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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1996. Ciclo A

16º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 24-43
Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'. El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'. 'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'". También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas". Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa". Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!

Sermón

           Quien comience a leer en el evangelio la vida pública de Jesús, se encuentra siempre antes con la figura tremebunda de Juan el Bautizador. Personaje filoso, austero, adusto, amenazador... La tradición cristiana lo ha caracterizado como el inmediato precursor, el heraldo, el profeta del advenimiento inminente de Jesús. Pero es sabido que, detrás de lo que de él nos cuenta el nuevo Testamento es fácil percibir un predicador de bien distinto talante que Jesús. Los anuncios del Bautizador miran a una intervención divina fulminante, liderada por un guerrero ungido por Dios de tajante espada, que a la vez que restablecerá victorioso la libertad del pueblo de Israel, ejercerá castigo ejemplar no solo con los paganos sino con los judíos indignos. El restablecimiento del Reino de Dios no solo configurará la independencia y prosperidad y aún dominio sobre el mundo del pueblo elegido, sino que no tolerará dentro suyo ni a los impíos, ni a los injustos, ni a los malos. El advenimiento del Mesías y del Reino recreará al pueblo a la vez como una paraíso de bienes terreno y como un paraíso de virtudes.

            La literatura de la época nos muestra que ésta no solo era la esperanza de Juan sino la de la mayoría de los judíos que vivían enla espectativa del día del Señor y la llegada de su Reino.

            Juan tendrá que morir, desconcertado, perturbado, en Maqueronte, viendo que su primo, aquel a quien sin vacilar el había señalado como el portador del estandarte del Reino, de ninguna manera parecía tener intenciones de liderar una campaña militar rauda e instantánea y ni siquiera había logrado movilizar a un ejército más o menos considerable. Para peor no era precisamente la idea que Juan tenía de los puros, de los elegidos y que el había querido preparar con su verba y su bautismo, la que correspondía a los que seguían a Jesús; sino, que parecían más bien, a juzgar por las noticias, un conglomerado de gente heterogénea, en su mayoría pertenecientes a la clase de los pecadores, que no a los de los cumplidores o supuestamente justos.

            El Reino de Dios de ninguna manera parecía haber llegado con Jesús.

            Es a estas dudas de Juan, que eran las dudas de la mayoría de los que miraban con interés la acción de Jesús, a quienes se dirigen las famosas parábolas del Reino de este capítulo trece de Mateo que estamos leyendo estos domingos.

            Reino de los Cielos, dice Mateo, que por respeto no quiere pronunciar el nombre de Dios y lo suplanta por la palabra cielos, pero se trata precisamente de eso: del Reino de Dios que suponía la restauración del pueblo de Israel.

            Y las parábolas que hoy nos suenan tan conocidas del sembrador, de la levadura, de la semilla de mostaza, del trigo y la cizaña, son la respuesta a esa espera impaciente pero errada del pueblo en general: Jesús les está diciendo: el Reino de Dios se parece no a una campaña militar, no una revolución francesa o bolchevique, no a una conversión subitánea a lo San Pablo o San Agustín, sino a.... Y allí se acumulan las imágenes alrededor de la siembra, del desarrollo de la vida, del crecimiento...

            Menos espectacular sí que un golpe, que un cambio subitáneo, que un número de Prode, pero mucho más realista, sensato, humano...

            Porque es verdad que en la vida de los hombres pueden darse cambios súbitos, giros de 180 grados, timonazos... pero si nos ponemos a examinarlos en serio generalmente esas mudanzas repentinas, bruscas, más tienen que ver con la destrucción y con la muerte que con la vida. Construir un edificio me lleva meses y meses; volarlo con dinamita apenas unos segundos; levantar una nación es cuestión de generaciones, borrarla del mapa con una guerra, a lo mejor de días; convertirme en pianista años, cercenarme los dedos, el relampagueo de un filo de cuchillo; llegar a ser un gran científico, quizá toda mi juventud y mi madurez, pasar a ignorante, el estallido de una pequeña arteria en mi cerebro, hacer un hombre cabal y derecho esfuerzo tras esfuerzo de los padres y luego propio, destruirlo un semáforo en rojo, un leve apretar de más el acelerador. Fundar una familia, un gran amor, esfuerzo continuado, comprensión, tolerancia, hora tras hora, minuto tras minuto, destruirla, un instante de amencia, de infidelidad,

            Claro que también hay cambios de fortuna para mejor que son casi instantáneos: la lotería, la herencia de la tía suiza, el negocio del año, la mujer de mi vida que conocí en un encuentro fortuito, aquel libro o aquel personaje que con su influjo mudó mi camino... Pero quién no sabe que aún esos cambios, si luego no son sostenidos por la prudencia, la inteligencia, la constancia, la pertinacia, el amor, tampoco sirven de mucho... Podemos cambiar de casa, de país, de nivel de cuenta bancaria, de mujer, lo hacemos casi con una firma, pero siempre nos llevamos a cuestas a nosotros mismos, con nuestras taras de pesada inercia, de difícil mutación, de imperceptible mejora...

            Por el contrario los cambios para mal: los destructivos, los malignos, los viciosos, las mutilaciones, los fracasos, las peleas, la vejez, la muerte esos si puden ser rápidos, casi instantáneos... Millones de años de evolución para llegar a una mosca; un palmetazo, un soplido de Raid para destruirla...

            ¿Y quién no se da cuenta de que desde nuestra niñez y nuestros sueños de chicos y de adolescentes, hemos vivido la ilusión de la posibilidad de la muda milagrosa, cenicientas a quienes el hada es capaz de transformar en princesas con su varita mágica, alfeñiques que de pronto desarrollamos músculos y le damos la biaba al jefe de la pandilla, al taita del barrio, al insoportable cargador de nuestras inseguridades, y nos transformamos en el más buen mozo de la playa, o el pilar más imbatible de los Pumas, o el carateca formidable que salvaba a todas las chicas bonitas de sus apuros...?

            Sueños: nada de lo que realmente valió luego en nuestra vida fué fácil, tuvimos que conseguirlo a pulmón, en ejercicio tenaz, en estudio, en noches desveladas, en jornadas duras... Y lo que conseguimos fácil, no nos hizo fáciles otras cosas más importantes o se nos fué de las manos mucho más fácilmente todavía... Frívolos amores, superficiales diversiones, dineros mal habidos...

            Sea lo que fuere de lo que tenemos, a veces ardua a veces sencillamente conseguido, lo que poseemos dentro, lo que somos, nunca fué fruto de un día. Ya lo sabía la vieja psicología: las virtudes son hábitos, y los hábitos se adquieren en la fatigosa repetición de los actos, se aprende a ser bueno, a ser veraz, a tener palabra, a ser noble, a ser casto, a ser justo, y con esfuerzo: no se nace... Y tan fácil, por el contrario, se allega el vicio, la pereza, la pérdida de tiempo frente a la televisión, las ideas malas, la ignorancia...

            Y sin embargo, en la impetuosidad a lo mejor de nuestros ideales juveniles, o de nuestras impaciencias de cambios, o frente al cundir del error y del mal y el triunfo de los perversos y los deshonestos... ¿quien no tiene ansias de mutaciones radicales, quien no ha pensado en el exterminio universal de los malos, en el paredón, en las penas de muerte, en la expulsión severísima de los perversos...? ¿Quien aún como padre, como marido, como dirigente, como párroco, no siente la zozobra de los defectos del otro, del hijo, de la mujer, de los que le rodean y siente urgencia de resultados, exigencia de virtudes, intolerancia a los defectos...?

            Y por supuesto que es irrenunciable el que queramos y busquemos el perfeccionamiento de nuestros hijos, la mejora de los nuestros, el bien de aquellos a quienes amamos... Pero no como el fanático, ni el revolucionario jacobino, ni el sectario puritano, ni el que solo ve buenos y malos, blanco y negro, sin los matices de los grises, sino como el sabio, como el hombre de campo, como el sembrador que sabe que una cosa es el sueño, la novela que me fabrico, el mundo virtual que es capaz de crearme mi fantasía o la televisión o la computadora, o la materia bruta que es capaz de ser cambiada a martillazos y otra la realidad compleja de lo viviente, el equilibrio ecológico hecho de múltiples variables, la salud fruto de un delicado e inestable conjunto de factores, el crecimiento que se da en la realidad no en el laboratorio, la vida que se despliega no barranca abajo sino hacia arriba, en esfuerzo, en superación de obstáculos, en bacterias y anticuerpos, en metabolismos delicados del cuerpo y del espíritu, que se gestan en lucha y en reposos, más allá de la brutalidad simplista del cirujano o del verdugo o del chapista.

            Cuántas impaciencias estólidas han destruido familias, causado la infelicidad de los hijos, destrozado legítimos amores, hecho un infierno la vida de los demás. Cuántos perfeccionismos que impidieron que un talento creciera, que una virtud se desarrollara, que un gusto se convirtiera en compromiso, en pericia, en saber.... En mi o en los demás.

            También el reino de Dios se mueve por las pautas de la vida, del crecimiento, de lo humano. La Iglesia no es una secta de puros ni de santos, sino un sembradío de hombres llamados a la santidad; una santidad que no viene envuelta en fantasías voluntaristas, ni en sueños, ni en milagros, sino que crece en la virtud, en el terreno agreste de lo finito, en la lenta construcción de lo humano, en la fatigosa inseminación de lo divino... Yo pecador me confieso, comenzamos todas nuestras liturgia, perdónanos nuestras ofensas repetimos todos los días...

            El trigo que aparece y el yuyo que crece, la plaga y la helada, la seca y la peste.... Cada vez menos el agricultor recurre al insecticida que mata indiscriminadamente, como es renuente el médico al antibiótico que acaba con todo si el mal no es grave... Más bien crear la planta resistente, seleccionar la semilla, hacer producir el anticuerpo...

            Si la creación hubiera terminado, si el Reino ya hubiera sido definitivamente instaurado, tendríamos razón en reprochar a Dios los males de la Iglesia, los falsos o mediocres cristianos, los dolores de este mundo, las carencias de esta vida, la felicidad que no llega o que llegada tarde o temprano se acaba y se termina ...

            Pero porqué reprochar al sembrador antes de la cosecha; porqué criticar al arquitecto antes de que la casa esté terminada, porqué extrañarse de que el recién nacido no camine ni hable, ni que la semilla aún no se haya desarrollado en árbol....

            No quiera Dios usar de la misma impaciencia que tengo para la cizaña de los demás, para mi propia querida, respetada, mía, cizaña.

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