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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

20º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mt 15,21-28
En aquel tiempo: Jesús se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!" Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!" Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada.


Sermón

Si algo es bien claro en los rasgos verosímilmente históricos de los evangelios, es que Jesús, en su vida terrena, fue un judío de ley. No solo respetó cuidadosamente las costumbres legítimas del pueblo de Israel y lloró ante la certidumbre de la próxima destrucción de su amada ciudad, Jerusalén, sino que nunca salió de territorio israelita y su acción se limitó voluntariamente al pueblo al cual pertenecía por lengua y por sangre.

Si el dato que trae hoy Mateo está bien interpretado -cosa que algunos exégetas discuten- el pasaje de hoy nos muestra la única vez que Jesús se habría adentrado en territorio pagano, la región de Tiro y de Sidón y, ciertamente, no lo hace en afán misionero, ya que, al principio, incluso se niega a tan siquiera responder a la mujer cananea. Es probable -si la noticia de este viaje es cierta- que simplemente fuera una especie de desvío o retirada estratégica escapando a las asechanzas del tetrarca Herodes Antipas. La escena tiene algo de similar al pasaje tan conocido de la curación del sirviente del centurión romano en Cafarnaún, mostrando la reacción algo irritada de Jesús -del judío Jesús- a quien se está pidiendo, contra las normas, que entre en la casa de un pagano. Y la famosa respuesta: "no es necesario que entres en mi casa, una palabra tuya bastará para sanarlo".

El diálogo de hoy, aparentemente tan duro, confirma este nacionalismo de Jesús. Y aún la mujer cananea se cura, finalmente, en cuanto reconoce en Jesús al salvador de Israel : ¡hijo de David! le dice ella, fenicia, y le acepta el ser cachorro, y tener que comer de las migas que caen de la mesa de los dueños.

La Resurrección hará de Jesús el Señor del mundo y el Salvador de todos los hombres. Pero cuando la Iglesia, desde este señorío universal se abra a la misión entre los paganos, solo encontrará estos pocos pasajes, en la vida terrena de Jesús, para justificar esa apertura.

Ciertamente, leído después de la Pascua, el pasaje de hoy muestra cómo la fe supera toda barrera de raza y de pueblo predestinado: “Mujer ¡qué grande es tu fe!'” pero, al mismo tiempo, confirma la raigambre judía de nuestro ser cristiano.

Es verdad que, a nuestra mentalidad actual, esta escena y las palabras algo duras de Jesús y su comparación de los no judíos con los cachorros pueden chocarle. Ello se debe a una cierta prédica de tipo gnóstico masónico que, en nuestros tiempos iluministas, ha desvalorizado el sentido de nación y de patria, y tiende a concebir al hombre como un descastado, ser humano en abstracto, ciudadano universal, despojado de apellido, de prosapia, de casa y de bandera.

Lo cual es desconocer la naturaleza humana y su psicología. Porque no somos espíritus desubicados, humanidad sin nombre propio, flotando en la estratosfera de una definición genérica: somos cuerpo, bien ubicados en el tiempo y en el espacio, bien hijos de este padre y esta madre, bien pensando con este idioma y con esta tonada, bien condicionados por nuestra cultura local y nuestra pertenencia a un terruño o a una ciudad, incluso a un barrio.

Claro que se nos puede descastar. En la disolución de la familia, pertenecer al inmenso número de huérfanos con padres vivos; o, peor, hijos que periódicamente han de cambiar de padre o de madre o deben reconocer simultáneamente a varios de ellos. Pero ¿quién dirá que ello es un progreso, que eso no se realiza sin desmedro de la personalidad, de la salud mental, de la propia individualidad?

Claro que podemos pertenecer al mundo extraterritorial de los ‘shoppings', todos iguales en cualquier barrio, todos idénticos en cualquier país, y usar los mismos ‘blue jeans' y escuchar las mismas músicas y las mismas modas y las mismas costumbres, pero ¿quién no se da cuenta de que esa especie de mimetización deshumanizante, más que a una real hermandad, pertenece a un nuevo género de sutil dependencia e imperialismo cultural? Nunca la verdadera igualdad nació de la imitación -que siempre sabe a fraude- sino del respeto a la diferencia, del desarrollo de los talentos com­plementarios, del enriquecimiento mutuo que supone la aceptación de la distinción ajena.

"Si quieres ser universal -recomendaba León Tolstoi a un escritor- escribe sobre tu aldea". El cielo será una gran comunión de diferencias, no una monótona repetición de falsas igualdades. Por eso la Iglesia Católica -y como Vds. saben ‘católico', en griego, quiere decir universal- no vive en la opresión bajo un mismo rasero de las costumbres heterogéneas de los pueblos, sino en el aprecio y asimilación de las legítimas diferencias que hacen a la multiplicidad de las culturas. Ello, por supuesto, sin caer en ningún relativismo y tratando de purificar lo malo o lo erróneo que se encuentra en cada una de ellas.

Cuando le preguntaron a Santa Juana de Arco , que luchaba por liberar el territorio francés del dominio británico, si Dios no amaba también a los ingleses, contestó: "¡Por supuesto que sí, pero en Inglaterra!"

Pensar que el ser humano pueda vivir desarraigado es no saber nada de su naturaleza: un hombre desubicado, sin familia, sin raíces, sin historia, sin idioma, no es plenamente hombre. No es que simplemente estemos ubicados en un determinado punto geográfico; no es que solamente ‘ esté' en la Argentina: para mal o para bien soy argentino. La nacionalidad penetra todo mi modo de pensar y de actuar, así como mi pertenencia a un apellido, a una casa... De allí la importancia de defender la identidad nacional, fomentar sus instancias nobles, purificar las costumbres perversas, reencontrar las raíces fundantes. Como decía recientemente uno de nuestros obispos: redescubrir el sentido de ‘patria'.

Yo he sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. ..”

Pero no solo en este sentido el judío Jesús es el prototipo del hombre verdaderamente universal, no el masónico ciudadano del mundo ni el triste habitante de los shoppings y las discotecas. Como en toda cultura, pero especialmente en la de Israel, hay en ellas algo de permanentemente válido para todos los hombres. No en vano esa cultura fue preparada en Judá como don de Dios para todos los pueblos: eso que asimiló la conciencia humana de Cristo en la frecuentación de la Escritura y en las costumbres de su nación -el sentido de Dios como creador, enfrente al mundo, y de la ética como compromiso con Dios en favor de los hombres-. Novedad que distinguió el pensamiento de Israel de todas las ideologías paganas, incluso la griega y la romana, que identificaban el mundo y el hombre o la autoridad política con lo divino; y a la ética con las leyes del estado. Ese pensamiento, expresado con categorías judías, sigue siendo el lenguaje fundamental con el cual Cristo y la Iglesia primitiva se entendieron y con el cual anunciaron el mensaje definitivo de salvación para todos los hombres.

Quien quiera acercarse a Cristo no puede entenderlo si antes no ha entendido el mensaje, la esperanza, el concepto de Dios del antiguo testamento. Y aunque no lea la Biblia, aunque no la frecuente, el mismo catecismo traducido a nuestras lenguas, la liturgia, la oración de la Iglesia, están permeados para siempre del pensamiento y la cultura que Dios mismo fue gestando en la historia del pueblo de Israel para que en ellos pudiera nacer y comprenderse la Palabra plena con la cual se reveló y se entregó a los hombres en su Hijo.

A pesar de ser universal, católica, la Iglesia siempre se reconoció la heredera y continuadora de Israel. Más aún: ella es, ahora, el verdadero Israel, pero no por una suplantación monstruosa, sino en continuidad legítima, por una fe y una cultura que nos enlaza, más allá de la carne y de la sangre, con el judío Jesús, el hijo de David, Mesías de la casa de Israel, entronizado -después de la Pascua- señor del Universo, Rey de las naciones.

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