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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1991. Ciclo B

16º Domingo durante el año
(GEP, 21-7-91)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos    6, 30-34
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Sermón

             Uno de los acontecimientos más felices para la arqueología, como infeliz para sus protagonistas fue la pavorosa erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era, que sepultó en pocos minutos y por completo bajo cenizas ardientes a las ciudades de Pompeya y Herculano. Las excavaciones que sistemáticamente se han venido realizando desde el siglo XVI y aún prosiguen, nos permiten recoger, casi en vivo -si no es muy macabro decirlo- y en directo, lo que era la vida cotidiana en una ciudad veraniega de clase media del imperio romano en esas lejanas épocas. Casas particulares y de inquilinato; foros y mercados; templos y casas de lenocinio; panaderías, tabernas y almacenes; baños y letrinas públicas; estatuas y pinturas; enseres de cocina e instrumentos de cirugía; juguetes de niños y bastones de ancianos: todo lo ha ido desenterrando el pico de la curiosidad arqueológica. Hoy podemos caminar por las adoquinadas callejas de estas ciudades imaginando sin mayor esfuerzo lo que sería la vida ciudadana de entonces. Y que no era, al fin y al cabo, tan distinta de la nuestra, ya que no falta a la entrada de las casas ni siquiera el "cuidado con el perro" -"cava canem"-, ni en las paredes inscripciones de todo tipo. Pero, sobre todo, lo que más nos aúna con ellos a través del tiempo son las inscripciones murales promoviendo determinados candidatos para los próximos comicios.

            Ya pues en aquel siglo la propaganda política era uno de los componentes más o menos importantes de la existencia ciudadana.

            Es claro que de entonces a nuestros días, los métodos publicitarios -aunque aún hoy se sigan utilizando los 'graffiti' en la pared y las pintadas- se han desarrollado enormemente. Ya no se cuenta solo con los muros de las propiedades. Carteles, prensa periódica, cartas e impresos, reclamos luminosos, reuniones, fotografía, radio y televisión, son una formidable batería que la publicidad en general y la política en particular, tienen para influir en la mente de los integrantes del mercado, sean éstos compradores o votantes.

            Y todos sabemos cuánto camino ha pasado desde que ingenuamente se comenzó a usar la publicidad en épocas modernas. Es en 1863 cuando por primera vez el periódico francés "La Presse", da a luz un aviso publicitario. En 1851, para la Exposición Internacional de Londres, éstos ya se usaban masivamente. En 1864 el estadounidense Walter Thompson funda la primera agencia de publicidad.

            Este mundo se amplía progresivamente con medios técnicos y de comunicación cada vez más amplios y sofisticados hasta más o menos los años 1950. Pero hasta aquí la publicidad y las relaciones públicas consistían principalmente en tratar de convencer de un modo más o menos racional que tal o cual producto convenía mejor que otro a las necesidades de la gente, a las exigencias del mercado. Y el mensaje era, además, dirigido a la parte conciente de las personas.

            A partir de los años cincuenta la cosa cambia: surge otro tipo de publicidad, mucho más insinuante, peligroso y traicionero, basado en las investigaciones sociológicas y psicológicas. Este nuevo tipo se caracteriza porque, en lugar de actuar sobre la racionalidad de los compradores, en su parte conciente, intenta inducir reflejos condicionados, estimula pulsiones inconscientes, inconfesas, envía mensajes subliminares y, aún a un nivel todavía más profundo, deseos subconscientes solo pasibles de ser estudiados mediante el psicoanálisis. Más aún: ya no se trataba de escrutar las necesidades del mercado para servirlo -como ingenuamente sostiene la economía liberal- sino de fabricar mercados, excitando necesidades latentes y sobre todo creando nuevas necesidades.

            El primero que alertó sobre estas técnicas y sobre sus implicancias antihumanas fue el publicista norteamericano Vance Packard en su libro "The Hidden persuaders" ("Las formas ocultas de la propaganda", Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 31963) aparecido en 1959 y que todos tendrían que leer. Con sus dos grandes secciones: "Cómo se persuade a los consumidores", "Cómo se persuade a los votantes". Porque justamente lo más terrible es que ya desde los años cincuenta estas técnicas comienzan a utilizarse en la campaña de Dwight Eisenhower para promover a los candidatos políticos y a las ideas. Y, entre nosotros, todos sabemos lo que fue la agencia de David Ratto para el alfonsinismo.

            Y si la cosa quedara allí, la defensa sería relativamente fácil: bastaría no ver la propaganda haciendo "sapping" o desconfiar de ella para poder tutelar nuestros reflejos.

            Pero de lo que hasta ahora hemos hablado es de la propaganda que evidentemente se confiesa tal, la que, en diarios y revistas es acompañada del rótulo "Espacio de publicidad". Y todos sabemos que no son éstas las maneras de persuadir más eficaces, no, sobre todo, en lo que atañe al campo de lo ideológico. Por otra parte ya es harto difícil darse cuenta en qué momento termina la publicidad y comienza la mera noticia, cuando sabemos que también los espacios que aparentemente no son de publicidad, en casi todos los diarios y programas periodísticos, son, de una manera u otra, pagos, "chivos" como se dice en la jerga.

            En realidad históricamente este tipo de propaganda comienza a elevarse a estado adulto y moderno, antes de que en "La Presse" apareciera el primer anuncio comercial. Porque es la palabra escrita, la imprenta, lo primero que es utilizado como medio de difusión masiva en el campo de la subversión ideológica. Fue la imprenta, más que las armas, la que permitió el primer embate destructivo a la catolicidad. La revolución luterana no habría tenido el menor éxito si Lutero no hubiera podido inundar Europa con sus panfletos, libelos y libros salidos de la imprenta recientemente inventada por Gutemberg. Este invento hace que la palabra escrita, que antes llegaba solo a unos pocos, alcanzara la categoría de medio masivo de difusión y publicidad. Con el agravante de que, por no se que mecanismo psicológico, la gente tiende a prestar más crédito a la palabra escrita que a la hablada. Cualquier estolidez o barbaridad, si aparece editada en un libro o aún en una hoja o cartel, adquiere inmediatamente visos de respetabilidad y verosimilitud, sobre todo para los que no tienen demasiada familiaridad con los libros, que son la mayoría.

            También la revolución francesa utiliza la imprenta para propagar sus ideas disolventes y, a medida que va necesitando de las masas como para llegar a ellas por medio de los escritos éstas han de saber leer promueve enérgicamente la alfabetización para luego manejarlas mediante el periódico, los libelos y las revistas. No hay que olvidar que los diarios no nacen como informativos, como noticieros, sino como formadores de opinión, tendenciosos y comprometidos con una ideología. En esta primera etapa de destrucción, antes de la radio y la televisión, la revolución anticristiana necesitaba de gente que supiera leer. Por eso iba siempre precedida por una alfabetización que se quería identificar con enseñanza, pero que estrictamente estaba encaminada a que la gente pudiera leer la porquería ideológica y desmoralizante que le hacía llegar la revolución y que de ningún modo era acompañada de verdadera educación, capacidad de discernimiento, de crítica. Se alfabetizaba masivamente sin educar. (El cristianismo, en cambio, había sabido educar a las mayorías sin necesariamente alfabetizarlas, aunque intentaba progresivamente hacerlo.) Y todo montado para destruir el sentido común, las sanas costumbres, la sabiduría popular y las enseñanzas del catecismo. Alfabetización que de ninguna manera ha permitido el acceso de los más a las grandes obras del pensamiento ni de la literatura sino que los ha hecho y hace acceder a la basura de alto consumo del semanario más o menos chismoso o de la novelita de cuarta o del bestseller poco ejemplarizante o de las publicaciones babélicas que para todos los gustos se exhiben en quioscos y exposiciones del libro, en donde lo poco bueno está sepultado por lo mucho malo. Basta mirar las estadísticas del consumo de libro per cápita de nuestra población.

            Pero aún en el campo de la cultura de las minorías, de los más o menos pensantes, de los que tarde o temprano influyen sobre las mayorías no pensantes, se desencadenó una continua batalla ideológica. Ya desde la revolución francesa y desde las logias masónicas, se abominó del "arte por el arte", como se le llamaba despectivamente. La literatura, la pintura, el arte en general, dejaban de ser la expresión profunda y bellamente intuida de la realidad, como en la época clásica, y pasaban a ser arte al servicio de las ideologías, es decir de la propaganda. Los autores escriben no para generar belleza ni reflejar la realidad, sino para transmitir ideas, para imponer costumbres. Algunos por supuesto transmiten buenas ideas, cristianas, pero no tienen espacio, no tienen buena crítica. Comienza a formarse también una especie de 'intelligentzia' cultural que excluye sistemáticamente de premios y difusión a los autores católicos. Como las grandes agencias noticiosas, también las editoriales y la crítica están en manos anticristianas y solo promueven lo subversivo, lo disolvente. Novelas, teatro, y luego en nuestros días cine y televisión, aún en programas aparentemente inocuos, de puro entretenimiento, deslizan constantemente sugerencias, modos de ver, maneras de actuar, reñidos frontalmente con el orden natural y cristiano. Antes de que en nuestro siglo Gramsci teorizara sobre la necesidad de subvertir la cultura, el gramscismo había sido puesto ampliamente en práctica. Y así finalmente, salvo exiguos reductos, casi todos los medios de cultura y de pseudoeducación quedaron infiltrados o, sencillamente, en manos enemigas.

            Así es cómo, sin necesidad de despotismos o tiranías o revoluciones sangrientas, es posible hacer perder la libertad: por medio de la propaganda, la explícita y la oculta. Tanto más en nuestros días contando con las opresoras técnicas audiovisuales, electrónicas, sociológicas y psicológicas, estudiadas por el arte publicitario y que recurre a cosas tan sutiles como, por ejemplo, hablar en contra de algo para hacerlo conocer como las campañas antidrogas que financian en su mayor parte precisamente los traficantes de drogas; o hacer defender a propósito las buenas posiciones por mamarrachos o con argumentos estúpidos para desacreditarlas; o difundir costumbre inmorales en nombre de la salud; o hacer, en política, creer que los partidos están enfrentados entre si y que ofrecen opciones diferentes, cuando en realidad son todos parte del idéntico sistema ideológico de la partitocracia socialdemócrata y son siempre las mismas figuritas las que se reparten el poder; y terminar por convencer que todo lo que está fuera de ese orden político y moral es superado o medieval o abominable o antidemocrático o que simplemente no existe. Y permitir, finalmente, la pequeña dosis de verdad y de disenso suficiente para que la gente crea en la libertad del sistema.

            De todos modos: ¿Quien no se da cuenta de que toda esta cultura y esta política y este arte y esta propaganda, desde hace decenios se ha encaminado ha destruir implacablemente, con la mofa, el ataque, el silencio o la deformación, la concepción católica de la vida y de la sociedad?  Y ¿quién que haya vivido más de cincuenta años no percibe el cambio tremendo de costumbres y valores que ha sufrido la sociedad en estos últimos decenios, del espantoso éxito de estas técnicas de persuasión?  Hace no más de medio siglo, a pesar del deterioro ya en marcha, se podía decir que nuestra sociedad era fundamentalmente cristiana. Hoy ya no más.

            Pero, es claro, alguien podrá decir, ¿qué es esta manía persecutoria? ¿qué interés habría en atacar a la concepción cristiana de la vida?

            A algo de ello contestaba bastante bien un artículo de Abelardo Pithod que hace una semana salió en "La Prensa" y que se llamaba algo así como "El adversario es el cristianismo".

            Pero yo diría lo siguiente: antes que nada: la Iglesia siempre ha sido la gran adversaria de los tiranos, porque invariablemente ha sostenido que la ley de Dios estaba por encima de cualquier decreto o ucase o ley de los hombres, sean éstos reyes o zares o parlamentos y que "es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Act. 5, 29). Y ésta fue siempre la gran barrera del pueblo cristiano contra cualquier despotismo terreno. Lo cual ningún grupo que quiera ejercer autónomamente el poder puede, en su soberbia, de ninguna manera permitir. Pero, además, porque un verdadero cristiano, poseedor de la verdad, de sentido común y de virtudes, es un hombre libre. Y el hombre libre no obedece ciegamente a los intereses ni de los grandes grupos económicos ni de los detentores del poder político. El nuevo orden mundial no sabe que hacer con el hombre libre. Necesita pueblo informe, turba, capaces de ser manejados sin demasiada protesta. Y es sabido que las técnicas psicológicas y de manejo de masas que miran a mover inconsciente o subconscientemente los instintos o crear reflejos condicionados o manejar lo conciente con un puñado adocenado de eslóganes, no pueden permitir que la gente domine su inconsciente y sus pasiones mediante las virtudes, ni que vea la verdad en el ejercicio racional de su inteligencia iluminada por la fe. Para manejar a la gente las clases encaramadas en el poder ya sea poder público u oculto precisan gente sin virtudes y sin capacidad de pensar en serio. Necesitan pervertir y destruir la personalidad, desestructurar a la persona y, para ello, conmover todo lo que es capaz de verdaderamente personalizar, liberar: la verdad, los hábitos virtuosos, la familia, el amor a la patria y, sobre todo, el amor a Cristo Jesús. No digo el amor a Dios, porque hoy, en medio del estúpido pluralismo y ecumenismo que nos extenúa, la palabra "Dios" sirve para designar cualquier ídolo o torpeza.

            En fin: digamos que, como en la época de Cristo, la gente nuevamente se encuentra como ovejas sin pastor y peor aún: librada a los lobos que las devoran y esquilman con los medios más poderosos de manejo de las mentes y de los deseos que se hayan jamás dado en la historia.

            Frente a como están las cosas, pareciera que otra vez, como ante el imperio romano, el verdadero cristianismo carece hoy de todo poder económico o político. De hecho ha desaparecido, porque las voces auténticamente católicas, son acalladas o deformadas o pobremente difundidas.

            Hemos de empezar otra vez de a poco. De persona a persona, de amigo a amigo, de conocido a conocido, pero sobre todo, en la familia, ayudando a los nuestros y, fundamentalmente, educando a nuestros hijos -y en lo posible teniendo muchos hijos- contra corriente, contra el medio, contra la falsa educación, contra toda la poderosa propaganda. Educar a hombres y mujeres liberados por Cristo es nuestro único futuro. Pero de ninguna manera desesperado, porque tarde o temprano la gente se hartará de los falsos profetas, de los mendaces pastores, y descubrirá que detrás de las necesidades artificiales, satisfechas o no, que les induce la propaganda se encuentran otras necesidades mucho más profundas y humanas insatisfechas. Necesidad de verdadero amor, de amistad, de belleza, de pensamientos nobles, de altura de miras, de satisfacciones humanas, y sobre todo necesidad de Jesús y de vida eterna.

            Y allí estaremos nosotros los cristianos, los apóstoles, los únicos verdaderamente libres porque conocemos la verdad, sabemos el camino e intentamos dominar nuestros instintos y pulsiones inconscientes.

            Y estaremos así, habremos conservado la libertad y la fuerza, si, como nos llama hoy Cristo, nos apartamos frecuentemente del ajetreo del mundo, ése que no nos deja ni siquiera tiempo para comer y, todos los días, y unos días más que otros, nos retiramos a la soledad y buscamos la comida del silencio, del estudio y de la meditación de la verdad, de la escucha de la palabra de Dios, de la buena lectura no solo de la religiosa o filosófica, sino la de los grandes artistas, de los grandes hombres, poetas, dramaturgos, ensayistas. Ver lo menos posible de televisión; recordar siempre que en cuanto encendemos el aparato nos ponemos inmediatamente bajo el influjo de técnicas de persuasión no solo conscientes sino inconscientes difíciles de neutralizar y, si es posible, tirarlo por la ventana (y mirar bien que caiga en la cabeza de la persona apropiada). Y dar todo el tiempo posible al leer, al conversar, al pensar. Y, sobre todo, al rezar.  

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