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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1994. Ciclo B

19º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Juan   6, 41-51
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo.» Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo»


Sermón

             La mayoría recordará aquel accidente, de hace ya más de quince años, del avión que se perdió viniendo desde Chile en medio de los Andes y cuyos pasajeros, la mayoría jóvenes de un equipo de rugby, después de estar días y días esperando infructuosamente ayuda, a punto de perecer de hambre comenzaron a comerse a sus compañeros muertos. Finalmente, gracias a Dios, los encontraron y rescataron.

            Se escribió un libro sobre el hecho e, incluso, me parece que se hizo una película.

            En esa ocasión, como de costumbre, el periodismo en general se precipitó como bandada de buitres sobre los protagonistas abrumándolos a preguntas, sometiéndolos a entrevistas, encuestas, mesas redondas, y aún sesudas disquisiciones pseudodoctorales...

            Por supuesto que lo atractivo del asunto era el detalle morboso de la forzada antropofagia... Y entre los que, en vez de echar un manto de respetuoso olvido y pudor ante tamaña desdicha, aprobaban el hecho, no faltó algún pavote que parangonó la acción de comerse a sus compañeros con la comunión del cuerpo de Jesús. ¡Tamaño dislate!

            Claro que el canibalismo o la antropofagia no siempre ha sido en los pueblos que la practicaron -y aún hoy alguno practica- un asunto de voracidad indiscriminada, un mero recurso para proveerse de proteínas faltantes; o, como entre algunas especies animales, para controlar la natalidad. La mayoría de las veces, la antropofagia o canibalismo, como, por ejemplo, la practicada, antes de la llegada de los españoles, por aztecas, chibchas, guaraníes, querandíes, muchísimas tribus amazónicas y otros, se debía a motivos cultuales o supersticiosos... al igual que en Africa ecuatoriana o en Malasia, Nueva Guinea y varios pueblos más.

            En esos casos, la antropofagia podía ser mágica: el intento de recibir las energías o cualidades del valiente enemigo difunto que era devorado; o ritual, si se trataba de comer seres humanos sacrificados a los dioses... También era común la práctica del endocanibalismo, sobre cadáveres de parientes, como para garantizarles algún tipo de sobrevivencia... "hoy nos comemos al tío".

            Pero nada de ésto tiene precedentes en la tradición de Israel, y ni siquiera de los pueblos que lo circundaban: Egipto, Mesopotamia, Fenicia. En el antiguo testamento hay trazas, si, de que se practicaron sacrificios humanos -recuérdese el episodio de Abrahán queriendo inmolar a Isaac o la muerte de la hija de Jefté sacrificada a Dios- pero ni rastros del más mínimo indicio de antropofagia... Tal cosa era inimaginable en la cultura de Israel. Mucho menos en el entorno cristiano. Allí ni siquiera es procedente una mención simbólica de tal aberrante costumbre. En el medio en el cual se mueve Jesús sería absurdo pensar que en el discurso de Cristo haya la más tenue referencia, ni siquiera ritual, a una práctica tan contra natura...

            Pero es verdad que nuestras traducciones castellanas de la Escritura dan lugar a algún equívoco. Cuando le hacemos decir a Jesús "el pan que yo daré es mi carne..., cómanme", cualquiera que oyera esa frase fuera de contexto, sin saber nada de cristianismo, no podría dejar de sentir rechazo... sospecha de alguna usanza extraviada, inhumana... ¡Qué es eso de comer la carne de un ser humano!

            Claro que un cristiano respondería rápidamente, no: Jesús está hablando de la eucaristía, de la comunión, del comerlo en forma de pan... Pero lo mismo no sonaría bien.

            Y el caso es que ni siquiera de eso se trata. En este discurso de Jesús como pan de vida que hemos comenzado a leer hace dos domingos y seguiremos leyendo otros dos, todavía Jesús no se ha referido ni por asomo a la eucaristía: está hablando de Él mismo como pan de vida...

            Claro que, instando, alguien podra decirme: 'pero Padre hemos oído claramente y sin lugar a dudas que Jesús habla de comer su carne'.

            Es verdad, pero lo que sucede es que, en la Biblia, la palabra que traducimos imprudentemente por carne, no quiere decir lo mismo que para nosotros.

            El término que usa Jesús -y Vds. perdonarán que introduzca un término extranjero- es el hebreo báshar. Y con esa palabra la Biblia significa y designa al animal, al ser viviente, todo entero y en particular al hombre, también todo entero, sin ningún asomo de división dualista ni diferencia por ejemplo entre carne y espíritu. Báshar es sinónimo de Adán, que, como Vds. también saben, no es un nombre propio sino que significa sencillamente hombre, como Báshar. Y báshar es traducido al griego, el idioma en el cual nos ha llegado escrito el nuevo testamento, por la palabra sarx.

            Es verdad que a veces Báshar se usa en la Biblia como entre nosotros para designar la carne que se vende en la carnicería, pero cuando ello sucede los judíos traducen la palabra al término griego jréas. Y aquí el vocablo que pone Juan en labios de Jesús no es jreas, la carne de la carnicería, sino sarx, sinónimo de hombre.

            Como cuando en el prólogo de su evangelio leemos (literalmente mal): el verbo se hizo carne. Allí hay que leer el verbo se hizo hombre. Justamente la lectura carne es lo que llevó a la herejía arriana.

            Cuando, pues, Jesús afirma que Él da su bashar, su sarx, para la vida del mundo, lo que quiere decir es que el se dará entero, dará su vida, todo lo que es, para plenificar al mundo; y, en ese don -porque Él ha bajado del cielo, porque viene de Dios- ofrece la vida divina a los que de este mundo por la fe quieran aceptarlo.

            Escucharlo, recibir su enseñanza, creer en él, comerlo son distintas maneras de afirmar lo mismo: en Jesús hombre, el hijo de María, el hijo adoptivo de José, podemos ver al mismo Dios tratando de infundir su existir divino, eterno, al ser humano, a Adán mortal, a la Carne caduca destinada de por si a la muerte.

            El vehículo de esa donación -y ese es precisamente el escándalo que hace murmurar a los judíos- es la humanidad de Jesús, todo Jesús como ser humano.

            Esto pues no puede estar más lejos de cualquier antropofagia ni siquiera ritual: ésto significa que las palabras y la persona y el actuar de Cristo es el alimento viviente para esta humanidad enferma, inacabada, rebaño como dice la escritura que se precipita en masa al abismo de la nada...

            Porque ya sabemos que no es solo el pan material el que nos hace hombres: vivir como seres humanos significa mucho más que deglutir proteínas, hidratos y vitaminas: llegar a humanos es crecer por medio de la educación, del lenguaje, de la cultura, de las normas, de los hábitos de honestidad, de belleza, de honor, de trabajo, de ciencia, de compromiso, de amor, de amistad, de familia... Ser hombres es alimentarnos de objetivos, de ideales, de horizontes, de propósitos, de luchas, de retos, de desafíos...

            Y Jesús, verdadero Pan, es el objetivo, el ideal, el reto, el paradigma supremo de nuestro crecimiento, y su palabra la guía, la norma, el código de honor, de nuestro auténtico vivir... a la vez que la ruptura del velo, de la ergástula, del muro de Berlín, que separa lo cósmico, lo que se gasta, lo que perece, lo que se acaba, de la hermosura suprema, de la juventud indestructible, del vivir en alegría perpetua que comparten Padre, Hijo y espíritu Santo.

            No se trata, pues, de antropofagia, no, porque el antropófago no puede comer al hombre viviente. El antropófago come al cadáver, la carne muerta, el bíceps o el glúteo disecado... El cristiano en cambio se alimenta de vida, la vida divina de Jesús, en imitación y obediencia, en escucha y seguimiento, en hidalguía y combate, en coraje y en gozo...

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