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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2001. Ciclo C

21º Domingo durante el año
(GEP 26-08-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo: Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» El respondió: «Tratad de entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, vosotros, desde afuera, os pondréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos" Y él les responderá: "No sé de dónde sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas" Pero él os dirá: "No sé de dónde sois; ¡apartaos de mí todos los que hacéis el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros seáis arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos»


Sermón

            Era creencia común en el pueblo de Israel el que "todo israelita, por el hecho de serlo, entraría a formar parte del mundo futuro". Allí todos los judíos serían salvados y vivirían la prosperidad plena del Reino, en la victoria y final aniquilación de todos sus enemigos, salvo de los que se sometieran a ellos. Toda la historia de la humanidad era concebida como una sucesiva selección en la cual Dios iba eligiendo a unos pueblos y excluyendo a otros, hasta que finalmente se quedaba solo con la semilla de Abrahán. Recordemos que ante esta soberbia creencia racista Juan el Bautista había respondido ya con su frase "Dios puede sacar hasta de las piedras hijos de Abrahán".

            Pero es verdad que estas creencias oficiales se veían contestadas por muchos pensadores y movimientos piadosos de los mismos judíos que reservaban esta salvación solo a los fieles a la ley o a los pertenecientes a una determinada secta dentro de ellos. Tanto las corrientes fariseas como las esenias consideraban que solamente un resto cumplidor alcanzaría las divinas promesas. El cuarto libro de Esdras afirmaba "Según los planes del Altísimo, la edad presente está destinada a muchos, pero la edad futura está reservada para unos pocos". Y, un poco más adelante: "Los que se pierden son muchos más que los que se salvan, como un diluvio es más grande que una sola gota". Pero no se crea que esto reflejara una mayor amplitud de ideas. Al contrario: seguía siendo claro que se estaba hablando solo de los judíos: los paganos estaban fuera de cualquier perspectiva de salud.

            Así pues, cuando Cristo aparece con su mensaje de salvación, la pregunta, la polémica, sobre quienes se salvarán está en el aire. Sin tener mucha idea todavía sobre qué tipo de salvación viene a traer Jesús, aún encerrado en perspectivas temporalistas y judías, en nuestro evangelio de hoy un cualquiera de la multitud le pregunta a Jesús sobre el número mayor o menor de los salvados.

            Pero Jesús no es solo un profeta visionario fundador de una cualquier secta. El es la Palabra de Dios que, continuando el designio creador, viene a ofrecer la perfección, la consumación de lo humano en lo divino, a todos los hombres. La pregunta mezquina y nacionalista está fuera de sus perspectivas y por eso la deja sin precisa respuesta.

            En realidad, en todo este discurso no es tan fácil seguir un hilo de argumentación. Al decir de los escrituristas aquí Lucas ha juntado varias frases sueltas de Cristo, dichas en distintas ocasiones, y las coloca, por afinidad temática, una detrás de otra, sin curar excesivamente su ligazón.

            La primera imagen que aparece es la de una única puerta, no varias, que da acceso al Reino. Lejos de ser un enorme portalón abierto de par en par es una angosta entrada por la cual pocos de la multitud consiguen ingresar. Y hacerlo no es fácil, ni para debiluchos. El "traten de entrar" de nuestra traducción vierte pobremente el verbo agonízomai del original -el mismo verbo que está en la raíz de nuestra palabra 'agonía'-, que habla de forcejear, luchar, pelear, empujar. "¡Luchen por entrar!" no simplemente "traten". El segundo inciso de la imagen afirma -de algún modo respondiendo a la pregunta del fulano-, "muchos intentarán entrar, pero no podrán". No se dice nada de los que ni siquiera lo intenten.

            En la segunda imagen aparece un soberano Señor del Reino que controla firmemente la entrada. Al forcejeo para entrar por esa angostura se añade ahora una advertencia sobre la urgencia del intento; sobre la posibilidad de que la puerta se cierre antes de que uno llegue. Nadie puede posponer el momento de su conversión y de su seguir a Cristo. No sabemos cuando, para nosotros, llegará el ruido de los goznes que chirrían, la puerta que golpea en el marco, el pestillo que salta y la tranca que se encaja en su aro: ya sea el momento de nuestra muerte o senilidad, ya sea el de nuestro definitivo endurecimiento o desinterés por el Reino. Riesgoso aguardar el último minuto.

            Tercera imagen: la de la escena dramática de los que han quedado afuera. Representación elocuente, en una época -aquella- en donde llegar tarde a la seguridad de las ciudades, cuando ya la guardia, a la caída del sol, tras las trompetas o campanas de advertencia, había levantado el puente levadizo, bajado la grilla y enclavijado los portones, significaba quedar fuera de la protección de la luz, del calor, del abrigo, de la compañía y de la comida, para permanecer afuera expuesto a los peligros incontables de la noche. Pero todos hemos tenido experiencias similares, llegado a casa a horas tardías, a lo mejor habiendo perdido las llaves o habiéndolas dejado adentro, y no ha habido nadie para abrirnos. ¡Buscar cerrajero a la una de la mañana..!

            Con la diferencia de que aquí hay alguien adentro, pero que se niega a abrirnos. Nuestra traducción insiste en quitar dramatismo al pasaje: "desde afuera golpearán la puerta diciendo: ábrenos". El original dice: "entonces os quedaréis afuera, golpeando una y otra vez la puerta y gritando; ábrenos". Y el de adentro responde que no los conoce. El Señor rechaza a los desconocidos. Conocer es mucho más, en Cristo, que distinguir, saber el nombre: es una cuestión de amistad, de igualdad de objetivos, de pertenencia. Tampoco nosotros, en nuestros días, abrimos a un extraño a medianoche, ni tampoco las puertas de nuestra amistad y confianza: aún cuando se haga pasar por alguien que más o menos hemos frecuentado. "Te conocí en tal fiesta, en tal restaurante; lo escuché en aquella conferencia, en aquella predicación, voté por Vd. en esa reunión de directorio en esa elección..."

            No basta: "No se de donde son: apártense de mi todos los que hacen el mal". En realidad otra vez nuestra traducción, en aras ecuménicas, es mendaz, porque habla del mal en general, el de la ética o la moral, como si esto se dijera a todos los hombres y sin creer en Jesús, solo portándose bien uno fuera merecedor de salvación. El original se refiere no a  los que hacen cualquier tipo de mal sino los que se dan a la injusticia (la adikía). Y no la injusticia que penan nuestros tribunales humanos, sino la que aparta de la justicia tal cual la entiende la Biblia: el comportamiento santo, adecuado al querer de Dios, en realidad don de Dios y, en el nuevo testamento, el vivir cristiano, católico, sobrenatural. Se trata de la práctica que ha de seguir a la fe, no de cualquier moralidad pagana o humana, como, con suicida amplitud, quisieran interpretar algunos.

            La frase de Cristo directamente apunta a los judíos que, porque tales, pensaban que serían reconocidos en el Reino. Bastaría mostrar su circuncisión, su pertenencia a la descendencia de Abraham y sus pergaminos hebreos... y el ingreso les sería franqueado. Así que todo termina con la escandalosa afirmación de Jesús de que esa pertenencia nada tiene que ver con la raza, y que el mensaje de la salvación, más allá del judaísmo sectario, se abrirá a todo el mundo.

            Cuando Lucas escribe su evangelio muchos años después, en una iglesia que ya comienza a instalarse y ha perdido la garra de los primeros tiempos, probablemente esté pensando no solo en los judíos sino también en los cristianos que, porque participan de las reuniones, de los ágapes, y escuchan las escrituras y las prédicas, sin hacer demasiado esfuerzo por poner en práctica lo oído o en meter en marcha el dinamismo de los sacramentos que reciben, creen tener también pase libre al Reino. Igualmente allí la experiencia es que los que vienen de afuera, del norte y del sur, del este y del oeste, el que se convierte desde la incredulidad o del pecado, suele vivir más decididamente el evangelio que los que se han acomodado a él, se han habituado a sus palabras exigentes y viven por costumbre sus ritos, sin bríos ni santidad.

            En fin, a pesar del lenguaje alegórico de este pasaje, imposible de traducir a proposiciones teológicas precisas, cuanto menos nos podemos preguntar de dónde sacan algunos el que la salvación sea una cosa tan fácil, dada de entrada, no solo a los cristianos sino a todos los hombres. (Así lo afirman hasta algunas monjas y sacerdotes: "Todo el mundo se salvará...") O que la condenación no existe; que basta que cada cual siga más o menos sus propias opiniones; que todas las religiones son iguales... A menos que los evangelios estén solo escritos para asustar a los chicos y a las viejas. En fin, cada uno sabrá hasta donde puede estirar y edulcorar las palabras de la Escritura.

            El asunto es que, si piensan que todo el mundo se salva, parece coherente que se dediquen, aún siendo obispos o sacerdotes, no a la salvación que ya está regalada de entrada a todos, sino a la política, a la economía, a la psicología, a la llamada justicia social... a transformar la parroquia en club de barrio -ya que no sirve para otra cosa-, y a la liturgia en entretenimiento y diversión... y no a procurar a todos la santidad y la salvación...

            Pero, para terminar con este difícil y algo embrollado pasaje, digamos que, en general, hay que decir que lo que Cristo fundamentalmente aquí rechaza es la mentalidad sectaria y aún racista. Por el solo hecho de pertenecer a tal raza, a tal grupo, a tal movimiento, nadie se salva. Dios hace su llamado de salvación a todos los hombres. Al mismo tiempo hay que decir que ofrecida a todos, la eterna salvación está lejos de ser exigida o merecida por el ser humano, como si fuera el desemboque natural de su ser biológico. La salvación no es natural, sencillamente porque lo divino no es natural a lo humano, lo humano no es lo divino -por más que lo digan Hegel, Marx, el Dalai Lama o la New Age-. Y el hecho de que todos, por gracia de Dios, estén llamados a obtenerla, no quiere decir que todos de hecho la consigan.

            El anuncio, en teoría, no tiene restricciones -aunque, en concreto, no siempre se consiguen mediadores, predicadores, misioneros que lo transmitan y proclamen-. Sin embargo, es cada uno, con su respuesta libre, quien se hace merecedor o no de acceder a lo que Dios ofrece. Más aún: esta posibilidad que a todos se propone exige esfuerzo, no es camino fácil. Puerta estrecha es sinónimo de seguir a Cristo, de tomar la cruz, de estar dispuesto a renunciar a todo...

            La oferta del Reino es algo, pues, que supera infinitamente las posibilidades y deseos de la mente y corazón humanos y, por lo tanto, siempre será gracia y don inmerecidos. Aún así, su aceptación de parte del hombre no consiste meramente en una adhesión nominal a una secta, a un grupo, a una iglesia, sino en compromiso de combate, de esfuerzo, de entrega, de misión. Ser convocado bajo el estandarte de nuestro Señor es un honor gratuito, una dignación real, un privilegio que se pregona y ofrece a cuantos quieran alistarse. Pero, seguir luego al Señor es un empeño personal, una fidelidad sin mengua, un estar dispuesto a ocupar cualquiera de los frentes de batalla en los cuales él quiera empeñarme.

            A riesgo de que, en caso contrario, Él me desmonte, entregue mi caballo y mis armas a otro, y dejándome a pie, corra el riesgo de llegar tarde a la conquista del Reino, cuando ya sus puertas se hayan cerrado y, desde afuera, oiga, sonar adentro, de lejos, las aclamaciones de victoria de los que entraron.  

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