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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1971. Ciclo C

15º Domingo durante el año
11-VII-7

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo: Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» El le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» «Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.» Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera»

Sermón

           Si yo fuera uno de los así llamados ‘sacerdotes para el tercer mundo' –y es fácil darse cuenta de que no lo soy, si es que dicho apodo algo significa- hoy estaría sumamente satisfecho con el evangelio que nos ha tocado leer. Esta magnífica parábola de Cristo me vendría de perillas para referirme a la injusticia de la sociedad actual que, con sus estructuras opresoras, deja tendidos, desnudos y apaleados, al costado del camino, a los obreros y campesinos. Cebarme en la indiferencia del orgulloso sacerdote –personificación quizá del Papa, obispos y sacerdotes del primer mundo y viejas beatas- y del calculador levita -representante de cuanto capitalista, burgués, político, ricachón o señora gorda haya en el mundo-. El buen samaritano sería, por supuesto, el Che Guevara o Camilo Torres o los Tupamaros o Fidel o Mao.


Padre Camilo Torres Restrepo

No sería difícil llenar los diez minutos del sermón hablando de estas cosas: bastaría recoger unas cuantas frases de algún pasquín político de los que, para nuestra desgracia, han comenzado nuevamente a proliferar; cosechar cuatro o cinco vehementes dichos de algún claustro universitario; añadir un par de cucharadas de citas bíblicas; aderezar el menjunje con tonos de voz airados y conminatorios y, hete aquí pergeñada una magnífica homilía tercermundista.

Pero esta clase de homilías –aunque de ellas conozca la receta- no son mi especialidad. Y nadie debe meterse a en cosas que no entiende ni hacer cosas que no sabe. Porque no hemos sido preparados para la economía y la política, sino para predicar a Cristo y enseñar el camino del Cielo.

Por eso dejo a la libertad de cada cual el descubrir en la meditación de la parábola de hoy quién es el sacerdote, quién el levita, quién el samaritano, quién el hombre apaleado. Las parábolas de Nuestro Señor, justamente porque son parábolas –e. d. analogías, comparaciones, relatos simbólicos, alegóricos- dan pie a múltiples interpretaciones, todas ellas de alguna manera ciertas o valederas.

Lo importante es que, de la que hoy leímos, no saquemos elementos para criticar a los demás, sino para criticarnos a nosotros mismos. Algo así como “¡Cuántas veces solemos ser con nuestros hermanos, ante sus necesidades espirituales o materiales, el sacerdote y el levita, y que pocas el buen samaritano!”

Pero hoy me interesa insistir sobre otra cosa. Porque la parábola del buen samaritano es solo la explicación de un punto o una de las partes de algo mucho más amplio: la respuesta de Jesús a la pregunta ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas sus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo ”.

La parábola es la explicación solo del segundo inciso: la aclaración definitiva de la palabra ‘prójimo'. Aclaración necesaria ya que los judíos contemporáneos a Jesús creían que ‘prójimo' era solamente otro judío y no un samaritano –siempre nos peleamos con los que están más cerca- y, menos, un romano.

Pero esta larga explicación no nos tiene que hacer olvidar la primera y más importante parte de la respuesta de Cristo a la pregunta de cómo llegar a la vida eterna: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu”. En el cristianismo –aún estando indisolublemente unido al precepto del amor al prójimo- el amor y los deberes para con Dios son siempre la principal obligación y meta, y es de allí de donde surge el verdadero amor al prójimo.

Y es bueno recordarlo, en esta confusa época en que estamos viviendo. Es verdad que quizá en tiempos pasados se tendió a insistir predominantemente en los deberes para con Dios –mal entendidos- y algunos creyeron que bastaba ir a Misa, hacer novenas y participar en procesiones para ser buenos cristianos. Contra estos ya decía el apóstol San Juan: “¿Cómo podrá amar a Dios a quien no ve, el que no ama a su hermano a quien ve?” En realidad de esa manera no solo no se amaba al prójimo, sino que ni siquiera se amaba debidamente a Dios.

Pero hoy el peligro es el inverso. Se pretende reducir el cristianismo al amor al prójimo, minimizando el deber primero y principal de amar a Dios de manera personal y plenamente entregada. Se va difundiendo un estilo de predicación, de catequesis, de apostolado cuyo acento o insistencia principal se vuelca sobre el amor a nivel humano, la filantropía, la efusión sentimental, la caridad de la sonrisa mema y del tomarse empalagoso de las manos. No interesa más lo vertical, el amor a Dios, la inútil adoración contemplativa, la vida de oración, el conocimiento de las cosas sobrenaturales de donde, como de una fuente, surge la genuina caridad.

Se llega a decir que un comunista que se preocupa por el prójimo estaría más cerca del Evangelio que una monjita de clausura que no hace sino contemplar y adorar.

En esta línea de pensar, la Misa, por ejemplo, ya no sería más un sacrificio de alabanza ofrecido a Dios, sino una reunión fraterna alrededor de una mesa donde se come.

Muchos afirman que los sacerdotes deben largar los hábitos, casarse, o, al menos, adoptar posiciones mundanas, trabajar hombro con hombro con los demás hombres, promover el progreso, la revolución, la justicia social. Dios que espere. Él puede esperar. Ya llegará su turno cuando todos tengamos pan y trabajo o, mejor, estemos instalados en nuestras casas burguesas de aire acondicionado, con la panza llena, seguro social y pensión a la vejez asegurada. Eso sería amor al prójimo.

Lamentablemente sin verdadero amor a Dios no existe auténtico amor a los demás. Han sido siempre los santos, aquellos que se han entregado más a Dios, los que han sido capaces de amar más profundamente, más tiernamente a sus hermanos, hasta el punto incluso de dar no solo obras de bien sino hasta la propia vida a favor de ellos.

Porque el único que sabe amarnos según lo que genuinamente necesitamos y nos es útil; el único que no tiene al querernos ningún interés egoísta; el único capaz de darnos absolutamente todo lo que nos hace falta; es Dios. Por eso solo en Dios y desde Dios es posible amar recta y verdaderamente a nuestro prójimo.

Tener caridad es identificarnos con el amor que Dios tiene por los hombres. Y, por eso, no existe caridad, es mentira nuestro amor a los demás, está condenada al fracaso toda revolución social, si antes, en la angustia de la oración, en la soledad de la fe, en la muerte a nosotros mismos no hemos sabido encontrar al amor del Padre que se nos ha entregado en Jesucristo para nuestra salvación y la de todo nuestro prójimo.

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