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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1994. Ciclo B

14º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6,1-6a.
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

Sermón

          La datación de los libros que componen el nuevo testamento ha sido sumamente discutida en los tiempos modernos. Hubo quien llegó a tratar de demostrar que habían sido escritos recién a mediados del siglo II.

            Últimamente, sin embargo, los estudiosos se habían puesto de acuerdo para ubicar la redacción de los evangelios sinópticos, es decir Marcos, Mateo y Lucas, en ese orden, entre los años 60 y 70 de nuestra era.

            Esto ha sido, empero, desmentido por uno de los descubrimientos más sensacionales hechos últimamente en las cuevas de Qumram, cerca del mar muerto -donde como Vds. saben se encontró una biblioteca entera de manuscritos bíblicos pertenecientes a la comunidad esenia-. Ha sido hallado en la cueva número siete nada menos que un fragmento de este capítulo VI del evangelio de San Marcos que estamos leyendo.

            Ese pequeño pedazo de papiro, mediante el análisis del Carbono 14 y evidencia paleográficas, ha de fecharse sin lugar a dudas alrededor del año 50, por lo tanto 20 años antes de lo que lo ubicaban nuestros biblistas; y de acuerdo a las antiguas tradiciones de Papias, de Ireneo, de Eusebio y de Jerónimo.

            Esas antiguas tradiciones afirmaban que Marcos, que había oficiado de secretario de Pedro, no había hecho sino recoger la predicación del Apóstol y, a pedido de los cristianos de Roma, cuando Pedro debe dejar Roma por primera vez, la había pasado al griego y puesto por escrito.

            Es decir que el Evangelio de Marcos muy probablemente ha sido redactado en Roma, estando todavía vivo, aunque no presente, Pedro, que parece que cuando se enteró no estaba tan contento de que su predicación hubiera sido puesta por escrito. En realidad, ya lo sabemos, la iglesia no es transmisora de un libro, como piensan los protestantes, sino de una predicación viviente, adaptada a cada época y lugar y respaldada por el testimonio de vida de los cristianos.

            El haber fechado de esta manera el evangelio de Marcos, es sumamente importante, no solo porque atestigua la contemporaneidad de su redacción con los testigos vivientes de la vida del Señor, sino que nos ayuda a entender mejor pasajes como por ejemplo el que hemos escuchado en nuestra lectura de hoy.

            Porque es evidente que si bien lo relatado se remonta a un episodio vivido por el mismo Cristo, es recordado por Pedro y por Marcos porque les interesa sacarlo a luz por circunstancias que ellos mismos están viviendo. Para interpretar los evangelios no solo es importante interpretar lo que hizo y dijo Jesús, sino el porqué el evangelista lo recuerda y escribe

            Ahora bien ¿qué acontecimiento importante se desarrolla hacia los años 50 en la Iglesia cristiana? Vd. recordarán: la gran polémica entre, por una parte, los cristianos convertidos del judaísmo, liderados por Santiago, y que quieren conservar todos los ritos y reglamentos judíos, como la circuncisión, los tabús alimenticios y un montón de leyes fariseas; y, por la otra parte, los cristianos que se han convertido desde el paganismo y son liderados por Pedro y por Pablo, que quieren desembarazarse de toda esa incordiosa reglamentación. La cosa es decidida en favor de los segundos por el concilio de Jerusalén, el primero de la historia de la Iglesia, reunido justamente en ese año 50.

            Ahora bien ¿quién estaba a la cabeza de los cristianos más atados al judaísmo? Es curioso, precisamente los parientes de Jesús nombrados hoy por Marcos: Santiago, José, Judas y Simón. Santiago será obispo de Jerusalén hasta el año 67, en que lo sucede Simón. Perseguido por los judíos ha de retirarse a Pella, donde heredarán su puesto doce de los llamados parientes de Jesús. De Judas sabemos que fue luego obispo de Nazareth y en ese cargo lo sucedieron luego sus hijos y nietos. José y su descendencia fueron también obispos en algún lugar de Palestina. Los historiadores de la época llamaron a todos ellos: los parientes de Jesús. Formaron una especie de gran familia que, por su parentesco con el Señor dominaron el manejo de la Iglesia por muchos años en ese pequeño espacio de la geografía palestina de Jerusalén a Galilea.

            Eso no hubiera sido nada, estamos acostumbrados al nepotismo y a que los parientes de los políticos alcancen puestos por todos lados, y al fin y al cabo no era cosa de poca monta ser pariente de Jesús, el problema fue que estos parientes del Señor estuvieron en el origen del ala más conservadora y testaruda de la primitiva Iglesia. Es verdad que la Resurrección de su primo o sobrino ha roto muchos de sus esquemas y los ha convertido en sus partidarios, pero no pueden aún así dejar de verlo demasiado humanamente: por eso su teología es todavía deficiente: vencedor de la muerte piensan que su pariente pronto volverá triunfante, pero a restaurar el reino de Israel y ponerlos a ellos en sus puestos claves.

            Mientras tanto la Iglesia liderada por Pedro y Pablo ha dejado el ámbito judío y se ha lanzado a la conquista del mundo. Pablo no ha conocido en vida al Señor no ha tratado con él en su etapa terrena: le ha encontrado directamente, camino a Damasco, el año 37, en su estado majestuosos, resucitado. Llegará a tener una enorme confianza y familiaridad con el Señor, pero siempre desde la experiencia de su señorío resucitado, de la presencia potente de lo divino en Jesús.

            Pedro, si bien ha conocido al Señor antes de su transformación pascual, lo ha hecho de grande, desde su humilde condición de rudo pescador y siempre embargado por enorme respeto a la personalidad del maestro. Para él no será difícil aceptar el Señorío y la divinidad de Jesús resucitado.

            Para los parientes de Jesús, en cambio, que lo conocen de pequeño, jugando, compañero de clase en la sinagoga, arreglando manceras de arado, travesaños y postes, será siempre un esfuerzo el remontarse desde su experiencia carnal de ser familiares de Jesús, a la nueva experiencia espiritual del Señorío universal del Dios hecho hombre. Por eso nunca logran abandonar del todo su judaísmo.

            Por el contrario tanto Pedro como Pablo rápidamente comprenden que Cristo es el Señor del mundo, no solo de los judíos, sin fronteras étnicas, ni de clases, ni de sexo: "Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya todos sois uno en Cristo, todos descendencia de Abraham, herederos de la promesa." Es su gran manifiesto. Es por eso que Pablo y luego Pedro, comprendiendo el universalismo, la ecumenicidad, la catolicidad de la Iglesia han ido a plantar la semilla de Cristo en el mismo corazón del mundo de la época: Roma. Es allí donde Marcos escribe su polémico evangelio de hoy.

            Pero Jerusalén no quiere resignar sus derechos, los parientes de Jesús se niegan a esta apertura y continúan empecinados en su visión demasiado humana y racista del cristianismo. Protestarán continuamente contra las innovaciones de Roma y se cerrarán cada vez más en un conservadurismo caduco. De allí terminarán desconociendo el liderazgo de Pedro y sus sucesores, llamarán a Pablo 'apóstata de la ley' y, del cisma, derivarán, como les decía, a la herejía, que plasmada precisamente en las comunidades de los descendientes de Judas, el primo de Jesús, obispo de Nazareth, será llamada la herejía de los nazarenos o ebionitas. Escribirán más tarde su propio evangelio, conocido como el Evangelio según los Hebreos del cual se conservan algunos fragmentos. En el siglo IV, ya francamente apartados de la gran Iglesia, estos parientes de Jesús desaparecen definitivamente de la historia.

            Ese es, pues, el contexto en donde hay que entender el evangelio de hoy. Marcos, que escribe en Roma y recoge el mensaje de Pedro y el influjo de Pablo, vive en medio de la gran controversia entre la comunidad judía de Jerusalén liderada por los parientes de Jesús, apegada a tradiciones caducas, y el aperturismo de la iglesia romana, acaudillada por Pedro y Pablo.

            Detrás de ese apego a formas perimidas y a un lenguaje que nadie entiende Marcos ve una aproximación puramente carnal, sentimental, humana, a Jesús; una familiaridad que es incapaz de reconocer su misterio, una proximidad que lo manosea y se hace ciega para ver en Él el resplandor de lo divino.

            Ese acostumbramiento que aún entre nosotros los cristianos viejos hace que ni las palabras del evangelio ni sus sacramentos hagan mella en nosotros... A diferencia del que las escucha por primera vez y las percibe en toda su frescura, poder y novedad....

            Jerusalén, pues -y Santiago, Simón, José y Judas, los parientes de Jesús- representan esa familiaridad que se hace como dueña de la verdad, que se empareda en las tres o cuatro fórmulas que aprendió de niño y lo cierran cuadriláteramente, o en esquemas inamovibles, o en fanatismos condenatorios, espíritu de secta, adhesiones personales y sin fundamento, movimientos iluminados. Allí Cristo no puede transformar a nadie, no puede hacer milagros, solo puede ser usado como paliativo de mis inseguridades, como respaldo de mis intransigencias, como muletilla de mis condenas al prójimo...

            Roma, -Pedro, Pablo, Marcos-, en cambio, son las distintas culturas y épocas, países y lenguajes, tratando de entender el abismo de riquezas del misterio de Cristo, la mirada continuamente renovada del que ama al Amado, la buena noticia constante que explota dentro mío y quiere comunicarse a todos y hacerse carne en todas partes y en todos los lenguajes... Es ese saber que está Dios más allá del hombre, más allá de sus teologías, más allá de las miserias humanas de la Iglesia, más allá de mi amistad o diferencia con ese cura o con ese obispo, más allá de los pecados de los católicos, más allá de mi movimiento y de mi padre fundador... Es darme cuenta que mi familiaridad con la Iglesia, con el evangelio, con los sacramentos, no debe impedirme recoger constantemente su riqueza, su perenne novedad, sus instancias a mi conversión y a la conversión de aquellos a quienes amo.

            Que siempre, pues, católico romano, pueda conservar en mi fe cristiana esa confianza en Cristo y, al mismo tiempo, ese admiración y sentimiento de su majestad y trascendencia, que me hagan escuchar en la Iglesia su palabra, y participar en los sacramentos de su vida, de tal modo admirado y lleno de fe, que Él pueda, de una vez, hacer en mi el milagro de transformarme, de hacerme santo.

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