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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2005. Ciclo A

3º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 4, 5-42 (Jn. 4,5-42 ó 5-15.19b-26.39a.40-42)
Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva". "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?". Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna". "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí". La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".

SERMÓN
(GEP 27/02/05)

El 23 de Febrero, la Agencia de Investigaciones Espaciales Europea que tenía a cargo el envío y análisis de los datos de la sonda espacial Mars Express , anunció que se había descubierto en Marte, en Elísum Planum , un lugar cercano a su ecuador, un océano congelado, de una superficie de 900 kilómetros de largo por 800 de ancho, con una media de 45 metros de profundidad. La mismísima noticia fue dada tres días después -el 26- sin cambiar un solo renglón a su redacción, por Infobae , con el título de " Hay vida en Marte ". Es que, aparte la ligereza con que el periodismo manipula las noticias, es verdad que el agua está, física y biológicamente, unida inescindiblemente a la vida. Vida que, también, buscaron y buscan todavía, sin resultados, los vehículos Opportunity y Spirit de la NASA en otros dos lugares de la superficie marciana. La noticia se combinó con la de la reviviscencia que realizaron investigadores americano de bacterias que habían permanecido congeladas en los hielos de Alaska desde hace más de 33.000 años.

Sea lo que fuere de la espectacularidad desmedida de los títulos periodísticos -ya que indicios de vida aún no han sido encontrados en ningún lado fuera de la Tierra - es verdad que, al menos la vida que nosotros conocemos, vegetal y animal, depende del agua. Desde las hipótesis del origen de la vida en nuestros antiguos océanos hace 4000 millones de años, hasta el hecho de que cualquiera sabe que los desiertos y las sequías son enemigos de la vida, todo lleva a que el hombre haya asociado y asocie el agua al vivir. Esa misma lluvia que, pronosticada los fines de semana, desazona a los negocios de los lugares de turismo, es música -fuera del tiempo de la cosecha por supuesto- a los oídos del hombre de campo, cuando comienza a oírla repiquetear en el techo de su casa o su galpón.

Es verdad que nuestros chicos más asocian su sed y saciedad con las gaseosas que con el agua de las jarras que venían a la mesa de nuestra juventud. Las empresas del Estado que la hicieron de color indefinible y con espantoso gusto a lavandina fueron las culpables, y parece que, tarde o temprano, volveremos a ello. Pero nada quita que, en la simbología de los pueblos, agua y vida vayan siempre de la mano.

Ya lo hemos dicho muchas veces: para transmitir la misma Vida de Dios, Jesús ha querido que ello se hiciera a través del gesto del agua, de la ceremonia del bautismo.

Es el mismo juego de imágenes que, sin necesidad de mucha explicación, protagoniza la primera y segunda lecturas de hoy. Tanto en la primera, del Antiguo Testamento, donde, en medio de la aridez de la ruta a la Tierra Prometida , Moisés hace brotar, para su pueblo sediento, de una roca del Horeb, un manantial de agua; como la del Evangelio, el agua del pozo de Jacob a la vera del cual Jesús conversa con la samaritana.

Aquella agua del Éxodo -para los rabinos que interpretaban la Escritura - no era solo el agua material, sino la imagen de la Ley , los mandamientos, que del mismo Horeb, Dios daría a los suyos, para alimentarlos no simplemente en sus deseos animales, sino en sus ansias de humanidad. Y esta agua, la de Jesús, sería Él mismo, que hecho Espíritu y Vida, fecundaría las posibilidades y oquedades del hombre, ya no con solo humana sino divina vitalidad.

Sicar o Siquem -la aldea samaritana en la cual, fatigado como nosotros, hoy se detiene Jesús bajo el sol quemante del mediodía- había sido la capital religiosa de los antiguos israelitas antes de que Jerusalén y Judea proclamaran la exclusividad del culto en su templo. Los samaritanos , descendientes de aquel Israel -el desaparecido reino del Norte, históricamente mucho más poderoso e importante que Judá, del Sur-, no hacían sino reivindicar, conservando su propio templo en el monte Garizim, una tradición mucho más antigua que la judía. Tradición que se remontaba a los tiempos legendarios de Abrahán y de Jacob , cuando Jerusalén todavía era una misérrima aldea jebusea.

El caso, es, sin embargo, que destrozados por los asirios y luego por las tropas de Alejandro Magno y los macabeos, los otrora ricos y aristocráticos samaritanos, habían quedado reducidos a mínima expresión. Lo peor es que, a pesar de la antigüedad tanto o mayor que la del culto de Jerusalén, el culto de Siquem, en Garizim, no había sido purificado de toda idolatría. Los judíos -se puede leer en Flavio Josefo - acusaban a los samaritanos de adorar en el templo de Garizim, además de a Yahvé, a cinco dioses más. Algunos quieren ver en la samaritana de nuestro evangelio una representante simbólica de ese pueblo, ya que casada, precisamente, cinco veces. Juan estaría usando el relato no solo para referirse a esa mujer sin nombre sino a la quintilliza idolatría samaritana.

Puede ser. De hecho, más allá del problema del matrimonio y la promiscuidad de la mujer, la conversación pasa al tema más elevado de la legitimidad o no de la adoración a Dios en Siquem; de la capacidad de saciar una sed más profunda que la del agua que podían o no dar los representantes de ambas religiones. Sin demasiado ecumenismo ni diálogo religioso Jesús, como algo que va de suyo, sostiene la legitimidad exclusiva de la línea judía, no samaritana: " la salvación viene de los judíos ". Él mismo, descendiente de la dinastía davídica de los reyes judíos, será la definitiva salvación. " La única religión verdadera ", decíamos antes. Pero parece que ya no se puede decir más, para no ofender a nadie, y menos a algún juez de la Corte Suprema o ministro de Culto liberal.

Esa adoración definitiva, ese Espíritu, agua y comida de Vida, que no coincide con cualquier creencia, cualquier religión, cualquier manera de comportarse, sino -como finalmente afirma la mujer- con la que anunciará el Mesías. Y, ese Mesías, no algo etéreo que está en todas partes, y menos que pudiera encarnarse en diversos fundadores espurios de falsas religiones -aunque llegue a todas partes y quiera llegar a todos los corazones y naciones- sino identificado exclusivamente con Jesús. El Mesías " soy yo, el que habla contigo ".

Los maestros judíos habían visto bien que, en la primera lectura, el agua que posibilitaba la verdadera vida humana era la Ley de Dios. Ya sabemos que los mandamientos, lejos de ser una imposición arbitraria de la voluntad divina, son la receta de salud de personas, familias y sociedades. Los Diez Mandamientos son una síntesis genial de las pautas básicas sin las cuales ni individuos ni comunidades pueden subsistir y crecer. Ya vemos el caos al cual estos decenios de falsa democracia, sin respeto por las leyes básicas de la psicología, la sociología, la economía, la teología, la mera biología, han conducido a nuestro país, y ¡con el aplauso de las mayorías! Pero ya en aquellas lejanas épocas, la multitud lo que quería era disfrutar de las ollas de Egipto, de los placeres del Nilo, de las migajas que los poderosos dejaban a los siervos y esclavos, y poco les importaba la dignidad, libertad y perspectivas de vida auténticamente humana que Dios les proponía, a través de Moisés y de la Ley. Se quejan a Moisés en Masá y Meribá de que no tienen agua. Preferían el 'pan y el circo' que, anticipadamente a los romanos, les ofrecía el país de los faraones, aunque para ello debieran resignar su dignidad, sus posibilidades de nación, su carácter de personas.

Y los faraones, por su parte, pensaban que ellos eran los dioses, ellos los que imponían y fabricaban las leyes, ellos los que podían manejar vidas y hacienda de sus súbditos. Y cuanto más arbitrarios más gozaban de su poder. Como los que no solo pretenden legislar contra la vida, contra la familia, contra la recta complementación del varón y la mujer, contra las libertades más altas de los argentinos, contra su propiedad, contra las instituciones cimiento de la Patria , sino que declaran que ha sido un éxito el que las pobres víctimas del fabuloso robo de los bonos y las pesificaciones hayan aceptado, con el revolver al pecho y la complicidad de los poderes mundiales, la imposición de sus asaltantes.

Pero la torpeza llega a límites ya payasescos -casi más payasescos que el del acróbata de circo que hace unos días violó en el conurbano a un payaso- cuando ministros de pacotilla pretenden juzgar las palabras de Nuestro Señor, y plantean una desorbitada cuestión de Estado por una cita evangélica, con el único propósito de desviar la atención de escandalosos delitos de narcotráfico, y tantos otros hechos delictivos que impunemente se perpetran desde las alturas del poder. La impudicia prepotente e irrespetuosa de nuestros aprendices de faraones y tiranos ya no tiene límite alguno.

Gracias a Dios, lo que Jesús ofrece hoy a la samaritana -y a nosotros- es mucho más que -en el orden de las legitimidades, justicia y bienes de este mundo- lo que ofrecía Moisés.

Ya no se trata solo de ley o de moral o de ética, como la proponen genialmente los mandamientos. Ya no se trata solamente de la vida feliz posible en este mundo y que pretendía conseguir el antiguo testamento y sus sueños de paraíso y de tierras prometidas. El don de Dios supera la ambición de cualquier sed o hambre humanas. "¡ Si conocieras el don de Dios !" dice Jesús a la samaritana con su cántaro de arcilla vacío, dispuesta a sacar agua barrosa del pozo de Jacob para saciar sus hambres elementales. "¡ Si conocieras el don de Dios !", habría que repetir hoy a muchos católicos -e incluso a muchos clérigos- que no van más lejos, en sus ambiciones, propuestas y ayuda a los demás, del querer saciar deseos llenando los cántaros de arcilla de este mundo con placeres de cuarta, con valores cuanto mucho tímidamente humanos, con agua de pozo. Esa que, si seguimos así, pronto va a comenzar nuevamente a faltar o a llenarse de cloro. ¡Si, por lo menos, como Jesús en las bodas de Caná, fueran capaces de transformar esa agua en vino!

Porque el agua que ese hombre sediento, a pleno sol y sin nada en la mano para escanciar del pozo, ofrece a la samaritana, no tiene directamente que ver con la que la samaritana quiere alcanzarle y que a ella, aunque la haya tenido todos los días servida en su mesa, no le ha alcanzado para llenar su corazón. ¡Cinco maridos! ¡Mujer anónima y usada, buscando torpemente, en cosas que no llenan, en amores sin peso, una felicidad que el agua que trabajosamente consigue no puede obtener!

Cuaresma ha comenzado. La Iglesia nos propone este tiempo como un pequeño retiro de cuarenta días de reflexión. Porque, en Pascua, tenemos que darnos cuenta de lo que Dios ha venido a ofrecernos en Jesús. "¡ Si conocieras el don de Dios !" No la solución a nuestros problemas económicos, políticos, sociales, de salud, sentimentales o personales -por más que casi todos ellos andarían mucho mejor si buscáramos nuestro verdadero fin-. No los milagros y recetas que ofrecen predicadores y carismáticos, gurúes y políticos, psicólogos y vendedores de drogas lícitas e ilícitas. Sino la Vida verdadera, la que, de pronto, en medio de la conversación con la samaritana, hace pasar el nombre de Dios, de 'Dios' a 'Padre'. " La hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad ." Ese Espíritu y esa Verdad que, en la Pascua , ha irrumpido en el mundo y que nos ha transformado -en nuestra pequeña Pascua personal del bautismo- no en súbditos, no en meras creaturas de Dios Creador, no en sistemas biológicos permitidos por el agua de la tierra o de Marte, sino en hijos de Dios, hermanos del Mesías, del Salvador del Mundo, destinados a la Vida , herederos del Cielo.

Nosotros, con nuestras bocas secas, con nuestras necesidades temporales, con nuestras indignaciones económicas y políticas, con nuestras sedes y hambres humanas, con nuestras alegrías y penas de esta tierra, con nuestras fatigas del camino, utilicemos la Cuaresma -haciendo, a pesar de las circunstancias y las inquietudes del comienzo de año, un auténtico esfuerzo de austeridad, concentración y oración, para estar -no de oídas sino personalmente, como buscaron los samaritanos advertidos por la mujer- con Jesús, para elevar nuestra sed hacia la verdadera agua de vida, manantial que brotará hasta la Vida eterna. Esa agua que, de tal manera saciará todas nuestros vacíos, nostalgias y legítimas ambiciones, que nunca más volveremos a tener sed.
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