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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1992 - Ciclo C

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SERMÓN
(GEP 12-4-92)

Otra vez el Señor ha acudido a su ciudad. Cabalgando rocín humilde ha venido en la esperanza de recoger la adhesión de los que por derecho debieran seguirlo y prestarle acatamiento. Jerusalén se le presenta como siempre, enorme, lujosa; brillante por el recubrimiento de oro de los techos del templo; humosa y bullente por el fuego de los sacrificios; palpitante por el tintineo metálico de su comercio; ostentosa en los mantos de los rabinos y en las vestiduras recamadas de sus sacerdotes; alegre en el canto de sus fieles, en el juego de sus niños, en la ebriedad de sus amantes.

Pero, bajo el chispeo de esos barnices y lustres, también se en-cubren los harapos de los miserables, la mirada fría de los ojos altaneros, la inmisericordia de los banqueros, los ritos vacíos e hipócritas de los sacerdotes; los pecados sucios y mezquinos de los pobres y los delitos perfumados de los ricos; la lucha por el poder de los de arriba y, de los de abajo, la envidiosa rebeldía; la cortesana, adquiriendo fama y dinero en el lecho de los nobles, y la ramera ofreciendo su ajada mercancía a los cualquiera. La noche, desvelada, procaz en conspiraciones, cuchicheos y traiciones; y el día, disfrazado, en sonrisa de comerciantes y promesas de políticos.

Jerusalén amada. Babilonia aborrecida. "Casta meretrix". Casta meretriz, como dirán luego los primeros escritores cristianos, también hablando de la iglesia.

¿Quién te recibirá, Señor humilde, campeador cuitado, que vienes hazañoso y ardido montado en un jumento? ¿Quién reconocerá tu divina estirpe, granado muchacho galileo? ¿Qué contarás tu entre los grandes provinciano andariego sin caudales, amparos ni punteros?

Piérdete Jesús en la ciudad enorme que te traga indiferente. Piérdete, con tus palabras de hombre bueno, iluso, en las antesalas de las asambleas, de los lobbies y de las votaciones. Extravíate, desaparece, en las bóvedas empedradas de lingotes y en las tratativas de los monetarios internacionales fondos. Esfúmate, eclípsate, en el holgorio de los vientres satisfechos y las lascivas garzonías. Hazte humo en la dulzona, húmeda, niebla de la coca y del alcohol.

Señor que vuelves a golpear esta semana a mi puerta. Pasa, pasa de largo. No me tomes en serio. Fue en un momento de extravío que te he gritado Hosanna ¡quién sabe qué fibra noble despertó delirante en mi un día tu figura hidalga, tus palabras de fuego, tus horizontes de cielo, tu valor! Locura de ese encuentro en que desde el fondo de mi mismo musité el hosanna. Demencia que me hizo reconocerme de los tuyos. Desvarío que me llevó a pronunciarme cristiano.

Ahora que las cosas aprietan, olvídate. Déjame Señor, déjame con los míos; con los verdaderamente míos: tampoco con los grandes pecadores, no; no con los banqueros, ni con los adúlteros, ni con los delincuentes, no; ni con los que trepan alto, ni los que pisan abajo, no. Déjame, déjame con los mediocres, con los tibios, con los adocenados, con los que no se comprometen, con los que no se juegan, con los que no pelean: ¡los míos! allí estoy bien; en la seguridad confortable de mi charca.

El Viernes cuando los otros, los malos, te crucifiquen, yo miraré para otro lado, derramaré una lágrima, brindaré a tu memoria y hasta, quizá, te recite una oración.

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