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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1991. Ciclo B

5º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. La multitud le respondió: "Sabemos por la Ley que el Mesías permanecerá para siempre. ¿Cómo puedes decir: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto'? ¿Quién es ese Hijo del hombre?". Jesús les respondió: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.

SERMÓN

Carl Gustav Jung, el famoso psiquiatra suizo colaborador de Freud en las primeras etapas de su carrera, afirmaba que las neurosis eran siempre sustitutos de genuinos sufrimientos. El intentar huir de los problemas y los sufrimientos inherentes a ellos es -según él- la base de toda enfermedad mental.

Es cierto que es natural que no queramos sufrir e intentemos siempre elegir los caminos más fáciles, pero cuando ello se transforma en prioridad tal que incluso huímos de los esfuerzos necesarios, ineluctablemente hemos de romper con la realidad para refugiarnos en nuestras propias fantasias o para echar la culpa de nuestros fracasos a los demás y allí comienza la enfermedad. Lo terrible es que la enfermedad, la neurosis, provoca más sufrimientos -y ahora para peor inútiles- de los que la dificultad de la cual se quiso huir.

Pero todos, sin necesidad de Jung, sabemos que los problemas no se resuelven solos y que es inútil meter la cabeza en un agujero como el avestruz o esperar que las cosas se arreglen solas. Posponer por miedo la visita al médico; por pereza el ponerme a estudiar en serio; postergar los exámenes en la facultad a fechas cada vez más remotas; el conversar de ese problema que sospecho con mi hijo, con mi mujer; el dejar para más adelante el ajuste en mis cuentas, en mis negocios; el no cortar aún a costa de algo de dolor de una buena vez con esa situación o relación ambigua, malsana, la mayoría de las veces es causa del agravarse del problema que al final lo mismo tendré que enfrentar o asumir con probabilidades cada vez menores de éxito y aún de salud mental .

Y en realidad estas actitudes son la contracara de una de las fundamentales claves del éxito en la vida humana y que es la de -como dicen los psicógos- saber postergar la grati-ficación. Es decir la actitud contraria al "adquiera hoy, disfrute hoy, pague mañana " del mundo contemporáneo.

Todos sabemos muy bien de esta inclinación que todos tenemos a disfrutar de inmediato, a dejar lo desgradable para después. El estudiante que se levanta y lo primero que hace, en vez de ponerse a estudiar es pavear, o leer una revista, o escuchar música o cualquier otra cosa que le agrade en vez de enfrentar inmediatamente el estudio -y si es posible de la materia más desgradable- para dejar el descanso y lo fácil y la gratificación para el final. No: para el final se deja el estudio, con lo cual se consigue, por una parte que a él se dedique la peor parte del día y por otra que falte tiempo para hacerlo y que lo odiemos cada vez más. Y lo del día también durante el año: se estudia poco durante éste -mucho cine, mucho deporte, mucha diversión, mucho perder tiempo, al final, angustiado, hay que correr contra el tiempo, contra el miedo al exámen, contra la gana de dormir y descansar, se asimila mal, se dan pocos exámenes y aún se arruinan las que hubieran sido legítimas vacaciones porque hay que dedicarlas a recuperar materias para marzo. La incapacidad de enfrentar el pequeño sacrificio del estudio al comienzo, de postergar la gratificación, les lleva finalmente a tener que sacrificar las vacaciones, cuando no al abandono de la carrera. Porque también eso a veces es una tentación, ¿para qué invertir cinco o seis años de mi vida estudiando para obtener un título, si ahora mismo, poniéndome a trabajar, puedo disponer inmediatamente de un sueldo que me permita disfrutar ya de la vida? Puede que esto no sea problema aquí en la Argentina en donde salvo que consiga un puesto en la Biblioteca del Congreso, como el hijo de Luque, o tantos otros ravioles que por allí andan, no es fácil conseguir trabajo -y menos bien rentado- ni antes ni después de recibirse. Pero es un problema real por ejemplo en Estados Unidos o en Europa, en donde existe un terrible déficil de vocaciones científicas, precisamente por ser allí fácil, con cualquier trabajo, acceder inmediatamente a los disfrutes de la sociedad del consumo, siendo que para llegar a profesional se exigen largos años de estudio y sacrificio, de postergación de la gratificación.

Pero es que en todo es así: si yo no sé postergar mis ganas de jugar al futbol, de ver televisión, de salir, de divertirme, jamás voy a poder crecer en nada. Y por otra parte ¿quién no sabe de la vacuidad de una diversión o de una gratificación que no es fruto del esfuerzo de uno y de la zozobra de un gozo que me procuro mientras se que no estoy haciendo lo que debo hacer? Aún en orden tan dispar a los que estoy ejemplificando como el del sexo, aquel que no sabe postergar la gratificación, no solo compromete sus posibilidades de construir un auténtico amor futuro sino que hace muchísimo menos gratificantes las posibilidades del placer sexual. A la manera como el placer que alcanzó uno inmediatamente dejando de estudiar, es muchísimo menor a aquel que obtendrá en posesión de una carrera. Como el placer que alcanzó uno fácilmente viendo televisión es muchísimo menor al que logró con mayor esfuerzo ciertamente leyendo el Quijote de Cervantes.

Y cuanto mayor el placer, la gratificación a la cual se apunta, mayor es, en la generalidad de los casos, la postergación de su disfrute, el período o la intensidad del sacrificio y dificultades a enfrentar para su logro. Lo que vale cuesta . Y si esta es una ley que funciona aún en lo económico, mucho más lo es en las cuestiones importantes de la vida. Quien no está dispuesto a pagar, a enfrentar cansancio y esfuerzo, a perder goces menores, nunca podrá crecer, nunca, en realidad, logrará ser auténticamente feliz y lograr los goces mayores.

De tal manera que quien de alguna manera no es educado en el sacrificio jamás conocera la verdadera alegría aún cuando por herencia, por suerte o por cualquier otro medio fácil pueda acceder a infinidad de bienes. Porque solo serán verdaderos bienes para mi, aquellos por los cuales sufrí y suspiré.

Aún en el amor humano -desde la pura amistad al amor de un hombre por una mujer-, solo la capacidad de sacrifico mide la calidad del amor y el verdadero amor se define por la capacidad de renuncia al ego y el don de si que hace el que ama. Y sin eso no hay amor: pero por otro lado sin ese amor que es antes que nada dar y darse, sacrficarse, postergarse, no hay posibilidad de crecimiento y por lo tanto de felicidad. Cualquier otro amor engaña y me engaña, me dará quizá un tiempo inmediato de disfrute, pero no me hará feliz.

Es el sino del avaro el morir lleno de plata, pero pobre de bienes, miserable en auténticas gratificaciones y verdaderos amores. El que es avaro de si mismo, de su tiempo, de sus placeres y nada quiere de ello gastar, postergar, para todo conservar; nada invertir para ahora gozar con lo que tiene; nada hacer por los demás sino que los demás se pongan a su servicio; otra vez, nada ceder, nada sacrificar, nada postergar, nunca crecerá, nunca nada importante y plenificante logrará.

Y Cristo nos presenta hoy esta sencilla regla de vida en esas sus frases memorables "si el grano de trigo no muere..." "el que ama su vida, la perderá..." "el que me sirve ese será honrado pór mi Padre...." Frases incomprensibles para la neurosis del hombre contemporáneo; para el "compre hoy y pague después"; para el disfrute fácil sin responsabilidades ni compromisos del sexo liberado; para el mundo de la ganancia fácil, del Prode, del amiguismo, de la coima y de la deshonestidad y también para el hombre educado en la falta de gratificaciones a la honestidad, al esfuerzo y al trabajo que promueve la corrupción de nuestro ambiente y de nuestra dirigencia. Pero frases que, aún así, cualquiera es capaz de reconocer como válidas en las cosas verdaderamente importantes y lindas que pasaron en su vida, -las que obtuvo con esfuerzo y sabiendo esperar- y que no hacen extraño ni absurdo que también entren en la dinámica de la consecución de la felicidad suprema. Esa felicidad que Cristo nos quiere dar desde la fuente de alegría perenne que es la vitalidad de Dio s y que solo puede dársenos como verdadero disfrute y bien para nosotros en la medidad de nuestra propia entrega, de la postergación de terrenas y menores gratificaciones, de la rectificación de nuestros deseos a las mas altas metas y fines y, finalmente, de nuestro gastar la vida en amor a él y a los suyos, en crecimiento humano y cristiano, -en esfuerzo, fatiga y dolor, si, pero con sentido-, en combate contra el príncipe de este mundo y en cruz de triunfo y de glorificación.

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