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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1986. Ciclo C

21º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo: Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» El respondió: «Tratad de entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, vosotros, desde afuera, os pondréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos" Y él les responderá: "No sé de dónde sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas" Pero él os dirá: "No sé de dónde sois; ¡apartaos de mí todos los que hacéis el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros seáis arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos»

Sermón

Allá por el siglo IX antes de Cristo, más de tres siglos antes de las guerras médicas y de Pericles se ubica el legendario personaje de Homero contemporáneo a Elías y Eliseo y al establecimiento de los divididos reinos de Israel y de Judá, cuando también los escribas de la corte y de los templos se dedican a escribir los antiguos relatos de las tradiciones tribales y las crónicas de la monarquía. Los poemas homéricos se refieren a hechos sucedidos más de trescientos antes de la hipotética existencia del poeta ciego: la guerra de Troya , que se desarrollaba al mismo tiempo que Moisés lideraba a sus tribus a través del desierto y fundaba la alianza del Sinaí.

Tradiciones y textos de los poemas homéricos y de los primeros escritos bíblicos guardan pues, respecto a los acontecimientos relatados, una distancia de tiempo semejante. Pero no es este paralelo el que me interesa, sino la observación de que, cuando Homero canta sus historias, no existe todavía, en la conciencia helena, una oposición manifiesta entre griegos y bárbaros como la que se desarrollará luego alrededor de las guerras médicas. Aqueos y troyanos son adversarios igualmente nobles, igualmente valientes, igualmente civilizados. Héctor y Aquiles, Paris y Ulises, a pesar de ser contrincantes, son todos seres humanos, son hombres: de allí la profundidad y universalidad de la Ilíada y la Odisea y su mensaje humano permanente. Homero no quiere hablar del griego, sino del hombre, del “comedor de pan”, del “ser que puede hablar”, del hijo de Zeus pero mortal y privado de la bienaventuranza de los dioses. Recién mucho más tarde, el griego -no los grandes pensadores por cierto- en la época de los demagogos, tiende a hacerse xenófobo y despreciar a lo no heleno, a lo que no entiende. Los que no son griegos son “bárbaros” Onomatopeya que imita un lenguaje ininteligible: ‘bar, bar, bar' ·(todavía hoy ‘barbotear' o ‘barbullar', en español, es mascullar ruidos sin sentido). Algo parecido a la dinastía Ming, en China, que, a los mongoles les llamaron ‘tártaros', también por la onomatopeya ‘tar,tar,tar' ¡no se les entiende nada! En español tenemos un término semejante: ‘tartajear'.

El asunto es que, hacia la misma época de Homero, también en Israel los judíos reflexionaban no sólo sobre la tribu de Jacob o de Rubén o de Benjamín o de Judá sino sobre el hombre en general .

Hasta entonces lo único que les había importado eran las tradiciones sobre sus propias tribus; pero, una vez confederadas y establecida la monarquía y en contacto internacional con los cananeos, los mesopotámicos, los egipcios y todos los pueblos que había asimilado el imperio salomónico, no bastaban, para comprender a toda esa humanidad, las historias tribales, ni el papel que jugaba el dios de los padres, el dios de Jacob, el dios de Isaac y el dios de Abraham con cada una de esas tribus. Se van dando cuenta, poco a poco, que Yahvé -el nombre propio más importante de su Dios- es no solamente el Dios de los judíos, sino el Dios de todos los pueblos y ,mucho más tarde, hacia el siglo VI AC, el Dios de todo el universo, frente al cual no existe ningún otro Dios.

Y esto planteaba problemas; porque si antes era claro que así como el Dios de Israel se ocupaba de Israel, los dioses de Egipto se ocupaban de los egipcios, los de Asiria de los asirios, el de Edom de los edomitas y así siguiendo (idea que se descubre en los estratos más antiguos de la Biblia ), cuando los judíos, por fin, descubren que Yahvé es el único Dios, señor de la historia, Señor de cielos y de tierra, inmediatamente se plantean la pregunta ¿y cuál es la relación de Dios con los no judíos? Y ¿cuál la de los judíos con los demás pueblos?

Es por esta época de la monarquía allá por los tiempos homéricos, cuando la narración denominada ‘yavista' (J) compone el famoso texto de capítulo 12 del Génesis. Capítulo que abre la historia de Israel a partir de la vocación de Abraham. Pero, antes de la cual, el redactor final del Génesis había presentado la relación de todo el mundo, de todos los hombres, con Dios –los once primeros capítulos-. Es aquí donde comienza la reflexión de la relación de Israel con el resto de la humanidad: Yahvé dijo a Abraham: “de ti haré una nación grande y te bendeciré y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”.

¿Ven? Israel es ciertamente elegido y bendecido privilegiadamente por Dios, pero no como un privilegio que debiera guardase para sí mismo y que significara la exclusión o el rechazo del resto de los pueblos, sino como mediador de la bendición divina al resto de las naciones. Un texto bastante más tardío, del siglo VI, después del destierro, pero de la misma dimensión universalistas es el que -de la colección de Isaías- hemos leído hoy en la primera lectura: “ Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua (…) A Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán mi gloria a las naciones.”

Pero hay que reconocer que estos pasajes universalistas no son los más abundantes en el AT. Algo así como cuando, en las guerras médicas, los griegos empiezan a señalar como bárbaros y con desprecio a los que no son como ellos, en una tendencia que finalmente termina por enfrentar a los mismos griegos entre sí: Atenas contra Esparta; Tebas contra Corinto, Macedonia contra todos. También los judíos -cosa que se encuentra frecuentemente en terribles oráculos proféticos- conciben los últimos tiempos como una derrota de todos los pueblos frente a Israel. El exterminio de todos sus enemigos; no su conversión o salvación. El día de Yahvé es pensado como el ‘día de la venganza', de la destrucción del adversario, de la salvación única de Israel y de la inauguración de su dominio e imperio sobre el resto del mundo.

De estos terribles oráculos está llena la Biblia que, asumida luego por el cristianismo, deben ser interpretados a la luz de Cristo. Literalmente: como etapas superadas de la revelación. O alegóricamente, como la destrucción del pecado y del mal.

El asunto es que esta xenofobia, orgullo y resentimiento se agravan en el último siglo antes de Jesús. Y, así, como entre espartanos y tebanos, el ya suficientemente miserable y empequeñecido pueblo de Israel –que no es nada- se goza en dividirse (como nuestro país, o, peor, como nuestras derechas). Ya no es que ‘serán exterminados todas las malísimas y perversas e imperialistas y explotadoras naciones extranjeras' sino todos aquellos que no pertenezcan a ‘mi secta'. Los judíos excluyen a los galileos, los galileos a los samaritanos, los fariseos al pueblo de la tierra, los esenios a los saduceos, los zelotes a los herodianos.

Y este es el contexto de la pregunta que se hace hoy a Jesús y que no tiene nada que ver con la pregunta sobre el número de los que se irán al cielo o no “¿Quién, pues, se salvará?

Y ese es el escándalo permanente que produce Jesús a los diversos grupos judíos, comiendo y conversando indistintamente con samaritanos y fariseos, saduceos y romanos, zelotes y prostitutas.

Porque, vean, la pregunta era común entre los rabinos de la época y se encuentran testimonios literarios de las diversas respuestas de las escuelas.: había divergencias sobre qué judíos se salvarían en el día de Yahvé; si muchos o pocos; si ésta o aquella secta. Pero, en lo que todas las respuestas estaban concordes era que ciertamente la totalidad de los paganos serían exterminados, o, como mucho, puestos al servicio de Israel.

El pueblo judío, pues, salvado por su linda cara, por privilegio de casta, de raza, sin obligaciones y sin misión, sin responsabilidades y sin cuentas que rendir.

Pero ya les había dicho Juan el Bautista: “¡Engendros de víbora! ¿Quién les ha dicho que podrán salvarse el día de la ira? ¡Conviértanse! y no se ilusionen diciendo ‘tenemos por padre a Abraham', porque yo les digo que Dios puede, de estas piedras, sacar hijos de Abraham

Y eso, en otras palabras, es lo que les dice hoy a los judíos Jesús: no vengan a decir “comimos y bebimos contigo, eso no interesa, conviértanse, entren por la puerta estrecha, no basta ser judío, porque llegarán también de oriente y occidente, del norte y del sur y se reclinarán a la mesa en el reino de Dios” .

Vean, Jesús rescata y sublima los pasajes más universalistas y plenos del Antiguo Testamento. Dios es el Dios de todos y, si ha elegido a los judíos, y si ha elegido a los cristianos; no es solamente para salvarlos a ellos, sino para hacerlos instrumentos de la bendición de todos los pueblos. El poco fermento que levanta a toda la masa, la pizca de sal que sala toda la tierra, la lámpara que brilla sobre el estante, iluminando toda la casa.

El cristiano no ha sido llamado solamente para ser ‘salvado' sino para ser, como Cristo, ‘salvador' y se salvará, justamente, en la medida en que se haga salvador, mensajero, soldado, apóstol de Cristo y del amor de Dios.

Instrumento no de condenación, sino de conversión propia y ajena. Instrumento de salvación incluso hasta el martirio, a favor también de los no cristianos y, aún, de sus enemigos.

Y ese será su mayor timbre de gloria.

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