Sermones de CRISTO REY
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1981. Ciclo A

 

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos u otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y vosotros me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambrientos, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?" Y el Rey les responderá: "Os aseguro que en la medida que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo". Luego dirá a los de su izquierda: "Alejaos de mí, malditos; id al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y vosotros no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba de paso, y no me alojasteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y preso, y no me visitasteis". Éstos, a su vez, le preguntarán: "Os aseguro que en la medida que no lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo". Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna ».

SERMÓN

Hoy se cierra el año litúrgico. El próximo domingo comienza uno nuevo. Empezará otra vez Adviento, la espera de Navidad. La Iglesia quiere cerrar su año con esta solemnidad que hoy celebramos de Cristo Rey.

El evangelio leído ha reflejado palmariamente el sentido de esta fiesta. Mostrar el acto final y solemne -triunfal para algunos, trágico para otros- en donde, después de los avatares aleatorios y sinuosos de la historia, ésta desemboca en la victoria definitiva de Cristo, expresada en este juicio en que la humanidad queda dividida para siempre a su izquierda y a su derecha.

La Iglesia nos devela así el significado y la dirección de los acontecimientos. Nos cuenta el final. Nos muestra lo que ha de pasar.

Como si ubicados en cualquier punto del pasado nosotros hubiéramos podido tener un libro de historia escrito, hoy, en el presente, y supiéramos quienes iban a ser los vencedores, quiénes los perdedores. ¡Qué inteligentemente podríamos habernos manejado, de saber quiénes ganarían y quiénes perderían!

Como si alguien ahora viniera y me dijera: “Vea, de todos estos cadetes del Colegio Militar, de todos estos capitanes, de todos estos coroneles, los futuros presidentes serán los siguientes…”, y me dieran la lista. ¡A hacerme rápido amigo de ellos! Porque, de los políticos que alcanzarán altas magistraturas, mejor olvidarse. Nunca tienen amigos, sino cómplices.

Me acuerdo, hace 15 años, cuando estudiaba en Roma, tenía un compañero polaco que me invitaba frecuentemente al Convictorio de los polacos. Una vez me presentó a un obispo recién nombrado, poco importante, que se llamaba Karol Wojtyla. Apenas lo saludé. Después, me olvidé de él. Si alguien me hubiera revelado que iba a ser Papa y hubiera tratado de hacerme conocido de él, hoy, a lo mejor, yo sería cardenal. Perdí la oportunidad.

O como si alguien nos diera una lista de todos los próximos números de las grandes de Navidad o las fijas –ya realizadas- de los grandes premios futuros de Palermo y San Isidro.

Algo de eso hace hoy la Iglesia en esta solemnidad de Cristo Rey -repitiendo algo, por otra parte, que está siempre presente en la predicación cristiana-: el triunfador final es Cristo. A pesar de las Canchas Rayadas, a pesar de las noches Tristes, a pesar de que las naves están varadas en Áulide, a pesar de que el cristianismo esté hoy en desbandada. Finalmente Él será el gran triunfador. ¿Quién será tan bobo, pues, teniendo esta fija, de apostar a cualquier otro candidato que no sea Él y de jugar a favor de Adán, o de Marx, o del pecado, o del dinero, o de la carne, o del mundo?


Sacrificio de Ifigenia en Aulide para impetrar viento para las naves

Todo ha sido realizado para Jesucristo. La historia humana no se agota en sí misma. La historia de los individuos no se juega en sus éxitos o fracasos terrenales. Todos y todo no formamos sino parte del proceso de gestación del gran Reino, eterno y definitivo, de Cristo, emperador del Universo, para quien todas las cosas fueron hechas, junto con sus elegidos.

Para participar un día de ese Reino hemos sido creados. Todos nuestros mecanismo naturales, físicos y psicológicos están fabricados para eso. Hemos nacido con una apetencia de infinito que solo el Reino de Cristo puede colmar.

El hombre puede engañarse: pensar equivocadamente que está hecho solamente para gozar de su vida terrena; que este mundo es capaz de satisfacerlo; que lo que importa es adquirir poder o conseguir, trabajando, pequeños paraísos en la tierra; o afirmarse en la plata o en los placeres o en la autonomía y la libertad. Pero, al hacer esto, frustra los deseos profundos de su ser. Está hecho para Cristo y para la eternidad y, torpemente, busca cualquier otro objetivo.

Piensa que no necesita de Dios; que se basta a sí mismo; que su libertad y talentos son capaces de obtener felicidad. Y alguna a lo mejor consigue; pero, en el fondo, si se detiene en estos mendrugos de dicha, pervirtiendo los instintos más íntimos de su naturaleza y por tanto, finalmente, fracasando.

Eso es el pecado. “Peccare” quiere decir, en latín, “no dar en el blanco”. Y el blanco es Cristo, el hombre asumido por Dios.

Esto se puede saber o no saber; pero la cosa es así. Frente a este sofisticado ordenador IBM yo podré conocer o no para que sirve y, si no lo sé, atribuirle extraños poderes o usarlo de las formas más rústicas, pero eso no quita que la IBM haya sido fabricada por los técnicos con propósitos y funcionamiento bien determinado.

El ser humano también. Podré saber o no, admitir o no, su propósito, su modo correcto de funcionar, pero eso no quita de modo alguno el que yo haya sido creado para Cristo y que haya de funcionar según Cristo. Proponerme cualquier otro fin, sea por ignorancia, sea por rechazo, utilizarme de cualquier manera, es arruinar y frustrar la máquina de mi ser. Eso es pecar.

No saber -o peor, ocultar- que todos y cada uno de los hombres de este mundo están hechos para Cristo, es la tragedia más grande que puede ocurrirle a la humanidad. Hacer pensar a la gente que seguir o no a Cristo es un asunto optativo, indiferente -lo mismo daría seguir a Buda, a Brezhnev, a Freud o a lo que cada cual se invente para sí- y no gritar a los cuatro vientos que todos somos para Cristo y que fuera de Él no hay salud ni salvación, no es solamente un error, es un asesinato en masa.

Eso es lo que sucedió en el mundo moderno a partir de las toxinas de Lutero y de la Revolución Francesa. Desde entonces, la verdad tiene los mismos derechos que el error; se engaña a las masas concediéndoles la falsa libertad de la ignorancia; la posibilidad suicida de elegir veneno en lugar de salud. Se le miente diciendo que puede conseguirse la paz, la justicia, la felicidad, sin tener en cuenta a Dios, despreciando las normas de funcionamiento según las cuales hemos sido hechos, desviándonos del único fin que es Jesús.


Fiesta en honor de la diosa Razón

Ya ven lo que pasa en el mundo. Ya ven lo que pasa en nuestro país.

Se han reprimido, por la fuerza de las armas, las manifestaciones más extremas y sintomáticas del mal: la subversión de la pandilla marxista -¡y demos por eso gracias a Dios y gracias nuestros soldados!-; pero los mecanismos profundos de la subversión -que no son sino poner al hombre en lugar de Dios; incensar con el liberalismo una libertad sin norte y sin verdad; pensar que la autoridad viene de las mayorías o del pueblo o del voto y no de Dios; creer que es más importante lo económico que lo ético; afirmar que se puede construir una nación en el caos pluralista; discutir sobre leyes y constituciones sin proponerse fines y sin subordinarlos a las verdades trascendentes- todo eso sigue en marcha, con sus secuelas de inmoralidad, de desconcierto, de búsqueda egoísta de intereses sectoriales, de disolución del patrimonio nacional, y aún de pérdida territorial.

Fíjense cuáles son los grandes problemas que agitan la opinión política -la salida electoral o la sucesión presidencial dentro del marco del Proceso; el relevo de aquel o este ministro, sacarlo o enfermarlo- todas cuestiones instrumentales. Pero ¿el Norte? ¿Lo que se quiere? “Una democracia estable”, dicen algunos. “Una sociedad pluralista”, dicen otros.

Pero ¿qué quieren decir estas frases hechas? El desconcierto es total. Hablar del ‘pluralismo' como fin para integrar con sentido nacional a un pueblo, es simplemente una contradicción Y hablar de ‘democracia' es, en el mejor de los casos, proponer un ‘medio' de gobierno. Pero aquí lo que importa no es el ‘medio', es el ‘fin'. Y el único fin capaz de dar sentido e integrar una Nación que respete lo humano, es someterse a lo divino.

Buscar el ‘bien común' en el respeto a la ley de Dios y con la luz y la gracia de Cristo. Si eso se intenta hacer con gobierno militar, o con elecciones, o con monarquía, eso es secundario. Lo que importa son los fines, no los medios.

Porque Cristo es la única solución, no solamente para la eterna salvación, sino también -en la medida transitoria de las realizaciones de este mundo- la única salvación para la política. Sin la gracia de Cristo –enseña la Iglesia- no se puede cumplir con plenitud ni siquiera la Ley natural.

Es decir, sin cristianismo, a la larga no es posible la ‘moral'. Sin moral no es posible la verdadera ‘política' en búsqueda del Bien común y, sin política recta, no hay ‘economía' justa, ni rica, ni abundante, ni para todos. Sin economía justa y sana, lo único que cabe es la ‘tiranía' del Estado gestor y de la técnica de dominación de las masas.

En eso está el mundo. En eso está nuestro país.

No hay soluciones intermedias: o Cristo o el camino al caos y a la tiranía. Proponerse como meta solamente volver a un estadio cualquiera anterior de la pendiente, de la decadencia, no es solución. Es solamente estirar las etapas, prolongar la agonía, para volver a rodar, a lo mejor con más velocidad, hacia abajo, hacia la anarquía y las tinieblas aprovechadas por los perversos.

Con tristeza hemos de decirlo. la corrupción moral y sobre todo ideológica está tan extendida, el ideario liberal y masónico ha conformado tan hondamente la mentalidad de nuestros dirigentes, que es muy difícil -salvo un milagro- que se vuelvan a levantar públicamente en nuestro país los estandartes de la ‘república cristiana'. El futuro es, desdichadamente, ominoso y obscuro.

Pero, a pesar de ello, la solemnidad que la Iglesia hoy festeja, llama al verdadero optimismo, a la Esperanza. Porque el futuro absoluto -que es en última instancia el único importante- del cual hoy nos habla el Evangelio, es de Cristo. Y porque es de Cristo, es también de nosotros, los cristianos.

No solamente los de nombre, sino los que hayamos actuado como tales y, por gracia de Dios, un día, habiendo salido aprobados en el examen de la vida, seamos llamados, para siempre, a sentarnos a la derecha de nuestro Rey.


Juicio final , siglo XV, escuela de Novgorod

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