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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1982. Ciclo B

15º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos    6, 7-13
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo

Sermón

Si es que le han prestado atención, la primera lectura fue un breve trozo extraído del libro del profeta Amós . El más antiguo de los profetas que nos hayan dejado sermones escritos y que nos permite, por tanto, vivir, en directo, el ambiente de la remota época en la cual actuó. Fíjense que estamos allá por el año 750 AC, e. d. la época en que tradicionalmente se fija la fundación de Roma por Rómulo y Remo.


“Amós” , Nicolás Javier Goribar (1666-1740), maestro quiteño.

Los versículos escuchados son un brevísimo pasaje biográfico intercalado entre los sermones. Por él sabemos cómo surge, en Amós, la vocación de predicador. Él no es nada más que un hombre común, “ Pastor ” –dice- “ y cultivador de sicómoros. ” (Yo no sé por qué no traducen “higos”, porque de eso se trata, aunque de una variedad más pequeña e insípida que la que nosotros conocemos). Los sicómoros o higos, en esa época servían de alimento a los pobres.

De esas humildes tareas, pues, es tomado Amós y llevado a predicar la palabra de Dios ante los ricos de Samaria y los sacerdotes de Betel –el santuario y ‘universidad' del Reino del Norte.

Pero lo que tiene que decir no es del gusto de los que le escuchan.

Nos hallamos durante los jugosos años de Jeroboam II , cuando el Reino del Norte gozaba de una prosperidad no alcanzada ni siquiera en la mítica época de Salomón. Circunstancialmente, las grandes potencias como Egipto, Asiria y Damasco, estaban inactivas, eclipsadas por sus trastornos internos, y ello permitió expandirse a Israel.

La riqueza abundaba, pero mal distribuida. El lujo de los grandes era un insulto a la miseria de los pobres. Y, lo mismo, el culto. Existían grandes manifestaciones de religiosidad exterior, templos espléndidos, ceremonias multitudinarias. Los jerarcas civiles y el sacerdocio del brazo, pero ausencia profunda de religiosidad verdadera, de íntima entrega a Dios, de moral pública y privada.

Peor: Israel se cierra en sí mismo y piensa que esta esplendidez aparente es fruto de la Alianza, de la elección que Dios ha hecho de ellos.

Precisamente Amós reacciona contra todo esto con la rudeza sencilla y noble del hombre de campo, del criollo –Vale la pena abrir la Biblia y leer a Amós. Prueben. Háganlo esta noche.-

Amós condena, en nombre de Dios, la vida corrompida de las ciudades, las injusticias, la falsa seguridad que se pone en ritos y manifestaciones casi supersticiosas en donde el alma no se compromete. Israel –afirma Amós- interpreta mal su condición de pueblo ‘elegido'. Creen que esto es un privilegio, una especie de garantía de seguridad, sin que importe el comportamiento moral, social y religioso.

“No es así” –clama Amós-: la elección es una gracia que implica la enorme responsabilidad de revelar a los demás pueblos el rostro del verdadero Dios, no solo de palabra, sino por medio de una convivencia fraternal, basada en el derecho y la justicia.

Y, porque Israel ha traicionado esa misión, su privilegio, el Señor hará que su castigo sea más terrible.

Eso todavía no lo pueden ver los contemporáneos de Jeroboam II; “¿ Cómo viene este palurdo, profeta de calamidades a decirnos estas cosas en época tan feliz? ” Y lo expulsan otra vez hacia sus ovejas y sicómoros –es la escena que hemos escuchado-.

Mientras tanto, a orillas del Tigris está creciendo Asiria . Veinte años después, Sargón II , invade y destruye Samaría.


Sargón II

En un relieve de Khorsabad , Palacio Real de Sargón II, entre viejas ruinas y apenas legible, se descifran, lúgubremente, entre una larga lista de ciudades conquistadas, estas líneas: “ Yo, Sargón, rey de asiria (…) sitié y conquisté samerina ( Samaría ) y me llevé de botín 30 000 nobles como esclavos y cubrí al rey los pies y manos de grilletes, y saqueé todas sus ciudades, e instalé sobre los que quedaron un funcionario mío. ” Así terminó para siempre el Reino del Norte.

Sin embargo, Amós había abierto una pequeña vía de esperanza. Puede haber –dice- un “resto”, una pequeña porción del pueblo elegido que, si es fiel a su misión, si cumple los mandamientos, si transforma su privilegio en tarea y responsabilidad, encontrará, aún en medio de la ruina, la salvación.

Fíjense, es aquí donde empalma el evangelio que acabamos de oír: Jesús acaba de ser rechazado por los suyos, por sus familiares –es lo que vimos el domingo pasado- y, en ese rechazo, Marcos prefigura y simboliza el rechazo de todos los judíos. Pues bien, desde ahora, Jesús no hablará más a las masas, ni a las autoridades ‘sino en parábolas', “ para que oigan y no entiendan ”. Desde ahora se dedicará a un pequeño “resto”, a sus discípulos, los Doce y, con ellos, salvará al mundo y fundará su Reino.

Y, para que, desde el vamos, quede claro que esta elección no es solo un privilegio, una sinecura, un ascenso sin responsabilidades, un puesto sin ‘que Dios y la Patria me lo demanden', desde el principio los manda en función de servicio. Sin pan ni alforja, ni dinero para predicar. ¡A expulsar demonios, a curar enfermos!

Y, porque tenían algo que decir y por lo cual luchar, por eso conquistaron el mundo. Eran un resto, los últimos de la tierra y se transformaron en multitud.

El sentido de su responsabilidad, de su misión, de su elección para la lucha y para el combate, eso es lo que los mueve. No para los salones y los directorios, no para su tranquilidad económica o de conciencia, no para los festines y los votos, no para la soberbia del poder o los deleites del dinero, no para copiar los modales, los principios, las modas y las constituciones de la extranjería.

Esa conciencia de gesta, de cometido, de empresa, de servicio, es lo que hizo de esos pobres doce –con la gracia de Dios- la Iglesia, sucesora del Imperio.

Y es siempre la conciencia de una gran misión o empresa lo que ha hecho grandes a las naciones y a los pueblos, aún las conciencias diabólicamente equivocadas. Fue la luz de Atenas la que empujó las falanges macedónicas de Alejandro. Fue su concepción de la justicia lo que hizo marchar a las legiones romanas. Fueron las falsedades de Mahoma las que afilaron los alfanjes de los jenízaros; el iluminismo francés las victorias napoleónicas; el diabólico utopismo marxista el expansionismo soviético; la revolución liberal calvinista e industrial el imperialismo anglosajón.

Es siempre la misión lo que da fuerza, riqueza y ser a los pueblos; y no la fuerza o la riqueza lo que provoca la misión.

Pero; si ha habido empresa y misión capaz de hacer milagros con los pueblos, ha sido, precisamente, el cristianismo. Desde la conquista del imperio romano, pasando por las cruzadas, la reconquista de España y la construcción de enteras civilizaciones, de arte, de ciencia, de justicia y de santos, hasta la gesta estupenda de la conquista y conversión de América en donde nació nuestra patria.

Pero, donde el sentido de misión fue suplantado por el disfrute del puro privilegio, este sentido de gesta que nos hacía grandes donde no se estancó, retrocedió.

Si queremos vivir y sobrevivir como católicos, no basta un cumplimiento más o menos formal de nuestros deberes, en el convencimiento más o menos medroso del privilegio que representa conservar la fe en este mundo apóstata. Debemos vivirla en serio, en función de testimonio y de ejemplo, de denuncia y de lucha, de misión y combate.

Lo mismo respecto a nuestra Patria. Es inútil que pretendamos ser algo, si, antes, no tenemos clara cuál es la misión que nos toca, cuál la personalidad que nos compete, la ética y nobleza que debe normarnos, qué verdades gritar al mundo y qué prédica poner en nuestros labios.

Si lo único que nos interesa es medrar al compás de las finanzas internacionales, el rédito ‘per cápita', ocupar nuestro lugar sumiso en los cónclaves ecuménicos, sonreír a los que nos humillan, copiar institucionalizaciones y constitucionalizaciones importadas, mimetizarnos con los poderes del mundo, entonces nunca seremos nada

Por esos bastardos motivos, no vale la pena hacer nada y, mucho menos, morir. Porque si esos motivos son los únicos válidos, entonces, como citaba Pablo que decían los paganos: “ Comamos y bebamos, que mañana moriremos

Si es que no estamos muertos ya.

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