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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1992 Ciclo C

1º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 1-13
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan". Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto". Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios". Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

SERMÓN.

Finalmente el Michelangelo no se reveló tan terrible como todos los centros de ordenadores y los dueños de computadoras temían. O el virus no era tan deletéreo ni extendido o las medidas de precaución tomadas, el asunto es que, salvo en alguno que otro archivo y centro de datos distribuidos por el mundo, no produjo excesivos daños ni se perdieron los varios millones de dólares que se preveían. La cosa em­pero no está terminada, no solo porque el Michelangelo aún no ha desa­parecido de todos los sistemas, sino porque por el complejo mundo de la computación mundial circulan en este momento centenares de virus distintos y cotidianamente aparecen nuevos. Los detectores, vacunas y antivirus no alcanzan a combatir esta invasión en la informática.

Como Vds saben la cosa nació hacia los años 60 cuando un grupo de científicos americanos de los laboratorios de computación de la Bell Company, para entretenerse durante la hora del almuerzo, inventaron un juego -al que llamaron Core Wars - que consistía en invadir la computa­dora del adversario con un programa en el cual se habían disimulado una serie de informaciones destinadas a destruir la memoria del rival, borrándola o dándole instrucciones confusas para impedir su correcto desempeño.

A pesar de que solamente jugaban, fueron lo suficientemente in­teligentes como para darse cuenta de que el jueguito podía transfor­marse en algo sumamente peligroso y destructivo, por lo cual se jura­mentaron entre ellos para guardar el secreto. Se cree que fué el hijo de uno de ellos, Robert Morris , quien trabajando allí un verano du­rante sus vacaciones le pasó el secreto a unos amigos que lo divulga-ron rápidamente. De tal modo que ya a los pocos años aparecieron en las revistas especializadas informes de cómo se programaba un virus y, por lo tanto, cómo se podía fabricar y, con él infectar las máquinas; con lo cual cualquier programador más o menos competente podía inven­tar todos los virus que quisiera.

En resumen, el virus nace como una serie de mandatos codificados que obligan a la computadora que los recibe a desordenar o destruir alguno de sus propios programas, o aún su sistema operativo y sus com­ponentes. Es una información, una serie de nociones perversas que obligan al ordenador a realizar una obra autodestructiva.

La cosa empeoró cuando paralelamente la compañía Xerox creó un código informático que se reproducía a si mismo y que de hecho ahorraba tiempo en muchas operaciones, pero que se reveló tremendo una vez añadido a una información destructiva porque la hacía multiplicarse espontánea e indefinidamente, siendo capaz así de saltar de computado-ra en computadora y de programa en programa produciendo de este modo verdaderos contagios e incluso epidemias.

Así es como aparecen los virus que hoy no dejan dormir al mundo de la informática y que, como Vds. saben, han sido utilizados para in­vadir, incluso a nivel oficial, sistemas de defensa nacional o de se­guridad bancaria. En la reciente guerra del Golfo el Pentágono una de las primeras cosas que hizo fue fabricar un virus sumamente sofisti­cado e indetectable que, a pesar de todas las medidas de seguridad de Irak, fue introducido en su sistema a través de unas impresoras francesas y destruyó todo su régimen de guías misilísticos.

Estos "virus" o "gusanos", como también se llamaron al principio, tomaron definitivamente el nombre de virus -que en latín quiere decir simplemente veneno , ponzoña -, precisamente porque los virus que estu­dia la medicina trabajan de un modo similar a estos programas letales. En realidad el virus biológico también es información, es un programa, porque es casi puro ADN o ARN, es decir información genética, como la que se guarda en el núcleo de nuestras células y presiden su funciona-miento y reproducción. Por eso, para vivir, necesita parasitar a una de éstas: el virus debe expulsar la información buena de los cromoso-mas de las células sanas y suplantarla por su propia información perversa, para obligarla a fabricar las substancias que necesita el mismo para vivir y reproducirse.

Tanto pues los virus de las computadoras como los virus de los cuerpos son en esencia información , datos , órdenes , que obligan al or­ganismo o la máquina invadidos a realizar acciones autodestructivas, mortíferas, suicidas.

Pero no se crea que solo existen en el mundo estos dos tipos de virus o ponzoña: así como uno ataca la información de los ordenadores, de las computadoras y otro a la información genética, hay otra clase de virus mucho mas letal y que puede atacar una información que es muchísimo más importante que la de aquellas y es la información que nos hace verdaderamente hombres, la que ha de acumular nuestro cerebro para poder pensar y actuar correctamente y que normalmente recibimos en la programación humana que es la educación. También la vida del hombre depende de la calidad y veracidad de esta información o formación que reciba su mente. El cerebro es similar a una computadora: como ella, si no está programado, sin información, e información correcta, no puede funcionar. Una buena formación, o información, del cerebro y su memoria, tanto en datos de saber como de proceder y actuar, hacen a la posibilidad de éxito y felicidad de la vida humana. Como una computa-dora no sirve para nada si no está bien programada, tampoco nuestra masa encefálica. El nivel cualitativo del existir del hombre se basa en la riqueza de la información mediante la cual aprende a conocer la realidad y a actuar sobre ella, es decir, depende de la riqueza de su saber intelectual y del práctico, tanto en el ámbito del actuar, e.d. de lo moral, como en el ámbito del hacer, e.d. de lo técnico o artístico. Es la calidad de la información intelectual lo que le permite al hombre acceder a la realidad, a la belleza, al aprecio por las cosas que valen la pena, entender lo que sucede, apreciar las cosas buenas, tener sentido estético, gozar la música, la literatura, disfrutar un paisaje, conocer a Dios y a los demás. Es la calidad de su información para actuar , para proceder, es decir la información operativa, moral, la que le permite integrarse realmente en sociedad, tener amigos, amar a los suyos, convivir, compartir. Y es, finalmente, la calidad de su información para hacer , lo que le permite ser competente en el mundo profesional, artesanal o artístico. Y cuando hablo de información hablo no solo la que se instala en forma de nociones en el encéfalo, si-no la que se instala como hábitos operativos, como tendencias, como aptitudes, como gustos, como espontaneidades: también esto se reduce a información o, mejor, formación.

Pero ¿quién desconoce que esta computadora que llevamos encerrada en los protectores huesos del cráneo no solo ha recibido y recibe pro-gramas e información y softs correctos y eficientes, sino también equivocados y erróneos? ¿quien podrá decir que ha tomado en su vida una educación o programación tan puramente humana y cristiana, es de­cir, verdadera, efectiva, certera, que no se hayan infiltrado en su mente, en sus puntos de vista, en su manera de proceder, programaciones engañosas, contrarias a la verdad, inciertas, ficticias, iluso­rias? ¿Es que nunca hemos procedido de acuerdo a programaciones no cristianas? ¿Es que siempre pensamos la realidad y nuestras actitudes frente a ella desde el soft de la palabra de Cristo?

Y sería estúpido e incauto de nuestra parte creer que en nuestra mente solo viven pensamientos, programas, cristianos, humanos, y que nada hay en nuestro disco rígido, en nuestro sistema operativo, en nuestra cabeza, de ajeno a la programación querida por el fabricante, por Dios. Los virus del error y de la ignorancia pueblan abundosamente el mundo de las comunicaciones humanas en formas mendaces y venenosas de pensar y de comportarse.

Pero la cosa es peor aún que la de suponer simplemente que, amén de nuestras nociones verdaderas y correctas, conviven en nuestro cale­tre multitud de ideas y tendencias imprecisas, erróneas, aproximadas, equivocadas. Hemos de tener muy en cuenta que los grandes programado-res de los cerebros de la gente, es decir los medios masivos de difusión, desde la prensa hasta el cine y la televisión, y la cultura en general, desde el teatro a la Universidad, están mayoritariamente en manos no solo de gente equivocada o grosera o ignorante de la verdad sino de intereses cuyo fin explícito es acabar con el cristianismo, con la civilización católica, con la ética evangélica. La educación contemporánea a todos los niveles y por todos los medios, desde la escuela hasta la Unesco, está empeñada, por todos los medios en desinformar anticristianamente a los pueblos; en programar al hombres masa, a robarle su iniciativa, su capacidad de opción, su personalidad; a cerrarlo a los grandes horizontes, a la trascendencia. Porque hayamos nacido en una familia católica, porque hayamos ido al catecismo cuando chicos, porque aún asistamos a Misa los domingos y tratemos de contar entre nuestras amistades a gente más o menos cristiana ¿podemos estar seguros de que de estos mass media, del ambiente en que vivimos, de las costumbres y las modas, de lo que dice todo el mundo, no habremos alojado en nuestro cerebro, en nuestro hard, virus letales de programaciones e ideas no cristianas? Nuestro ordenador cerebral no está aislado: está interconectado mediante "modens" visibles e invisibles, con el complejo universo de la información de la cultura en que estamos sumergidos.

A sabiendas o sin saberlo ¿cuantos virus distintos, cuantos gu­sanos, no estarán devorando, borrando de nuestra memoria y de nuestros hábitos, los programas buenos, las ideas católicas, las maneras de comportamiento correcto, noble, viril, honorable a los que nos impulsa el evangelio?

No lo dudemos: multitud de virus, más o menos controlados por an­ticuerpos cristianos que aún nos quedan, están allí, más o menos la­tentes en nuestro cerebro y nuestro corazón. Son información deletérea, autodestructiva, asesina, capaz de matar nuestra condición cristiana y humana y terminar con nosotros si los dejamos prosperar, si no nos dedicamos a perseguirlos, a fumigarlos, a erradicarlos, a aniquilarlos, a vacunarnos contra ellos.

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, es decir el comienzo de ese período de preparación a la Pascua que todos los años la Iglesia pro­pone a sus fieles precisamente para purificar nuestra mente y nuestras entrañas de todos esos pensamientos, tendencias y actitudes enfermantes, desgastantes, decadentes, flaqueantes, que se han ido instalando paulatinamente en nosotros durante el año, y han debilitado nuestra percepción de la verdad, opacado nuestra visión cristiana, y nos han achanchado en nuestra opción por Cristo y por su código de caballeros y de damas.

Ha de ser época antes que nada -la Cuaresma- de persecución de virus, de reprogramación, de vacunación: escanear y recargar nuestro disco rígido, nuestra mente, con diskettes, con floppys, de programas limpios de virus: buenas lecturas, oración, meditación. Ponerse cotidianamente un buen rato frente a Cristo programador, en silencio y escucha de su palabra: vitalizar nuestra información y formación cris­tiana. Cuaresma es antes que nada eso: tiempo de oración, tiempo de escucha. Tiempo de silencio: desconectar nuestra PC, ponerla en cuarentena: no prender el televisor, evitar lecturas, conversaciones y diversiones contaminadas.

Las obras de austeridad, de ayuno, de limosna, no son sino la manera de darnos cuenta de si no se nos han introducido en nuestro sistema programaciones que nos quiten el pleno dominio de nosotros mismos, virus debilitantes, extenuantes, que nos estén carcomiendo la libertad, el pleno ejercicio del ser señores de nuestras tendencias y deseos.

Y finalmente la penitencia, el examen de conciencia, el arrepen­timiento, es decir la cuidadosa investigación, recurriendo a Jesús -el supremo programador, el capo de los analistas de sistema- de nuestros circuitos cerebrales, para ver cuantos virus, cuantos falsos programas de puntos de vista o modos de comportamiento- se han instalado o están comenzando a instalarse en en nuestras neuronas, en nuestros chips. Y una vez detectados tratar de extirparlos, anularlos, desinfectarlos. Para ello la mejor medicina el sacramento de la penitencia, la confe­sión, la reconciliación.

Vivamos pues la cuaresma en esta tarea; que la Pascua nos encuen­tre con nuestros ordenadores flamantes, libres de virus, reprogramados en Cristo Jesús, en la verdad, en la belleza, en el auténtico amor, para que con nuestra mente y corazón renovados, enfrentemos exitosa­mente, como Jesús en el desierto, todas las dificultades e insidiosos virus que pugnaran este año otra vez por vulnerar nuestras defensas y hacernos menos hombres, menos cristianos.

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