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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2004. Ciclo C

23º Domingo durante el año
(GEP 05/09/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo: Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar" ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»

Sermón

En esta sociedad deshilachada en la cual estamos insertos, las palabras del evangelio de hoy suenan como algo desmesuradas, hiperbólicas. Por otra parte nuestro tranquilo y sedado catolicismo ya está como acostumbrado a estos tremendismos de Jesús, que suelen luego perderse en la predicación ñoña de la Iglesia de nuestros días o en nuestro habernos acostumbrado al mordiente de sus frases.

Otrosí, ser cristiano de nombre y hablar de principios cristianos en general todavía es 'políticamente correcto', aceptable, en nuestra sociedad. Nadie va a ser denostado por confesarse de principios cristianos. Hasta el presidente, no hace mucho, se declaró cristiano y miembro de la Iglesia y respetuoso de sus pastores y no creo eso le haya costado ningún voto ni amistad. Es claro que, en este mundo de palabras en el cual vivimos, apartado de la realidad, tampoco le significará mucho en el terreno de los hechos, de la coherencia de su accionar con los principios cristianos, o de sacrificios personales en orden a la sustanciación de un verdadero obrar católico en lo personal y lo político.

Tanto menos en esta Iglesia actual donde las voces de los eclesiásticos parecen adaptarse alegremente a lo 'políticamente correcto' y, salvo el folklore religioso externo, su predicación -o discursos o declaraciones públicas o comunicados de prensa, que ya uno no sabe si son predicaciones- siguen los andariveles de la vulgaridad, de lo que opina la mayoría, de lo que gestan como 'correcto' los hornos que fabrican la opinión pública desde oscuros manejos de las izquierdas nacionales e internacionales y que son devueltas en forma de 'encuestas' llevadas adelante por la misma calaña de los que pergeñan dichas opiniones -aunque quizá con más mercenario espíritu-.

Tanto más, cuanto más se diluye, en la opinión de la gente, el significado de lo que es ser cristiano. Cristianismo casi reducido a una confusa mezcla de sentimentalismo, de autoayuda y de un difuso amor a los demás despojado de normas y de moral, más bien pateando para el lado, siempre, otra vez, de las izquierdas, que, por principio, parecieran ser las únicas que se ocupan de los pobres, y de los derechos humanos, y de la injusticia social. (Aunque sus mentores disten mucho de ser pobres y mucho menos respetuosos de los derechos humanos de los que no piensan como ellos y, en su influjo siniestro, produzcan cada vez más pobres.)

Pero, de todos modos ¿qué riesgos habrá de enfrentamientos, digamos de 'martirio', de testimonio viril, cuando lo que impera es lo que se llama 'el diálogo', el silencio por tanto de afirmación de verdades que puedan molestar a los demás y que no tienen más remedio, si proclamadas, que enfrentarse al error, a la mentira, a lo antinatural...? ¿Qué peligros de persecución o cruces, cuando ese mismo diálogo se transforma no solo en tolerancia universal a cualquier error, falsía o desviación ética infrahumana, sino en valoración 'ecumenista' de los mayores dislates producidos por el extravío humano y vendidos a pobre gente ignorante bajo el rótulo de religiones? No importa que sus libros y sus obras nieguen explícitamente la divinidad de Cristo, la Trinidad, la creaturidad del hombre, acepten la poligamia, la guerra santa, las más desagradables combinaciones polisexuales, las divisiones de casta, las supersticiones más ridículas...: si llevan el rótulo de 'religiones' y, sobre todo, por aquí, si son reconocidas por la Secretaría de Culto: hay que apresurarse a fraternizar con ellas, llenando de confusión y estupor a los pobres fieles y desorientando a los que quisieran encontrarse con la Verdad. Algo así como si la Academia de Medicina se pusiera a estrechar lazos con curanderos, manosantas, vendedores de piedras milagrosas, brujos y tantas otras, como se llaman, 'medicinas alternativas' que pueblan nuestra farmacología popular.

Es verdad que eso no es lo que en sus documentos oficiales y magisteriales enseña la Iglesia a alto nivel, pero es lo que se deja trasuntar en la confusión de los medios de masa y en el ecumenismo o diálogo interreligioso llevados adelante por gente, aún por clérigos, no preparados e incompetentes.

Lo cierto es que estos empalagosos vendedores de sandeces rotuladas católicas nunca serán tomados suficientemente en serio como para que alguna vez lleguen a ser molestos para nadie, ni, por tanto, perseguidos, y mucho menos mártires, a saber, testigos de la verdad, predicadores de Cristo, el único Señor.

Pero ¡ay! ¡Qué acabo de decir: "el único Señor..."! Pero ¿cómo? ¿y Mahoma, y Luther King, y Buda, y Mahatma Ghandi, y el Dalai Lama, y Confucio, y Martín Lutero...? No: esa del 'único Señor' es una frase que hoy tenés que evitar cuidadosamente. Nada de 'único Señor', cada cual rezarle a aquel -o a 'eso'- que piensa es su dios, o su poder, o su interioridad o lo que sea... De todos modos, aparte la ridícula pretensión de pensar que porque sos católico tenés la verdad, ¿acaso el mandamiento de Jesús no es en esencia amar a todo el mundo, no juzgar, no entrar en inútiles controversias entre lo que está bien y lo que está mal, tratar de que todos sean felices, no interponer vetustas reglas morales entre lo que quiere y le gusta a cada uno y el evangelio del amor? ¿No es el de Cristo el mandato de la condescendencia universal, del abrazo fraterno entre todos los hombres, del -aparte ser 'amoroso'- 'todo da igual'? Al fin y al cabo ¿no hay incluso confesiones cristianas -con las cuales la Iglesia hace ecumenismo y acepta como caminos legítimos de salvación- que descreen de la indisolubilidad matrimonial, que admiten el sacerdocio de las mujeres, que ordenan obispos homosexuales...? ¿No hubo acaso sedicentes católicos que se unieron a la guerrilla marxista, sacerdotes que bendicen cualquier unión, que escriben autobiografías escandalosas y nadie los sanciona y que, más allá de la moral, indican que la única norma del buen vivir es la propia conciencia o 'sentir', que no les interesa el primado de la inteligencia y la razón, que confunden la magia y la sanación con el rito sagrado, el anuncio del evangelio con cualquier tipo de exaltación a lo bailanta, sin conversión y sin consecuente conducta?

Obvio que, en este contexto, el evangelio de hoy no encuentra más cabida que en el del anecdotario de las frases célebres, tipo "serás lo que debas ser o si no no serás nada", que todos repiten y nadie entiende, ni toma en serio. Como decíamos, extravagancias a las cuales nos tiene habituado el mensaje literal de Jesús que, por supuesto, nosotros, hombres de hoy, modernos, amplios, democráticos, inteligentes, tenemos que interpretar y no tomar demasiado en serio...

 

Lo cierto es que este pasaje, en la época en que fue pronunciado por Jesús y en el de la iglesia de Lucas que lo recogió y ubicó en su evangelio, gozaba de una vigorosa salud e indicaba una dolorosa realidad. Quizá porque ser cristiano en esos tiempos no admitía posiciones fláccidas como las que nos mimetizan a los cristianos de hoy, al menos en el mundo occidental, con el ambiente.

En la época de Lucas, ser cristiano tenía doloroso costo social. Era peligroso incluso para su familia. El seguidor de Cristo no podía transigir con los ritos obligatorios que declaraban sagrado al emperador, a la autoridad -como hoy, que ser cristiano parece que hace obligatorio declarar santa la voluntad popular y la democracia y el voto universal-; no podía ni vivir ni aceptar que se llamara malo a lo bueno y bueno a lo malo; no podía ni imaginar que la luz de la verdad aportada por Cristo fuera parangonable al engaño de las falsas religiones, de las idolatrías, de las prostituciones sagradas, de las supersticiones de toda laya que apartaban al hombre de la realidad, es decir de la verdad; no podía confundir la caridad cristiana normada por la luz de la fe y de la razón con ningún burdo remedo de amores sentimentales; no podía transigir con los negocios tenebrosos de los despóticos tiranuelos de entonces, de los colaboracionistas, de los senadores que desde Roma manejaban fraudulentamente el gobierno y las finanzas públicas y los negociados; no podía permitir que una estatua de Júpiter, ni de Zeus, ni de Afrodita se ubicara en ningún altar cristiano, ni invitar a los sacerdotes de Mitra, de Isis y Osiris, de Dionisios, de Baco, de Ceres, de Saturno, a rezar con ellos, ni a calcar ritos orgiásticos y danzas rituales y músicas frenéticas y paganas para alternar entre estos y el Señor.

La cruz no era un adorno colgado del cuello o engalanando las paredes, sino una desagradable realidad que, copiada del antiguo suplicio persa, habían adoptado jovialmente los romanos y, multiplicándola, creando desagradables arboledas públicas, sangrientas y malolientes, adornadas de ajusticiados, en los ingresos de las ciudades. Tampoco la cruz era una metáfora para designar alguna cualquier tristeza humana o depresión o problema de señora desocupada y llevarla a humana catarsis o terapia. Ciertamente el cristiano se enfrentaba crudamente con esa sórdida, sangrienta y dolorosa realidad que era la cruz.

Pero sería injusto hablar del pasado, de la época de Lucas. Cuando el cristianismo se vive en serio y cuando frente a él se encuentran hombres que viven lúcida, consciente y demoníacamente sus errores, el enfrentamiento y la cruz aparecen invariablemente. ' No he venido a traer la paz, sino la espada'. 'Si, sí, no, no'. 'Al pan pan y al vino vino'. 'No se puede servir a dos señores. ' No ha habido en la historia de la Iglesia tantos mártires, torturados y perseguidos como los que hubo en el siglo XX que recién termina. Y los sigue habiendo. Hace pocas semanas la Santa Sede publicó una crónica de todos los cristianos asesinados por su fe en el 2004: en la India, en China Comunista, en el Sudán, en países del Islam ... y ya a esta altura del año se puede afirmar que suman más de cuarenta por día documentados y con nombre y apellido. No se cuentan los anónimos. A veces atrozmente torturados, a veces literalmente crucificados. Como esas cinco cruces que fotografiadas hace cuatro años en una plaza de Riad mostraron la literalidad con la cual todavía el Señor nos muestra que para seguirlo hay que asumir la cruz.

Pero es verdad que, aún en esta sociedad, si uno quiere ser cristiano en serio, no mistongo, no actualizado, no asimilado al medio, no permeado por los puntos de vista del mundo, no moderno, tolerante, sonriente, baboso, complaciente, siempre guiñando el ojo, si quiero ser 'cristiano cristiano', también aquí -incluso en el interior de la Iglesia-, en esta sociedad cada vez más empantanada en marañas de inmoralidades de negocios, de vida familiar, de espectáculos, de teleprogramas decadentes, de comportamientos poco dignos, de olvido del honor y de la palabra empeñada, si quiero ser cristiano, tendré que sufrir -cuando no soledad y ostracismo familiar y social-, cuanto menos postergación, indiferencia, silencio, discriminación... -mal que me pese usar esta palabra con la cual se cubre la aceptación de toda abominación, pero de donde resulta finalmente que lo único que se discrimina es lo católico auténticamente católico-.

Es verdad que, en lo que se trata de la familia, el lenguaje de Jesús admite interpretación. Así lo ha hecho nuestra traducción litúrgica del "el que no odia a su padre..." asimilando la frase al pasaje paralelo de Mateo que ya había corregido el 'odiar' cambiándolo por el 'amar más'. Lo cierto es que aquel que, por cualquier amor familiar y humano, se apartara del proceder de acuerdo a lo que nos pide Jesús, "no puede ser su discípulo". El que, si es necesario, no está dispuesto a abandonar todo antes que traicionar a Jesús, "no puede ser su discípulo".

Él no es un rabino que exija la mera adhesión a sus enseñanzas; ni el gurú que enseña el camino de la paz interior y al cual obedecer más o menos solo influye en el mayor o menor progreso de esa paz interior; ni el médico al cual no hacer caso solo trae algún trastorno de salud. Jesús es nada menos que Aquel que, Palabra de Dios, -Dios Él mismo- hay que amar sobre todas las cosas. Finalidad última de mi existencia, y fuera de la cual no hay otro objetivo sino la nada... Sus pretensiones de exclusividad no conciernen a deseo de hegemonía alguna, sino a las exigencias de un amor que sabe que, fuera de él, solo hay fracaso, nada, e irreversible frustración.

El hombre puede ser hombre y a la vez de River o de Boca, de éste partido político o aquel, de esta o aquella empresa, de este o aquel país o nacionalidad, socio de esta o aquella escuela de esgrima o de yoga, pero de ese mismo modo no puede ser cristiano, no puede aspirar a la Vida Eterna, no puede seguir a Jesús...

No puedo ser esto y aquello y, además, cristiano. Tengo que ser, antes que nada, cristiano, y después, todo lo demás. Y nótese que hoy Jesús no dice a la manera del evangelio de Mateo el que quiera venir 'detrás de mi'; sino simple y sencillamente el que 'venga a mi'. Se trata de un encuentro, de un entrevero de amores, de un acceder a Él, que significa abrevarse en la Vida y que no admite otra finalidad que no sea en última instancia Él.

No puedo ser un buen padre, un buen estudiante, un buen profesional, una buena ama de casa, un equilibrado administrador de mi campo, y además, para mi consuelo y apoyo psicológico, ser cristiano. Antes que nada y sobre todo, ser cristiano, discípulo de Cristo y, por eso, en todo caso, ser un buen padre, un buen estudiante, un buen novio, un buen abogado, un buen sacerdote, una buena ama de casa...

Si no tengo claro eso, si antes que nada y por sobre toda las cosas no pongo la santidad, el seguir al Señor, como el objetivo supremo y no negociable de mi vida, no puedo ser su discípulo.

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