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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2001. Ciclo C

4º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15,1-3.11-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmura­ban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobre­vino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus ser­vidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"»

SERMÓN
(GEP 25-03-01)

El austero hijo de Carlos V e Isabel de Portugal , Felipe II , rey de España en el tormentoso siglo XVI, siglo de la subversión protestante y del Concilio de Trento, gustaba coleccionar cuadros de motivos religiosos, sobre todo para su nuevo monasterio de El Escorial. Entre sus pintores favoritos se contaba el holandés Jheronimus Bosch , o Jerónimo Bosco o El Bosco , como se le llamaba en España y que había vivido a caballo con el siglo pasado y antes de la rebeldía de Lutero. Cualquiera que haya hojeado un libro de historia del arte o visitado museos, especialmente El Prado, ha sin duda detenido su mirada curiosa en los estrafalarios dibujos intensamente coloridos de El Bosco con sus oníricas, surrealistas y espeluznantes figuraciones de pecados, de castigos infernales y de tentaciones. Monstruos en forma de pez, de sapos, de insectos, de demonios horripilantes, amenazando una abigarrada humanidad compuesta de labradores, de Papas, de monjes, de burgueses, la mayoría de los cuales, excepto los santos, parecen sucumbir ante estos espantoso seres y repugnantes pecados. Se ve que, aunque aún no había aparecido Lutero, la obsesión por el pecado, por la lujuria

y porel temor al infierno, al mismo tiempo que miradas severas por las culpas de cristianos y de clérigos, ya está en el ambiente y la época donde desarrolla sus actividades El Bosco. De hecho, de lo poco que se sabe de la vida de este pintor en el pueblo donde nació y vivió, Bois-le-Duc -de donde tomó su nombre-, parece claro que perteneció a una agrupación cristiana rigorista, casi fundamentalista, que allí funcionaba. Uno de los tantos preanuncios del protestantismo: La nave de los locos , El Jardín de las Delicias , Los siete pecados capitales , Las tentaciones de San Antonio , diversos infiernos , son algunos de los cuadros más conocidos de nuestro severo y genial artista, con sus fondos sombríos de ciudades incendiadas y sus primeros planos de escalofriantes personajes de pesadilla y de torturas. Aún sus crucifixiones están marcadas por el profundo dolor de un desfigurado Cristo, a la vez que  por el rostro lleno de maldad y deformado por el odio y el vicio de quienes lo crucifican.

Hay un cuadro, sin embargo que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Rotterdam , probablemente de un Bosco ya cercano a la serenidad de la vejez, en donde su pincel se vuelve más amable y apacible: precisamente su célebre " El hijo pródigo ".

La figura central es la de un joven prematuramente envejecido, desharrapado, con aspecto de mendigo, con el sombrero en la mano como despidiéndose, que sin embargo mira hacia atrás, a un prostíbulo medio en ruinas en donde se sugiere alguna escena subida, una horrible cara de una vieja asomándose a la ventana, un hombre haciendo sus necesidades y un grupo de cerdos comiendo bellotas en su chiquero. Escena bastante pálida y controlada si la comparamos con representaciones anteriores de El Bosco.  El joven comenzando su regreso a la casa del padre, está por transponer una tranquera detrás de la cual se desarrolla la piadosa labor de los campos. Pero su paso aún permanece incierto: la tranquera está sombreada por un arbusto donde se posan uno al lado del otro una lechuza, representante del placer, el vicio y el pecado, y un pájaro carpintero, símbolo de la virtud y de Cristo. El hijo pródigo de El Bosco todavía parece no estar decidido del todo...

              En todo caso la mente del artista no sale todavía del mundo del pecado y del castigo; su hijo pródigo está lejos de mostrar el tema central de la parábola de Cristo, que es la misericordia del Padre, y permanece aún en el plano anecdótico del extravío, la tentación y la miseria.  

           

Nada que ver con el cuadro que se hizo tan conocido en ocasión del jubileo del año pasado y por el libro de Nowen , "El hijo pródigo" de Rembrandt , que se guarda en el Hermitage de San Petersburgo y cuya reproducción todavía está en el atrio del Socorro: la conmovedora imagen del padre que levanta y abraza al hijo retornado a sus pies. Y, sin embargo, allí todavía el hijo está inclinado, sucio, bañado en lágrimas, pidiendo perdón.  

        Quizá mucho menos conmovedor pero más expresivo de la concepción católica es "El hijo pródigo" de su contemporáneo italiano, boloñés, el Guercino , pintado en 1619, plena Contrarreforma, que se conserva en el Museo de Historia del Arte de Viena .  El hijo pródigo en el cuadro del Guercino aparece joven, sano, erguido. El padre, algo más bajo que él, con su brazo derecho ciñe su espalda y con el izquierdo toma, de un servidor lujosamente ataviado, la túnica blanca con la que reemplazará la sucia y gastada que se está sacando el muchacho. El servidor lleva en su mano calzado nuevo y plegado en su antebrazo suntuosa ropa flamante. La luz, a lo Caravaggio , resalta la cabeza bondadosa y decidida del padre, las vestiduras del sirviente y el joven, y las manos de los tres agitadas en la tarea del revestimiento, a la vez que el rostro -a lo mejor avergonzado-, del pródigo queda casi oculto por la sombra.  

                Hemos dejado muy atrás el mundo casi protestante de El Bosco que anuncia el pesimismo radical de Lutero con su concepción severa y tremenda de la divinidad y su falta de ilusiones respecto al hombre, según él totalmente corrompido por el pecado. La única posibilidad de redención -afirma Lutero-, es hacer descargar la tremenda ira de Dios sobre Jesucristo y por medio de la sola fe, una fe sin obras, una fe fruto de la pura desesperación que no del amor, interponer como escudo a Jesús crucificado entre nuestras maldades y delitos y la cólera divina.

Pero esta concepción está bien lejos de la concepción de Lucas y su parábola de hoy y por lo tanto de la doctrina católica.

Aquí no aparece un padre ni castigador ni siquiera prosopopéyico a la manera de Rembrandt. Dios es el padre bueno que todas las mañanas otea el horizonte esperando el regreso de su hijo. El castigo, en todo caso, es el mismo pecado, la lejanía de Dios que nos lleva al país de las bellotas y el chiquero, el pecado elegido libremente que dilapida nuestra herencia y nuestra vocación de nobleza y nos destierra voluntariamente en el país de la indignidad, en el mundo de los hombres sin Dios, en la búsqueda del yo. Allí donde nuestro texto habla de "malgastó sus bienes en una vida licenciosa" -pésima traducción-, el texto original de Lucas teológicamente habla de una vida " a-sotos ", " a " privativo, " sotos " de " sozein ", salvar, es decir una vida ajena a la salvación, a la santidad. Es el hermano mayor el que denigra a su hermano diciendo que dilapidó su fortuna con " pornon ", con meretrices. Como buen fariseo los únicos pecados que veía eran los que tenían que ver con el sexo, no los del espíritu, los del yo profundo, los de la soberbia, los de la indiferencia frente a Dios, los de frialdad con el prójimo... Reduce la vida 'a-salvífica' a los desórdenes y debilidades de la biología, sin entender el pecado de un ego aislado de Dios devorándose a si mismo y devorando de una u otra manera a los demás. La parábola de Jesús es mucho más profunda. Sea lo que fuere del pecado -y del suicidio y autocastigo que este conlleva de por si-, el regreso a Dios lejos está de la humillación del hijo y de la imposición de penitencias y sanciones por parte del padre. Jesús describe en su parábola a un Dios casi humano -más que humano por supuesto-, pero para nada majestuoso, imponente, tonante. A la vista del hijo, al padre -dice Lucas utilizando una expresión gráfica casi desmedida, irrespetuosa-, se le conmueven las entrañas, literalmente 'las tripas'. Y no se queda dignamente esperando: corre hacia el hijo -escribe Lucas- ¡algo realmente desacostumbrado para un oriental de su edad... y hasta poco digno! - y cortando la palinodia arrepentida de su hijo, sin decir más, lo pone de pie y pasa enérgicamente a colocarle vestido de fiesta ¡y a hacer fiesta! Que al fin la situación del hijo que vuelve casi es mejor que la que tenía antes de partir. En ese misterio de la sobreabundancia de la gracia de la cual habla san Pablo: " allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia " (Rm 5, 20).

Quizá sea por ello que a pesar de los cuadros mencionados y algún otro de Durero , Jacopo Bassano y un par más, hay que afirmar que no existen tantas figuraciones pictóricas del hijo pródigo. La iglesia oriental las desconoce por completo. Quizá por la imposibilidad de llevar a la tela una pieza literaria única, insuperable, como es esta genial parábola de Cristo. Tampoco la música ha podido gran cosa, a pesar de los esfuerzos poco logrados de Prokofiev , Debussy o Britten ...

Tanto más cuando empezamos a entender, dentro de las convenciones de la época, la enormidad de lo que significan los gestos del padre. El vestido no era entonces solamente abrigo ni adorno. En la antigüedad no existían condecoraciones: cuando un dignatario o un rey quería señalar a alguien por algún importante servicio no le daba medallas: la condecoración era un vestido sacado del vestuario real. El hijo no solamente es abrigado, sino condecorado, elevado. Tampoco el anillo era mero ornato, era el sello que se colocaba sobre la tablilla de barro, sobre el lacre, sobre la cera y que servía de firma de órdenes, de nombramientos, de cheques. Signo de autoridad, de poder, de cheque en blanco -sin ni siquiera el impuesto de Cavallo-, y regalarlo, signo de transmisión de omnímodo poder, de plena confianza. El calzado era un lujo, solo el hombre libre y rico lleva calzado: el hijo no debe andar más descalzo como un esclavo, como un jornalero.

Tampoco el comer carne era habitual, solo se hacía en ocasiones reservadísimas, bodas, nacimientos, infinitamente más que un simple asado en la Argentina o una ida a La Brigada o a Rodizzio. Matar el ternero engordado significaba fiesta de alegría para toda la casa. Toda la Iglesia está implicada en la alegría del regreso del ausente. "Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que piensan que no necesitan convertirse" (Lc 15, 7)...

Quizá uno haga mal en predicar después de escuchar esta que, según el decir de tantos, es "la obra maestra de todas las parábolas de Jesús". A fines del siglo XIX el mismo incrédulo Ernesto Renán , con su estilo característico afirmaba a propósito del evangelio de San Lucas: " Es el libro más bello que se haya escrito jamás"

No sabemos cómo, después de semejante libro y parábola, se haya podido regresar a formas superadas del concepto de Dios. Probablemente la traducción y lectura del antiguo testamento emprendida por Lutero y que desvió la atención a páginas que solo eran preparatorias del mensaje pleno del Nuevo, sumió a los fieles protestantes otra vez en el mundo del hermano mayor, del Dios que exige servicio y sumisión, el que truena desde el Sinaí y condena al exterminio a los pecadores preparándole el terrible castigo de la gehena.

Más probablemente tenga algo que ver en esto el concepto subconsciente que todos llevamos, según Freud , del padre castrador, que forma nuestro superego a la vez con promesas de seguridad pero, al mismo tiempo, de represión de nuestros impulsos. Ese padre que, según Freud, en "El porvenir de una ilusión", escrito en 1927, se proyecta en la ilusión de un Dios imaginado como padre. Condenándonos en la religión cristiana, a la nostalgia del padre, al perpetuo infantilismo y sumisión, a cambio de mendrugos de consuelo y seguridad. 'Hay que liquidar al padre', sostiene Freud. No hay más 'logos', más palabra de Dios que la palabra del hombre, la razón humana. Claro que, finalmente, realista dirá, en esa misma obra, que esta razón humana apenas puede prometernos nada: " a nosotros, a los que sufrimos gravemente por la vida, no nos promete ninguna indemnización ". Es el final pesimismo freudiano que se sintetiza en su célebre frase, " la muerte es el destino de la vida ". El 'instinto de muerte' que aflora siempre triunfante debajo del 'instinto de placer'.

Pero justamente eso es lo que nos describe Cristo en su parábola: el destino de hambre y de inanición que encuentra el hombre lejos de Dios. Concebido ciertamente como padre, pero no el padre represor que encuentra Freud en las entretelas del subconsciente oponiéndose a la libido del hijo. El padre de nuestra parábola bien lejos está de la figura del padre freudiano del cual equivocadamente se escapa el hijo menor y que quizá viva torpemente el hermano mayor. El primero piensa que en la liberación del padre, en el abandono de la religión, a la manera del paciente del psicoanálisis, encontrará su verdadera liberación. El otro cree que su sometimiento vivido represivamente, sin gracia, sin alegría, le merece en justicia el aprecio y el premio del padre. Y por eso protesta cuando entiende que el padre no le concede lo que le debe.

Los dos viven torpemente su filiación. Como a veces la vivimos torpemente nosotros cuando o pensamos que Dios se opone a nuestra libertad o que nuestra obediencia y cumplimiento equivale a la santidad y exige la protección paterna, rezongando si no nos concede lo que le pedimos. Ninguno de los dos ha entrado realmente en el misterio del amor paterno y nada entienden del amor de Dios. Viven o la dialéctica torpe del premio y del castigo, las imágenes aberrantes del Dios protestante, del infierno y del mundo del pecado y de satanás, o la falsa libertad de la insumisión, de la rebeldía, del desprecio del querer paterno. Nada han entendido del Dios Padre amor.

Por eso la parábola, en el fondo, no insiste ni en el arrepentimiento del hijo menor a quien deberíamos imitar, ni en la actitud necia e infantil del primogénito que deberíamos evitar. La figura central es la del Padre, todo lo contrario del padre freudiano, castrador, enemigo de placeres y alegrías: es el padre que busca, que ama, que lleva a la adultez, que viste, que adorna, que libera, que, más aún, transmite su poder, su ser, su alegría, su modo de amar... La parábola del hijo pródigo, a la vez que corrige la figura paterna freudiana, nos habla de un objetivo que está mucho más allá del imitar al pródigo que vuelve o soslayar al mayorazgo que obedece formalmente pero que exige y que protesta. Se trata, nada menos, de intentar ser como el padre. "Sed perfectos como mi padre es perfecto (Mt 5, 48)". Quizá eso lo capta el cuadro del Guercino cuando hace que el brazo extendido del hijo pródigo se prolongue en una misma línea con el brazo del padre. Al fin y al cabo de eso se trata en la vida de Jesús, en él se refleja el rostro del padre, en él el padre sale a buscar las ovejas perdidas, en él nos perdona, nos devuelve la dignidad, nos hace libres, dueños de nosotros mismos, en él tenemos que perdonar, que amar, que hacer el bien a los demás, que ayudar -en la santa iglesia-, a liberar al hombre de sus fantasmas, de sus miedos, de sus falsos conceptos de Dios, de sus infantilismos, de sus ateismos caprichosos, de su extraviarse en este mundo del hombre librado a si mismo que, poco a poco, se transforma en infierno, en generador de chiqueros, de naciones envilecidas como la nuestra, en pesadillas de el Bosco, en ese averno -que decía Sartre , sin Dios, sin el Padre- "son los otros", nosotros mismos, lejos de la verdadera fiesta de su paterno amor.

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