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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1989. Ciclo C

21º Domingo durante el año
(GEP 1989)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo: Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» El respondió: «Tratad de entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, vosotros, desde afuera, os pondréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos" Y él les responderá: "No sé de dónde sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas" Pero él os dirá: "No sé de dónde sois; ¡apartaos de mí todos los que hacéis el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros seáis arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos»


Sermón

           Es interesante observar cómo, en muchas tribus primitivas relativamente aisladas de Oceanía o Australia o el Amazonas, no exista en su vocabulario una palabra genérica para designar a los hombres, a la raza humana. Los hombres son simplemente ellos, con su nombre tribal. Los demás pertenecen a otra condición distinta, inhumana, inexistente, inferior.

La conciencia de que todos los seres humanos pertenecen a una misma especie, a una misma familia, no parece ser, pues, un dato primitivo, arcaico, sino fruto de una cierta evolución cultural.

Ciertamente, ya en época histórica, en la edad del bronce, el concepto de ‘hombre' parece ser general. Para Homero, por ejemplo, griegos, troyanos y tirios, hombres son. Todos -como él dice- ‘animales parlantes', 'comedores de pan', ‘hijos de Zeus', aunque mortales y privados de la bienaventuranza de los dioses. Existe, pues, a esta altura de la cultura, el concepto de unidad del género humano.


Isócrates (436 AC-338 AC)

Sin embargo, la reducción de los elementos más humanos a la propia tribu o nación persistirá. Los mismos griegos dividirán el mundo en dos partes: ‘ellos' y ‘todos los demás'. Como decía Isócrates : “ aventajamos tanto a los demás hombres en el pensamiento y en la palabra que nuestros alumnos se han convertido en maestros de los demás ”.

Y, orgullosos sobre todo de su lengua, de su idioma -que era el lazo que los unía- tildaban a los demás de “bárbaros”, onomatopeya, justamente, que imitaba el farfullar ininteligible de los extranjeros: “ bar-bar-bar-bar ”. Es curioso que el origen onomatopéyico del término “bárbaro” tenga su correspondencia en oriente, donde en China, los chinos -que se consideraban, también, depositarios de la civilización-, llamaban a los pueblos allende sus fronteras “tártaros”. ¡Porque tampoco se les entendía nada “ tar-tar-tar ”. Y tártaros fueron, pues, los pueblos mongoles. Los de las hordas de Genghis Kan, que más tarde conquistaron China.

Tampoco los israelitas escaparon a esta evolución cultural. Los estratos más antiguos de la Biblia nos muestran a los antecesores del pueblo judío preocupados solo por la tribu, el clan. Bastante más tarde por la confederación. Se habla primero de Leví, de Rubén, de Judá, de Manasés, y con estos nombres –‘epónimos' se les denomina- se reflexiona sobre las respectivas tribus de las cuales estos personajes serían los antecesores. Se habla, luego, de ‘Jacob' o ‘Israel' para referirse a la confederación de todas esas tribus. Más adelante, de Abrahán, cuyos ‘hijos' abarcarán aún más pueblos.

Pero es recién hacia el año 1000 (1) antes de Cristo, cuando las conquistas davídicas y salomónicas abren a los judíos a lo internacional, recién allí es cuando se intenta reflexionar no sobre los judíos sino sobre ‘el hombre en general' Es allí donde nacen los relatos sobre ‘el hombre como tal', sobre ‘Adam', ‘ ha adam ', simplemente ‘el ser humano', con cuya reflexión comienza nuestra Biblia tal cual la tenemos hoy.

Pero, al mismo tiempo, se da entre los judíos un proceso paralelo de concientización ‘nacional', que los lleva a dividir al mundo -como entre griegos y bárbaro, chinos y tártaros- entre ‘ellos' y ‘los gentiles', los ‘ goims ', los extranjeros.

La cosa no hubiera causado problema si dicha distinción hubiera permanecido en el plano profano o cultural. Como no lo hubo entre los griegos o entre chinos. Ellos nunca se creyeron dueños exclusivos de su cultura. Sin necesidad de la fuerza ni de la propaganda, ésta se impuso finalmente a las demás etnias a las cuales llegó su noticia, simplemente porque era superior. No solo se hizo universal con las conquistas de Alejandro Magno, sino cuando ellos mismos fueron conquistados por Roma (2). Cuando los tártaros avasallaron China inmediatamente asumieron su civilización. Y cuando, luego, las tribus bárbaras germánicas (–porque ahora los romanos también llamaban bárbaros a todos los que estaban fuera del ‘limes', del límite del imperio–) cuando estas hordas longobardas, godas, visigodas, francas, vándalas, invadieron el Imperio, también fueron subyugados por su cultura. Nadie hacía de la cultura una cuestión de raza, ni de nacionalismo a ultranza.

Y, gracias a Dios, los godos nos legaron la cultura greco romana y cristiana y no su paganismo bárbaro ancestral. Lo único que nos faltaría a los argentinos sería reivindicar la cultura de nuestra sangre y no la de nuestra civilización occidental y cristiana. Sería tan estúpido yo en reclamar la vuelta a la cultura barbárica de mis lejanos antecesores germanos, como la de los indigenistas en reivindicar la cultura neolítica de los mapuches o de los tobas o de los collas, cosa a que los incitan los marxistas para desvincularlos de la nación y vaciar sus mentes con intenciones dialécticas, para crear al ‘hombre nuevo', desarraigado de las raíces de su cristiana historia.

Pero los judíos sí que hicieron de su cultura y creencias un asunto de raza y de nacionalismo a ultranza. Amén de que en ellos la cosa se complicaba, porque tenían conciencia de ser el pueblo ‘elegido' por Yahvé. Mientras Yahvé fue para ellos simplemente un dios tribal, coexistente con los dioses de otras tribus y otras naciones, no hubo problema. Pero cuando, hacia los siglos octavo y sexto antes de Cristo, comienzan a darse cuenta de que Yahvé es el único Dios y Señor de todo el universo y que todas las demás divinidades de los pueblos no son sino ídolos; el ser el pueblo elegido se les subió a la cabeza. Como si el Dios de toda la humanidad los hubiera puesto a ellos sobre los demás hombres y, a éstos, a su servicio. Y así el pertenecer al pueblo judío garantiza no solo la protección de Dios sino el derecho a ser superiores al resto del mundo.

Es verdad que, de alguna manera, lo eran; porque depositarios, justamente, de la revelación del único Dios quien, en ese pueblo, fue gestando los conceptos teológicos y morales, la cultura, que luego habría de utilizar Cristo para la revelación definitiva. Pero, como les predicaban los profetas, esta elección, esta superioridad, no estaba en función de privilegiar solo a Israel y cerrarlo en sí mismo en orgullo racial y nacionalista. Estaba al servicio de Dios y al servicio de todos los hombres. Habían sido elegidos, sí, preferidos inclusive, pero para ser pueblo sacerdotal y custodiar la alianza y propagar a todos el conocimiento de Dios.

Más aún: hubo profetas que anunciaban que, un día, esto no sería privilegio exclusivo de Israel. Uno de los textos más notorios al respecto es el que hoy escuchamos en la primera lectura de Isaías: “ vendré a reunir a todas las naciones y ellas vendrán y verán mi gloria… y también de entre ellos tomaré sacerdotes” El anuncio, efectivamente, dice el texto, se hará a Tarsis (España), a Put (Libia); a Lud (Lidia), a Mések (Frigia); a Tubal (Cilicia), a Javán (Grecia).

Pero de estos textos proféticos, de estas enseñanzas bíblicas, de estos propósitos divinos con respecto ‘a todos' los hombres, con respecto a ‘Adán', el judaísmo histórico, salvo excepciones, se olvidó. El odio nacionalista a sus sucesivos conquistadores asirios, persas, griegos y romanos y a sus vecinos, primó sobre la enseñanza bíblica. Fue para ellos inconcebible que el privilegio de la salvación –que, por otra parte, entendían muy terrenalmente– pudiera extenderse a los ‘goims', a los gentiles, a los bárbaros. En todo caso, llevaría a todos pero como servidores del pueblo de Israel. Concepción que, luego, se hará cada vez más rígida y, a través del Talmud y de la Cábala, conformará gran parte del pensamiento judío moderno.

Por eso las advertencias de Jesús, hoy, en el evangelio. No responde a la pregunta que se hacía en los círculos rabínicos de la época, sobre si serían muchos o pocos los que se salvaban. Contesta, sí, al orgullo racial judío que se ocultaba detrás de la pregunta. El Reino, la salvación, no le pertenece a nadie por el solo hecho de pertenecer a una raza o a una determinada comunidad: el haber comido o bebido juntos, el haber escuchado las enseñanzas. Es necesario practicarlas. En todo caso se necesita el esfuerzo, la lucha, el intentar entrar por la puerta estrecha. Y Dios puede hacer salir ‘hijos de Abrahán' de las mismas piedras y hacerlos llegar de oriente y de occidente, del norte y del sur y sentarlos a la mesa del Reino.

Pero eso, que en boca de Jesús tocó a los judíos y los sigue tocando, también nos toca a nosotros los cristianos. Porque la presión del enemigo es tanta, la incitación al pluralismo liberal tan convincente, la mentira de que toda religión o buena conciencia es suficiente para salvarse tan cómoda, que sentimos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y cumplir individualmente nuestras prácticas y despreocuparnos de los bárbaros, amigos o enemigos que sean. Nos olvidamos de que Dios es el Dios de todos los hombres no solo de los cristianos. Y que, como dice Pablo en la epístola a Timoteo: “ Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Nos olvidamos sobre todo que esa salvación que quiere para todos, la ofrece a través de la Iglesia , de nosotros los cristianos.

Eso quiere decir que ser cristiano, ciertamente es un privilegio, pero, sobre todo, una misión, de la cual nadie puede eximirse, en oración y en obras, en palabra y en ejemplo, en pluma o en espada.

1- Según investigadores actuales, bastante después, en épocas exílicas o postexílicas.

2- “Graecia capta ferum victorem cepit”. “Grecia, conquistada [por los romanos], conquistó al feroz vencedor”

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