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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1974. Ciclo C

15º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo: Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» El le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» «Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.» Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera»

Sermón

Casi todos Vds. habrán oído hablar de Kant, el padre de la filosofía moderna, muerto en el 1804. Hombre menudo, contrahecho, llegó a alcanzar enorme fama aún en vida gracias a un tesón y voluntad admirables en sus estudios y trabajos. Aún se conservan los horarios según los cuales distribuía sus jornadas y que cumplía rigurosamente hasta el último segundo. Parecía un Rolex: cuando entraba en clase todos los estudiantes ponían en hora sus relojes. Y así en todo: meticuloso al extremo llevaba personalmente hasta la contabilidad de los pañuelos y calzoncillos que daba a la lavandera –aún se conserva la libreta con sus anotaciones- y había señalado con precisión a su ama de llaves el número de escobazos necesario para dejar limpia su habitación. Nada dejaba al azar. Todo debía ser cuidadosamente prefijado por la razón. La inteligencia debía regular hasta el más mínimo de los actos.


Kant dando clase a oficiales rusos.

Y, por eso mismo, Kant desconfiaba porfiadamente de los sentimientos y de los sentidos. Pensaba que los sentimientos son lo contrario de la razón y que un hombre que se precie no puede dejarse llevar por ellos. Por eso nunca se casó, pensando que, en las relaciones del hombre y la mujer, había demasiadas cosas irracionales y sentimientos difíciles de controlar. No tuvo amigos. Cuando le avisaron de la muerte de su padre exclamó: “Rezaré por él esta noche en mi horario de antes de acostarme” y siguió trabajando. Parece que nunca derramó una lagrima en su vida, nunca tuvo un gesto de simpatía por nadie, nunca se detuvo a acariciar una mano, perder el tiempo mirando un paisaje, leer una poesía, oler una flor. La única música que le gustaba –dicen‑ era la de las marchas militares.
Y tuvo discípulos a millares. Todo el iluminismo y el racionalismo de los últimos dos siglos a él se lo debemos. La época de la Ilustración, la inflación de la inteligencia y la razón, el gusto por los gobiernos planificados y racionalistas, el centralismo, la desconfianza por las iniciativas individuales, los planes quinquenales y los organigramas, la multiplicación de leyes y reglamentos, la unilateralidad de una educación que solo mira a la inteligencia y no a los sentimientos ni a la voluntad.
El racionalismo causó furor: el hombre debía dominar tiránicamente su tiempo y sus sentimientos. ‘Imperativo categórico’ era el nombre que daba a la supuesta fuerza de lo ético. A un discípulo de Kant lo expulsaron de una logia racionalista porque alguien denunció que lo habían visto llorando en un entierro. La inteligencia fría como un témpano, calculadora, especulativa, rígida, ha de ser el único motor de la existencia humana.
Y por eso el marxismo que es en parte heredero del racionalismo afirma por boca de Lenin: “Aquel que por sentimentales prejuicios burgueses es incapaz de matar a cualquiera el Partido ordene no puede contarse entre sus miembros.”

Pero es claro que, como de hecho el hombre no es solamente inteligencia, espíritu, razón, sino que parte consubstancial de su ser es lo corporal, los sentimientos, las pasiones, los sentidos, como siempre cuando se rompe el equilibrio, de un extremo se pasa inmediatamente al otro y poco después de la muerte de Kant y el nacimiento del racionalismo y el iluminismo y la ilustración, se produjo la reacción contraria y nació el romanticismo. Justamente una reivindicación de los derechos de los sentidos, del sentimiento y de la emoción. Después de haber golpeado exclusivamente a las puertas de la razón ahora se golpeaba con los aldabones exaltados del sentimiento.
Es la época de Violeta y de Mimí, de las heroínas tísicas y lánguidas de George Sand y de Musset. Cuando las damas salían llorando o se desmayaban en las plateas del teatro o de la ópera a la muerte de la heroína.


Muerte de Violetta en La Traviata de Verdi

De allí hasta nosotros viene el tango y los versos lacrimógenos de Evaristo Carriego y Carlos de la Púa y la provocación cursi de los sentimientos de radios y teleteatros de la tarde y empalagosas ‘carmiñas’. Todo ese mundillo baboso y tilingo que tiende más a tocar la fibra sensible que hacer pensar y reflexionar. De allí el dominio en política de las pasiones, de las grandes palabras y sonoros slogans vacuos de significado pero generadores de ardor, de vehemencia, motores de mítines y manifestaciones. De allí el culto a la espontaneidad anárquica, el odio por las normas, por las convenciones que morigeran el trato entre los hombres. El rechazo de la disciplina, las loas a la figura del bohemio, del play boy, del existencialista, del hippie, del guerrillero. De allí, finalmente, las teorías freudianas y apología del eros y la libido.

Todo esto: racionalismo por un lado, romanticismo por el otro, fue y es fruto del olvido de lo que el cristianismo ha enseñado siempre sobre el ser humano: el hombre no es solamente razón, el hombre no es solamente cuerpo animal, sentimiento, el hombre no es, ni siquiera la suma de ambas cosas, sino que el ser humano es una unidad en la cual podemos distinguir, pero no separar, razón y sentimiento. Tanto el racionalismo, que sostiene que el hombre es solamente razón, inteligencia, como el romanticismo, que afirma que no es sino emoción y sentimiento se equivocan por exagerar la preeminencia de uno u otro de los constituyentes del ser humano.

Y ¿qué tiene que ver todo esto padrecito –dirán Vds.‑ con el evangelio de hoy? Tiene mucho que ver. Porque tanto racionalismo como romanticismo forman parte de la mentalidad contemporánea. Todo mezclado, sin síntesis ni coherencia: en algunas cosas somos racionalista, en otras, arbitrariamente, románticos. Y se da justamente el caso que en este asunto del amor a Dios y al prójimo del cual hoy habla Cristo tendemos más bien a ser románticos.
Pensarnos que el amor es fruto exclusivo del sentimiento. Y tanto en las relaciones con Dios como con nuestros amigos y novias la primacía se la lleva lo sentimental, lo emotivo. Y no seré yo quien diga que el sentimiento no es importante, pero de ninguna manera puede ser lo exclusivo y ni siquiera ‘lo más’ importante. Primero, porque el sentimiento es ciego, fácilmente se engaña. ¿Qué enamorado o fanático es capaz de descubrir los defectos de su enamorada o de su líder? ¿Qué madre hay que no justifique las faltas de sus hijos? Segundo, porque el sentimiento es inconstante, se gasta, difícilmente, librado a si mismo, perdura. El plato que la primera vez nos pareció delicioso a los veinte días seguidos de comerlo nos cansa, nos disgusta. El paisaje que, cuando lo descubrimos, nos llenó de asombro, después de verlo todos los días ya no nos llama la atención. El disco que el año pasado fuimos ansiosos a comprar con la última canción de moda hoy ya ni lo escuchamos. Tercero, porque, a causa del pecado original con el cual todos nacemos los sentidos están desordenados y cuesta ponerles freno.

No: es evidente que el verdadero amor no lo podemos construir solo sobre el sentimiento. El amor humano usa, sí, los sentidos y el sentimiento, pero no se detiene en ellos: los sublima y supera en el espíritu. No hay amor verdadero sin lucidez, sin compromiso de la voluntad, sin fidelidad, sin honor, sin firmeza.
Por eso, cuando viene alguien después de cuatro o cinco años de matrimonio y me dice “Padre, yo no quiero a mi marido”. O, cuando viene alguno y dice “No voy a Misa porque no lo siento” o se viene a quejar de que en su vida espiritual anda mal porque no siente fervor o devoción, yo les contesto ‘Señor –o señora o señorita‑ Vd. no ha entendido bien lo que es el verdadero amor, Vd. comienza a amar en serio  quizá recién cuando le reza a Dios sin sentir nada, cuando viene a Misa sin tener ganas, cuando sigue siendo fiel y tratando bien a su marido aunque los sentimientos se hayan apaciguado’.
Amar es buscar el bien del ser amado, no necesariamente sentir nada por él.

Y, por eso, cuando Jesús nos habla del amor, no nos pone de ejemplo una madre llorosa, dos enamorados tomándose de la mano y mirándose bobamente a los ojos, gente que suspira y que se da besos de paz, sino un samaritano, movido a compasión, sí, pero sobre todo bajándose de su caballo, curando al enfermo, llevándolo a una posada y dejando dinero para cuidarlo.


Rembrandt, El buen samaritano 1633, Rijksmuseum, Amsterdam,

Una cosa es el amor ‘afectivo’ decía San Bernardo ‑y ese no siempre está: puede faltarnos y además solo no sirve para nada‑ y otro el amor ‘efectivo’ el que se traduce en obras, el que ‘se ejerce’ hacia Dios y hacia los demás. “No es el que dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” –dijo Jesús‑. “El que me ama, cumple mis mandamientos”. Lo demás son paparruchas de adolescentes.
Y por eso también en el amor del hombre y la mujer, para que sea un auténtico amor humano y cristiano y no una fugaz romántica ventura de los sentidos, la Iglesia pide que sea preparado por un noviazgo en que el dominio de los sentidos sea la garantía de que en el matrimonio esos mismos sentidos serán instrumentos de la caridad cristiana y no el desfogue de una pasión inconsistente y por ende poco duradera.
Amor a Dios y al prójimo, con eso heredarás la Vida eterna. Pero ¡ojo samaritano! No sentimientos: obras, eso nos pide el Señor.

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