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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1998. Ciclo C

14º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo: El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengais a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y decid a la gente: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca" Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No os alegréis, sin embargo, de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»

Sermón

             Se asegura que el mar Muerto es la masa de agua más insólita de todo el planeta. Más del 27 por ciento de sus componentes son sólidos (sal, y otros cloruros y bromuros). Y su contenido salino aumenta incesantemente, ya que los siete millones de toneladas de agua que desembocan en él diariamente no tienen salida, se evaporan y acumulan sus sedimentos. Ningún pez puede vivir en semejantes condiciones. A pesar del paisaje inhóspito y volcánico que lo rodea algún turismo lo aprovecha, por las supuestas propiedades medicinales de sus sales o atraídos por las ruinas de Qumram, al pie de los acantilados del noroeste.

            En el extremo sur de la orilla oeste se alza la montaña de sal llamada Jebel Usum, cuyo nombre recuerda la bíblica Sodoma y la columna de sal en que legendariamente se convirtió la mujer de Lot. Se cree que allí cerca, en el extremo sur del mar, debajo de las aguas, yacen sepultadas las célebres Sodoma y Gomorra, a partir de un cataclismo de origen volcánico, un terremoto, sucedido 2000 años AC.

            Es bien sabido el repugnante vicio contra natura que supuestamente castigó Dios al destruir dichas ciudades; que, para siempre, serán en Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Sofonías y el mismo Jesucristo el símbolo de los desórdenes más perversos y de toda depravación. Así, por ejemplo, en épocas de descarrío, 700 años AC, Isaías apostrofaba al pueblo de Israel y sus gobernantes diciendo: "¡Escuchad la palabra del Señor, jefes de Sodoma! Prestad atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra."

            La primera de esas ciudades tiene el triste privilegio de dar su nombre a una de las más aberrantes desviaciones que pueda sufrir el ser humano y para la cual el Antiguo Testamento prescribía la inmediata pena de muerte. El mismo San Pablo afirma, en la primera epístola a los Corintios: "¡No os engañéis: ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios." Pero, no importa, si pueden heredar y hacerse dueños de la Ciudad de Buenos Aires, con la bendición de nuestros incalificables legisladores.

            Pero claro son justamente éstos últimos los realmente desviados. ¿Quién se encarnizará con los degradados viciosos que, además, en condiciones inhumanas y patológicas, tienen que mercar con su propio cuerpo? ¿No habría que tratar de rescatarlos, de curarlos, de convertirlos y, por supuesto, si persisten en su aberrante profesión, impedirlos de ejercerla por el bien común, ¡por razones de higiene! y por su propio bien, y no legitimar su desgracia, promoverla, transformarla en más definitiva, haciéndola además fuente de corrupción para los demás? Decirse representantes del pueblo y tornar todo esto en una batalla ideológica, esgrimir palabras nobles como derechos, libertad, fuente de trabajo, para defender semejante envilecimiento de la persona, eso ya es fruto de una perversión del espíritu casi irremediable.

            Cuando los judíos que vivían en la diáspora, fuera de Palestina, al peregrinar de regreso a su país, a Israel, alcanzaban su frontera, antes de transponerla se sacudían cuidadosamente sus mantos y sus pies, para que ni una partícula de polvo pagano y extranjero contaminara su tierra santa.

            El gesto que Jesús prescribe a sus discípulos contra las ciudades que no reciban su mensaje y, por ello, un día serán tratadas más rigurosamente que Sodoma, recoge ese simbolismo. El verdadero cristiano no debe llevar sobre si ni una mota de infección de aquello que es capaz de rechazar a Cristo.

            Es verdad que nos estamos deteniendo en los versículos más negativos del evangelio que hemos leído hoy. De hecho ésta no es sino la cara oscura y contrastante de la llegada jubilosa de la paz que, en nombre de Jesús, han de llevar sus discípulos.

            Esa paz que ofrece Cristo a todos los hombres y que no es la mera ausencia de conflictos y desgarramientos, sino -a la manera del 'shalom' que esperaban los hebreos- la plenitud y perfección de los bienes capaces de hacer la felicidad del ser humano.

            Esa paz que nos ofrece Cristo -y que ya comenzamos a vivir aquí en la medida de nuestra fe cristiana- Él ha querido que la trasmitamos a nuestra vez a los demás. Cristo no puede llegar al corazón de nadie, tampoco puede introducirse en la sociedad, si no hay discípulos que lo precedan, como dice el evangelio, 'en todas las ciudades y sitios adonde él debe ir'.

            Cada uno de nosotros tendría que hacer carne en si mismo esta verdad: allí donde no vamos nosotros, ¡allí donde yo no voy y preparo el camino! Cristo no puede ofrecer la salvación, instaurar su Reino, dar su paz. El no trabaja habitualmente por medio de ángeles, de revelaciones, de telepatía, de milagros ... Él obra mediante la palabra, el testimonio y la acción de sus discípulos.

            Hubo tiempos -al menos hasta la Revolución Francesa- en que la predicación del cristianismo había prendido de tal manera en la sociedad que el mensaje cristiano se transmitía casi naturalmente a través de las familias, e incluso de las instituciones civiles. Todas ellas -gobierno, leyes, escuela, universidades, gremios- estaban profundamente impregnadas de formas cristianas y, ateniéndose cada cual a lo suyo, podía estar seguro de que el mensaje evangélico era predicado suficientemente a todos. Solo algunos, mirando más allá de las fronteras de las sociedades occidentales, sentían el llamado de ir a anunciar el Reino fuera de su gente.

            Pero ya sabemos que hoy en día todas esas instituciones han sido descristianizadas. Ni siquiera nuestros códigos y leyes, hasta no hace mucho tiempo de inspiración cristiana, se han salvado de la decadencia. ¡Ni siquiera -por desgracia- la familia! Que, aún estadísticamente minada y tambaleante, es la única que ofrece focos de resistencia a la galopante descristianización. La cosecha necesitada de trabajadores de la cual habla nuestro evangelio ya no se encuentra fuera de nuestras fronteras, ya está adentro,en nuestras instituciones y, por desgracia, incluso en el interior de nuestras familias y de las de nuestras amistades.

            Inmensa multitud de gente atontada por los medios, atrapada por las férreas leyes de la economía, en competencias feroces por bienes que no llenan, en búsquedas enfermizas de placeres y bienestares que nunca satisfacen, en penosas ignorancias respecto de lo importante, en incapacidad de amar, en carencia de valores reales por los cuales luchar, en euforias o tristezas provocadas por deportes alienantes, faltos de auténticos maestros y líderes, confundidos en su noción de la belleza, y ciegos y sordos para el verdadero arte, poesía, música ... ¡qué necesitados están de alguien que les muestre la suprema belleza de Cristo, de la creación, del auténtico obrar humano, del verdadero amor, de la felicidad de saber el para qué del vivir y del morir cristianos ...!

            Es verdad que no todo es ignorancia. "Ovejas en medio de lobos". El mensaje de Cristo tiene enemigos. Los tiene en todos aquellos que saben que la paz que El trae libera a los hombres de todas las esclavitudes y dominaciones humanas. Sistemas económicos o políticos que necesitan sumisas servidumbres, hombres sometidos a sus pasiones -fáciles, así, por medio de ellas, de ser gobernados-; hombres ávidos de consumo para poderles así vender, endeudar y someter; endiosando sistemas de gobierno o partidos o personajones, para mejor hacerles obedecer; falsificadores de historia y maestros de la mentira para mejor confundir los campos del bien y del mal... Todos los que manejan estas cosas o quieren ser manejados por ellas no son simplemente indiferentes: son enemigos de Cristo. 'Amar al enemigo', dijo Jesús; no 'hacer el esfuerzo suicida y tonto de pensar que el enemigo es amigo'. Y tener mucho cuidado, en cuanto reconocemos el rechazo explícito de Cristo, de sacudir de ellos hasta el polvo que se ha adherido a nuestros pies.

            Peor: ¡el polvo a lo mejor que se nos ha metido en los ojos y no nos deja ver!, que ha enturbiado nuestra vista cristiana y nos lleva a mirar complacientes lo feo, asimilar lo inmoral, tolerar lo sórdido, absorber costumbres y modas no cristianas, y, lo mismo, seguir pensado bobamente, de buena fe, que aún somos cristianos...

            Pero precisamente el mejor test para saber si lo somos en serio, o nos hemos dejado ganar por el ambiente y estamos perdiendo el tiempo y la vida entre 'el dinero, las alforjas y el calzado y hablando de pavadas por el camino' -como dice nuestro evangelio de hoy-, es si sentimos la urgencia o no de transmitir la paz de Cristo a los demás y de contribuir a instaurar su Reino. Si eso nos deja indiferentes; si no sentimos coraje para luchar por una sociedad cristiana, si no sufrimos el dolor de un pariente alejado de Jesús, de un ser querido tibio o escéptico, de un vecino o conocido o compañero de trabajo o de estudio que jamás oyó hablar de Jesús; si fácilmente me pongo excusas de que no quiero ser inoportuno, ni tengo porqué meterme en la vida de los demás; si no soy capaz de hallar una manera inteligente de -sin ser invasor- acercar a Cristo a los otros, al menos con mi testimonio humilde y mi conducta; si más bien cedo, sonrío, transijo, callo ... bien tengo que preguntarme si realmente aprecio o poseo la paz de Cristo o no es que ya estoy más allá de sus fronteras y que es hora de que comience a sacudir el polvo de mis pies y de mi ropa y de mi cerebro y vuelva a entrar decidido en el Reino de Jesús, en el gozo de su amor, en la alegría de su paz, en el entusiasmo de su misión y su combate.

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