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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1989 - Ciclo C

viernes SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SERMÓN

El día desapacible pone algún tinte de Viernes Santo a una sociedad que, en su gran mayoría, considera a la Semana Santa como una pequeña prolongación, apéndice, de las vacaciones estivales. Sin llegarla a rebautizar con el nombre de “Semana del Turismo”, como se hizo en el Uruguay, lo mismo la sacralidad de este tiempo ya pasa desapercibida para la mayoría de la población. Ni siquiera sostenida por la transmisión de música sacra por las radios, como se hacía en otras épocas. Solo alientan la memoria de estas fechas los vendedores de chocolate, con sus huevos de Pascua, de no muy clara relación con la liturgia u, hoy, uno que otro artesano de empanadas de vigilia.

Pero no se vaya a creer que todo sea culpa del laicismo, de la indiferencia religiosa. También los católicos, que nos encontramos tan cómodos en las fiestas navideñas, vivimos con cierta desazón y aún incomprensión este oscuro drama de terror y de muerte que es la Cruz.

Las miradas quieren inmediatamente dirigirse a la Resurrección, olvidarse pronto de la pesadilla del Viernes Santo, mostrarnos a nosotros y a los no creyentes el rostro amable de Dios, el aspecto simpático del cristianismo, lo positivo, lo alegre, lo luminoso. Un pequeño paréntesis sea la cruz, rápidamente olvidada, para volver raudamente a la fiesta del cristianismo bobalicón contemporáneo, todo sonrisa, guitarra, besitos de paz, justicia social, reuniones fraternas y derechos humanos.

Y no es excusa que el hombre de nuestros días rehúya hablar del dolor y del esfuerzo y mucho menos de la muerte -tema prohibido por su imperdonable mal gusto-. O que el mundo eléctrico y fantasmagórico de cine, novelas y televisión haga vivir permanentemente, a nuestro hombre de hoy, las emociones más enfrentadas en el videoclub de la superficialidad y de la anestesia. Al héroe que en la pantalla mata sin pestañear a unas cuantas docenas de seres humanos, sigue la interrupción inmediata de un aviso de loción capilar, seguido luego por un chiste de Porcel, enhebrando en el espacio de minutos los sentimientos más dispares. A la lágrima que provoca el dramón o la escena sentimental sucede instantáneamente el ‘sketch' que suscita la risa. Algo paralelo a cómo, a la opinión del sabio, sigue la del tarado anónimo que para el periodista por la calle.

El verdadero dolor se interna en los sepulcros blanqueados de los geriátricos, de los sanatorios, en la intimidad de dolores lacerantes que nadie comparte y frente a los cuales nos encontramos indefensos, en los raudos cortejos de velorios cada vez más breves que, como invasores de otro mundo, extraño, ajeno, ni siquiera, como en otros tiempos, despiertan el gesto cristiano de una señal de la cruz. Las caras doloridas de los deudos detrás de los vidrios de los negros autos no producen más impresión que los ficticios detrás de los vidrios del televisor.

Y qué político o predicador o mercachifle de ideologías hablará hoy de esfuerzo y dolor, y no de fáciles milagros, de promesas propaladas a sonrisa batiente, de soluciones llevaderas, de cuotas baratas, ‘rece conmigo y Dios lo curará', ‘vóteme y todo se podrá', ‘cómpreme y vivirá feliz'.

Y, cuando, de repente, la realidad golpea y, más acá de la pantalla o de la ventanilla del auto que pasa, aparece en mi propio ámbito el dolor, mí dolor, o la necesidad de mí esfuerzo y de mí sacrificio, como siempre me engañaron y nadie díjome nunca que habría sufrir y habría lágrimas verdaderas y habría dolor y muerte, -nadie me lo dijo; ni los curas, para no parecer fúnebres, pájaros de mal agüero, cuervos, simpaticones que quisieron ser- me siento engañado, estafado.

No me han preparado para el dolor, para sufrir, para enfrentar con esfuerzo. Y nace la protesta sorda contra el Dios de las sonrisas que me habían dibujado, contra el papi bueno que me decía la catequista que era flores y risas y mantantirulirulá, contra el que mueve el pie sobre la nube al compás de los bombos de la misas. O, si no, me abrumó el dolor o corrí al psiquiatra o al médico para que me lo quitara -como si no fuera bueno, sobre todo en los dolores del alma, sufrir por las cosas que tienen que hacer sufrir; o estar tristes por las que tristes hemos de estar-.

¿Acaso no vas a estar triste por tus pecados? ¡Bendita tristeza! ¿No vas a estar triste porque sufre o le fue mal o murió aquel o aquella a quien querías? ¿Quién será el inconsciente que quiera quitarte ese sano dolor? Solamente el que sabe sufrir por las cosas por las cuales legítimamente se ha de sufrir, es el que sabrá gozar en las auténticas alegrías.

Nosotros, al hablar del dolor, pensamos en seguida en los grandes sufrimientos pero, si quisiéramos buscar los porqués del sufrir y del dolor tendríamos a lo mejor, antes, que fijarnos en los pequeños, como se busca la explicación del universo en los átomos o en muestras pequeñas para los análisis de laboratorio.

A esos niveles homeopáticos más fácilmente manejables:¿tiene ‘por qué', tiene sentido el dolor? Y pienso que hasta podríamos decir: no hay nada realmente placentero en este mundo que no suponga, antes, algo de dolor. El estudiar para recibirme, el estar una hora antes en el aeropuerto para tomar el avión, el hacer la cola para entrar al teatro, el levantarme temprano para ir a jugar al football, el esperar hasta la una de la mañana para ir a una fiesta… Pocas cosas lindas pueden hacerse sin un esfuerzo previo, que es dolor modesto, pero dolor al fin.

Quien no quisiera enfrentar nunca el esfuerzo, nunca el dolor, nunca una molestia, ciertamente jamás obtendrá logros, jamás envolventes alegrías. Y saben bien los psiquiatras y psicoanalistas cómo, detrás de tantos fracasos y enfermedades, se oculta una mala educación que prescindió del esfuerzo y el sacrificio. Y, ni hablar, de los fracasos nacionales.

¿Será incoherente decir que si para las pequeñas o grandes alegrías siempre hay una cuota necesaria de pequeños o mayores dolores, los dolores terribles podrían ser condición de gozos superiores? Sí. Algo hay por allí.

Y, si miro el mundo y su historia ¿no veo una constante dinámica de recambio en la cual todo progreso, toda elevación, todo crecimiento supone un abandono sufriente de etapas inferiores? Si tiene que aparecer la molécula debe abnegarse el átomo; si quiere surgir el organismo debe renunciarse la célula; si han de primar los mamíferos deben perecer los dinosaurios; si quiero ser universitario debe morir el colegial; si quiero vivir el matrimonio debe desaparecer el soltero; si quiero leer a Shakespeare debo silenciar al televisor ¿Y no es que, de alguna manera, en lo que obtengo recupero sublimado, resucitado, lo que abandono con dolor?

¿No habrá también aquí una pedagogía que apunte a algo mucho más alto? Si todo crecer, superar etapas, supone el abandono, la muerte de la anterior, suponiendo que no se trata de, en el transcurso de mi vida y dentro de lo humano, progresar de este a aquel otro estatus, o de la insipiencia a la sabiduría, o de la debilidad al buen estado físico, o de Teniente a General, sino que se trate de una oferta mucho más extraordinaria, increíble, portentosa: que se tratara de poder ser Todo, poseer Todo, gozar de Todo y en la misma línea, pero potenciado al infinito, de lo que ambiciono y gozo como hombre que soy ¿valdría la pena sacrificar, abnegar lo mucho o poco que tenga para obtener aquello?

Supongamos, para volver a un vocabulario más eclesiástico, que se trata de acceder a la belleza y felicidad divinas, a la participación de las alegrías de Dios, si fuera necesario ¿sería excesivo entregar todo a cambio de ello, comprar lo divino con lo humano, la vida de Dios con la vida del hombre, la vida del espíritu divino a cambio de la carne y el mundo?

Si fuera necesario… Pero ¿es necesario? En esta hipótesis ¿Dios no podría colocar de entrada al hombre, sin necesidad de estas etapas de abandono y sublimación, directamente en la felicidad plena?

Y la respuesta es tajante: no, Dios no puede. Pero ¿cómo? ¿Es que Dios no puede todo?

Sí, puede todo lo posible, pero no el absurdo. No puede hacer que un círculo sea cuadrado ni que dos más dos hagan cinco, ni que lo malo sea bueno, ni que una mentira sea verdad. También Dios se maneja con las reglas del ser y la coherencia luminosa de lo inteligible que es Él mismo.

Dios no puede crear a otro Dios, simplemente porque si fuera ‘creado' ya no sería Dios. Si Dios quiere crear algo, solo puede crear ‘creatura', limitada, con felicidad de creatura.

Pero, si por una locura extrema, bellísima coherencia incoherente, Dios quisiera ofrecer a esta creatura la posibilidad de acceder a la felicidad divina, no podría hacerlo sin que ésta creatura, libremente, renunciando en algún momento a su felicidad limitada de creatura, eligiese, en el amor -que es la manera verdadera de salir de uno mismo, de morir a uno mismo- y en la confianza antes de poseerla -y por eso a oscuras- la felicidad, la bienaventuranza que le ofrece Dios. Y el límite -y los males y sufrimientos que hacen más patente dichos límites- no serían sino ocasiones propicias para atreverse a dar esta zambullida a ciegas hacia el no límite de la felicidad de Dios.

Pero no tratemos de explicar cosas tan difíciles, tan inexplicables ¿qué me voy a poner a explicar yo cuando aparece el verdadero dolor?, ¡Ni un dolor de muelas puedo yo aliviar con mis razones! ¿Cómo me voy a atrever a hablar, sino cuchicheando a las espaldas, frente a los verdaderos dolores de la muerte o el sufrir de los amados, el fuego punzante de la ingratitud, del abandono, de los fracasos, de la soledad, frente al llanto del huérfano, el alarido de los violados y abusados y torturados, frente el rostro insoportable del discapacitado o el subnormal, frente a las consecuencias funestas de nuestras maldades individuales o sociales sobre los demás, el tedio impotente de la prisión injusta, el triunfo de los malos, la prepotencia de los que pueden más, los oscuros vericuetos de los sufrires de los enfermos del alma, aullido horripilante y nauseabundo del dolor del mundo ahogado en bafles rockeros, en destellos coloridos de televisión, en los coches importados con la chapa diplomática que nos vende la mentira del mundo?

Pero ninguno de ellos va a estar allí cuando, candente y punzante, me toque a mí alguno de los sufrires de lo humano. Ni estará el político, ni estarán las explicaciones del teólogo, ni me alcanzará el psicólogo Quizá, con suerte, algún amor humano me sostenga –no siempre–.

Pero siempre estarás tú, Señor crucificado.

Porque yo sé que vos no estuviste en cruz solo unas horas hace dos mil años como para dejarme un ejemplo literario de lo que yo he de hacer. Yo sé que, en alguna dimensión constantemente presente del universo en que se condensan los tiempos y las geografías, Tú sigues estando crucificado. Que, de tal manera tu amor por el hombre, agrandado en pujos de Verbo eterno y en anhelos de Espíritu Santo, de tal manera bulló en tu corazón que rompió todo límite de número, de cronómetro y de leguas y se extendió en amor a todos y cada uno de nosotros.

No hay minuto de mi vida que no ames desde la cruz, ni alegría mía buena que no te haya consolado, ni dolor mío que no hayas vivido y vivas en sangre y sudor.

Cuando me hablan de que Cristo ya resucitó solo me muestran un aspecto del misterio y, si me frivolizan la cruz como algo y pasado y superado, me banalizan el cristianismo, y si se quieren hacer los distraídos y mostrarme solo la Gloria, como si para ella no fuera indispensable la cruz me mienten.

También me mienten si me muestran la Resurrección como si Jesús, a la manera de un nadador después de haber cruzado un foso lleno de pirañas y cocodrilos, ahora, tranquilo, desde el otro lado nos instara a zambullirnos a nuestra vez.

No, la Pascua es un misterio que supera el tiempo. Cruz y gloria –reflejo del abismo donde en la Trinidad se sumerge el Hijo para recibir el Tu del Padre y, con Él, soplar al Espíritu-, cruz y gloria -digo- rompen los esquemas de nuestras conjugaciones temporales -pasado, presente, futuro, pluscuamperfecto, condicional; Cristo murió, Cristo resucitó, Cristo muere, Cristo resucita, Cristo morirá, Cristo resucitará-. ¿Qué son, desde Dios, Señor de la historia, sino la representación de la generación del Verbo y, en el cosmos, la proyección del acontecimiento triunfal que, a través de la Pascua, encamina a todos los elegidos al triunfo total de la resurrección, cuando, completado el número de los elegidos y completados los sufrimientos de Cristo, todo estalle en las luminosidades gozosas de la nueva Creación ?

Cristo no ‘sufrió' y, ahora, tranquilo está: Cristo sufre con vos. Aunque vos no sufras con Él, Él llora tu dolor.

Y es en Él, sostenido en la persona del Verbo, donde el dolor y la muerte se transforman en Vida y Resurrección. Es solo allí, en Cristo Jesús, en donde la renuncia y el abandono, la entrega y el dolor, la vida ofrendada de la carne, el despojo de lo humano, pueden sublimarse en espíritu de Vivir divino.

En el amor crucificado de Jesús se acumulan todos los dolores de la historia, todos mis sufrires, se agolpan todas las lágrimas, aúllan todas las torturas, se cobijan todos los terrores, se adensan todas las oscuridades Pero el Verbo eterno los sostiene, en aceptación filial y entrega de Espíritu y, desde allí, acompaña y sufre todos los dolores del mundo.

Eso es la cruz. No el dolor de un hombre, el dolor de todos los hombres, el dolor de Dios por el dolor de sus hijos, por el pecado de sus criaturas que de Él los aleja. En el silencio de la cruz del Viernes Santo: fragor de guerras, estrépito de hambres, alaridos de pavor y de muerte, lamentos de madres, estertores de heridos, ahogos de desesperados, todo está allí, colgado guiñapo de carne del Dios en cruz.

Cuando te toque el sufrimiento, grande o chico; cuando te llame el esfuerzo; cuando tarde o temprano te alcance la muerte; no sufras solo, no mueras solo. Así, ciertamente, todo será inútil y la muerte muerte será.

No; Él muere y sufre con vos, y por vos, y como si solo existieras vos.

Si sos capaz de sufrir y morir con Él y si, quizá, también con Él, por amor y en el amor, lo ayudás a llevar el sufrimiento de los demás, también con Él, mañana a la noche, resucitarás, para el domingo de Pascua que no terminará jamás.

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