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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1993. Ciclo A

18º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.


Sermón

            Cuando uno no tiene nada que decir, habla del tiempo. Del clima, se entiende; porque lo que es hablar del tiempo como concepto, como esa dimensión que, mal que bien, miden nuestros relojes, no es cosa fácil. Ni desde el punto de vista de la ciencia, que en el fondo no sabe lo que es; ni desde el punto de vista de nuestra subjetividad, que apenas entiende que el tiempo es una dimensión inexorable que va tragando, a bocados de días y a zarpazos de años, el breve lapso que nos toca salir al escenario de la vida.

            Sin embargo, si hay algo que caracteriza al ser humano, y lo diferencia del resto de los seres más o menos vivientes o inertes que pueblan nuestro mundo, es su posibilidad de tomar conciencia del tiempo. De figurarse y asumir su pasado, de avizorar su futuro. El animal solo vive su instante. Sus programaciones genéticas e instintivas lo envuelven en un proyecto un plan que no es el suyo: nidifica, teje la tela, busca pareja, junta alimentos, pero su cerebro solo vive el presente, y apenas tiene su imagen, nunca la del nido que está por construir, ni la de la prole que engendrará, ni la del hambre que al hormiguero permitirá enfrentar el alimento que junta hoy. La fábula de la hormiga y el grillo -el grillo que cantaba y la hormiga que trabajaba y luego en el invierno el grillo que se moría de hambre y la hormiga previsora llena de provisiones- la fábula es muy linda, pero aplicada al hombre; porque en realidad la hormiga no puede ser previsora, porque no sabe porqué lleva el pedacito de hoja a sus graneros subterráneos, la que es previsora es su biogramática heredada, instintiva...

            Solo el hombre es capaz de ser previsor, de mirar al futuro y planearlo, vivir como diría Hawking su propia flecha del tiempo. Muchos antiguos comentadores de la Biblia veían en esa capacidad de anticiparse, de prever, de proyectarse adelante, la semejanza de Dios en el hombre. El hombre imagen de Dios, porque en su posición erecta, su frente ancha y su mirada lanzada hacia adelante imitaba a Dios en eso de su videncia futura; como lo dice su etimología: su pro-videncia.

            Alguno ha dicho que "vivir es futurizar". El que se deja llevar por la corriente de sus impulsos inmediatos, de sus necesidades meramente cotidianas -como el animal- pervive, sobrevive o, peor, es vivido por los vivos, entre comillas. Solo existe humanamente quien proyecta, quien no tiene tensiones sino in-tenciones -que, aunque varíen en la "s" y en la "c" tienen la misma etimología-. Porque la tensión es algo que estira por adentro, en cambio la intención es lo que estira hacia afuera, hacia adelante, "in" en latín significa dirección, apunte al blanco. Por eso el ser humano es el único que está, no tenso o tendido (ambos son participios del verbo tender,) sino in-tendido o, mejor, en castellano, entendido. Porque el que entiende es el que sabe donde va. Por eso es in-tendente de su vida, lleva la in-tendencia de su existir (de allí viene nuestra palabra intendencia). Y cuando uno se da cuenta a donde va, entiende el significado de su vida, deja de llevarla tensamente, y comienza a vivirla in-tensamente.

            Pero hoy se confunde tensión con intención, vivir tensamente con vivir intensamente, tener tendencias con tener la intendencia de la propia vida.

            Porque tristemente gran parte de nuestros contemporáneos no sabe para qué vive. Sus tendencias son manejadas por la propaganda, por las intendencias "gróssicas", por las instancias cotidianas, por el consumismo, por el instinto, por la búsqueda de satisfacciones inmediatas que no siempre puede encontrar y que cuando encuentra tampoco lo llenan, porque no está hecho para ser lleno por ellas (1ra lect.). Vive tensamente su afán de dinero, necesario o superfluo, la competencia con los demás, la vida de familia, cuando la tiene; precisa tensarse con la música a todo volumen, con la película llena de violencias, con el partido de fútbol que más parece una batalla donde todo vale que un deporte. Busca solo las sensaciones del ahora, lo de inmediato aprovechable, lo que en este momento puede darle placer: el sexo sin compromisos antes que el amor, el alcohol que hace olvidar el pasado y disfumina el presente sin pensar en el mañana, la droga, finalmente, que hace volar fuera del tiempo y de toda dura realidad comiéndose el futuro.

            Sin llegar a esos extremos, tantos jóvenes y grandes de hoy, viven el extravío y la desazón de un presente que, exigido a dar satisfacciones, no las puede dar, y disipado en tensiones y distensiones, sin intenciones, sin proyectos, sin intensidad, son el fundamento de mañanas que se harán, tarde o temprano, "ahoras" tan vacíos como los que hoy se malgastan.

            Porque como el hombre es hombre, abierto al futuro, solo puede vivir intensamente el hoy como proyecto [1] . Adquiere sentido y peso solo en cuanto es inversión de futuro. El hoy del hombre no puede ser solo fruto que se disfrute, sino semilla que se insemine, germen que germine. Pro-yectado, lanzado hacia adelante, también el hoy entonces se hace satisfactorio e intenso. ¿Cuándo ha sentido más satisfacción el estudiante: el día que perdió el tiempo en la vagancia inútil y en darse gustos inmediatos, o el que pensando en el mañana se dedicó a sus materias y rendido de sueño a la noche las entregó a la almohada?

            Pero la ciudad nos lleva torpemente de una obligación a otra, de colectivo a subterráneo, de trabajo a televisión, de la cocina al lavarropa, sin tiempo para pensar, para proyectar nuestra vida, para preguntarnos qué queremos, o mejor qué nos debemos proponer, que proyecto de hombre o de mujer, qué sentido de la vida, qué jerarquía de valores, que meta, que significado... ¡Mientras atruenan nuestros oídos campañas electorales y debates que solo importan a aquellos que se reparten el queso y el poder; opiniones imbéciles que promueven los popes de los programas de polémicas y mesas redondas; telenovelas cada vez más bobas o, si argentinas, procaces y desmoralizantes; tiros y camas a granel..!

            ¿Que muchacho saldrá con ideas claras de esta balumba; quién con actitudes nobles, magnánimas; quién con amores viriles o almenos románticos; quién recogerá una bandera o al menos un guante de desafío, quién empuñará una espada, quien conservará el corazón puro y la frente alta, y la mirada clara?

            Pero en el fondo de cualquier corazón humano, por más corrupción que le hayan vertido dentro, siempre habrá un latir de ansias de cosas limpias y grandes, de búsqueda de sentido, de querer entender...

            Las gentes supieron que Jesús estaba en el desierto, y salieron de las ciudades y fueron tras él a pie, como pudieron... dice el evangelio. Y Jesús, cuando los vio, tuvo compasión de ellos, porque -como acota Marcos, y Mateo en su relato del capítulo 9-: tuvo compasión de ellos porque estaban "vejados y abatidos como ovejas que no tiene pastor".

            Sí: así está nuestra gente, vejada y abatida. Vejada, aunque no lo sepa, porque no respetada por políticos que les mienten y les roban, por propagandas comerciales que los toman de tontos, por programas de televisión que los degradan, por una educación pública que los empobrece de mente y de alma, por la continua instrumentación a que los someten los poderosos, y aún el prójimo que no sabe amar porque nadie le ha enseñado a hacerlo -y entonces como no se quererte, te uso-; vejada, porque aún su miseria la instrumentan los resentidos y los buscadores del caos y de autopromoción -sobre todo cerca de las elecciones-; vejada, porque los derechos de los honestos caducan inermes mientras los delincuente de abajo y de arriba hacen su agosto. Abatida porque ya ni de la patria queda sentido de grandeza y todo es vendido; ni la vida de cada uno tiene más valor que el de su cuenta o su valor impositivo o, si es pobre, el de su voto cada seis años perdido en medio de otros millones de votos. Allí está, carne de cañón de los grandes, sin que ni siquiera le permitan vivir (porque no sabe, porque no se dan las condiciones para ello) la empresa grande de fundar una familia cristiana, o de buscar en su existencia nobleza y santidad.

 

            ¿Nadie se ha preguntado porqué el milagro de la multiplicación de los panes sea el único que ha sido relatado en los cuatro evangelios; y, en algunos de ellos, dos veces? No fue un milagro espectacular: más extraordinario ha sido el de la vuelta a la vida de Lázaro, o del joven de Naim o el de la hija de Jairo. Y sin embargo el de Lázaro solo está en Juan y el de Naim únicamente en Lucas...

            Es que el del pan ofrecía a los cristianos la oportunidad de volver a repensar y alegrarse con el gran don de Jesús a su pueblo vejado y abatido: la eucaristía. Porque es evidente que, más allá del recuerdo de los hechos efectivamente acaecídos, el relato está transparentado del rito de la Misa: Jesús que les predica y luego, recibiendo su pobre ofrenda de cinco panes y dos peces, las bendice, las parte y se las da por medio de sus discípulos. Era lo que los cristianos vivian intensamente en la época en que los evangelistas recuerdan aquellos hechos.

            Porque no se trata solamente de la Misa entendida maquinalmente, como el rito sagrado que celebra el sacerdote y al cual estamos obligados a asistir los domingos. Es la misa, es la eucaristía como la gran intención de Dios, su proyecto para nosotros, aquello que nos hace entender nuestra existencia y le da sentido, aquello que a nosotros mismos nos transforma en proyectos, en proyectados, y por eso mismo, en verdaderamente humanos.

            Los cinco panes y los dos peces que Dios multiplicará hasta saciar a la multitud y aún que sobren doce canastos, son nuestras obras de todos los días, nuestros quehaceres y estudio, nuestro estudio y nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros instantes, que de por si quizá no sirvan para llenar ninguna vida, para hacer feliz a nadie, pero que entregadas al Señor, ofrecidas, él es capaz de retornarlas en abundancia y gozo, en saciedad y alegría.

            Porque la vida humana finalmente no decide la densidad de su valía en lo pequeño o grande de lo que hayamos proyectado o hecho a los ojos de este mundo -porque aquí no hay futuro que no esté destinado a desaparecer en muerte y olvido-, sino en la medida en que se transforme en proyecto de entrega a Dios, en intención de santidad, en anhelo de cielo. Ese es en realidad el único futuro que no hace perder el presente y le da sentido y verdadera alegría. La flecha del tiempo solo posee significado si apunta al blanco de la eternidad. En esta dirección todo puede ser intensamente vivido, y aún disfrutado, lo grande y lo pequeño. Y aquí no puede haber desaliento, miedo, ni frustración... porque Dios no nos pide más de lo que podemos o tenemos...

            Frente a este Buenos Aires indiferente, en donde parece que nos perdemos, frente al poder tremendo de los medios, del dinero, de los corruptos, cualquier hombre de bien puede sentir el peso de su poquedad, la tentación de dejarse llevar por el desánimo del ¿qué hacer? ¿qué puedo hacer? ¡Tanta gente, tan pocos medios! Son multitudes y no tenemos más que cinco panes y dos peces.

            O la tentación del cinismo. Que hagan o prediquen los que pueden. Algo así como: que "los otros" entreguen sus terrenos y sus viviendas a los sin techo; pero en mi departamento, en mi casa, en mi parroquia, en mis terrenos episcopales, no. Caraduras.

            Y, sin embargo, esos cinco panes serían suficientes, si los entregáramos de veras al Señor, para alimentar a todos, y aún que sobren. No convertimos a nadie porque nosotros mismos no estamos convertidos. Porque apenas confiamos en lo que podemos nosotros con nuestras fuerzas y no en lo que puede Jesús.

            Pero tampoco el Señor sacará panes y pescados de la nada. Necesita lo poco o mucho que nosotros podamos ofrecerle. No son los talentos que nos reservamos cuidadosamente los que transformarán al mundo para Cristo, los que darán de comer a la multitud, los que devolverán el sentido de la vida a aquellos que nos rodean, los que ayudarán a los demás en lo que realmente importa. Es lo que dado a Jesús, en intención de santidad, en proyecto de cristiano, intensamente, él transforme, en ese milagro de la eucaristía permanente que ha des ser la vida del cristiano y que profesamos en rito eficaz en la santa Misa, cuando nuestras pobres ofrendas, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, se transforman, para todos, en abundante pan de vida y bebida de salvación.  


[1]   De "lanzado adelante": pro-yectado. De allí "pro-yectil".

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