realizar sus grandes obras.

Más aún, finalmente, la misma muerte será interpretada como sueño, como el único lugar donde Dios puede realizar la recreación del hombre, haciéndolo renacer a la vida divina por la resurrección. Pero, para que esa muerte sea verdaderamente sueño, del cual Dios pueda despertarnos en el día final, habrá de ser muerte asumida, aceptada, la del que se entrega confiado en brazos de la madre o del padre, para ser así tomada y superada por la resurrección.

Por eso los lugares en donde se entierra a los cristianos ya no se llaman sepulcros, tumbas, mausoleos, sarcófagos, pudrideros, sino cementerios. Y cementerio -que es un neologismo cristiano- en griego quiere decir dormitorio. "No ha muerto, está dormida", dice Jesús a Jairo delante del pequeño cuerpo inerte de su hija. "La dormición de la Virgen " llamamos a su muerte. Y para todo cristiano que muere en gracia la muerte es dormición, que no morir postrero, y por eso lo hacemos descansar en el cementerio, en el dormitorio...

Y de ese talante es el sueño de José, paralelo a la vigilia entregada de María. En ambos relatos el ángel -símbolo de lo celeste- es la figura de que lo que va a suceder depende no de iniciativa o fuerza humana sino de una intervención que escapa a los poderes de la física, la química y la biología.

Es lo mismo de lo cual es signo la virginidad de María: cuando ya Israel comprende que su salvación no dependerá ni de sus ejércitos, ni de su fuerza, ni de sus luces, sino que tendrá que esperar la pura intervención de Dios: el viejo presagio de Isaías que en hebreo reza: "una joven concebirá", se transforma, en la traducción griega de los LXX, en la enigmática frase: "una virgen concebirá."

También aquí la virginidad es símbolo de la impotencia de lo humano, de la esterilidad, del entregado sueño, de la muerte a lo puramente natural...

Y sin embargo el hombre no hace simplemente de materia inerte, de títere en manos de Dios, porque esa virginidad, esa impotencia, ese sueño deben ser asumidos. No toda intervención humana se descarta: en Lucas, la virginal voluntad receptiva de María: "hágase en mi según tu palabra." Y, en el evangelio de hoy, Mateo, la actitud de José, no solo por su calidad de hombre justo, cumplidor de la ley -como muestra el evangelio-, sino por el poder paterno que se le otorga de dar el nombre a su hijo: "lo llamarás Jesús", y por lo tanto de hacerlo, por eso mismo, descendiente de David, de su estirpe real -porque, en Israel, poner el nombre al hijo, significaba reconocerlo como propio, darle el apellido-.

Si Jesús poseerá la dignidad humana de descendiente de David lo hará, mediante el difícil acto de admisión por parte de José, de un hijo del cual no conoce el origen.

Pero aquí hay más todavía: Mateo ve en José el paradigma del judío fiel a la ley y que, a pesar de ello, o justamente por ello, se hace cristiano. En una época en que ya los judíos, en nombre de la ley, rechazaban a Jesús, y en donde los mismos cristianos tachaban a la ley judía de inmisericorde, el evangelista Mateo muestra cómo era posible ser bien judío -como lo era el mismo Mateo-, bien cumplidor de la ley y, al mismo tiempo, misericordioso por la misma ley que le permite despedir a su mujer sin infamarla, sin llevarla a juicio; y, finalmente, por ser verdadero israelita, ser cristianísimo. Todo el evangelio de Mateo es un intento desesperado de mostrar a los judíos que rechazan a Cristo como el ser realmente judíos y fieles a la Torah significa finalmente creer en Jesús; y José es, para Mateo, el paradigma modélico de esa actitud.

Pero ni lo que el cumplimiento de la ley puede dar, ni el acto de adopción de José, ni ninguna paternidad humana, más allá de la prosapia davídica, de la investidura real, es la filiación divina y eso está triplemente manifestado por el dormirse de José, por la virginidad de María y por el doble anuncio del ángel.

Es en esa actitud que debemos prepararnos para Navidad: sabemos que ni nuestras buenas obras, ni nuestros esfuerzos humanos, pueden lograr sino lo que está dentro de nuestros limites creados: de ninguna manera la gracia o la vida divina. Pero sabemos también que un corazón bien dispuesto, un esfuerzo real de vivir honestamente, y la búsqueda de los grandes valores naturales de la belleza, la bondad y la verdad, son las mejores condiciones para que la venida de Cristo realmente se encarne en nuestras vidas, nos transforme, y nos obtenga la verdadera vida y felicidad.

Marán Athá. Ven Señor Jesús.

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