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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1993. Ciclo A

21º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y vosotros -les preguntó- ¿quién decís que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


Sermón

            Una de las figuraciones folklóricas del demonio ha sido tomada por las leyendas cristianas a semejanza del dios griego Pan, identificado luego con el Fauno o el Silvano romano.

            Las imágenes y descripciones que de él se conservan, lo representan como mitad hombre y mitad animal. Su cara barbuda tiene una expresión de astucia bestial, llena de arrugas, su mentón saliente. Lleva dos cuernos en la frente, tiene el cuerpo velludo y sus miembros inferiores son los de un macho cabrío, los pies están provistos de pezuñas hendidas, las patas secas y nerviosas.

            En la literatura que nos ha llegado, de época ya histórica, aparece más bien como una divinidad de los pastores y los rebaños. Posee una agilidad asombrosa. Como los pastores, prefiere la sombra de los bosques y el frescor de las fuentes. Se oculta en la maleza, ya sea para espiar a las Ninfas, ya para dormir la siesta en las horas calurosas del mediodía. Todos conocemos el delicioso poema sinfónico de Claude Debussy, "Preludio a la siesta de un Fauno". Allí si que es peligroso despertarlo. Por otra parte es un dios lascivo, lúbrico, permanente peligro para la integridad, no solo de las ninfas, sino de las doncellas. Muchas de estas actividades se trasladaron luego, en las fábulas medioevales, a la figura de los demonios.

            Los estudiosos ubican el origen de este culto o superstición al dios Pan, en la Arcadia, Grecia. En realidad, en su forma primitiva, prehistórica, antes de ser ubicado por la mitología griega clásica como una divinidad menor y pastoril, se trataba pura y simplemente de la gran divinidad identificada con la naturaleza, con el Todo, con la materia universal y por eso representado como mitad varón, mitad mujer, androginia expresión de la totalidad, barbudo, pero con pechos de mujer. De allí su nombre, Pan, que en griego quiere decir todo (panamericano, panarabismo, pandemia). Pan es la representación del caos primitivo, del huevo cósmico, de la coincidencia de los opuestos, de donde, supuestamente, en esas cosmologías primitivas, derivaban todas las cosas. La pura naturaleza, las fuerzas cósmicas, adoradas como Dios.

            Todos sabemos que el centro del mensaje judeocristiano, es justamente la no identificación de la naturaleza, del cosmos, de la materia, con lo divino, con el absoluto, es decir la afirmación de la trascendencia de Dios, de su distinción respecto del mundo; y la reducción de la materia y de los elementos a eso, solo materia, y de ninguna manera divinidad, como afirman todas las demás religiones.

            Precisamente al norte de Palestina, en una de las vertientes del monte Hermón, en el nacimiento de uno de los afluentes del río Jordán, el Banyasi, un lugar salvaje, umbroso, selvático y rocoso, en una gruta de donde manaba el agua, desde muy antiguo se adoraba a la naturaleza, a las fuerzas cósmicas, en un santuario, quizá de origen fenicio o amorreo. Cuando toda esa región cayó en manos de los griegos, de los seléucidas, identificaron al Dios del lugar precisamente con Pan, el todo, el andrógino, mitad cabra y mitad hombre, mitad mujer y mitad varón. Por eso en el medioevo, cuando, como decíamos, se identificó la figura de Pan con la del demonio, se pensaba supersticiosamente que éste podía actuar como íncubo o como súcubo, según insidiara a víctimas femeninas o masculinas.

            En ese santuario de Palestina se levantó, pues, un templo helenístico, griego, y, con el tiempo, una ciudad que, en honor a Pan, se llamó Páneas. Su nombre árabe actual, algo deformado, es Bánjeas. Herodes el Grande construyó allí también un templo a Augusto. Su hijo, el Tetrarca Filipo, hermano de Herodes Antipas, reconstruye la ciudad fastuosamente y la convierte en capital de su tetrarquía, bautizándola de nuevo, en honor del emperador romano, como Cesárea. Para distinguirla de la Cesárea marítima, se la llamaba con el nombre del reconstructor: Cesárea de Filipo.

            Desde hace unos años sus ruinas han sido sometidas a excavaciones sistemáticas, actualmente dirigidas por el Dr. Vassilios Tzaferis, del Departamento de Antigüedades de Israel. Los últimos descubrimientos comprenden un foro romano, impresionante, con doce salas abovedadas, un templo pagano, probablemente el de Augusto, y una serie de edificios a lo largo de una calle con tiendas y almacenes, seguramente de época bizantina y con señales de haber sido incendiados. Lo que efectivamente ocurrió cuando los musulmanes tomaron la ciudad, que así entró en su definitiva decadencia.

            Sobre el templo, con columnas de 1 metro 20 de diámetro, lo cual habla de su monumentalidad, -evidentemente Herodes se gastó todo para rendir pleitesía al poder de Roma-, se han hallado restos de una iglesia cristiana del siglo IV, una de las más antiguas de Tierra Santa.

            Pero las excavaciones más fructuosas fueron hechas en el antiguo emplazamiento del templo de Pan: a fines del año pasado se ha puesto al descubierto un verdadero cementerio de divinidades paganas, de estatuas de ídolos: por ejemplo de Atenea, la diosa de la guerra; Afrodita, la del amor; Diana, la de los cazadores; Heracles, de los nobles; una interesantísima de Zeus, con larga cabellera y barba; y, finalmente, una, repugnante, de Pan.

            Se supone que, cuando en el siglo IV los habitantes de la ciudad pasaron al cristianismo, enterraron los dioses paganos debajo del templo de Pan y, en su lugar, erigieron un lugar de culto cristiano. De hecho todas esas estatuas se encontraron debajo de un hermoso mosaico bizantino, en donde se alcanzan a distinguir las figuras de Cristo y de Pedro.

            Pero, en la época en donde hoy nos sitúa el evangelio que acabamos de leer, aún se alzan orgullosos y en su máximo esplendor, recién restaurados por Filipo, el templo a Augusto, representante del poder humano, y el templo a Pan, representante de los poderes demoníacos de la naturaleza. Una espléndida ciudad de 30000 habitantes edificada en mármol blanco sobre las paredes de basalto del monte Hermón.

            Y la escena de hoy es casi ridícula: allí abajo un rabino mendicante, seguido de doce discípulos descalzos y desarrapados -trece hormigas- desafiando las águilas romanas y las fuerzas titánicas de la naturaleza.

            Un judío insolente e infatuado prometiendo a otro el poder, las llaves, sobre todo eso; y pretendiendo fundar un imperio sobre el cual los poderes de Pan y de Roma, los poderes de la muerte, no habían de prevalecer.

            ¡Lo que se hubiera reído Filipo en su palacio de mármol de haber escuchado esas palabras! Y se habría reído lo mismo, aún de haber sabido que esa hermosa ciudad en que habitaba, un día se transformaría en ruinas y, en cambio, el imperio fundado por el rabino perduraría.

            Porque, a pesar de algún cambio de forma externa -ni doce ni descalzos ni desharrapados- la Iglesia sigue siendo humanamente insignificante frente a los poderes del mundo: frente a los poderes de Augusto y de Pan. Nuevos imperios políticos paganos y nuevos cultos al hombre y a la naturaleza han surgido constantemente en la historia de la Iglesia y del mundo.

            Es verdad que, según la promesa de su fundador, ellos nunca han prevalecido, y, aún a través de sus mártires, Cristo termina siempre por vencer; pero eso no obsta para que, desde afuera y desde dentro, el poder de lo humano y la atracción de lo natural en desmedro de lo sobrenatural no insidien constantemente a la Iglesia y aún hagan defeccionar a tantos cristianos o impidan llegue el mensaje a tantos que lo ignoran.

            Aún así, allí se eleva -la Iglesia- como un signo de contradicción, ofreciendo una plenitud y una salvación que no pueden ofrecer -o si ofrecen no pueden cumplir- , la carne ni la sangre, no la política, no la técnica, no la economía, no los tanques ni la bomba atómica, no el Nuevo Orden Mundial, es decir, no los dioses imperiales; y tampoco los nuevos gurús de las falsas religiones orientales, ni del new age, ni del tarot, ni de los predicadores de milagros, ni de los paraísos de la libertad sexual y de la droga, ni del libertinaje del dinero y el consumo: los adoradores de Pan.

            Frente a esas voces, que o lo combaten o tratan de reducir a Cristo como mucho a un filósofo o a un profeta de los derechos humanos, -Bautista, Elías o Jeremías-, allí está siempre la fé de Pedro, indicándonos qué es lo que hemos de saber: "tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo".

            Todo lo demás está condenado a muerte, todo se acabará, todo finalmente fracasará. Encerrados en el poder del hombre y de la naturaleza -de lo natural- no tenemos salvación. Ni Augusto ni Pan pueden librarnos de la muerte, porque no son Dios, sino criaturas, ídolos, materia destinada al desgaste y al frío. Oro y dólares perecederos, máquinas que se oxidan, caudillos de un día que envejecen y mueren. Solo el Dios que no se identifica con la naturaleza, el Absoluto, la Vida y la Belleza inmensurables, Aquel que se ha hecho presente y vivo en Cristo Jesús, y continúa presente en el ministerio de la Iglesia edificada sobre piedra, solo El puede liberarnos de la trampa de Augusto y de Pan.

            Enterremos también nosotros todos nuestros ídolos, todos nuestros pecados, bajo el mosaico de nuestro bautismo; que por medio de nuestra fidelidad a la iglesia permanezcan atados; y se desaten, en cambio, alados y resplandecientes, en esta tierra, todos nuestros anhelos de belleza, de heroísmo, de gracia, de grandes amores y grandes misiones, y así queden, un día, en el cielo, desatados y libres para siempre. 

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