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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1978. Ciclo A

25º Domingo durante el año
23-IX-78

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 20, 1-16a
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros des­ocupados en la plaza, les dijo: "Id vosotros también a mi viña y os pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo os habéis quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, pro­testaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora , y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada" El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no había­mos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»

Sermón

Comenta el Talmud -el libro religioso del judaísmo postcristiano- que, habiendo muerto hacia el año 325 P.C el notable doctor de la Ley, rabí Bun bar Hiyyá, a la temprana edad, para un rabino, de 28 años, otro rabí pronunció una oración fúnebre que comenzaba con la siguiente parábola:

“A qué se parece el caso del Rabí Bun bar Hiyyá? Se parece a un rey que contrató gran número de trabajadores. Dos horas después de comenzado el trabajo vino a ver a los obreros. Entonces vio que uno de ellos se había distinguido de todos los demás por su actividad y habilidad. Lo tomó de la mano y paseó con él hasta el atardecer. Al terminar el día, cuando vinieron los trabajadores para recibir su jornal, recibió aquel la misma suma que todos los demás. Al recibirla, los obreros protestan contra el propietario diciendo. ‘Este ha trabajado nada más que dos horas ¿y tú le das los mismo que a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo durante toda la jornada?'. El Rey respondió: ‘No soy injusto con vosotros, este obrero ha realizado en dos horas más que vosotros en todo el día'.” Y el discurso concluía aplicando el relato al joven rabino muerto: “Rabí Bun bar Hiyyá ha realizado en 28 años más que algunos doctores encanecidos en 100

Como Vds. ven la semejanza con la parábola de Jesús en el evangelio de hoy es llamativa. O Jesús ha tomado una parábola judía anterior a ambos relatos dándole sentido cristiano o, más probablemente, el Talmud, para retrucarla, utiliza la parábola pronunciada por el Señor deformándola adrede.

Lo interesante es justamente las diferencias entre ambas. La deformación que la narración ha sufrido en boca del Talmud es rica en enseñanzas. Coincidiendo, al comienzo, la marcha general del relato en ambas versiones, hay un pasaje en donde la diferencia es fundamental y cambia totalmente el sentido de la enseñanza. En la versión rabínica, el obrero que ha trabajado solo un breve rato ha hecho más que todos los demás durante el día. Se ha ganado su jornal entero. Recibe, ‘en justicia', el premio a su habilidad y efectividad. En la parábola de Jesús, en cambio, los obreros contratados en último lugar no muestran ningún mérito que les dé derecho al jornal entero, a la moneda de plata. La reciben solo y exclusivamente en mérito a la bondad del propietario. Precisamente, con esta pequeñísima diferencia se distinguen dos mundos: uno, el de la ‘justicia' de la Ley; otro el de la gracia, el del amor, el del evangelio. Uno el judaico; el otro cristiano.

El que no sea fácil ponerse en óptica auténticamente cristiana lo demuestra el hecho de que espontáneamente nosotros tendemos a estar de acuerdo con los obreros que protestan. Sin duda que, de haber sido nosotros protagonistas del relato, nos hubiéramos puesto a murmurar con los que se quejaron al dueño.

La cosa es tan flagrantemente contraria a nuestra manera espontánea de juzgar que no faltaron comentaristas católicos, como Maldonado (1), por ejemplo, que interpretaron la parábola a la manera del Talmud. (Claro que Maldonado era jesuita.) “Los obreros de la última hora –escribió en su ‘Comentario a los Evangelios'- han trabajado tanto como los de la primera, por eso les toca el mismo jornal”. “Es así –continúa a renglón seguido- que muchos pecadores convertidos a edad tardía son mejores cristianos que los que lo han sido toda la vida ”. Puede ser, pero no es esto lo que dice la parábola.

No se trata de justicia sino de amor, de misericordia. O, mejor de una ‘justificación' que se nos da por misericordia y no una como fruto de nuestra pequeña justicia o de nuestras virtudes humanas.

Los centros de atención de la parábola son, por una parte, la indignación de los perjudicados y, por otro, la actitud del propietario.

Es que, en su origen histórico, el relato va a responder a una indignación real y concreta suscitada entre algunos judíos por la actuación de Jesús. Todos sabemos -por lo que podemos entrever a través de los evangelios- quiénes eran los irritados por el comportamiento del Maestro. Fundamentalmente los fariseos y gente parecida que, porque cumplían con sus práctica y trataban de seguir la letra de la ley consideraban que ellos, llegado el momento, debían ser los primeros llamados para formar el Reino. Despreciaban hasta el asco a publicanos, paganos y pecadores. Y Jesús tenía la osadía de tratar, justamente, con estos últimos despreciables y proscriptos.


Trabajadores de la viña, Baptisterio de Parma, desempleados en la plaza.

¿Cómo no iban a protestar y murmurar? Es a ellos a quienes responde Jesús cuando dice: “¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?

Porque así es Dios: bueno, lleno de compasión por los pobres, los abandonados, aquellos que nadie quiere y nadie contrata; ¿por eso vas a enojarte con Él?

Claro que, cuando años después, Mateo recoge la parábola al escribir su evangelio, no solo son los fariseos los que suscitan problemas. Por eso, el ex publicano procura dar a la parábola una interpretación más amplia, colocándolo en el contexto de la iglesia de su tiempo.

Si Vds. van directamente a las páginas de los evangelios verán que Mateo ha ubicado el relato entre la pregunta de Pedro “Nosotros que te hemos seguido ¿qué recibiremos?” (19, 27-30) y la intervención de la madre de los zebedeos: “Haz que, en tu Reino, uno se siente a tu derecha y otro a tu izquierda” (20, 20-23).

Por eso, quizá, Mateo –afirman los exégetas- esté aplicando su alegoría para poner en su lugar a muchos cristianos que, siendo de la primera hora -a lo mejor contemporáneos de Jesús-, se sentían con privilegios respecto de los nuevos conversos que se iban incorporando en masa a la Iglesia. De allí el añadido de “ los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos ”.

De todas maneras la parábola tiene un significado permanente. Por un lado, es un toque de atención contra la arrogancia. Nuestra posible condición de llamados a la primera hora, de cumplidores, no nos da ningún título para pretender ni protestar. Aunque el salario sea ‘justo' con respecto al mérito del trabajo, el haber sido ‘llamados a trabajar' es pura gracia de Dios. Doble gracia, quizá, aunque menos aparente: la gracia no merecida del llamado y la gracia no merecida de poder trabajar y merecer.

Pero por otro lado, es una verdad consoladora para la mayoría de nosotros que somos trabajadores de último momento o, mejor, que todavía no hemos hecho nada por Jesús, holgazanes e inútiles como somos.

Alegrémonos lo mismo. Aun en nuestra miseria, en nuestro pecado, en nuestra inutilidad sobrenatural y humana, en nuestro no servir para nada, en nuestros fracasos, en nuestra falta de brillo. Aunque nadie nos quiera, pequeños, desgraciados, feos, poca gracia que somos, sin posición, sin aplausos, sin marido ni novio, sin gran futuro y sin empleo.

No importa. El volverá a salir, también al anochecer de tu vida, y te buscará, allí quizá dónde estás arrinconado, improductivo, jubilado, dejado por ti mismo o por los otros.

Él te quiere. Te busca. Te precisa. Aunque no te tengan ni te tengas confianza, aunque pienses ¡es demasiado tarde!

El tiene un puesto para ti y, detrás de Su amor, más allá de la justicia farisaica, aunque recién quieras acudir ahora, te ofrece, lo mismo, el premio de la felicidad eterna.

1Juan de Maldonado, S.J., 1533-1583

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