INICIO

Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1982. Ciclo B

16º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos    6, 30-34
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Sermón

Estamos, como Vds. saben, en el segundo ciclo, o ciclo ‘B', de los tres –‘A', ‘B' y ‘C'- que se reparten, uno cada año, la lectura de los evangelios de los domingos. El ‘A' se dedica a Mateo, el ‘B' a Marcos y el ‘C' a Lucas. De modo que, cada trienio, completamos, con solo asistir a Misa todos los domingos, la lectura casi total de los evangelios. A Juan se lo ubica en Cuaresma y Pascua, y se intercala su largo sexto capítulo en el año dedicado Marcos, el evangelio más corto. Precisamente, como decíamos, este año corresponde al ciclo ‘B' de Marcos y hoy hemos iniciado el paréntesis de cinco domingos seguidos en donde escucharemos, por partes, el capítulo seis del evangelio de Juan.

El que tengamos que escucharlo de a pedazos y a siete días de distancia uno de otro rompe la unidad temática de este capítulo que, en Juan, viene a ser como un punto central, crítico, de la presentación que hace de Jesús. Porque, precisamente, en esta sección, Cristo dará un paso más en la revelación que hace de Sí mismo.

Hasta ahora se ha presentado como ‘el Mesías' -el Ungido, el descendiente del rey David-. Figura regia que tanto esperaban los judíos. La que vendría a restaurar las épocas gloriosas de Israel, los prodigios y signos de Éxodo, las riquezas de un verdadero y próspero reino de Dios. En esta concepción la figura del Mesías asimilaba tanto la figura de Moisés –no su aspecto de legislador sino de caudillo, en este sentido, de ‘profeta'-, y como la de David -el rey-.

Y así como la intervención de Dios en el pasado se pudo reconocer a través de intervenciones extraordinarias de Dios –en el Éxodo liderado por Moisés: el paso del mar Rojo, el maná en el desierto, el agua brotando de la roca; en el reino de David: la prosperidad, la religión sincera y la paz-, acontecimientos que eran, por tanto, “signos” de esta actuación y presencia divina, así también el nuevo reino de Dios y su Mesías tendrán que venir rodeados de “signos” que “indicarían”, “simbolizarían”, la nueva intervención de Dios.

Por eso San Juan no utiliza la palabra “milagro” para designar los hechos prodigiosos que realiza Jesús. El milagro en Juan es llamado “signo”. Signos por medio de los cuales -y solamente quien esté dispuesto a creer- podrá darse cuenta de que el Reino de Dios se ha hecho presente en su Mesías -profeta y rey-.

Y, tal como en el Éxodo y en la Jerusalén davídica Dios ha apagado el hambre y la sed de su pueblo y le ha dado ‘vida', por eso, en los primeros capítulos de Juan, desde el primer ‘signo' -que es la conversión del agua en vino en Caná-, los ‘signos' de Jesús consisten fundamentalmente en eso: en ‘alimentar' y en devolver la ‘vida', curando. Esos signos lo revelan como el Mesías.

Son signos, pues, parecidos a los del Éxodo. Quien sepa interpretarlos, quien no se quede en el escepticismo o en lo puramente mágico, quien vaya más allá de lo exterior, de lo prodigioso, podrá sentir el llamado a una comprensión más profunda. Algo está sucediendo, algo está comenzando. Después de siglos de silencio, de abandono y de frustración, Dios está por intervenir nuevamente en la historia, en su pueblo.

Y todos esos signo apuntan no una institución ni a un libro ni a un código ni a una constitución ni a una ideología o raza, sino a una persona: el rey davídico, el profeta mosaico, Jesús de Nazaret.

Por eso, en la escena que hemos oído recién y que marca la culminación de la presentación de Jesús como Mesías –de aquí en adelante la presentación de Jesús cambiará decíamos- Juan calca el pasaje de la imagen de Moisés al frente de su pueblo marchando por el desierto sustituyéndola por Cristo.

También aquí “ al ver los ‘signos' que hacía ” lo sigue una gran multitud y está en un lugar montañoso y desértico, sin comida –cerca de la fiesta que conmemora el Éxodo, la Pascua- y repite los hechos de Moisés dándoles de comer. Y, como entonces, todos quedan satisfechos. Más aún: si el maná de Moisés quitaba el hambre, nada debía ni podía guardarse. Aquí, en cambio, el pan sobreabunda. Sacia y sobra. Se guarda en doce canastas, número simbólico de plenitud. Alcanzará siempre y a todos.

Y fíjense que la multitud no se engaña. Ellos se dan cuenta de que no se trata de un milagro destinado a solucionarles su problema de hambre, de pobreza –no buscan a San Cayetano o al Padre Mario o a la difunta Correa, ni están haciendo una novena para conseguir esto o aquello-. El milagro como tal es secundario para la mayoría de ellos. Perciben el signo.

Juan lo dice explícitamente: “Al ver el ‘signo' que Jesús acababa de hacer, la gente decía: ‘Este es verdaderamente el Profeta'” -e. d. el nuevo Moisés, según la terminología de la época-; “éste es el Profeta que debe venir al mundo ” Y quieren hacerlo Rey, ungirlo como Mesías.

En realidad, eso hubiera bastado en el Antiguo Testamento. Y Cristo ‘es' ciertamente el Profeta y el Rey, Moisés y David. Pero es mucho más. Y, todavía, esto los judíos no pueden comprenderlo.

Son buenos judíos, creen en Dios, esperan que El instaurará nuevamente su reino. Buscan mucho más que pan y que salud.

Buscan la restauración de la Nación, la supremacía de los valores espirituales, de la piedad, de la justicia. Están deseando echar a los extranjeros que ocupan sus tierras, terminar con los traidores, con los sumisos al poder de las grandes potencias, con los sinvergüenzas que ocupan los puestos públicos, con los políticos charlatanes del sanedrín.

Sí, no importa tanto el pan. Han visto el ‘signo'. Y la energía que emana de su mirada de hierro, la sensatez y el brío de su palabra, la majestad de su gestos, la ternura viril de su sonrisa, la honestidad en su frente. Sí ¡cómo quisieran tenerlo rey!

Son buenos judíos, buenos patriotas y él ‘es' Rey.

Pero es mucho más que rey y quiere darles abundantemente más de lo que ellos se atreven a esperar. Todavía no están preparados para entenderlo y, por eso, Jesús se va, huye. Solo.

No le interesa ser ‘nada más' que rey.

Y ni siquiera lo siguen los discípulos. ‘Solo', dice Juan.

Como tantas veces que lo dejamos solo cuando no nos da lo que pedimos, porque quiere darnos mucho más.

Y lo que quiere darnos y lo que verdaderamente es, lo empezará a revelar -y trataremos de explicarlo- desde el domingo que viene, cuando comience a hablar de Sí, no como del Mesías, sino como del ‘Hijo del Hombre'.

Desde ya pidámosle que puesto que parece que no podemos tenerlo en nuestra patria como Rey, porque hemos sido indignos de ello, venga pues a nosotros como hijo de Hombre.

MENÚ