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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo C

16º Domingo durante el año
(GEP 22-07-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42
Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocu­pada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude» Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada»

Sermón

            Tarascón es una pequeña ciudad sobre el Ródano cuyo renombre entre nosotros proviene de la satírica novela de Alphonse Daudet, Las Aventuras prodigiosas de Tartarín de Tarascón, que incluso ha pasado no hace tanto al cine. Sin embargo, en la región de la Camarga, en la desembocadura del río y en la zona de Aviñón Tarascón es más conocido por ser un lugar de peregrinación en donde los fieles acuden a venerar la tumba de Santa Marta. En efecto, la leyenda cuenta que, después de la Resurrección, junto con su hermana María de Betania y su hermano Lázaro, Marta desembarcó en Francia, en la costa de la Provenza. Allí predicó decididamente el evangelio y se labró fama de santidad. En aquella época, -cuenta siempre la leyenda escrita en el siglo XII por Vicente de Beauvais-, a las orillas del Ródano, en un profundo bosque entre Arlés y Aviñón, vivía un monstruo o dragón, mitad animal terrestre mitad pez, "grande como un buey" -dice Vicente-, "más largo que un caballo", con unos dientes afilados como puñales y un caparazón impenetrable que cubría todo su cuerpo. Sumergido en el río mataba a cuantos intentaban cruzarlo. Cuando huía lanzaba desechos que ardían como fuego. Hijo de Leviatán y de Onaco el monstruo se llamaba Tarasca. (De allí vendrá el nombre de la ciudad de Tarascón.) Siendo requerida su ayuda, Marta se puso en camino para combatir esa calamidad, munida de un crucifijo y un acetre con agua bendita. Se introdujo en el bosque y finalmente halló a Tarasca mientras se estaba devorando a un hombre que había pescado en el río. Marta se acercó sin que el monstruo la notara, le echó agua bendita y le signó con la cruz. Domado y manso como una oveja lo ató con su cinturón y lo llevó al pueblo donde por fin lo mataron.

            Marta permaneció luego en esos lugares, fundó un monasterio, llevó vida ascética, y predicó empeñosamente el evangelio hasta su muerte. En 1187, en Tarascón, se creyó haber encontrado su sepultura. Allí se edificó un gran santuario que aún hoy, después de múltiples refacciones, es un regular centro de peregrinación popular.

            Su iconografía medieval y barroca es abundante. La más antigua representación, del 1350, la de la capilla de Santa Catalina, al fondo de la nave lateral derecha, en la catedral de Estrasburgo. Se la suele reproducir con el agua bendita y el crucifijo en la mano, llevando con su cinto, mansamente, detrás suyo al dragón, o éste a sus pies. Hay también una bella figura de Marta, pintada por Lucas Cranach en la sala tres de la Nueva Pinacoteca (Neue Pinakothek) de Munich. También las hay del Caravaggio y de Bernardino Luini (1480-1532). En realidad su figura es el doble femenino de San Jorge alanceando al dragón. Con la diferencia que, como buen varón, Jorge enfrenta al monstruo y lo mata con sus armas; en cambio, Marta, con femenina virilidad, lo amansa. El dragón siempre ha sido en la antigüedad símbolo del mal y de la muerte: San Jorge representa la manera frontal, expeditiva y algo brutal de combatirlos; Santa Marta, la vía de la mansedumbre y el convencimiento. A veces contra nuestros y ajenos males necesitamos a Jorge, otras veces a Marta. Para los dos métodos, necesitamos fortaleza y valentía.

            Precisamente Marta es, en esta época medieval de revalorización del papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, el prototipo de la mujer fuerte, de la que no se queda solo en oración y en casa sino la que se mete en el mundo, enfrenta el mal y predica el evangelio. Hay un bellísimo cuadro de Fra Angélico, en una de las celdas del convento dominico de San Marcos de Florencia que representa a Cristo orando en el 'Huerto de los Olivos' con todos sus discípulos dormidos, en donde, curiosamente, la única despierta junto a Jesús, de pie, orando con El, es Marta. Este período del medioevo, del siglo XII al renacimiento, está preñado de grandes movimientos femeninos que toman fuerte protagonismo en la sociedad cristiana, tanto de laicas como de religiosas y de las cuales figuras importantes son Hildegarda de Bingen, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazaret, Hadewijch de Amberes, Margarita Porete... Ellas toman como gran ejemplo y patrona a Santa Marta, revitalizada por estas leyendas. Es extraordinario, para esta época, cómo el evangelio que hemos leído hoy y que parece exaltar la figura de María de Betania en desmedro de Marta, es explicado por la mística renana, inspiradora de estos movimientos femeninos, de modo contrario al tradicional. El gran místico dominico Meister Eckhart, principios del siglo XIV, imitado en esto luego por Juan Taulero, también dominico, de mediados de ese siglo, predicando sobre esta perícopa a monjas dominicas (DW 86), exalta la figura de Marta sobre la de María su hermana, tildando a ésta de apocada y estéril. Para Eckhart, la vida inspirada por el Espíritu no consiste en los momentos estáticos, necesariamente excepcionales y opuestos al resto de la vida, sino en el continuo y tranquilo fluir del vivir divino durante nuestra existencia cotidiana; en la transfiguración de nuestras tareas y trabajos aquí y ahora en el duro presente. Según Eckhart no puede haber oposición entre la vida contemplativa y la activa y ni siquiera -en esta tierra-, superioridad de la primera sobre la segunda: de acuerdo a la mejor tradición católica y dominica las dos deben integrarse -'contemplata aliis tradere': 'comunicar la verdad descubierta y contemplada', afirmaba Santo Tomás de Aquino-, conforme al primado absoluto de la caridad. Marta, dice Eckhart, testimonia con la acción haber crecido en la contemplación y, por eso, muestra ser más perfecta que su hermana. El obrar interior y exterior se alimentan mutuamente. En todo caso, si Jesús reprochó algo a Marta no fue su trabajo -dice Taulero (Serm 42)-, sino su desasosiego. No su ocuparse, sino su preocuparse.

            En realidad esta exégesis era contraria a la que, desde los tiempos del teólogo Orígenes, en el siglo III, pasando por Agustín, Gregorio el Grande, Casiano, Bernardo y tantos otros, hasta Lutero, se llevaba sobre nuestro texto evangélico, arrinconando a Marta a un papel insignificante. "Marta; Marta, vocifera Lutero, tu trabajo debe reducirse a nada."

            De allí, a pesar de lo estrafalario de ésta, el valor de la leyenda de Tarascón que reivindica a Marta. En realidad la leyenda -que en el medioevo suple para el pueblo la lectura de la Sagrada Escritura, fuera del alcance de los legos-, es mucho más evangélica y cercana al texto que la exégesis tradicional. Porque Marta también aparece en el evangelio de San Juan, en el famoso pasaje de la Resurrección de Lázaro (Jn 11). Y allí es ella la que no se queda como su hermana María gimoteando en el interior de su casa, y quien sale decididamente al encuentro de Cristo. Es ella la que, a la manera de María la Virgen en las bodas de Caná, frente a la tumba de Lázaro le pide el milagro a Jesús. Es ella la que, como Pedro en el evangelio de San Mateo, hace la confesión de fe más plena en Cristo, antes de la de Tomás después de la Resurrección.

            Juan silencia la confesión de Pedro y transforma a Marta en la primera creyente, la discípula perfecta, que acepta y reconoce a Jesús como 'resurrección' y 'vida' de los hombres. La interpretación tradicional a partir de Orígenes y Agustín, en una época en la cual las mujeres ya iban perdiendo protagonismo en la historia de la Iglesia, trata de desvalorizar estas intervenciones de Marta, tildándola de 'charlatana', pero es obvio que, según el evangelio de Juan, Marta, en la Iglesia primitiva, ha cumplido un papel apostólico de primer orden y, si como dicen algunos, ya Lucas, más asimilado a la sociedad machista romana, tiende a desvalorizar su papel, el conjunto no puede ocultar la primacía ejemplar de la representación de Marta.

            Pero Lucas, en nuestro evangelio de hoy, de ninguna manera quiere mostrar como modelo supremo de vida a la monja recluida en un convento, contrapuesta a la cristiana -laica o monja-, que vive en el siglo. No porque aquella no lo sea, sino que no es un tema que directamente enfrente la Iglesia lucana. Aún faltan unos cuantos siglos para que se funden los primeros conventos femeninos de clausura y se plantee la disyuntiva. Más bien Lucas, en esto bien feminista, muestra, en María de Betania, cómo Cristo ha abierto a la mujer la posibilidad de convertirse en discípula. En efecto, sentarse a los pies de alguien para escucharlo era la actitud propia del alumno, del que escuchaba las lecciones de un maestro, de un rabino. Y esto, en el judaísmo de los tiempos de Cristo, estaba estrictamente prohibido a la mujer. "Maldito el padre -dice un dicho rabínico de esas épocas-, que enseña a su hija la Torah". Los rabinos no debían transmitir su enseñanza a las mujeres: solo los varones podía entender y expandir la enseñanza de la ley.

            Cristo rompe con esto e iguala a la mujer con el varón. En todo caso es el papel de Marta como reducida a funciones que cierta tradición suele llamar femeninas, obligada a los trabajos de la casa y aceptando resignadamente que no puede aprender, ni crecer, ni predicar, lo que Lucas desmerece en nuestro evangelio. Pero ese, según Juan, no ha sido el caso de Marta.

            Por supuesto que nuestra lectura apostrofa a cualquier activismo que, prescindiendo de Cristo, impida escucharlo y sumerja al ser humano -varón o mujer que sea-, en ocupaciones, negocios (no-ocios), que le impidan elevar su mente y su corazón a Dios, a los verdaderos valores, a la vida... ¿Quién, empero, de los privilegiados -a lo mejor no-, que hoy consiguen trabajo no sufre luego la ansiedad, zozobra, inquietud, preocupación, incertidumbre que las nuevas condiciones de competencia, de falta de puestos, de exigencias empresarias, de urgencias económicas le imponen? ¿Cuántos, aún queriéndolo, no tienen tiempo para rezar, para leer... para estar contemplativa, amicalmente, con los suyos? Peor el que no se da cuenta y, al torrente de preocupaciones laborales y monetarias, añade el trajín de la diversión, el de la excitación de la jarana, de la juerga, del alcohol, o el de la anticontemplación negociosa de la televisión?

            Sin sentarse a los pies de Jesús por supuesto que Marta no existe. Pero tampoco María de Betania es nada, si no vuelca en Marta todo lo que aprende enamorada a los pies de Cristo.

            Salvemos a toda costa, como María de Betania, nuestro estar con Cristo, nuestra escucha de la palabra de Jesús, en este mundo resonante de palabras vacías y de músicas y estridencias más vacuas todavía, y de preocupaciones que van tanto más allá de lo único necesario. Y luego, a la manera de Marta -que de San Jorge lamentablemente hoy nos faltan las lanzas y los tanques-, lancémonos audaz, osadamente, al encuentro de Tarasca, del dragón, en palabra y sacramentos, en testimonio y en vida, en estudio y trabajo, en viril y mujeril coraje y templanza.

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